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Pensamiento ambiental y agroecología

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En esencia, el pensamiento ambiental reconoce y plantea que los seres humanos no tienen nicho ecológico o función natural dentro de los ecosistemas, y que para transformar su entorno construyeron un sistema parabiológico de adaptación y transformación de los ecosistemas. A este sistema se le reconoce como “cultura”, y es la manera particular como los seres humanos se relacionan con su base de sustentación ecosistémica de acuerdo con sus múltiples intereses, relaciones simbólicas, económicas, sociales, políticas y tecnológicas (Ángel, 1996, 2003).

El complejo sistema cultural incluye tres dimensiones. i) la primera de ellas corresponde a las construcciones teóricas de tipo simbólico, es decir, las construcciones mentales, las ideas o las formas de pensar y de entender el mundo, que van desde los mitos hasta la ciencia, pasando por el derecho, la filosofía, el análisis histórico, las creencias religiosas, las representaciones ideológicas o las expresiones del arte. ii) La segunda dimensión se refiere a los tipos de organización (socioeconómica, religiosa, militar y política) construidos por los grupos humanos a lo largo de la historia. iii) La tercera dimensión son las plataformas tecnológicas que, inmersas en los símbolos y en las organizaciones sociales, se constituyen en los sistemas e instrumentos para transformar el medio ecosistémico. La cultura, así entendida, es un macroconcepto unificador que engloba todas las actuaciones de los seres humanos y la incidencia de sus actividades en la transformación del resto de la naturaleza para propiciar su capacidad adaptativa, incluyendo la ciencia y la técnica (Ángel, 1995, 1996).

En este contexto, la agricultura es la actividad en la que se manifiesta con mayor intensidad la interacción humana con su entorno natural. Es un proceso de coevolución entre los ecosistemas artificializados y las culturas humanas (Hecht, 1995, 1999). En el plano agrario, la dimensión ambiental exige entonces comprender las limitaciones y potencialidades del escenario biofísico o ecosistémico en el que se desarrollan las actividades de producción, pero al mismo tiempo dicha dimensión implica una aproximación cultural a los grupos humanos, de manera que se puedan entender las trasformaciones de la naturaleza que han propiciado su capacidad adaptativa (León, 2014).

A raíz de las grandes hambrunas ocurridas en China e India, en los años sesenta los países industrializados diseñaron a nivel global un programa técnico, económico y administrativo denominado genéricamente Revolución verde y caracterizado, entre otros aspectos, por: aumento significativo en la producción y productividad, principalmente de monocultivos semestrales (cereales) mejorados genéticamente, alto uso de insumos de síntesis química y desarrollo de maquinaria agrícola especializada, con marcada incidencia ambiental, los procesos de comercialización, la concentración de la tierra y graves implicaciones en la salud de los productores. A nivel global, esta etapa coincidió con alzas sin precedentes en el costo y en el consumo de energías no renovables, ocasionando pérdidas económicas, desplazamiento de los pequeños productores y concentración de la propiedad (Núñez, 2005).

Méndez y Gliessman (2002) indican que la agroecología surgió como respuesta a los problemas de sustentabilidad y deterioro ambiental anteriormente mencionados. El uso contemporáneo del término “agroecología” data de los años setenta, pero la ciencia y práctica de la agricultura ecológica es tan antigua como el origen mismo de la agricultura (Altieri, 1999).

Por su parte, Gliessman (2001) sitúa el origen de la agroecología en la combinación de esfuerzos entre agrónomos y ecólogos, con la que se amplía la participación del componente social y se valoran los conocimientos tradicionales ancestrales y los saberes aprendidos.

Teóricos como León y Altieri (2010) consideran que la agroecología como ciencia tiene como objeto de estudio los agroecosistemas, y que analiza en ellos las interacciones ecológicas y culturales desde una mirada sistémica, siendo una expresión natural de las discusiones ambientales que han sido trasladadas al sector productivo primario (León, 2010b, 2014) (figura 1).

Figura 1. Esquema del concepto de agroecología


Fuente: elaboración propia con base en datos de León (2010a, 2014) y León y Altieri (2010).

Como se indicó previamente, el enfoque agroecológico considera a los agroecosistemas como su unidad de estudio y analiza los ciclos de los minerales, las transformaciones de la energía, los procesos biológicos y las relaciones socioeconómicas (Altieri, 2010; Altieri y Nicholls, 2008).

León (2014) los definió como:

El conjunto de relaciones e interacciones que suceden entre suelos, climas, plantas cultivadas, organismos de distintos niveles tróficos, plantas adventicias y grupos humanos en determinados espacios geográficos, cuando son enfocadas desde el punto de vista de sus flujos energéticos y de información, de sus ciclos materiales y de sus relaciones simbólicas, sociales, económicas y políticas, que se expresan en distintas formas tecnológicas de manejo dentro de contextos culturales específicos, tanto desde el punto de vista de las interacciones ecológicas como culturales. (p. 53)

La estructura de los agroecosistemas es una construcción sociocultural producto de la evolución del hombre con el resto de la naturaleza, cuyo dinamismo y complejidad se deben a su interacción con los factores ambientales. Su localización en un espacio geográfico es un factor que facilita su estudio (Altieri, 1999; León, 2014).

Caracterización agroecológica y resiliencia de sistemas citrícolas en el departamento del Meta, Colombia

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