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LA BIBLIOTECA DE JUAN NEGRÍN. UNA NOTA

SALVADOR ALBIÑANA

Universitat de València*

«Gran devorador de libros y periódicos, su silueta sería incompleta si no le viéramos cargado de material de lectura que adquiría a todas horas en kioskos y librerías». Así evocó Mariano Ansó a Juan Negrín a mediados de los años veinte. Una estampa similar ofreció el pintor Luis Quintanilla, otro amigo al que por entonces también trató a menudo. Quintanilla, a quien Negrín encargó algunos frescos para la Facultad de Medicina y el Pabellón de Gobierno de la nueva Ciudad Universitaria, le describió muy atento a actividades intelectuales y artísticas. Era corriente encontrarlo en algún café «leyendo libros y revistas en los intervalos de sus ocupaciones. De Alemania trajo su biblioteca que pasaría de diez mil obras, entre ellas bastantes de artes, las cuales me prestaba y motivaban nuestra conversación, pues estima mi criterio y creía en mis dotes artísticas». Esa inicial biblioteca no cesó de crecer, la pasión bibliográfica –iniciada en Leipzig en sus años de formación como fisiólogo– le acompañó toda su vida. En 1944 en una carta a Luis Araquistáin se calificó de «maniático e indiscriminador coleccionista de libros».1

Destacado miembro de la Generación del 14, la primera generación universitaria y europeísta, Juan Negrín (1892-1956) fue un lector atento, curioso y cosmopolita cuya biblioteca –pronto fragmentada y dispersa– apenas conocemos. Algo sabemos de la valiosa colección de libros y revistas científicas de su propiedad que acomodó en el Laboratorio de Fisiología de la Junta para Ampliación de Estudios, del que fue nombrado director en 1916. Algo sabemos también de la subasta de una parte de sus libros, decidida por sus hijos, Juan, Rómulo y Miguel, y por su viuda, Maria Mijailov, poco después de su fallecimiento. En 1958 la firma londinense Sotheby & Co. publicaba el Catalogue of a Library of Spanish Books, European Literature and Works on a variety of Learned Subjects, propiedad de un Spanish Private Collector que no era otro que don Juan Negrín. De lo que sucedió con sus libros entre ambas fechas, entre 1916 y 1958, las noticias escasean y están algo deshilvanadas. Este apunte aspira a paliar esa precariedad. Lo que aquí se ofrece es un vislumbre que aguarda la catalogación definitiva del archivo Negrín, depositado en la Fundación Juan Negrín, y sobre todo la precisa catalogación de los libros, revistas y folletos que con tanto esmero y esfuerzo han logrado conservar, en el que fue su domicilio en París, Feliciana López de Dom Pablo, la mujer que compartió su vida con Negrín desde 1925 y, fallecida ésta en 1987, su nieta Carmen Negrín.2

Entre Las Palmas de Gran Canaria, la ciudad que le vio nacer 1892, y París, donde falleció el 12 de noviembre de 1956, hubo muchas geografías en la vida de Negrín. Geografías elegidas, pero sobre todo dictadas por circunstancias políticas entre 1936 y 1946. Con él viajaron sus libros y documentos y cuando no fue posible, como sucedió al llegar exiliado a Francia y apenas un año después a Inglaterra –donde residió entre 1940 y 1947–, colmó su residencia de volúmenes recién adquiridos. Lo que llamamos biblioteca de Negrín es, sobre todo, la imposible reunión de dispersos fragmentos de bibliotecas.

ENTRE LEIPZIG Y MADRID (1911-1936)

No debieron ser diez mil los libros que trajo de Alemania, como pensaba Quintanilla, pero fue un número considerable, sin duda. Allí comenzó su pasión por los libros. Formado en Kiel y Leipzig, en el reconocido Instituto de Fisiología que dirigía Theodor von Brücke, Negrín obtuvo el doctorado en Medicina en 1912, iniciando una carrera académica que se vio interrumpida por el estallido de la Gran Guerra en julio de 1914. A comienzos de ese año había contraído matrimonio con Maria Mijailov Fiedelmann, una estudiante de música, perteneciente a una acomodada familia judía llegada de Ucrania, y a fines de 1914 nació su primer hijo, Juan Negrín Mijailov. Las circunstancias familiares y las dificultades creadas por la guerra aconsejaban el regresó a España. Fue entonces, señala Moradiellos, cuando aprovechando la caída del precio de los libros causada por el conflicto y con la ayuda económica de su padre comenzó a adquirir una amplía biblioteca de Fisiología y de Química Fisiológica. Leipzig que era el más importante centro editorial alemán, alentó el gusto por la bibliofilia y amplió sus intereses temáticos, dos rasgos que siempre conservó. La ciudad invitaba a la lectura, recordó Julio Álvarez del Vayo, estudiante por un tiempo, que bien pudo conocerle en 1913.3 En su biblioteca se conserva Neue Französische Malerei, una antología preparada por Hans Arp –el primer libro del artista–, impresa en Leipzig en 1913. Allí debió adquirir obras científicas como Biochemische Central-Blatt, Chemische Krystallographie, o Handbuch der Spectroscopie que aparecen en el catálogo londinense, también publicadas en la ciudad sajona.

