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Confusión entre lo animado y no inanimado

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Con frecuencia encontramos pacientes que presentan dificultad en discriminar entre un ser humano y un objeto inanimado; son pacientes que utilizan identificaciones proyectivas, con el propósito de negar ataduras importantes de dependencia, así como sentimientos de angustias persecutorias. Están convencidos que vienen para ser “arreglados” por el terapeuta, de acuerdo a modelos idealizados que pueden inducir, por lo general, una reacción terapéutica negativa o mecanismos de auto-envidia. El paciente toma la actitud pasiva de un objeto sin vida que viene a ser “cambiado” por el analista y si las cosas no resultan, será la falta de este, o peor aún, buscará con un propósito de auto-envidia inconsciente que las cosas salgan mal, tratando de atacar lo que el paciente considera que el analista desea. Consiste en una defensa que intenta colocar la culpa afuera, tal y como se observa en la “reacción terapéutica negativa”. Si el terapeuta contra-actúa y toma créditos, es decir, hace manifiesto por ejemplo su deseo de curar, todo lo que haga saldrá mal, convirtiéndose en lugar de proyección de los tratos sádicos del superyó del paciente, no diferente de la condición característica de las cosas inanimadas, como el mecánico que resulta lógicamente responsable de los arreglos de un automóvil.

Tales confusiones entre el cuerpo y la mente, se presentan en múltiples formas durante la terapia analítica, y pueden representar en algunos pacientes, la incapacidad de concebirse como seres humanos únicos, algo que con frecuencia se refleja, por ejemplo, en la importancia que se da a las estadísticas, así como en la necesidad de compararse con otras personas. Parecieran carecer de la capacidad de concebirse humanos, de ser únicos, y de experimentar una cualidad incondicional jamás negociable; de tener, por lo tanto, la suficiencia para sentirse diferente de una cosa, y de no ser estimado como un objeto material que ha sido valorado en virtud de una cualidad idealizada. Una joven mujer recién casada y embarazada, se quejaba amargamente de sentirse como un parásito de su esposo, por cuanto no contribuía económicamente, como si su presencia, su amor, compañía, amistad, etcétera, tenían una importancia efímera si se comparaban con el dinero. El psicoanálisis tiene eventualmente la capacidad de ayudar a discriminar entre un objeto inanimado y el poder llegar a sentirse como un ser humano, con el derecho a ser amado por lo que se es y no por lo que se tiene, se hace o se muestra; diferente de las “cosas”, las cuales están condicionadas a su uso o a su idealización, sea ya por lo que lucen o proveen. Esta fuga hacia lo concreto podría ser consecuencia de una generalizada resistencia hacia lo abstracto, o quizás horror a lo intangible e inasible. Otro aspecto a considerar sería la auto-envidia, en el sentido de que lo consiente (concreto) envidie lo abstracto inconsciente. En un momento dado, durante la presentación clínica de un paciente, y donde varios sueños eran presentados y analizados, un psicoanalista presente expresó que “¡el analizar sueños estaba pasado de moda!”. Existe una gran resistencia en muchos psicoanalistas de intentar comprender la compleja abstracción del mundo interno. El mismo concepto de la auto-envidia, a pesar de su importancia en la diaria comprensión de la psicopatología, resulta para muchos psicoanalistas una noción difícil de aprehender. En general hay una preferencia por lo más fácil, como el uso de medicamentos tales como los antidepresivos y tranquilizantes, en lugar de luchar por y desarrollar una mejor comprensión de la dinámica de la mente inconsciente.

Bion (1962) busca el origen de tales conflictos en los procesos de una fragmentación forzada, asociada con interacciones conflictivas entre el bebé y el pecho o sus sustitutos (p. 10). Cuando la envidia interfiere en la relación con el pecho bueno proveedor de amor, protección o conocimiento, tal y como Klein lo describió durante la posición esquizo-paranoide, la angustia persecutoria presente no impide la necesidad física de mamar, por cuanto se pondría la vida en peligro. Esto induce una disociación o “splitting forzado”, que le llevaría a discriminar entre satisfacciones psíquicas y satisfacciones materiales. Pero para lograr tal predicamento de poder mamar para sobrevivir a pesar de la agresión reinante, se produce un ataque a la función alfa; esto, dice Bion, “hace que el pecho y el bebé parezcan inanimados” (Ibid, p. 11), y que surja temor a la violencia homicida o suicida indiscriminada: es más fácil destruir una cosa que a un ser vivo. Utilizando este punto de vista, podríamos explicar la actuación de la violencia presente, por ejemplo, en el suicidio, el homicidio, las guerras, etcétera. El paciente psicótico o la parte psicótica o traumatizada de la personalidad, dominante en todos los asesinos, pueden transformar un objeto animado en inanimado, es decir, en la cosa en sí misma o elementos β –tal y como Segal lo describió en la “ecuación simbólica”–, y poder así destruirlo.

