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II

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El capitán de cazadores, ¿cómo ocultarlo?, no era poeta; y para ser hombre en la verdadera acepción de la palabra, le faltaba medio escalafón. En la lista de los capitanes estaba como el alma de Garibay, muy lejos de ambas orillas, como un náufrago en las soledades del océano; si se miraba para atrás se veía que el bueno de don Suero de Quiñones debió ponerse las tres estrellas próximamente cuando el Gran Capitán, y si se miraba hacia adelante, se adivinaba que don Suero pondría galones en la bocamanga cuando ya fuese un hecho la paz perpetua.

Pero nada de esto inquietaba al principio á Restituta, quien confiada, como los economistas, esperaba que las causas represivas vinieran á mermar la clase de capitanes y á reducir considerablemente la población, por consecuencia.

Quiñones era un guapo mozo y Restituta le había amado por espíritu de cuerpo; porque Restituta, en el fondo del alma, era una mujer de infantería. Había nacido para casarse con un capitán del arma.

Ni por un momento se le ocurrió á Pablo hacer la competencia á un rival que tenía fuero privilegiado. Se dió por vencido desde la primera formación en que vió Restituta á don Suero.

Sea dicho en honor de Pablo, Restituta no había dejado de dar pábulo algunas veces á la pasión del mísero soñador. La niña no quería para sí aquel sonámbulo, incapaz de coger cotufas en el golfo; pero se había acostumbrado á verle padecer, languidecer, callar y llorar en silencio.

Es más, y esto sea dicho en honor de Restituta, la muchacha solía ir muy callandito al cuarto de Pablo. (Aquí debo advertir que eran parientes y vivían largas temporadas bajo el mismo techo).

¿Qué hacía Restituta en el cuarto de su desdeñado amador?

Revolver los cajones de la mesa, sacar papeles, leerlos, ponerse colorada, quedarse pensativa, soltar luego una carcajada, guardar todo aquello y echar á correr.

Pocos días antes de ascender Restituta á capitana, Pablo, por casualidad, la vió en su propia habitación entregada á las curiosidades que quedan apuntadas. Pablo, que acababa de escribir la poesía alemana que va unida á los autos, estuvo á punto de sentir amor usque ad mortem. El corazón ya lo tenía en la garganta; pero se dió un golpecito en la nuez, tragó saliva y volvieron las cosas á su sitio. Restituta no supo que su primo la había visto revolverle los papeles.

El primo, que otras veces se pasaba semanas y meses rumiando indicios, atisbos, asomos de simpatía que creía ver en la prima, esta vez no quiso sacar consecuencias de lo que había presenciado, no pensó en ello, es decir, no reflexionó sobre ello, no lo saboreó. Se limitó á consignar el hecho en el libro mayor bajo aquellas letras que dicen Debe.

Doctor Sutilis (Cuentos)

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