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Un panorama de futuro

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¿Qué fin específico tenía esa movilización? ¿Poner en marcha obras asistenciales y solidarias? ¿Atender a los pobres más pobres? ¿Crear universidades, colegios y centros de enseñanza? ¿Luchar por grandes causas sociales, como la igualdad o la dignidad de la mujer?

No. Escrivá puso por escrito que no se pondría el acento en «comités, asambleas, encuentros, etc.»11. El fin era la entrega a Dios, el servicio a la Iglesia, la búsqueda de la santidad, no poner obstáculos al trabajo de Dios en cada alma; y eso exigía una atención personalizada en la formación cristiana de cada mujer, de cada hombre.

¿Y los problemas sociales, ante los que Escrivá era particularmente sensible? En su mente cada mujer, cada hombre debía dar su respuesta personal ante los problemas de la sociedad; y de modo particular ante los retos de la injusticia y la pobreza: pobreza material, moral y espiritual.

La respuesta de cada persona sería tan variada como las circunstancias familiares, sociales y profesionales en las que viviera. Como fruto de la gracia y de esas respuestas personales –consideraba Escrivá– surgirían en el futuro cientos de iniciativas en los ambientes sociales y profesionales más variados. Y Dios le daba una fe tan singular que parecía que las veía, que las tocaba.

Esos empeños apostólicos irían variando con el paso del tiempo, respondiendo a necesidades sociales y humanas que entonces ni siquiera se planteaban. Nacerían universidades, hospitales, ambulatorios, centros geriátricos, comedores sociales para personas en situación de crisis, iniciativas de enseñanza, proyectos asistenciales para los «últimos», ONG para la consecución de la paz o la lucha contra el paro, escuelas para la formación de empresarios, de obreros, de personas del medio rural; y un largo etcétera12.

Esa era la vivificación cristiana que debían llevar a cabo los bautizados en una sociedad en la que Cristo debía estar en la cumbre de las actividades humanas; es decir, en la cumbre del mundo de la cultura, del arte en sus expresiones más variadas, de la moda, del entretenimiento, del espectáculo, de la vida política, de las relaciones económicas, del deporte, de las comunicaciones, etc.

En su mente las actividades para la promoción de la justicia y la lucha contra la pobreza debía ser expresión del afán por identificarse con Cristo de cada persona que viviera ese espíritu13. Esa lucha, ese esfuerzo, no exigía que los cristianos «salieran de su sitio»: allí, en su hogar, en su trabajo, en su ambiente social, debían actuar con sentido de justicia y solidaridad, construyendo junto con las demás personas de buena voluntad –creyentes o no– una sociedad más humana.

Aquello, aún sin nombre, debía ser un camino para el encuentro personal con el Señor sin intimismos reductores y sin esa indiferencia ante la suerte material y espiritual de los demás que no es propia de un corazón unido a Jesucristo. Había que «darle la vuelta al mundo como un calcetín», decía, con frase gráfica.

A los que les mostraba este panorama –cuya formulación concreta fue precisando con el paso del tiempo– les sorprendía la seguridad –sin ser un visionario– con la que hablaba. Cuenta un amigo suyo, Castán Lacoma: «En alguna de aquellas ocasiones, entre los años 1929 y 1932, dimos varios paseos, a solas, conversando largamente [...]. Me habló de la fundación que el Señor le pedía [...]. Aunque decía que estaba trabajando para realizarla, me hablaba de todo como si fuese una cosa ya hecha: tal era la claridad con la que –ayudado por la gracia de Dios– la veía proyectada en el futuro»14.

Cara y cruz

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