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MOSÉN FRANCISCO JERÓNIMO SIMÓ, EL PRIMER SANTO DEL ESTUDI GENERAL VALENTINO*

EMILIO CALLADO ESTELA

Universidad CEU-Cardenal Herrera

La muerte en opinión de santidad de mosén Francisco Jerónimo Simó (1578-†1612) y su posterior intento de beatificación estarían en el origen de uno de los fenómenos de convulsión social y religiosa más espectaculares del siglo XVII, para el conjunto de la Monarquía Hispánica en general y la Valencia barroca muy particularmente. Ambos acontecimientos desataron las tensiones espirituales contenidas durante el pontificado del Patriarca Ribera, quien había logrado mantener a la Iglesia valentina al margen de los sobresaltos experimentados por otras diócesis españolas. Dos modelos de religiosidad colisionaron con toda virulencia. El tradicional, encarnado principalmente por la orden de Predicadores, quedó espantado ante la nueva espiritualidad de espectro contemplativo subyacente en el simonismo, no tanto por el recuerdo de los lejanos grupúsculos luteranos de Valladolid y Sevilla y el miedo al rebrote del alumbradismo –que también– como sobre todo por la pérdida de protagonismo religioso y las nefastas consecuencias materiales derivadas, entre otras para sus propios procesos de beatificación, contados por decenas. La rotunda oposición de tales sectores tendría enfrente el sentir mayoritario de la sociedad valenciana, volcada con una causa extraordinariamente popular que el Santo Oficio acabaría abortando pese a los esfuerzos en sentido contrario de las principales instituciones regnícolas, tan dispares como los estamentos del Reino, el cabildo metropolitano o la propia Universidad.1

Esta última quizá con mayor motivo para hacerlo que otras, ya que mosén Simó se había formado en sus aulas. A nadie podía disgustar, en plena Contrarreforma además, tener en los altares a uno de los suyos, con el consiguiente honor, parangón y beneficios reportados. De la etapa universitaria del primer santo del Estudi General –como llegaría a conocérsele– y de la implicación de profesores y alumnos bajo diferentes especies en su carrera frustrada hacia la santidad versan las siguientes páginas.

* * * * *

Con el alborear del Seiscientos la mayoría de los candidatos al sacerdocio en la tierras españolas continuaba preparándose en fementidas escuelas de Gramática, bajo la férula de un dómine cualquiera encargado de enseñarles apenas un poco de mal latín y otros rudimentos académicos más. Cierto que algunos podían llegar a hacerlo en las cátedras conventuales, e incluso en la Universidad, con una formación de mejor calidad sin duda, aunque en un ambiente poco adecuado para los futuros ministros de Cristo.2 En Valencia, con peor o mejor fortuna, hacía años que las autoridades diocesanas venían tratando de impulsar centros específicos para sus huestes.3 Sería finalmente el arzobispo Juan de Ribera quien diera el impulso definitivo al asunto con la aplicación del decreto tridentino sobre seminarios sacerdotales, materializado en la erección del Real Colegio de Corpus Christi.4


Mosén Francisco Jerónimo Simó, sin embargo, no tuvo la suerte de formarse en ninguno de tales nuevos institutos. En 1585, todavía niño, había empezado a recibir las primeras letras a cargo del presbítero Francisco Cortel, curiosamente del referido colegio.5 La temprana desaparición de sus padres interrumpió estas clases, al verse abocado el pequeño a servir en diferentes casas para poder sobrevivir. En la última de ellas retomaría su formación de la mano del doctor Juan Pérez, «graduado en Theología, varón exemplar e insigne en todo género de virtud, santidad y letras», cuyo modelo de vida estimuló la vocación religiosa de nuestro protagonista. Durante una década aproximadamente mosén Simó aprendió de los círculos reunidos en torno a su señor, a quien acudían personajes de la más diversa condición para consultarle «negocios de sciencia y de conciencia», desde miembros de la nobleza y la jerarquía eclesiástica hasta destacadas figuras del mundo espiritual local.6 Y también insignes catedráticos del Estudi General valentino, de la talla de los Trilles, Pedro Juan y Jerónimo, de Sagrada Escritura el primero7 y de Hebreo el segundo;8 Honorato Ausina, de Poesía y Oratoria;9 o Vicente Borrás de Vilafranca, de Teología.10

No resulta casual, pues, que según sus biógrafos Francisco Jerónimo acabara siendo alumno de esta Universidad para «criarse en su casa y a los pechos de sus enseñanças». Efectivamente, entre los nueve y veinte años de edad, cursaría Gramática, Lógica, Filosofía y Teología escolástica, expositiva y moral, así como también Latín, Griego y Hebreo. Lo confirma uno de sus mejores conocedores, por quien sabemos además de los avances del joven en cada una de las materias apuntadas:

«[…] supo perfectamente la lengua Latina, muy bien la Griega y suficientemente la Hebrea. Fue gran lógico y excelente filósofo y gran theólogo escolástico […]. En la Expositiva hizo grandes progressos, y a más de aver traducido de griego en latín el Testamento Nuevo […] era ambiciosíssimo de leer y penetrar los profundos mysterios de la Sagrada Escritura […]. En la Moral era más continuo su estudio […]. Y quánto aprovechó en la Mystica […]: en ella reducía a práctica la theórica que leía y estudiava en las obras de los santos y libros de devoción»11

