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3. José, ¿anciano y viudo?

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Otros imaginan a María como una especie de hermana en un con­vento de monjas de clausura. José sería más su guardián y protector que esposo, un patriarca anciano, canoso y con barbas blancas, que lleva al niño Jesús en un brazo, y un ramo de lirios, que simboliza su castidad, en el otro.

Estas imágenes no tienen base en los evangelios. Proceden de la imaginación, a veces fantástica, de los evangelios apócrifos, que re­presentan la teología popular de los estratos cristianos no letrados de los primeros siglos. Veremos todo esto con detalle en uno de los capí­tulos de este libro.

María aparece en los evangelios como una mujer piadosa, que dice al ángel "sí, hágase" (Lc 1, 38) y se siente sierva ante el ofrecimiento de Dios. Pero al mismo tiempo es la mujer fuerte, cuyo atrevido discurso del canto del Magníficat podría parecer más bien una proclamación re­volucionaria para un comicio político popular. Tiene la valentía de hablar del Dios que "despojó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes, llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías" (Lc 1, 52.53). En fin, una mujer que enfrentó el riesgo de la muerte de su bebé a manos del cruel Herodes y por eso tuvo que huir al exilio, con todos los peligros que tal fuga implicaba.

José corre el riesgo de la maledicencia al tomar consigo a María, su novia, ya grávida por el Espíritu Santo. Tiene el valor de actuar con­tra el sentir común de la gente y llevarla a su casa (cf Mt 1, 24). Asu­me las funciones propias del padre que asiste en el nacimiento, que toma la iniciativa de huir a Egipto y elige el momento de volver, que junto con su esposa hace lo que todo padre educador hacía con res­pecto a los deberes religiosos, que se preocupa por la pérdida del hijo. Todas estas cosas tienen que ver más con un padre comprometido se­riamente en su misión familiar que con un simple protector y celoso proveedor.

Con respecto a las barbas, a las canas blancas y a la edad, los evan­gelios, no dan ninguna pista que pueda sugerir la edad de José. Fue­ron los evangelios apócrifos, surgidos trescientos o cuatrocientos años después, los que inventaron la edad de José. Hemos de tener en cuenta el contexto en que fueron escritos: las preocupaciones apolo­géticas por justificar la existencia de hermanos y hermanas de Jesús de que hablan los evangelios --que serían entonces fruto de un primer matrimonio- y la necesidad de defender la virginidad de María, atestiguada también por los evangelistas.

En función de esta perspectiva, los apócrifos presentan un José viudo y anciano, pero tan anciano que, por impotencia, no pondría en riesgo, aunque quisiese, la virginidad de María. El libro apócrifo La historia de José el carpintero habla, como veremos más adelante, de un primer matrimonio de José a los cuarenta años. Vivió con su pri­mera mujer cerca de 49 años y tuvo con ella hijos e hijas (las "herma­nas" y los "hermanos" de Jesús). Solamente a la edad de 93 años se habría casado con María y habría vivido con ella 18 años. Habría muerto, pues, a los 111 años de edad, sumados todos los años. Tales afirmaciones sólo tienen fundamento en la imaginación piadosa.

Lo que sabemos bien es que, de acuerdo con la tradición judaica, un hombre se solía casar de verdad, es decir, comenzaba a cohabitar con la mujer a partir de los 18 años. Según esa tradición, José tendría esa edad, un poco más o un poco menos, cuando resolvió vivir con María.

Nada se dice sobre si era viudo o viejo. Esa presunción es posterior; proviene de los apócrifos, por las razones aducidas anteriormen­te. Consiguientemente, debemos imaginar a José como padre joven, entre los 18 y 20 años2. Como veremos después, la expresión herma­nosy hermanas no se ha de entender necesariamente como la entende­mos hoy, como hermanos y hermanas por la sangre. En la manera judaica de entender la familia ampliada, los primos y parientes cerca­nos eran llamados y tenidos como hermanos y hermanas.

Lucas y Mateo, los evangelistas que nos narran algo de la infancia de Jesús, nada nos dicen acerca de la muerte de José. Lo cierto es que en ningún momento de la vida pública de Jesús, comenzada cuando él tenía alrededor de treinta años de edad, de acuerdo con la informa­ción de san Lucas (cf 3, 23), apareció José en público al lado de Jesús. La última vez fue cuando Jesús, a la edad de 12 años (acercándose ya a la edad adulta que era a los 13), fue con sus padres al Templo de Jeru­salén, ocasión en que se quedó allí mientras la caravana de Nazaret emprendía el regreso. José y María lo encuentran y manifiestan su pe­sadumbre. Después de eso, la figura de José desaparece totalmente. Se presume que habría muerto por esa época o un poco posterior­ mente. La expectativa de vida de un ciudadano romano o judío en aquella época era de 22 años aproximadamente. José debe haber pa­sado esa barrera común.

También es seguro que José no estuvo al pie de la cruz, como estu­vieron María, otras mujeres y Juan. El hecho de que, en la cruz, Jesús haya pedido al apóstol Juan tomar a María bajo su cuidado (Jn 19, 27) nos revela que José ya no vivía.

San José, la personificación del Padre

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