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4. ¿Había amor entre José y María?

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Otros preguntan: dada la singularidad de la relación existente en­tre José y María, ¿habría realmente amor entre ellos? Daremos una respuesta más detallada en el capítulo siguiente. Aquí nos con­tentaremos con la reflexión de un filósofo católico, de los más renom­brados del siglo XX, Jean Guitton. En su libro La Vierge Marie reflexiona de manera tan convincente que nos ahorra muchas pala­bras:

En general nos hacen creer que María no amó a José realmente. Mds bien encontró en él un protector, una especie de sombra que encubría a los ojos de los otros lo que estaba sucediendo en su seno. De manera seme­jante también nos hacen creer que José amaba a María como un patriar­ca ama una criatura que le ha sido confiada. Si así fuere efectivamente el amor no habría tenido lugar en la vida de ellos. Pero preguntamos: ¿por qué razón no habría amado José? ¿Por qué no habría correspondido al amor de María? ¿No habría sentido también él la necesidad de cariño, en las tardes tranquilas, al volver cansado del trabajo? ¿No respondió al amor con amor? Sí, José experimentó el amor en una forma absoluta­mente inexpresable, faerte como los torrentes de las montañas, tranquilo y suave como un lago sereno y con el frescor del agua de una fuente cristafina. El amor del hombre se amolda al amor de la mujer, que, como há­bil educadora, le modera el impulso para que se transforme en cuidado y ternura, que lo hace capaz de recibir y dar. El amor de María y de José en la casa de Nazaret es semejante al amor de Adán y Eva en el paraíso terrenal, antes de la caída. En un momento, en la primera mañana del mundo, surgió el amor entre Adán y Eva. Así ocurrió también entre José y María3.

Ellos se veían como criaturas humanas y no como semidioses. Todo lo que es realmente humano, como el amor, el afecto y la ter­nura, podía aflorar en ellos. Podemos imaginar sus diálogos acerca del misterio que estaba ocurriendo en María. Y la curiosidad: ¿qué va a pasar con el niño? ¿Cómo será él la "alegría para todo el pueblo" o el ''signo de contradicción? (Lc 2, 34). ¿Qué quiere decir que será Emma­nuel ("Dios con nosotros") y Jesús ("Dios que salva!)? Y se llenaban de respeto mutuo, al sentirse implicados en una historia que ellos no habían inventado ni estaban en condiciones de controlar y, sin em­bargo, acogían con unción y reverencia, aunque sin entender todos los detalles; lo que, según el evangelista san Lucas (cf 2, 51), les servía de reflexión y meditación.

La virginidad perpetua de María depende de la aceptación y del apoyo de José. Eso no significa que no hubiese cariño e intimidad en­tre los dos. El cardenal León- Joseph Suenens, una de las figuras cen­trales del Concilio Vaticano II (1962-1965) y eminente teólogo, dice tal vez con un pequeño acento de exaltación:

En el corazón de esta familia de Nazaret existe una mujer, María, y su esposo, José. Su unión realiza la plenitud del amor terreno. María amó a José como tal vez ninguna otra mujer haya amado. José era para ella una permanente alegría. Ambos se aman plenamente y en perfecta sinto­nía con el llamamiento que habían recibido. La renuncia a tener hijos, además de Jesús, no representa ningún obstáculo para el amor, al contra­rio, lo eleva y fortalece. María alcanzó solamente con José, su esposo, la plena intimidad. José vio en María sólo una criatura humana y como tal la acogió. Con ella conoció una intimidad sin precedentes, la intimi­dad del amor que es tan grande como el mundo4.

Pero seamos realistas: las tensiones, los pequeños disgustos en la lucha cotidiana y en el desarrollo de la confianza, son propios de la condición humana. Así debe haber ocurrido en las relaciones de José y María. Si no, ¿cómo se hubiera profundizado su unión? ¿Cómo se hubieran fortalecido sus virtudes? Las limitaciones de la fragilidad humana son ocasiones de purificación y maduración.

Nuestra cultura dominante, envenenada por un erotismo exacer­bado y comercial, difícilmente entiende las afirmaciones que hicimos acerca del amor entre José y María. Ha reducido el amor y sus múlti­ples formas de realización. Asocia tan estrechamente amor y sexuali­dad-genitalidad que se ha hecho incapaz de entender un amor que vaya más allá de esa forma de expresarse. Eso no sólo con respecto a José y a María, sino también con respecto a parejas de ancianos o per­sonas que se unen profundamente en un nivel espiritual. Y así no en­tiende o mal entiende el amor entre dos personas de excepcional grandeza humana y ética como María y José.

De cualquier modo, podemos imaginar la fuerza y la dulzura, la ternura y el vigor que mostraba el papá José a Jesús, su hijo. José, como todo papá toma tiernamente a su hijo, lo levanta hasta su ros­tro, lo llena de besos, le dice palabras dulces, lo arrulla con movi­mientos suaves. Cuando ya ha crecido lo carga en sus espaldas, juega con él en el suelo; como carpintero le hace juguetes de madera, carri­tos, ovejitas, vaquitas, bueyes. Todo adolescente necesita un modelo con quien compararse, en quien sentir firmeza y seguridad, experi­mentar sus limitaciones y capacidades y, al mismo tiempo, dulzura y ternura. José asumió la función psíquica de Edipo que acoge e impo­ne límites, que tiene sentido de autoridad y obliga a madurar.

San José, la personificación del Padre

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