Incluso ha llegado hasta nosotros la nómina de profesores que impartió tales disciplinas a mosén Simó, gracias en este caso a las decenas de testimonios recogidos con ocasión de su posterior intento de beatificación.12 Así las cosas, Antonio Noguera, catedrático por entonces de Filosofía, lo tuvo entre sus alumnos de Lógica.13 Durante más de un lustro el citado Pedro Juan Trilles –a cuya residencia particular solía acudir el interesado para resolver dudas de estudio– le enseñó Teología, junto al doctor Vicente Soriano,14 los padres agustinos Gregorio Satorre15 y Miguel Bartolomé Salón16 y el dominico fray Diego Mas.17 De la Retórica –también del Griego– se ocuparían el ciceroniano Blas García18 y el ínclito Pedro Juan Nuñez,19 y de la Prosodia un relevante miembro de la saga de impresores Mey, Felipe.20 Por último, el igualmente mencionado Jerónimo Trilles guió los pasos del muchacho en el aprendizaje del Hebrero.21

En aquellas aulas y entre sus condiscípulos forjó Francisco Jerónimo algunas importantes amistades. Desde luego, y además de Gaspar Ximeno,22 con Jerónimo Martínez de la Vega,23 Gregorio Torrent,24 Marco Antonio Palau25 y Juan García y Artes.26 Los cuatro incorporados años después al clero, en calidad de beneficiados los tres primeros, en San Andrés, Santa Cruz y Dénia, respectivamente, y como canónigo de la seo valentina y obispo de Orihuela el cuarto. Coincidiría asimismo con otros alumnos, al tiempo insignes eclesiásticos y de destacada participación en los sucesos acaecidos tras su fallecimiento. Lo fue sin duda, como se verá, el sobrino del arzobispo Ribera don Baltasar de Borja, arcediano de Xàtiva en la catedral y vicario general de la sede vacante tras el pontificado de su tío antes de ingresar en el episcopado.27

Testigos de excepción todos de esta etapa en la vida de Francisco Jerónimo, corroborarían su asistencia puntual a las clases. O a la oración diaria en la capilla universitaria de Nuestra Señora de la Sabiduría. Ninguno lo contó, sin embargo, en las frecuentes algaradas estudiantiles. Antes al contrario,

«[…] siendo estudiante este siervo de Dios y oyendo Theología con el dicho pabordre Trilles, acababa la liçión el dicho pabordre, se ponía al poste según era costumbre, y rodeándole los estudiantes haviendo precedido alguna inquietud en la liçión entre los estudiantes, como suele de moverse entre ellos alguna matraca, dezía el dicho pabordre Trilles que quién havía sido el promovedor […] y todos los estudiantes callavan. Y entonces el dicho pabordre Trilles dezía al dicho siervo de Dios: ¿Vuestra merced, señor mossén Hyerónimo Symó a sido el promovedor desto? Y entonces el dicho siervo de Dios respondía con su grande humildad: Yo, señor, significando que él no lo havía echo. Y muy bien sabía el dicho pabordre Trilles que no lo havía hecho […]»28

Episodios como éste explicarían las mofas de ciertos compañeros hacia mosén Simó, cuya tez amoriscada y vestido raído –«de paño de mescla, con unas medias de cordellate pardo, con unos çapatos gordos y con un sombrero largo»– terminaron valiéndole entre tales el apodo de Joroni Comprau Feyxets.29

Pero nada distraería la atención del joven estudiante por los libros. Ni siquiera el logro de un beneficio eclesiástico en la cercana parroquia de San Andrés, del que tomó posesión en 1603 sin poder ser admitido a residencia ni gozar de los emolumentos de esta prebenda hasta ser ordenado in sacris un par de años después.30 De hecho,

«[…] todos los días, quando passava a dezir missa a su iglesia de San Andrés, se llevava consigo algún libro del assumpto; y mientras se hazía hora o se desocupava del altar donde avía de celebrar se estava leyendo en él»31

Para entonces Francisco Jerónimo habría compuesto ya varias obras bajo la supervisión de sus profesores. Ni rastro han quedado de algunas. No de la Gramática hebrea que el catedrático Jerónimo Trilles tuvo ocasión de corregir.32 Como tampoco del tratado De Trinitate, «muy docto y erudito», a decir del también catedrático Antonio Noguera.33 Sí se han conservado, por el contrario, unas breves Liras espirituales, atribuidas a su pluma al igual que los Avisos para consuelo y bien de las almas o la Dotrina espiritual que escrivió a una religiosa descalça para instrucción del alma en las virtudes y exercicios espirituales que más agradan a su Divina Magestad, impresas a su muerte.34

De la lectura de tales páginas se desprenden algunos rasgos de la religiosidad de su autor, contemplativa, de corte interior y sobre la que estudiosos e investigadores continúan sin ponerse de acuerdo. Fuera exponente de la mística auténtica,35 cabecilla de un foco prequietista36 o simple anécdota espiritual,37 mosén Simó habría adquirirido en el Estudi General buena parte del bagaje personal que le permitió pasar a a la Historia. Aunque nunca se graduara ni su nombre figurara entre los alumnos que presentaron testimoniales en ella.38

