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l. José, ¿un hombre sin mujer?

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En primer lugar, no son pocos los que muestran extrañeza ante la situación singular de san José. Dicen: José es un hombre sin mujer, María una mujer sin hombre y Jesús un niño sin padre.

A éstos hemos de recordar que los textos del Nuevo Testamento afirman claramente que José tiene su mujer (cf Mt 1, 20.24), fue pri­mero novio (cf Mt 1, 18; Lc 1, 27) y después esposo (cf Mt 1, 16.19).

Era el hombre de María (cf Mt 1, 16. 18. 20. 24; Lc 1, 27; 2, 5), su único esposo.

María tuvo su hombre, José, su novio y marido (cf Mt 1, 16.19). Vi­vieron juntos (cf Mt 1, 24) y moraron en Nazaret (cf Mt 2, 23). Por eso, no obstante la concepción virginal y la virginidad preservada de María (Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), los evangelios no dudan en llamar a José es­ poso de María ya María esposa de José (cf Mt 1, 16. 18-20; Lc 1, 27).

El hijo de María se convierte también en hijo de José, en razón del vínculo matrimonial que los une. Por eso los evangelios lo reconocen como el hijo de José (cfLc 3, 23; 4, 22b; Jn 1, 45; 6, 42) o el hijo del carpintero (cf Mt 13, 55), de quien aprendió la profesión, pues tam­bién lo llaman carpintero.

Constituyen una sola familia, que está presente y unida con oca­sión del nacimiento de Jesús; que experimenta el temor de la mortal persecución de Herodes, que quería sacrificar a los niños de la región de Belén, donde nació Jesús; que pasaron juntos por las amarguras de una huida apresurada a Egipto; que volvieron después de allí y fue­ron, literalmente, a esconderse a Nazaret, porque Arquelao, hijo de Herodes, reinaba en Judea y, tan sanguinario como su padre, podría querer todavía matar al niño Jesús.

En esa pequeña villa, como todos los padres piadosos, cumplen también con los ritos de la purificación, de la circuncisión y de la presentación en el Templo, inician al hijo en las fiestas sagradas y se afligen, juntos, cuando el Niño, de 12 años, no se incorpora a la ca­ravana para regresar a Nazaret y se entretiene en el Templo.

El hecho de la gravidez, misteriosa por ser obra del Espíritu Santo y no de José, no impide que haya una familia. Hay una visión pobre y re­duccionista que, cuando piensa en familia, piensa sólo en la cama de la pareja, como si la sexualidad fuese todo en la vida de una familia. Desde el punto de vista más global, pensando en todos los elementos que hacen una vida de pareja, especialmente el mutuo compromiso y la responsabi­lidad compartida, María y José forman una auténtica familia. Los bienes son comunes, común el estilo de vida, comunes las preocupaciones, co­mún la responsabilidad de educar al hijo1. José, por tanto, no es padre por casualidad; tampoco María es madre por accidente.

San José, la personificación del Padre

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