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VI

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Dicho y hecho.

Yo no tengo la culpa. Ni ellos tampoco. Restituta comenzó á comprender el amor puro, ideal, cuando la Naturaleza—natura naturans—ya había satisfecho sus primeras necesidades, cuando Quiñones no tuvo más uniformes que vestir y cuando las tinieblas caliginosas dieron paso en el cerebro de la hermosa niña á un poco de luz.

Porque Restituta era todavía muy joven cuando sucedió la escena de la glorieta. Veinticuatro años. Es cuando una mujer puede entender algo de los desengaños y gozar esa melancólica y poética perspectiva de los recuerdos, de la cual Dios libre, lector, á tu mujer, si la tienes. Amén.

En cuanto á Pablo, preciso es confesar que se portó como un bellaco, y como un cobarde primero.

Fué cobarde porque, ya que había nacido soñador, idealista, debió afrontar las desastrosas consecuencias de su vocación y de su carácter.

Fué bellaco porque no recitó delante de Restituta su última poesía íntegra. ¿Por qué no dijo, como era la verdad, que el amor al mirarse en la fuente no se había conocido?

¿Por qué no confesó que al tener entre los brazos el sueño cuajado en realidad, ó aquella mujer adorada en la primera juventud... sólo había sentido el placer de la venganza y del orgullo satisfechos?

Y ¡oh vergüenza! debió confesar también que á la segunda cita no acudió, sino muy tarde, porque sus deberes de agente le llevaron á la Bolsa.

Sí; fué cobarde, fué bellaco... pero fué agudo, fué sutil.

Oyó en los labios de su tío don Pantaleón de los Pantalones, que era tan bruto, las palabras de la sabiduría.

Amaba el ideal y le recordaron los dolores que acarrea. Huyó á tiempo del precipicio.

Si hubiese seguido soñando le hubieran sucedido las siguientes desgracias, alguna de ellas por lo menos:

1.ª. Morirse de hambre tarde ó temprano.

2.ª. Suponiendo que el hambre no hubiese sido puñalada de pícaro, su prima le hubiera martirizado durante toda la vida, porque el señuelo del desdén fué sin duda lo que la atrajo (ahora que ella no lo oye), y

3.ª. Dado que la prima se hubiese rendido, de todos modos, ¡qué amarga felicidad no hubiera traído consigo el amor adúltero al alma enamorada del pobre soñador!

No, y mil veces no. Pablo se convirtió de veras, perdió los sueños y el amor, dejó los versos y la poesía, y sólo fingió amor, sueños, poesía, versos, cuando sus planes lo exigieron.

Gozaba poco, es verdad, Pablo el convertido, pero no padecía nada.

Aquel amante podía exclamar: nada se ha perdido más que el amor.

Poetas de imitación, que buscais dolores íntimos para cantar endechas y publicar vuestras penas, si encuentran editor, no despreciéis á mi Pablo, no le tengais por menos que vosotros. Fué desertor del ideal, huyó de los ensueños dolorosos porque los sintió de veras... y según dicen los inteligentes, cuando se ama muy de veras se padece mucho.

Doctor Sutilis (Cuentos)

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