Cuantos émulos y detractores de la fama de santidad de Francisco Jerónimo surgieron con su óbito esgrimirían este hecho precisamente para negarle cualquier afán intelectual. Recibió sí enseñanzas en la Universidad de Valencia, pero «en todos estos estudios era muy corto, como dizen sus condiscípulos, porque jamás le vieron tener acto de letras alguno, ni jamás de saber, más que acudir a sus liciones». Nada que ver, pues, con el alumno ejemplar descrito por otros. Al contrario, según diferentes testimonios recopilados por el dominico fray Juan Gavastón.39 Por ejemplo:

«[…] oía Teología con el pavorde Soriano, el cual como un día en la lección hubiese citado a santo Tomás, a Cayetano, a Soto y a otros frailes que hacían a propósito salidos a la lección al poste, dijo mosén Simón al dicho maestro: ¿Por qué nos ha citado a tantos frailazos? Respondióle su maestro escandalizado, que era muy recatado y siervo de Dios dicho pavorde: ¡Ay Señor!, ¿y eso ha de decir?»40

Como quiera que fuese, la desaparición de Francisco Jerónimo con fama de santo, el 25 de abril de 1612 y a los treinta y tres años de edad, motivaría la rápida determinación del rector del Estudi General Juan Bautista Pellicer para tributar a su alumno unas de las más solemnes honras hasta entonces recordadas.41 La ceremonia hubo de ser pospuesta hasta el día 10 de julio, festividad de San Cristóbal. Sólo de este modo pudieron habilitarse los espacios académicos para albergar a toda la comunidad universitaria, autoridades civiles y eclesiásticas de la ciudad. Hasta el punto de descartarse la capilla y trasladar las celebraciones a los dos patios del edificio. El ornato de ambos bien merece detenernos en sus pormenores:

«En el patio primero […] se erigieron dos altares a uno y otro lado de la entrada al patio mayor. Estavan vestidas sus paredes de hermosas colgaduras, sirviéndolas de cenefa una orden de bellíssimas pinturas, tan bien ajustadas que parecían hechas al intento. Sobre las cortinas avía muchos geroglíficos e ingeniosos versos. Todo el patio grande se cubrió de los toldos de lienço que sirven a la festividad del Corpus en las plaças de la Seo y del Mercado. Sus quatro seras, desde los texados hasta el suelo, se entapizaron de damascos, terciopelos y brocados, corriendo por lo alto otra hilera de quadros como en el primer patio. En el medio del mayor se erigió el túmulo, y su planta era de 36 palmos en quadro. Del primer cuerpo, elevado siete palmos del suelo, salían a cada esquina una pirámide de bien pintados jaspes y 24 palmos de alto; cada una contenía un nicho bien formado y en él un hermoso y devoto Niño. Del medio de este primer plano se levantavan quatro gradas en seisavo y sobre ellas doze proporcionadas colunas, de orden corinthio, con sus capiteles, arquitrave, friso y cornisa, que coronavan una galería de bien imitado bronce, con muchas luzes y con doze floreros en los ángulos. En el friso, con bien formados caracteres, se leía este lugar de Escritura Oculus Dei respexit illum in bono, et erexit eum ab humilitate ipsius, et exaltavit caput eius (Ecclesiati. 11, 13). Por dentro se descubría un Cielo raso azul sembrado de estrellas de oro y por fuera se elevava un cimborio, o media naranja seisavada, de 11 palmos de alto, que rematava en una proporcionada bola y su pirámide por difinición. En el centro de la obra, sobre el seisavo, sentava la tumba o féretro, cubierto de un riquíssimo paño de brocado y tres almohadas de lo mismo y un bonete negro de clérigo encima, con una curiosa guirnalda de flores que sustentavan dos ángeles»42

Junto a ello, se encargaron tres ricos altares para cada una de las paredes del patrio principal, dedicados a san José, santo Tomás de Aquino y san Carlos Borromeo, cuyas imágenes de bulto redondo coronarían las estructuras. Más centenares de epitafios, epigramas, jeroglíficos y poesías varias –en valenciano, castellano, griego, hebreo y latín– a la lumbre de un millar de velas y hachas ardientes.43

A primera hora del día señalado la Universidad reunía en sus instalaciones a un concurrido público, con los jurados de la Ciudad en lugar destacado. Veinticinco catedráticos, doctores y maestros, revestidos todos para la ocasión, escoltaron a don Baltasar de Borja, encargado de oficiar la misa, y al canónigo –y futuro rector– Martín Bellmont, a cuya cuenta corrió el sermón. Los músicos de la catedral aderezarían la ceremonia con algunas piezas ensayadas para ésta. Por la tarde, y en el mismo Estudi General, hubo certamen poético a la mayor gloria del difunto mosén Simó, a quien también se dedicó una serenata final «con variedad de música de vozes y instrumentos, compitiendo la suavidad con la destreza».44

Por aquellas mismas semanas profesores y condiscípulos de Francisco Jerónimo eran requeridos para predicar en las exequias funerales organizadas en su memoria a lo largo y ancho del reino. Sirva de ejemplo el caso del tantas veces mencionado catedrático Antonio Noguera, con un sermón pronunciado en la parroquia de San Nicolás de Valencia que según los allí presentes:

