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La “cama de Procusto” o el “ideal del yo”

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Procusto fue un bandido que asaltaba caminantes en la cercanía del oráculo de Delfi y quien fue muerto por Teseo, luego de someterlo a la misma tortura que él utilizaba con sus víctimas. También conocido como Polidemo, Procusto secuestraba visitantes para robarles y les prometía la libertad a cambio de que probaran si conformaban con las dimensiones de una cama específica, la cual él mismo había fabricado, que podía cambiar de longitud según la conveniencia, y por lo tanto nunca coincidía con el tamaño de la víctima, quien entonces debía ser o “alargada” o “recortada” según la necesidad.

Al igual que Procusto, el “ideal del yo” ofrece al yo “un modelo” ideal, al cual debe someterse y continuamente intentar conformar, pero sin poder lograrlo nunca, resultando por lo tanto una condición imposible y torturante donde no se logra ni zafarse de la demanda ni convertirse en el modelo. Este objeto superyoico, proyectado en el analista, es sentido como una forma de exigencia que condiciona el escenario de un “falso self” –al que he dedicado un capítulo en este libro– es decir, induce una continua dialéctica entre los extremos de un “self complaciente” y de un “self negativista”.

La condición del modelo impuesto por el ideal del yo es sentida en la transferencia como la necesidad de estar continuamente sometido a un “examen” o evaluación que siempre se va a reprobar, como si el libre albedrío de ese individuo estuviese bajo el dominio de un poder superior, por lo general proyectado en la transferencia. Representa un amor condicionado a ciertos requisitos idealizados, como los que existen en la evaluación de un objeto inanimado: esta silla es valiosa porque es antigua, hermosa, cómoda, etcétera; o, por el contrario, la botaré porque es vieja, está rota, no sirve, etcétera. No existe por lo tanto la incondicionalidad que debe privar en la relación con una persona animada o viva: obviamente no nos deshacemos de la abuela porque ya está vieja. Otra confusión frecuente y consecuencia de lo anterior es la intención de comparar una persona con otra, como que no existiese una noción de identidad o mismidad que permite a los seres vivos sentirse únicos. Al comparar personas se está ignorando la noción de identidad, unicidad o individualidad (no dividido) propia de los humanos, lo cual no impide que no sea bastante frecuente y a lo que podríamos referirnos como el “síndrome del espejo de la madrastra de Blanca Nieves”.

Leslie, una paciente de 42 años, comienza la sesión casi siempre con un recuento de las cosas “buenas” que ella siente ha logrado, como si lentamente fuera acercándose, aunque sin poder lograrlo, a un modelo imaginario idealizado, que supone se le está exigiendo y que ella trata de conformar. Siento que intenta apaciguar a un elemento perseguidor proyectado, al cual le muestra que todo “está bien”. Con frecuencia busca continuar con el “tema” tratado en la sesión anterior, como si el tiempo entre una y otra no hubiese transcurrido; otras veces dice no saber que decir o permanece en silencio por varios minutos. Al lado de un falso self complaciente manifiesto, existe otro oculto, del cual por lo general no se habla, totalmente opuesto al complaciente, un falso self envidiosos y agresivo que silenciosamente conspira, al cual me he referido como “falso self negativista” (López-Corvo, 2006).

Pensamientos salvajes en busca de un pensador

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