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III

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Un capitán de cazadores tiene poco que aprender.

Evitemos la anfibología; no quiero decir que él, el capitán, tenga poco que aprender, porque ya lo sepa casi todo; he querido decir que á don Suero de Quiñones su mujer se lo supo muy pronto de memoria.

Á los maridos, especialmente á los maridos capitanes, les sucede lo que á la Naturaleza, son bellos per troppo variar. Don Suero fué bello y vario mientras no agotó las combinaciones posibles de su indumentaria: de paisano, de uniforme, de gala con uniforme, de levita de campaña, de gorra de cuartel, de ruso, y pare usted de contar. No había más. Restituta, después que se sació de ver todo esto, y no tardó mucho, quiso penetrar en los subterráneos del alma. Quiñones no tenía subterráneos. Su alma era una casamata á prueba de bomba y de psicologías. No tenía ideales muertos ni vivos: no tenía más ideal que el empleo inmediato superior.

En el entretanto, el tenedor de libros leía á ratos perdidos la Fisiología del matrimonio, no para tomar las lucubraciones de Balzac al pie de la letra, sino como aperitivo para las propias reflexiones.

Si le hubiérais visto, como Restituta le veía, con el tomo entre las manos, la cabeza inclinada y los ojos fijos en el suelo con mirada oblicua y llena de maligna expresión, si le hubiérais visto entonces morderse las uñas y como volviendo en sí mirar alrededor asustado y luego volver á la lectura, tal vez hubiéseis sentido la extraña curiosidad que sentía la prima, aunque en vosotros no fuese tan vehemente y misteriosa.

El padre de Restituta, Quiñones, Restituta y don Pantaleón, todos cuatro convenían en este punto: que Pablo estaba sufriendo una extraña (y saludable añadía el de los Pantalones) cuanto inesperada transformación.

El padre de la prima se alegraba por las ventajas que para su comercio tenía la buena administración de los libros. Don Pantaleón no es necesario decir por qué se alegraba; y Don Suero, desinteresadamente, participaba del contento general, por esa extraña atracción del abismo de que nos hablan los poetas y que tanto debieran meditar los maridos.

Restituta no se alegraba; se limitaba á sentir mucha curiosidad. Pero ¡ah! lo que es curiosidad, mucha.

Doctor Sutilis (Cuentos)

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