«[…] fue muy crecido el concurso que juntó en aquella iglesia la curiosidad y deseo de oír y saber de tan abonado y fiel testigo las virtudes que en aquella edad y profesión de moço y estudiante resplandecía ya en el siervo de Dios. Dexó admirado y enternecido al auditorio el sermón y con mayor conocimiento de las profundas raízes que aquella planta tierna avía hechado en el campo de la virtud para crecer árbol robusto en la perfección»45

Otros colegas del doctor Noguera en la Universidad, si no profesores de mosén Simó directamente, conocidos al menos por el susodicho, harían lo propio ante diferentes auditorios de la capital. Lorenzo Ximénez de Arguedes,46 catedrático de Filosofía Moral durante aquel tiempo, predicó en las iglesias de San Miguel y San Lorenzo, además del oficio de Carpinteros.47 Sus homónimos de Metafísica, y beneficiados ambos de la catedral, Andrés Guillonda48 y Cristóbal Nadal,49 en San Martín y San Nicolás50 y San Juan del Mercado,51 respectivamente. Los habría también como el catedrático Felipe Mey –en colaboración en este caso con su hermano Pedro Patricio– que desde sus imprentas contribuirían decisivamente a perpetuar y difundir la memoria del finado.52

Entretanto, el Estudi General se habría sumado ya a la parte promotora de la beatificación de su antiguo alumno.53 Solicitándola primero al vicario general de la sede vacante, quien instruyó un proceso diocesano a este respecto en el que depusieron su testimonio representantes de todos los estamentos universitarios.54 Y poco después al nuevo arzobispo fray Isidoro Aliaga, llegado a Valencia en noviembre de 1612 y desde entonces principal obstáculo en el camino a los altares de Francisco Jerónimo.55

El prelado, un fraile dominico de formación muy tradicional, luego ajeno como sus hermanos de hábito al modelo espiritual por Francisco Jerónimo representado, acabaría convirtiéndose en la bestia negra del simonismo. En tal sentido, la Universidad pronto hizo público su malestar hacia el padre Aliaga, contra quien se manifestó por vez primera antes incluso de su entrada oficial en la capital. Decenas de estudiantes se arremolinaron junto al palacio episcopal el día de Santa María Magdalena para quemar un muñeco de paja, mitrado, con hábito blanquinegro y al que habían paseado por toda la ciudad a lomos de un jumentillo al grito de «Vítor lo pare Simó a pesar del archebisbe, que és un frare motiló…!».56

Desde aquella fecha no habría manifestación contraria al ordinario diocesano que no tuviera entre sus promotores o participantes alumnos y profesores del Estudi General, quienes desafiaron abiertamente los sucesivos mandatos arzobispales limitando la devoción simonista. En este sentido, durante la procesión del Viernes Santo de 1613, junto a las andas de la Pasión, desfilaría un Crucifijo con Francisco Jerónimo a los pies bañado por la sangre que emanaba de las santas llagas. En otro de los pasos el mismo sacerdote ayudaba a Cristo a portar la cruz. El prelado puso en marcha una investigación para esclarecer la autoría de ambas invenciones, atribuidas al catedrático Blas García, que daría con sus huesos en la cárcel provocando un hondo malestar entre el claustro universitario.57

Encontronazos similares se sucedieron en los años siguientes. Hasta que las tensiones alcanzaran su punto más álgido a comienzos de 1619. Para entonces fray Isidoro Aliaga habría arrancado al Santo Oficio la prohibición de cualquier manifestación de culto público a mosén Simó. El día previo a la publicación de los correspondientes decretos inquisitoriales un grupo de estudiantes llamó a rebato mediante la pega masiva de cedulones en las fachadas de los principales edificios del cap i casal, entre ellos el de la propia Universidad convocante. Decían así los carteles:

«De orden y decreto de nuestra Academia supplicamos a vuestras mercedes acudan con sus armas, antes del sermón, a la iglesia mayor con los señores pescadores para no dar lugar a que se publique un edicto mandando quitar los altares y figuras de nuestro muy venerado padre Francisco Hierónimo Simón, para lo cual nos mueve sus virtudes, santidad y milagros. Salgamos juntos para que salgamos con victoria de tantos émulos y contrarios que a nuestro santo padre Simón persiguen, y antes perdamos las vidas que salgan con sus intentos. Dada en nuestra Academia, a 2 de marzo de 1619. La Universidad y Academia. Todo hombre salga y nadie falte»58

Efectivamente el domingo 3 de marzo un motín encabezado por jóvenes interrumpiría la promulgación de tales edictos ante la incapacidad de las autoridades civiles y religiosas para contener el tumulto. Desde el Estudi General los manifestantes, con caja, pífanos y vítores a Francisco Jerónimo, marcharon por la urbe dándose a mil demasías, prolongadas durante la jornada siguiente. Poco antes del mediodía un centenar de estudiantes irrumpía en las dependencias universitarias y se llevaba consigo al dominico fray Jacinto Roig, hijo del vicecanciller del Consejo de Aragón y lector de Artes a la sazón, por negarse a secundar sus desmanes. Según un dietario coetáneo:

«[…] echaron mano del letor de Artes que en la Universidad leía, fray Hyacinto Roig, hijo del vicecanciller, y de su compañero, fray Henrique Ruiz, y los llevaron a hombros por todas las calles, haziéndoles vozear a ellos mismos ¡Vítor mosén Simón! y haziéndoles bessar, de quando en quando, una estampa del sobredicho. Y dando con ellos en San Andrés les hizieron arrodillar delante su altar y en boz alta rezar el Pater Noster»59

