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PREFACIO

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Cinco veces aparece la palabra sueño en el Nuevo Testamento y de ellas cuatro se refieren a José, quien, convencido por un ángel, hace lo contrario de lo que estaba pensando.

No abandones a tu mujer. José, por supuesto, podía pensar cosas como ésta: "¿Qué van a pensar los vecinos?"

Vete a Egipto. "Pero ya me he establecido aquí como carpintero, tengo mi clientela, ¿cómo voy a abandonar todo ahora?"

Regresa de Egipto. El santo José pudo haber pensado de nuevo: "¿Otra vez, ahora que he logrado organizar mi vida y tengo una familia que mantener?"

Al contrario de lo que el sentido común aconseja, José sigue sus sueños. Sabe que tiene un destino que cumplir: proteger y sostener a su familia. Como millones de Josés anónimos, procura cumplir su tarea, aunque para ello tenga que seguir sueños ininteligibles para él. Más tarde, tanto la mujer como uno de los hijos se transforman en las grandes referencias del cristianismo. El tercer pilar de la familia, el obrero, sólo es recordado en los pesebres navideños, o por quien le tiene una especial devoción, como es mi caso y como es también el caso de Leonardo Boff.

Un libro sobre José es, por tanto, una bendición. Muestra al obre­ro, al padre, al hombre que sigue sueños, a quien provee el pan para que su hijo pueda consagrarlo. El revolucionario que acepta ser guia­do por el mundo invisible. El protector y el maestro, porque, sin los valores familiares inculcados por él, toda la historia podría haber sido diferente.

He leído aberraciones como ésta: "Jesús estuvo en la India para aprender de los maestros del Himalaya". Para mí, todo hombre aprende en la tarea que la vida le depara. Jesús aprendió mientras ha­cía mesas, sillas y camas. En el camino de las personas comunes en­contramos todas las lecciones que Dios nos da todos los días. Basta incluir la palabra amor en la lucha diaria y ésta se transforma en un oficio sagrado.

En mi imaginario, me gusta pensar que la mesa en la que Jesús consagró el pan y el vino habría sido hecha por José, porque allí esta­ría la mano de un carpintero anónimo, que se ganaba la vida con el sudor de su rostro y, justamente a causa de eso, permitía que los mila­gros se manifestasen.

Paulo Coelho

San José, la personificación del Padre

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