Otro vértice importante explicado por Bion en Cogitations (1992), se refiere al ataque realizado por el bebé contra aquellos objetos ligados al displacer y la consecuente necesidad, en virtud de la culpa persecutoria, de aplacarlos luego utilizando mecanismos de idealización. La idealización se logra mediante la transformación en objetos de adoración, al proporcionarles atributos suprahumanos, lo cual se hace, según Bion, precisamente porque están muertos. Bion dice:

Contraria a la observación común, la característica esencial de estos objetos adorados y endiosados es que deberían estar muertos [inanimados] en tal forma que el crimen sería expiado por la adhesión a la animación de aquello que es conocido como inanimado, e imposible de ser animado [1992, p. 134]

En otras palabras, el crimen por atacar los objetos buenos se pagaría en virtud de establecer una dependencia inútil hacia aquellos objetos que, siendo inanimados (muertos), se creen (inventan) animados pero que, por esto mismo, no son capaces de dar nada; por ejemplo, ¡esperar un milagro de una estatua de yeso! El fetichismo y la fe religiosa de algunas personas puede explicarse de esta manera o, en otras palabras, en la misma forma como se anima lo inanimado, también y al mismo tiempo se realiza lo contrario; es decir, se hace “inanimado” lo animado. Parecería que la vida que se roba del objeto vivo, como una forma de controlarlo para evitar la angustia de separación o la heterodoxia, se le proyecta luego al objeto muerto (inanimado) al cual se le da vida y se idealiza. La culpa se expiaría, como Bion lo ha dicho, ¡intentando obtener protección y hasta un milagro de una cosa que ni siquiera tiene vida!

La confusión entre lo animado y lo animado tiene diferentes consecuencias dentro de la situación analítica; por ejemplo, frente al dolor y la ansiedad que produce la verdad, el paciente recurre a fórmulas mágicas y omnipotentes, sintiendo a la interpretación como una imposición injusta de la realidad, como si la verdad fuese impuesta arbitrariamente por el analista, lo cual puede reproducir la ansiedad que una vez sintió cuando era niño, al sentirse indefenso frente al poder de sus progenitores que le imponían su voluntad; lo cual algunas veces puede también inducir el deseo de abandonar el tratamiento, estableciendo entonces inconscientemente que en esta forma, la violencia de la verdad quedaría atrapada dentro del consultorio del analista.

Por otra parte, la confusión de lo animado y lo animado también es razón de gran ansiedad, al no saber la persona si está viva o es una cosa. Una paciente viuda de 56 años dice que la relación entre ella sus hermanos y su madre, está basada en la envidia y la desconfianza: “Todos parecemos odiarnos, lo único que cuenta es el dinero, todos parece que gozan con el mal de los otros, como que deseáramos que a los otros les vaya mal”. Refiere que había vendido un auto a su hijo R, a quien se le descontaba como pago una cantidad mensual del sueldo que devengaba en la compañía de la familia. Como este quería comprarse otro carro para su negocio, recurrió a la madre, quien le aconsejó entonces que dejara de pagarle por el otro auto y así tendría dinero para el nuevo. R se negó a ello, argumentando que ella ya le había dado lo suficiente como para seguir pidiéndole. Sin embargo, esa misma tarde R apareció nuevamente con una carta para que ella la firmara, dirigida a la compañía donde se decía que se interrumpieran los descuentos. A la madre entonces le dio mucha ira al sentirse usada por R, a pesar de que ella misma había recomendado el procedimiento. Se quejaba de que sus hijos dependían de ella, y que ella tenía que hacerlo todo por ellos y hasta por su propia madre, quien ni siquiera lo agradecía. Relata que en el fin de semana se llevó a su casa a su madre, quien vive sola, y que ella se puso muy sospechosa pensando que la estaban robando; “no es capaz de agradecer nada” –dice– “cree que uno hace las cosas no por ella, sino porque una está interesada en su dinero”. Le digo entonces que quizás ella, al igual que su madre, le angustia no saber si los demás estamos interesados en ella o en su dinero. Si estamos interesados en ella por lo que es, o por lo que vale. Que a ella le resulta difícil distinguir entre el valor del dinero y el valor de su persona, lo cual le angustia muchísimo y la llena de sospecha. Quisiera tener la seguridad que los demás la buscan por ella, pero le angustia mucho la “sospecha” de que más bien sea por su dinero y que ella, por ella misma, no vale nada, que es su dinero lo que le da un precio, como sucede con los objetos.

Si no existe incorporado en el self el sentimiento intrínseco de un “valor incondicional”, presente en el ser animado y producto de un amor incondicional, se produce entonces confusión con el interés condicionado por el valor extrínseco que proporcionan las cosas, por cuanto el self intenta resolver su carencia y falta de autenticidad mediante el valor externo, como el proporcionado por el dinero. Sin embargo, el dinero es una condición muy importante dentro del análisis, por cuanto representa la realidad, lo que discrimina entre el amor incondicional de los padres y el interés bajo condición, representado por la posición real del analista que “alquila” su conocimiento y su tiempo. Dentro de la dinámica emocional de la transferencia y la contratransferencia, las cuales estructuran la situación psicoanalítica, el único elemento que representa la verdadera realidad, de que no somos los progenitores del paciente sino que este ha recurrido a la terapia en virtud de la falla de sus padres, es el dinero.

Puede también existir una situación similar a lo expuesto por Platón en la alegoría de la caverna, en que una parte infantil dominada por el principio del placer se une a una idea mágica proyectada en un objeto externo (religión, esoterismo, etcétera), con el propósito de atacar envidiosamente a la parte adulta pensante –o función alpha– dominada por el principio de realidad colocada en el analista. Con mucha frecuencia el análisis se interrumpe motivado por esta forma de “epistemofobia”, es decir, la necesidad de mantener el oscurantismo con el propósito de excluir envidiosamente al conocimiento.

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