Extremos confirmados por mosén Porcar, con algunos detalles más sobre el incidente:

«Dilluns de matí, a 4, vingué a llegir a l´Estudi fra Roig, fill de vicecanceller. Lo arrebataren y li clavaren un paper del pare Simó en los pits; y·l portaren a Sant Andreu y l´assentaren en una cadira del chor i accabà de oyr lo sermó. I aprés, lo portaren a la capella de mosén Simó y lo feren agenollar y dir Víctor lo pare Simó y li feren donar caritat per a la capella. Y·l portaren per tots los carrers dels Peixcadors i per tota València fent-li dir Víctor lo pare Simó i li fien bessar un paper del venerable Simó. Y açò fonch en retorn perquè, poch dies enans, en la aula, li digueren que digués Víctor lo pare Simó y tant importunan-lo dix que·l diumenge o veurien en la seu, que fonch causa de que no·l deixaren llegir y feren lo que feren […]»60

Entretanto otra escuadra de estudiantes –muchos con sambenitos, corozas de papel y aspas de penitentes– se daba cita en el portal de los Judíos para marchar sobre el Santo Oficio «con determinación de matar y degollar» a quienes secundaran el veto inquisitorial. El rector Juan Bautista Pellicer personalmente hubo de terciar para calmarlos, autorizando la colocación en el patio de la Universidad de una imagen del venerable sacerdote ante la cual rendirían homenaje los jóvenes durante el resto del día.61 Algunos, desde el exterior, prosiguieron hasta la madrugada con toda suerte de chanzas en desacato de inquisidores, obispos e incluso el papa. El popular Albert, en lo alto de un improvisado tablado, clamaría a los cuatro vientos entre las risas de sus compañeros:

«Yo soy papa, y assí, a los que ayer lo hicieron mejor en el motín los quiero premiar. A fulano –nombrándole– le concedo cien años de perdón. Y a fulano, que lo hizo aventajadamente, le hago cardenal. Y a fulano, etcétera»62

De todo ello supo fray Isidoro Aliaga desde su retiro en las afueras de la capital, que se negó a abandonar pese a los ruegos de autoridades civiles y eclesiásticas para que regresara. Entre las razones esgrimidas por el arzobispo se hallaría el desacato del Estudi General, en relación a la causa de Francisco Jerónimo desde luego, pero también con respecto al juramento inmaculista pretendido por la institución y del que el prelado –como buen fraile dominico– nada quería saber.63

En un gesto conciliador y bajo la atenta mirada de la Inquisición, los jurados de Valencia se comprometieron a pacificar la Universidad –bajo su patronato, no se olvide– mediante una redada saldada con el arresto de doce estudiantes implicados al parecer en las algaradas de marzo y asiduos de la cátedra del doctor Jerónimo Agustín Morlá, clausurada sine die por obstrucción de su titular a la investigación.64 Lo cuentan los hermanos Vich:

«[…] dos frayles dominicos, en el general del doctor Morlá, cathedrático de Artes, al darle unas conclusiones para que asistiesse a ellas en Santo Domingo, dos o tres de sus discípulos comenzaron a dar vaya a dichos religiosos diciendo ¡Arrápalo [Simó]!, lo qual reprendió dicho doctor Morlá con prudencia, pero no valió para que cessasse el rauido. Quejáronse los religiosos a su superior y éste dio razón de esto a los jurados, al vicario general y al rector, los quales mandaron al doctor Morlá dixesse quiénes eran los dichos estudiantes, y no queriéndolo hacer, le han privado la lección desde el sábado a 2 de noviembre»65

A poco debieron de saber al padre Aliaga tales procedimientos. Hasta el extremo de plantearse la excomunión de los responsables universitarios. Si bien ésta nunca se produjo, las tensiones acumuladas entre mitra y rectorado –bajo la apariencia de un conflicto de preeminencias– desencadenarían una crisis sin precedentes en el seno de la institución, con la renuncia del arzobispo a la cancillería de la misma y la consiguiente suspensión en la expedición de cualquier título o grado. El caos por ello generado en el Estudi General justificó que la Ciudad tratara de complacer a fray Isidoro con el reconocimiento de mayores prerrogativas episcopales en la gestión del centro a cambio de restablecer la normalidad académica.66

Semejante componenda no dejó más salida al rector Juan Bautista Pellicer que dimitir y volver a su canonicato en la catedral, como hizo en julio de 1620 siendo sustituido por el pavorde José Rocafull.67 La mudanza coincidiría con el apercibimiento regio a los jurados de Valencia para que en lo venidero la Universidad se mostrara respetuosa con el arzobispo. El toque de atención disgustó a parte del claustro, convencido de que «los estudiantes estavan muy quietos y olvidados de las cosas passadas y que sería posible que con advertirles de la orden dicha bolviessen de nuevo a tales disparates».68

No los hubo desde luego, por cuanto la reciente intervención inquisitorial, así como la represión del núcleo duro del simonismo en las aulas universitarias, había dejado fuera de juego a sus militantes. En realidad, podría decirse que el intento de beatificación del venerable sacerdote era ya un imposible y que el Estudi General valentino tendría que buscarse a otro santo…

* El presente trabajo forma parte del Proyecto de Investigación La Catedral Barroca. Iglesia, sociedad y cultura en la Valencia del siglo XVII, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (HAR 2016-7490-R).

