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El retrato 86

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Tácito se ha ganado una reputación de moralista y psicólogo por la pintura de las emociones colectivas y por los retratos de los protagonistas de sus historias. Y dicha pintura aparece bajo la forma de toques o pinceladas insertas en el discurso narrativo 87 o a través de lo que Aubrion denomina «retratosmedallones», cuya técnica ya había sido establecida por Salustio. Los retratos sirven para subrayar el papel de los retratados como agentes de los sucesos que se estén narrando o para ilustrar la conducta humana, tanto la positiva como la negativa. Los historiadores antiguos solían introducir retratos literarios de los personajes más importantes, cuando entraban en escena o cuando fallecían. Y existía sin duda una cierta relación entre el lugar de los retratos y la estructura de la obra, normalmente al principio o al final del discurso narrativo. Salustio fue un maestro consumado del arte de retratar con certeras pinceladas a Catilina, Sempronia, César, Catón, Mario o Sila 88 , más reales y directos que los retratos difusos de Aníbal o Catón el Viejo por parte de Tito Livio 89 . Tácito en este sentido es fiel seguidor de Salustio y, por ejemplo, los retratos de Sejano y Popea Sabina (Anales IV 1; XIII 45) fueron modelados a partir de los de Catilina y Sempronia (Conjuración de Catilina V; XXV) 90 .

Los retratos respondían a la teoría de los manuales de retórica 91 , aunque tanto Salustio como Tácito se apartan de fórmulas meramente escolares. Con todo, los tópicos del encomio o laudatio (retrato positivo) y la vituperatio (retrato negativo) están presentes por doquier 92 : origen del personaje, vigor físico (corpus) , energía moral (animus) , educación y formación, desarrollo de las cualidades del cuerpo, desarrollo de las disposiciones del alma, relación con la sociedad que le rodea. En la forma, los retratos de Tácito destacan por el uso de la antítesis, la brevitas , las frases nominales, el empleo de frases lapidarias. Y, en el fondo, Tácito explota más los aspectos psicólogicos que los físicos de sus personajes.

En las Historias , en las que abundan más los «retratos-medallones» o directos que los indirectos, aparecen los siguientes: Muciano (I 10, 1-2), Tito Vinio (I 48, 3-7), Antonio Primo (II 86, 2-4), Fabio Valente (III 62, 4-7), Helvidio Prisco (IV 5). Se encuentran también los retratos compuestos, en los que se describe a un personaje por oposición a otro, también descrito, en forma de sýncrisis 93 o yuxtaposición de personalidades, como son los casos de Muciano y Vespasiano (II 4, 4; 5, 1-2), Cécina y Valente (II 30, 2-3) u Otón y Vitelio (II 31).

Los historiadores aprovechaban el fallecimiento de sus personajes para dedicarles una necrológica u obituario, en los que se retrataban sus virtudes y/o sus vicios. Servían como una especie de paréntesis en el discurso narrativo 94 , aunque colocados en lugares importantes dentro de la estructura narrativa. Son los casos de los emperadores Galba (I 49), Otón (II 50) y Vitelio (III 86, 1-2) y de Flavio Sabino, hermano de Vespasiano (III 75, 1-2), además de las noticias necrológicas de Pisón (I 48, 1) y Tito Vinio (I 48, 1-2), de Junio Bleso (III 39, 2) y de Valente (III 62, 2).

El obituario de Galba (I 49) presenta una estructura típicamente retórica que se repite en todas las notas necrológicas imperiales: a) origen, nobleza, físico, carrera política (corpus ); b) características psíquicas (animus) . Y el fondo fue descrito por una serie de antítesis en la forma, para acabar con el famoso epigrama, ya citado, con el que concluye el retrato: omnium consensu capax imperii, nisi imperasset . Otras necrológicas sirven para ilustrar la lealtad o deslealtad de algunos personajes, como la deslealtad de Fabio Valente (III 62, 3) o los servicios al Estado de Flavio Sabino (III 75, 1-2).

También merecieron una especie de obituario lugares como la ciudad de Cremona tras su asedio, saqueo y destrucción (III 34) y el incendio del Capitolio (III 72), «el desastre más lamentable y vergonzoso que sufrió el Estado del pueblo romano desde la fundación de Roma».

Historias. Libros I-II

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