La estancia de Negrín en Las Palmas, a donde llegó en octubre de 1915, fue breve. Un año después se instalaba en Madrid al serle ofrecida por Santiago Ramón y Cajal la dirección del recién creado Laboratorio de Fisiología de la Junta para Ampliación de Estudios. Los libros se habían quedado en Leipzig y tardarían en llegar, lo hicieron acabada la guerra al regularizarse las comunicaciones y los transportes. La biblioteca médica y científica se acomodó en el Laboratorio; en tanto los libros de artes, letras, historia o ensayo, debieron ir a su domicilio de la calle Serrano. Es conocida la fotografía que muestra la biblioteca del Laboratorio. Fue publicada en la revista Residencia, en febrero de 1934. «Solamente la Biblioteca era amplia y estaba muy bien surtida», escribió José María García Valdecasas en 1961, «subscrita a las principales revistas científicas, de algunas de ellas existía la colección completa a partir del primer número. Con sus estanterías hasta el techo, plenas de libros, ofrecía un ambiente agradable y acogedor». Un ambiente que describieron otros discípulos como Rafael Méndez, José Puche, Francisco Grande Covián o Severo Ochoa: «La sala contigua, a la izquierda del mismo según se entraba, contenía una magnífica biblioteca. Esta biblioteca, creación de Negrín, era sin duda en aquellos tiempos las más completa que en el área de la biología existía en el país». Allí leyó Ochoa la obra de Jacques Loeb, The Mechanistic Conception of Life, publicado la Universidad de Chicago en 1912.4 Esa edición, que hoy aparece entre los fondos de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, bien pudo llegar desde el Laboratorio de la Residencia. Es, con toda probabilidad, uno de los libros olvidados de Negrín.

En marzo de 1922, tras convalidar sus títulos en España, obtuvo la cátedra de Fisiología de la Facultad de Medicina de la que no tardó en ser elegido secretario. Ese mismo año colaboró en el Libro en honor de D. S. Ramón y Cajal y fue uno de los firmantes de la convocatoria de la cena en homenaje a Valle-Inclán que organizó la revista España. También le encontraremos entre los muchos que fueron a la Estación de Atocha de Madrid a la despedida de Miguel de Unamuno, camino de su exilio en Fuerteventura en 1924.5 Las ciencias y las letras se confunden en su biblioteca porque se fueron confundiendo en su vida desde fechas muy tempranas. Junto a obras de Albert Einstein –la tercera edición ampliada de Über die spezielle und die allgemeine Relativitätstheorie (Braunschweig, 1918)–, de Max Planck o de su amigo y compañero de la Residencia de Estudiantes Blas Cabrera, primer divulgador de la relatividad eisensteniana, encontramos libros de Juan Ramón Jiménez, Marinetti, Julio Camba –Alemania (1916), publicado el año de la llegada de Negrín a Madrid–, Valentín Andrés Álvarez, Rufino Blanco-Fombona o Tomas Meabe. Las dedicatorias de muchos de ellos orientan sobre su cercanía a los ambientes literarios y artísticos. Teresa de la Cruz, pseudónimo de Teresa Wilms, le dedicó sus Cuentos para hombres que todavía son niños (Buenos Aires, 1919). «Muy afectuosamente al compañero de viaje. Thérèse de la † Julio 1919», escribió la bella y turbadora poeta chilena. También dedicados, en 1924, entraban en su biblioteca Crítica al margen (Primera Serie), de Juan de la Encina (Ricardo Gutiérrez Abascal), otro de sus amigos de tertulia, y el primer libro de Pedro Salinas, Presagios, con un cordial autógrafo: «A Juan Negrín, diminuto en nombre, positivo en ciencia, aumentativo en bondad corpórea, su doliente amigo Pedro Salinas. 29 de junio de 1924». Por entonces su nombre aparecía entre los de José Moreno Villa y Edgar Neville en la relación de suscriptores –suerte de breve compendio de la Edad de Plata– de la «plaquette» en homenaje al poeta ultraista José de Ciria y Escalante, fallecido ese año.6 A Moreno Villa lo trató en el Laboratorio de la Residencia –ocasión de una tertulia «después de las comidas a tomar café» a la que el pintor y escritor acudía a menudo. Allí fue donde Moreno Villa se interesó por el color de los reactivos y en 1931 comenzó a dibujar sobre los papeles ahumados –los llamados grafumos– que se utilizaban para los registros.7

