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II ACLARAR MALENTENDIDOS Y ESTEREOTIPOS

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La figura de san José está llena de ambigüedades. Por un lado, es el buen esposo de María, el padre de Jesús, el trabajador. Los fieles le rinden especial cariño en su corazón. Millones y millones de personas de la cultura occidental -mundial- llevan el nombre de José. Cen­tenares de movimientos religiosos, tanto de personas consagradas a Dios, como de laicos en medio del mundo, tienen a san José como patrón. Ciudades, plazas, calles, puentes, hospitales, escuelas y, sobre todo, iglesias, llevan el nombre de san José. Lo llevamos en el paisaje de nuestra cultura, familiar y pública.

Por otro lado, san José es el prototipo de la persona que sólo ayu­da, silenciosa y anónima, cuya vida poco conocemos. Nadie sabe quién fue exactamente su padre, su madre, ni qué edad tenía cuando se desposó con María, ni cómo y cuándo murió. Es una sombra, aun­que bienhechora.

Al lado de las cosas altamente positivas ligadas a su persona, hay también versiones, clichés y malentendidos que, desde los primeros tiempos, especialmente a causa de los apócrifos, atravesaron los siglos y llegaron hasta nosotros.

Aunque esas versiones sean cuestionables, servirán de sustrato para el imaginario que se expresó en la pintura, en las artes plásticas y en la literatura. No se apartan de nuestros ojos las escenas idílicas del nacimiento y del pesebre, donde el Niño, recostado entre el buey y el asno, tiene a su lado a María y a José, inclinados y reverentes ante el misterio de la ternura divina. Del mismo modo, el buen ancianito que carga al niño Jesús en sus brazos y lo estrecha con cariño y asom­bro, pues sabe que carga un misterio.

Pero como queremos hacer una obra de reflexión crítica, actuali­zada y de teología creativa, sentimos la necesidad de limpiar previa­mente el terreno. Es necesario, por tanto, deshacer prejuicios y superar clichés incrustados en el imaginario cristiano. Es semejante al proceso de limpiar los ojos. No destruimos las lentes, sino las lavamos para poder ver mejor a través de ellas. Así, vamos a aprovechar al má­ximo la tradición de los apócrifos, por los fragmentos de verdad que contienen, pero también debemos reconocer sus límites y los desvíos que pueden ocasionar.

Muchos puntos aquí señalados serán aclarados a lo largo esta obra. Ahora sólo enumeramos los principales; así preparamos el campo para una reflexión más fluida después.

San José, la personificación del Padre

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