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Si le hubiérais conocido hace ocho años... no le conoceríais ahora.

¿Veis esa cabeza rapada á punta de tijera, aunque el diccionario entiende que sólo se puede rapar á navaja? Pues hace ocho años era enmarañada selva de ébano.

¿Veis esos insignificantes ojos á que unos lentes de cristal de roca quitan toda expresión y dan estoica serenidad, irritante audacia? Pues eran hace ocho años llamaradas de un incendio que ardía en el corazón de Pablo.

Pablo tiene veintiocho años y es agente de bolsa.

Hace ocho años tenía veinte y era soñador de oficio.

Á los veinte años Pablo era pagano, como el santo de su nombre. Mirando á las estrellas del cielo, á las olas del mar, á las hojas del bosque, á las espigas de las llanuras, lloraba de repente sin saber por qué, y era feliz en medio de penas sin nombre y sin cuento.

De cada amapola que veía en un campo de trigo se enamoraba perdidamente, y se tenía por un ingrato sin corazón, si de una sola llegaba á olvidarse. Cada vez que el sol se ponía, despedíale Pablo con lágrimas en los ojos. Cuando en sus paseos solitarios por la campiña encontraba á un pastor que le pedía fuego para encender tabaco envuelto en una hoja de maíz, Pablo entablaba conversación con él, y al alejarse para siempre de aquel desconocido sentía que “se le partía el corazón.”

Comprenderá el lector que vivir así era imposible.

Tanto más cuanto que Pablo no tenía sobre qué caerse muerto... ni vivo.

Un día, su señor tío don Pantaleón de los Pantalones tosió tres veces consecutivas delante de su sobrino Pablo, que le estaba comiendo un lado, según aseguraba el tío hiperbólicamente.

El discurso estaba á la vuelta y sobrevino, que el mal nunca se anuncia en balde.

—Pablo—dijo don Pantaleón—esto no puede seguir así.

Pablo suspiró.

—Esto no puede seguir—prosiguió el tío—porque tú ya tienes más de veinte años y no piensas en hacerte hombre, es decir, en hacerte hombre en la verdadera acepción de la palabra, hombre rico, porque el llamar hombres á los demás es una corruptela del lenguaje. Yo te veo muy ocupado en pensar si habrá ó no habrá habitantes en los demás planetas, y sé que tienes escritos muy concienzudos trabajos acerca de la naturaleza de lo bello. Todo eso será muy bonito, muy interplanetario, pero no tiene sentido común. Figúrate que yo aprieto los cordones de la bolsa. ¿Qué harás tú en adelante? ¿Te comerás la vía láctea, ó el concepto de lo sublime? Estás muy empingorotado y es necesario que bajes á la vida real para alternar con los semejantes. En una palabra, te voy á hacer tenedor de libros.

Ésta es ocasión de decir que Pablo amaba á Restituta con una pasión sin freno, como el huracán; sin medida, como el océano; sin pies ni cabeza, como la política española.

Restituta debió empezar por no llamarse Restituta. ¿Á qué venía ese nombre en participio pasado y casi en latín?

Sin embargo, esta contrariedad léxica no desorientó á Pablo.

No era lo peor que Restituta se llamase Restituta, sino que además se llamaba Andana.

Muy buenos versos hacía Pablo; pero la niña, que había leído el Romancero de la Guerra de África escrito en verso por Eduardo Bustillo, había perdido el gusto en materia de versos.

Pablo era predominantemente subjetivo, como dicen en el Ateneo, sección de literatura; y Restituta era aficionada á lo épico hasta el punto de llegar á casarse con un capitán de cazadores en situación de reemplazo.

El mismo día en que el capitán pidió al padre de Restituta la mano de su hija, don Pantaleón de los Pantalones le pidió para Pablo una plaza de tenedor vacante en su establecimiento de paños y tejidos.

He aquí los versos que escribió Pablo con motivo de este segundo acontecimiento:

“El amor caminaba desnudo entre rosas y suavísimo césped; las brisas y las auras juguetonas le acariciaban. Cuando era esto no había telares en el mundo, ni se desnudaba á los animales de sus pieles para vestir al lobo humano.

“El amor, anda que te andarás, llegó á las breñas, halló angosto el camino y lleno de zarzas, cardos y espinas; á los primeros pasos vertió lágrimas de dolor; pero esperaba que volvieran las flores y sufrió las heridas de los abrojos resignado. Siguió andando y las rosas no volvieron á aparecer; las espinas de las zarzas eran cada vez más y más agudas. El amor iba hecho un San Lázaro. Entonces se detuvo; sembró lino en derredor, no sin desbrozar antes la tierra; inventó la lanzadera, el telar, todo lo que le hizo falta para fabricar tela; probó á andar otra vez, vestido de flotante túnica, pero la vida sedentaria le había hecho poltrón, afeminado, y las heridas de los abrojos le lastimaban más que cuando caminaba desnudo. Fué preciso fabricar el paño, hizo trampas para cazar animales; despellejó, curtió, tundió y se vistió de señorito. La ley de las salidas le aconsejó que trabajara en grande; el espíritu industrial se apoderó del amor, trabajó para afuera y tuvo que aprender la teneduría de libros. Cuando la razón social ‘Amor y Compañía’ se hizo respetable en todos los mercados, el amor probó de nuevo á emprender el viaje, y grande y agradable fué su sorpresa al ver que las espinas y los cardos y las breñas habían desaparecido. El camino era otra vez de rosas y suavísimo césped: las brisas y las auras acariciaban al viajero. Todo volvía á ser como al principio. No hubo más sino que, al pasar junto á una fuente, el amor se miró en sus aguas y vió que no era él mismo, ni cosa parecida. Desde aquel día el amor busca al amor y no parece.”

Lo primero que le extrañará al lector en esta poesía será el que esté escrita en prosa; ¿es que hay poesía en prosa, como pretende el Sr. Vidart? Nada de eso; lo que hay es que yo he traducido estos versos, escritos en alemán, en prosa castellana. Pablo, que había estudiado mucho cuando anduvo desnudo, escribía sus poesías íntimas en alemán con regular corrección.

Pero después de hacer ésta, ni en alemán ni otra lengua alguna, ni viva, ni muerta, volvió á encontrar consonantes, como no fuera por casualidad.

Esta poesía hizo crisis en el alma de Pablo, que desde aquel día empezó á ser hombre en la verdadera acepción de la palabra.

El señor de los Pantalones veía con asombro y con alegría que en las cuentas de su sobrino las sumas eran fiel representación del conjunto de los sumandos, y que ni por casualidad era un cociente mayor que el dividendo en las divisiones de Pablo. En los libros diarios no había raspaduras, ni al margen escollos rítmicos, ni suspirillos germánicos.

Doctor Sutilis (Cuentos)

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