1. Además de los citados en posteriores páginas, remitimos a nuestros trabajos sobre el tema. En concreto, «Aproximación a los simonistas. Una contribución al estudio de los defensores de la beatificación de Francisco Jerónimo Simó», Estudis, 23 (1997), pp. 185-210; «Simonismo y luchas de poder en la corte de Felipe III y Felipe IV. Los hermanos Aliaga y la beatificación de Francisco Jerónimo Simó», Escritos del Vedat, XXIX (1999), pp. 251-270; Devoción popular y convulsión social en la Valencia del Seiscientos. El intento de beatificación de Francisco Jerónimo Simó, Valencia, 2000; «Los dominicos valencianos y su oposición a la santidad del pare Simó», Archivo Dominicano, XXIII (2002), pp. 307-317; «Plumas blancas, plumas negras. Hagiografías y vilipendios de un santo frustrado, el valenciano pare Simó (siglo XVII)», Memoria Ecclesiae, 26 (2005), pp. 615-630; y «El pare Simó. Breve historia de una santidad frustrada», en E. Callado Estela, Valencianos en la Historia de la Iglesia I, Valencia, 2005, pp. 161-210.

2. A. Domínguez Ortiz, Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen. Madrid, 1973, p. 209. También A. Morgado García, Ser clérigo en la España del Antiguo Régimen, Cádiz, 2000.

3. El último de ellos, el de la Presentación, fundado por santo Tomás de Villanueva. V. Cárcel Ortí, «Notas sobre la formación sacerdotal en Valencia desde el siglo XIII al XIX», Hispania Sacra, XVII (1974), pp. 151-199.

4. P. Barrachina Estevan, «Figura jurídica del Real Colegio de Corpus Christi de Valencia»,«Exención del Colegio-Seminario de Corpus Christi de Valencia», y «Derecho de visita del Colegio de Corpus Christi», los tres en Revista Española de Derecho Canónico, 2 (1947), 4 (1949) y 6 (1951), pp. 446-456, 765-790, y 49-77; R. Robres Lluch, San Juan de Ribera. Patriarca de Antioquía, arzobispo y virrey de Valencia 1532-1611. Un obispo según el ideal de Trento, Barcelona, 1960; F. Hipola, «La estructura interna de las constituciones de la capilla de Corpus Christi (aspectos jurídicos)», Anales del Seminario de Valencia, 1 (1961), pp. 215-243; y J. Seguí Cantos, «El Colegio Seminario de Corpus Christi», en E. Callado Estela (Coord.), El Patriarca Ribera y su tiempo. Religión, cultura y política en la Edad Moderna, Valencia, 2012, pp. 423-440.

5. Archivo Diocesano de Valencia[=ADV]. Procesos, 46. Copia seu transumptum processus informationis authoritate ordinaria recepta in curia ecclesiastica valentina super sanctitate vitae ac moribus laudabilibus servi Dei Francisci Hieronymi Simo, presbyteri valentini et benefficiati in ecclesia parrochiali Sancti Andrea civitate Valentiae, et super miraculis eius meritis et intercessione a Deo optimo maximo facti et operatis, f. 289.

6. Ibid., ff. 171, 241, 401-403…

7. Pavorde de Teología, desde 1611, fue presbítero y calificador del Santo Oficio. A. Felipo Orts y E. Callado Estela, Entre la cátedra y el púlpito. Los pavordes de la Universidad de Valencia (siglos XVI-XVII), Valencia, 2016, p. 250.

8. Beneficiado de la parroquial de San Esteban, catedrático de Principios de Hebrero desde 1610 y pavorde de Teología a partir de 1626. Ibid.

9. A. Felipo Orts, La Universidad de Valencia durante el siglo XVI (14991611), Valencia, 1993, p. 132.

10. Pavorde de Teología desde 1611. A. Felipo Orts y E. Callado Estela, Entre la cátedra y el púlpito…, p. 16.

11. I. Aparicio Gilart, Vida del venerable mosén Francisco Gerónimo Simón, valenciano y beneficiado de la real iglesia parroquial del Apóstol San Andrés de esta ciudad de Valencia, Valencia, 1703, pp. 86-87.

12. ADV. Procesos, 46. Copia seu transumptum…, ff. 241, 247, 273, 303…

13. Catedrático de Súmulas desde 1597, entre 1604 y 1609 ocupó la catedrilla de Teología. A. Felipo Orts, La Universidad de Valencia durante el siglo XVI…, pp. 118 y 173.

14. En la Facultad de Artes y Teología había desarrollado toda su carrera este sacerdote hasta su promoción en 1595 a una pavordía terciaria que regentó hasta su fallecimiento. Ibid., p. 171.

15. Al frente de tal cátedra hasta enero de 1606. Ibid., p. 169.

16. Catedrático de Santo Tomás a partir de 1586, ejerció como prior del convento agustino de Orihuela, Socors y San Agustín de Valencia, además de calificador inquisitorial. Ibid., pp. 162-164.

17. Profesor desde 1581 en la Facultades de Artes y Teología, fue también calificador del Santo Oficio, prior del convento de Santo Domingo de Valencia y vicario de la Provincia dominicana de Aragón. Ibid., pp. 115-115.