A comienzos de 1926 su nombre aparecía junto a los de Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Manuel Azaña o Gregorio Marañón, entre otros, en el Manifiesto fundacional de «Alianza Republicana», clara muestra de su filiación progresista y del trato con los círculos intelectuales. Ese año significó un tournant en su biografía: publicó sus últimos trabajos de investigación –una versión mejorada de su estalagmógrafo, aparecida en el Boletín de la Sociedad Española de Biología– y se dedicó a la formación de un sobresaliente grupo de discípulos que lograron crear una escuela fisiológica de renombre internacional.8 También por entonces, la necesidad de aumentar sus ingresos le llevó a abrir un laboratorio de análisis clínicos –que pronto alcanzó reputación– y a editar un manual para estudiantes de medicina, tareas en las que contó con la ayuda económica de un familiar muy cercano, su tío Domingo López Marrero. A fines de 1927, con el sello Imprenta de Blass, apareció la obra Elementos de Bioquímica, escrita por sus discípulos José Hernández Guerra y Severo Ochoa de Albornoz, con una colaboración de Negrín, cuya autoría no consta, sobre «Enzimas». Era el primer libro español sobre la disciplina y no tardó en agotarse. La segunda edición, con ajustes en diferentes capítulos, apareció a fines de 1929 ahora ya con el crédito Editorial España. La tercera –Negrín no debió errar demasiado en el cálculo de sus ganancias– se acabó de imprimir en diciembre de 1932.9 Para entonces todavía atendía la cátedra –la Facultad de Medicina imprimió su programa del curso 1932-1933–, pero no tardó en solicitar la excedencia en la cátedra absorbido por las tareas políticas. Lo hizo en 1934.10

En 1927, al tiempo que se ocupaba de la docencia, los laboratorios y de la Secretaría de la Facultad de Medicina, se incorporó a la recién creada Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, una iniciativa de la Monarquía que con la República cobró más aliento. Negrín trabajó como Secretario de la Junta con tanta eficacia como empeño.11 No sorprende que entre sus libros menudeen las monografías sobre arquitectura aparecidas en los años en que se levantaba el campus de la Moncloa. Atento al movimiento moderno, bien pudo escuchar a Walter Gropius que en 1930 habló de «Arquitectura funcional» invitado por la Residencia de Estudiantes y señaló como ejemplo el Pabellón de Laboratorios. En su biblioteca se reunían Internationale Architektur (1925), de Gropius; el influyente Glas im Bau und als Gebrauchsgegenstand (1929), de Arthur Korn, con un acopio de imágenes muy cercano a la Nueva Objetividad; Bauten der Volkserziehung und Volksgesundheit (1930), de Margold, y obras del editor Julius Hoffmann, promotor de los difundidos Baubücher.12 También una entrega de La Demeure Française sobre Charles Siclis, el arquitecto e interiorista que proyectó con Teodoro de Anasagasti la reforma del edificio Madrid-París en 1934; y Actar (París, 1931), libro-manifiesto del arquitecto, urbanista y paisajista Nicolau Maria Rubió i Tudurí que criticaba los excesos del movimiento funcionalista. De la singular figura de Rubió, quien durante la guerra civil fue delegado en Francia del Comissariat de Propaganda de Jaume Miratvilles y trabajó para la diplomacia paralela de Lluis Companys, también se encuentra Sahara-Niger (1932), el primero de sus libros de viajes por África, con fotografías de Vallés, Botey, Puig i Cufí.13

