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NECESIDADES QUE CAMBIAN

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Dudas aparte, lo que sí está claro es que dormir es una necesidad evolutiva, que no permanece imperturbable a lo largo de nuestra vida. No nos pasamos las mismas horas en brazos de Morfeo ni lo hacemos del mismo modo cuando somos bebés que cuando llegamos a la etapa adulta. Y, al llegar a edades avanzadas, lo más común es que se dé otra modificación en esos patrones de descanso.

• Con pocos meses de vida es muy habitual que haya despertares continuos (seguramente asociados a la necesidad de ingesta). Otra de las características de estas etapas es que el sueño sigue un ritmo ultradiano. Eso significa que no van necesariamente sincronizados con el ciclo circadiano de día y noche (ciclos de 24 horas), sino que su duración y periodicidad es menor. Esa situación da un vuelco unos años más tarde —entre los 4 y los 6 años—, en que el sueño nocturno se vuelve más seguido, más constante y más parecido al que se repetirá en décadas posteriores.

• En las etapas centrales de nuestra vida lo habitual es que el sueño se mantenga ininterrumpido durante horas (aunque cada vez hay más personas insomnes en esta franja de edad, y a ellas va especialmente dirigido este libro).

• En la vejez el sueño se torna, de nuevo, entrecortado y quizá menos necesario (aunque el cuerpo sí demandará alguna que otra cabezadita a lo largo del día). En la mayoría de los casos eso está justificado por una serie de cambios biológicos que reducen la intensidad, la duración y la continuidad del descanso nocturno. Por lo general, no se considera un trastorno en sí mismo, aunque si la persona no consigue dormir unas cuantas horas seguidas sí es preciso estudiar el caso por si se debiera a alguna alteración física que requiriera seguimiento y tratamiento. Existe una curiosa teoría —liderada por la prestigiosa revista científica Proceedings of the Royal Society B— que asegura que el dormir menos con los años fue, en su momento, una adaptación evolutiva y una necesidad de perpetuar la especie. Al inicio de la historia del hombre, los individuos mayores se quedaban despiertos para avisar al resto si aparecía algún peligro. Pese a que ya no necesitamos disponer de esos «guardianes», nuestros genes han conservado esa información. El asunto resulta de lo más interesante, y científicos norteamericanos se han propuesto indagar sobre ello. Es muy posible que en las próximas décadas nos sigamos sorprendiendo de detalles referentes a cómo se comporta nuestro cerebro y nuestras neuronas durante el sueño a estas edades.

Combatir el insomnio

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