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VII Primeros pasos (1929) 23 de enero de 1929. Mercedes

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Entre las Damas Apostólicas que trató Escrivá durante sus primeros años en Madrid hubo una –Mercedes Reyna1que falleció santamente el 23 de enero de 1929, dejándole una profunda huella espiritual.

Una religiosa, Amparo Muñoz, recuerda que Escrivá asistió:

Con absoluta devoción, a los últimos momentos de aquella mujer cuya entrega total al sufrimiento y al amor de Dios no dudó ni un instante [...]. Tuvo siempre conciencia de la santidad de esta mujer y la ayudó intensamente en su búsqueda de Dios. La entendió en el profundo silencio de su entrega, en la mortificación constante, en la humildad, en la unión con su amor crucificado. La entendió a pesar de lo original de su forma; a pesar de que el ánimo de don Josemaría barruntaba una entrega a Dios por caminos diferentes. La entendió con la apertura de los que saben distinguir la Presencia de Dios en un alma por encima de todos los matices2.

Anotó Escrivá en sus apuntes personales: «Recuerdo, a veces con cierto temor por si fue tentar a Dios u orgullo, que, estando moribunda Mercedes Reyna [...], sin haberlo pensado de antemano, se me ocurrió pedirle, como lo hice, lo siguiente: Mercedes, pida al Señor, desde el cielo, que si no he de ser un sacerdote, no bueno, ¡santo!, se me lleve joven, cuanto antes»3.

«Durante algún tiempo –sigue contando Muñoz–, don Josemaría tuvo en su poder el libro de Mercedes Reyna, aquel pequeño cuaderno en el que anotaba sus intuiciones de Dios, su silencio y su entrega. Posteriormente me lo dio a mí, por considerar justo que estas notas de un alma elegida quedaran dentro de nuestra Comunidad»4.

Una muestra de la devoción privada de Escrivá hacia esta religiosa es que, además de conservar su cinturón como reliquia –que a veces mostraba a los enfermos–, desde el 31 de julio al 8 de agosto de aquel año, acudió al cementerio para rezar el Rosario, de rodillas, ante su tumba, y pedirle que intercediera ante Dios por sus intenciones.

* * *

Durante aquel año su vida transcurrió como de costumbre, volcado en la atención de personas pobres y enfermas. Solo hubo un cambio exterior: el 4 de septiembre los Escrivá se trasladaron desde el piso de Fernando el Católico a una vivienda destinada al capellán del Patronato, en la calle José Marañón. La casa estaba pensada para que residiera una sola persona y pasaron bastantes estrechuras, pero se compensaban con el desahogo económico de no tener que pagar un alquiler.

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