A través de Juan Negrín, la Facultad de Medicina y el Laboratorio de Fisiología fueron generosos clientes de la Librería de León Sánchez Cuesta; al llamado «librero del 27» también le compraba para su biblioteca, en particular libros alemanes. El apunte de títulos evoca de nuevo un variado registro de lecturas entre los Elementos de Histología Normal y de Técnica Micrográfica de Santiago Ramón y Cajal y de su discípulo José Francisco Tello y Muñoz, el Handbuch der Weltpresse 1931, Le Malade Imaginaire, de Molière, o los cuatro volúmenes de System der Soziologie, de Franz Oppenheimer, sociólogo y economista, defensor de un socialismo liberal al que Negrín debió sentirse cercano desde sus días de Leipzig.14 Hubo otros proveedores. Entre ellos, la Librería Nacional y Extranjera de Barcelona, cuyo sello aparece en portadas como Das Neue Gesicht der Herrschenden Klase. 60 Neue Zeichmumgen, de Georg Grosz, publicado por Malik en 1930, y en el anuario fotográfico Das Deutsche Lichtbild: Jahressschau 1934 (Berlín, 1933). El interés de Negrín por la fotografía y el diseño gráfico lo recuerda algunas entregas de Arts et Métiers Graphiques como el espléndido Paris de Nuit, de Paul Morand y Brassaï; el primer libro de Marcel Natkin, La photographie sur le petit format. Le Leica (París, 1933), que fue también el primer manual sobre la pronto celebrada cámara; y la revistas D’Aci i d’Allà o Europa, publicación de corta vida que promovía en Barcelona el psicoanalista húngaro Oliver-Brachfeld.15

En 1929, con sus amigos Luis Araquistáin y Julio Álvarez del Vayo, que ese año propiciaron su ingresó en el Partido Socialista, fundó la Editorial España, rótulo en el que resuena el semanario dirigida por Araquistáin entre 1916 y 1922. El primer libro fue Sin novedad en el frente, la exitosa novela antibelicista de Erich Maria Remarque, publicada en Alemania en enero de 1929. Al parecer, la elección fue sugerencia de Gertrudis Graa, periodista y esposa de Araquistáin, y de la traducción se ocuparon el periodista alemán Eduardo Foerstsch y el escritor Benjamín Jarnés. Impreso en junio de 1929, alcanzó nueve ediciones en un año y se llegaron a imprimir 110.000 ejemplares. La novela de Remarque –escribió mordaz Álvarez del Vayo– «estuvo a punto de hacernos ricos […] Nos hubiese hecho ricos a Araquistáin y a mí, puesto que Negrín ya lo era de familia».16 En línea con las llamadas editoriales de avanzada como Cenit, Oriente, Ulises o Zeus –cuyos títulos también menudean en la biblioteca de Negrín–, España publicó diferentes colecciones: novela, viajes y aventuras, biografías, ideas y hechos sociales, teatro y biología y medicina. Muy activa entre 1929 y 1935, en el catálogo encontramos: Mis peripecias en España (1929), de Trotski, traducido por Andreu Nin; Grandeza y servidumbre de la prensa (1930), de Alfonso Ungría, introductor en España de los análisis sobre prensa y opinión pública; Ocaso de un régimen (1930), reedición revisada del libro que Araquistáin –autor frecuente en el catálogo– había publicado como España en el crisol (Barcelona, Minerva, 1920); Cuestiones de dietética (1933), de Jaume Pi-Sunyer, iniciador de los estudios de nutrición, con prólogo de Negrín; El cáncer de útero (1931), trabajo pionero de Sebastián Recasens; Stalin (1932), del misterioso y antisoviético Essad Bey (Lev Nussimbaum); Rusia al día (1932), de Julián Zugazagoitia; Nosotros, los marxistas. Lenin contra Marx (1932), de Antonio Ramos Oliveira; ¡Écue-Yamba-O! novela afrocubana (1933), la primera obra de Alejo Carpentier, feliz en Madrid con las mil pesetas que le habían pagado por los derechos, o La educación y el orden social, de Bertrand Rusell (1934).17 España dio cobertura a Leviatán, mensual de orientación marxista dirigido por Araquistáin que apareció entre mayo de 1934 y julio de 1936. Vinculada a la revista, Ediciones Leviatán publicó en 1935 Las fábulas del errabundo, de Tomás Meabe –sobria figura que Juan Ramón Jiménez evocó en una de sus caricaturas–, con prólogo de Julián Zugazagoitia y cubierta de Mauricio Amster.