18. Catedrático en la misma desde 1597 se ocuparía de la impartición de esta materia hasta 1611. Ibid., pp. 95-96.

19. Ibid., pp. 100-103.

20. Cátedra que regentó desde 1593 hasta 1611, simultaneándola con la de Griego y la de Historia, que compaginó al mismo tiempo con su trabajo como impresor en Valencia y Barcelona. A. Felipo Orts, La Universidad de Valencia durante el siglo XVII (1611-1707), Valencia, 1991, p. 353.

21. ADV. Procesos, 46. Copia seu transumptum…, f. 403v.

22. I. Aparicio Gilart, op. cit., p. 95. En 1603 obtendría el bachiller en Artes. F Miralles Vives, «La Facultad de Artes 1610-1611: Provisión de cátedras y graduados en la ciudad de Valencia», Saitabi, XXXII (1982), p. 59.

23. ADV. Procesos, 46. Copia seu transumptum…, f. 318-318v y V. Ximeno, Escritores del reyno de Valencia, Valencia, 1747, vol. I, pp. 323-324. No consta que obtuviera grado alguno, al menos en el Estudi General de Valencia.

24. I. Aparicio Gilart, op. cit., p. 156. Tampoco hay indicios de su graduación académica.

25. Ibid, p. 181. Bachiller en Teología en 1614. A. Felipo Orts, La Universidad de Valencia durante el siglo XVII…, p. 174.

26. I. Aparicio Gilart, op. cit., pp. 180-181. Desde 1611 bachiller en Artes. F. Miralles Vives, «La Facultad de Artes…», p. 59. Véase J. B. Vilar, Orihuela, una ciudad valenciana en la España Moderna. Historia de la ciudad y obispado de Orihuela, Murcia 1981, tomo IV, vol. III, pp. 186-190.

27. Bachiller y maestro en Artes en 1604. Tres años más tarde obtenía un segundo bachillerato, en Cánones, y el doctorado en esta misma disciplina. E. Callado Estela, Todos los hombres del Patriarca. Obispos del entorno de don Juan de Ribera, Valencia, 2011, pp.

28. ADV. Procesos, 46. Copia seu transumptum…, f. 236.

29. Ibid., f. 403v.

30. Ibid., ff. 32-33.

31. I. Aparicio Gilart, op. cit., p. 88. Tuvo otras lecturas habituales, como «el Libro de las Revelaciones de santa Gertrudis y de Enrico Suso y las Obras de Blosio, fray Luis de Granada –compró El Símbolo de la Fe– y otros libros de devoción». ADV. Procesos, 46. Copia seu transumptum…, f. 230.

32. «Compendiosa y escrita toda de la mano y letra del dicho mossén Symó», declararía el citado ante las autoridades diocesanas. Ibid, f. 403v.

33. J. Pastor Fuster, Biblioteca Valenciana de los escritores que florecieron hasta nuestros días, Valencia, 1830, tomo I, p. 209.

34. Ejemplares de las tres pueden consultarse en la Biblioteca Universitaria de Valencia [=BUV].

35. M. Andrés, «Místicos y alumbrados en la cornisa valenciana (1565-1675)», en Enigmas de la Iglesia valenciana, Valencia, 1997, pp. 143-156.

36. R. Robres Lluch, «En torno a Miguel de Molinos y los orígenes de su doctrina. Aspectos de la piedad barroca en Valencia» y «Pasión religiosa y literatura secreta en la Valencia de Miguel de Molinos (1612-1625)», Anthologica Annua, 18 (1971) y 27-27 (1980), pp. 353-465 y 281-406, respectivamente.

37. F. Pons Fuster, Místicos, beatas y alumbrados, Valencia, 1991, y «La proyección social de la santidad frustrada de Francisco Jerónimo Simó (1612-1619)», Estudis, 23 (1997), pp. 149-184.

38. A. Felipo Orts y F. Miralles Vives, Colación de grados en la Universidad valenciana foral. Graduados entre 1580 y 1611, Valencia, 2002. De las mismas autoras, en esta ocasión junto a F. J. Peris Felipo, Estudiantes y probanzas de cursos en la Universidad de Valencia (1561-1707), Valencia, 2013.

39. En su obra Vida escandalosa de mosén Francisco Gerónimo Simón. Refiérense muchos milagros falsos, embelecos y el motín, conservada manuscrita en el Archivo de la Catedral de Valencia [=ACV].

40. Cit. R. Robres Lluch, «Pasión Religiosa y literatura secreta…», pp. 280-281.

41. P. J. Porcar, Coses evengudes en la ciutat y regne de València (1589-1629). Transcripción y prólogo de V. Castañeda Alcover, Madrid, 1934, p. 139.

42. I. Aparicio Gilart, op. cit., pp. 168-169.

43. Una de aquellas composiciones literarias del siguiente tenor: «Parca, Minerva, Deus ditavit, fovit, et auxit/ Corpus, vitam, animam, funere, dote, Polo». Ibid., p. 169. Sobre éste y otros dejó anotado el dietarista de san Martín «y agués agudíssimes enigmas y altres curiositats com s·esperava». P. J. Porcar, op. cit., p. 139.

44. I. Aparicio Gilart, op. cit., p. 170.

45. Ibid., p. 151.

46. Catedrático de Súmulas en 1598 y de Filosofía Moral desde 1606 hasta 1616, en que obtuvo una pavordía terciaria de Teología. A. Felipo Orts y E. Callado Estela, Entre la cátedra y el púlpito…, p. 257.

47. I. Aparicio Gilart, op. cit., pp. 158, 160 y 165.

48. Obtenida esta cátedra en propiedad el año 1614. Poco después logró una pavordía secundaria de Teología. A. Felipo Orts y E. Callado Estela, Entre la cátedra y el púlpito… p. 228.

49. Lo era desde 1611. A. Felipo Orts, La Universidad de Valencia durante el siglo XVII…, p. 357.

50. I. Aparicio Gilart, op. cit., pp. 142-144.

51. Ibid., p. 145.

52. Además de la ya citada Dotrina espiritual del propio moseén Francisco Jerónimo Simó, con las obras de A. Sobrino, Al felicíssimo tránsito del angélico sacerdote Francisco Gerónimo Simón, Valencia, 1612; E. de Thous, Sermón en las honras que hizo el convento de Nuestra Señora del Carmen de Valencia al venerado y devoto sacerdote mosén Francisco Gerónimo Simón, Valencia, 1612; Redondillas en alabança del siervo de Dios mossén Francisco Gerónymo Simón, Valencia, 1612; J. B. Polo, Consultación en drecho sobre la veneración y culto que se hace al bendito padre mossén Francisco Gerónimo Simón, Valencia, 1613; G. Gil Polo, Veneración que en Valencia se hace al padre mossén Francisco Gerónimo Simón, Segorbe, 1613; D. Salcedo de Loayza, Breve y sumaria relación de la vida, muerte y milagros del venerable presbítero mossén Francisco Gerónimo Simón, Segorbe, 1614; etcétera. Sobre los Mey véase P. Hernández Royo, La imprenta valenciana de la familia Mey-Huete en el siglo XVI: producción y tipografía. Tesis Doctoral inédita. Universitat de València, 1995.

53. A. Felipo Orts, «La actitud institucional ante el proceso de beatificación de Francisco Jerónimo Simó durante el siglo XVII», Estudis, 23 (1997), pp. 117 y ss.

54. Véase sino ADV. Procesos, 46. Copia seu transumptum…

55. E. Callado Estela, Iglesia, poder y sociedad. El arzobispo de Valencia fray Isidoro Aliaga, Valencia, 2001.

56. J. Gavastón, op. cit., ff. 63-66v.

57. R. Robres Lluch, «Pasión Religiosa y literatura secreta…», p. 352.

58. BUV. Ms.104, La Verdad sin Rebozo, f. 224.

59. A. y D. Vich, Dietario Valenciano (1619-1632), Valencia, 1921, p. 7.

60. P. J. Porcar, op. cit., pp. 311-312. Según el mismo dietarista, muy poco después fray Jacinto obtendría de la Ciudad una examinatura en Teología antes de doctorarse en esta disciplina, «miren quina confianza es pot tenir del govern de tal gent». Ibid., p. 317. Lo cierto es que el padre Roig lograría tal grado –como previamente los de bachiller y maestro en Artes– sin haber hecho los cursos correspondientes. Su primera cátedra de Artes la había ganado, no obstante, en 1618. Ya en 1620 sustituiría a su titular en la de Santo Tomás, de la que se posesionó definitivamente al año siguiente. A. Felipo Orts, La Universidad de Valencia durante el siglo XVII…, p. 372.

61. J. Gavastón, op. cit., ff. 139v-140.

62. Cit. R. Robres Lluch, «Pasión Religiosa y literatura secreta…», p. 397.

63. E. Callado Estela, «Inmaculismo y Universidad en la Valencia del siglo XVII», en Ciencia y Academia. IXº Congreso Internacional de Historia de las Universidades Hispánicas, Valencia, 2008, vol. I, pp. 253-272.

64. Morlá acababa de obtener la segunda cátedra de Artes de la Universidad, de la que acabaría convirtiéndose en rector en 1632. Fue además canónigo de la catedral, subcolector de la Cámara Apostólica y calificador del Santo Oficio. A. Felipo Orts, La Universidad de Valencia durante el siglo XVII…, p. 356.

65. A. y D. Vich, op. cit., pp. 30-31.

66. E. Callado Estela, «La disputa de 1619 entre el rector y el canciller del Estudi General de Valencia», Aulas y saberes. VIº Congreso Internacional de Historia de las Universidades Hispánicas, Valencia, 2003, vol. I, pp. 267-276.

67. Archivo Municipal de Valencia [=AMV]. Manual de Consells, A-147, f. 52. Diría a este respecto un buen conocedor del asunto que Pellicer «defendió los derechos de este empleo con generoso esfuerzo». F. Ortí y Figuerola, Memorias históricas de la fundación y progressos de la insigne Universidad de Valencia, Madrid, 1730, p. 319. En la seo valentina permanecería el canónigo hasta su ingreso en el episcopado, el año 1636, como obispo de Segorbe. Noticias de Segorbe y de su obispado, Segorbe, 1975, tomo I, pp. 410-415.

68. A. y D. Vich, op. cit., p. 31.

Universidad y Sociedad: Historia y pervivencias

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