Esa primera biblioteca aunque sedentaria y madrileña debió estar repartida por diferentes lugares de la ciudad como su domicilio en la calle Serrano (número 85), el laboratorio particular –también en Serrano (número 73) y, más tarde, en la calle Ferraz–, el Laboratorio de la Residencia, la Facultad de Medicina o en la Casa de las Flores, el edificio de Secundino Zuazo, donde vivía Feli López, que debió ser para Negrín una frecuentada segunda residencia. Los libros, revistas y separatas que habían estado en la Residencia pasarían a la nueva Facultad de Medicina entre noviembre de 1934 y febrero de 1935. En la Biblioteca de la Facultad puede consultarse la obra del fisiólogo y pionero de la fotografía Jules-Étienne Marey, Physiologie du mouvement. Le vol des oiseaux (París 1890), un ejemplar con autógrafo de Juan Negrín. Otro de sus libros olvidados.

ENTRE MADRID, NÁQUERA Y BARCELONA (1936-1939)

Transcribo una carta recibida en Cultura Popular –escribió Arturo Serrano Plaja en diciembre de 1936– en la tarde de un día que por la mañana hubimos de visitar unos de nuestros frentes y en él hablar de la cultura con nuestros milicianos, dentro de las trincheras. «Estimados camaradas: […] en la mayoría de estos hoteles (hay que aclarar para la mejor comprensión de esta carta que se trata de hoteles deshabitados y situados en plena línea de fuego) existen bibliotecas con valiosas colecciones expuestas a ser destruidas por los obuses (y la incultura de algunos milicianos, los menos). ¿Por qué no nombráis una comisión que venga a rescatarlos? Espero que así lo haréis. Con saludos revolucionarios. Emeterio Orgaz, 4a Compañía de Asturias. 1a Brigada Internacional». No parece que la petición de éste oficial fuera atendida, pero algo pudo salvarse en esos devastados escenarios cercanos a Madrid. Debemos al esfuerzo de José María Corral, discípulo y amigo de Negrín, quien tras la guerra civil dirigió el Instituto Cajal, el rescate de una parte de los libros y revistas que se habían depositado un año antes en la recién creada Ciudad Universitaria. Una arriesgada intervención que le fue agradecida por la Junta para Ampliación de Estudios a fines de 1938. Convertida en frente de guerra, los libros de mayor tamaño sirvieron –como recordó el brigadista Bernard Knox y testimonia alguna foto de Robert Capa– en barricada y protección ante las balas enemigas.18

En 1936 llegarían las incautaciones oficiales que pretendían la salvaguarda del patrimonio bibliográfico y las requisas que aspiraban a socializar la lectura, pero prevalecieron la destrucción causada por las bombardeos franquistas y el hurto y la rapiña –que Gloria Fuertes ilustró con algún vivido recuerdo del Madrid de su juventud. Fueron muchas las bibliotecas desaparecidas entre 1936 y 1939.19 «No tengo un solo libro de mi biblioteca de Madrid», escribió en 1954 Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes, que había dejado España en septiembre de 1936. En sus Caminos inversos, el fisiólogo Rafael Méndez –otro discípulo de Negrín de quien fue secretario cuando éste ocupó el ministerio de Hacienda–, agradeció que algún libro suyo rescatado por manos amigas le llegara a México, pero lamentó la pérdida de su ejemplar del Romancero Gitano que García Lorca, compañero de la Residencia, le había dedicado, adornando con dibujos algunos de los romances.20

Los libros de Negrín estuvieron en Madrid hasta que el Gobierno de la República se trasladó a Valencia. Fue entonces cuando la biblioteca inició un incierto éxodo que el final de la guerra y las circunstancias del exilio convirtieron en serpenteante y laberíntico. Feli López y Elías Delgado, técnico de laboratorio de Negrín y después secretario del Presidente, se ocuparon de trasladar la valiosa y amplia biblioteca a Náquera, una localidad cercana a Valencia en cuya urbanización La Carrasca se alojaron algunos ministros.21 Al parecer Negrín, ministro de Hacienda desde septiembre de 1936, ocupó una espaciosa casa conocida como «El Pinaret». Alguna huella dejó en sus anaqueles la estancia valenciana. Entre otras, Propaganda y cultura en los frentes de guerra, parte de cuya tirada se destinó a los asistentes al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura reunido en Valencia en julio de 1937. Generoso arsenal de información gráfica y literaria, el libro, que debió coordinar Gabriel García Maroto, se imprimió en los talleres de La Semana Gráfica, de donde también salieron los romances de Emilio Prados, Llanto en la sangre, ilustrados por Miguel Prieto. También valenciano es el folleto Oficina de Adquisición de Libros. Memoria. Marzo-Noviembre 1937, preparado por María Moliner, entonces directora de la biblioteca de la Universidad de Valencia.22 A Valencia debió llegar otro de los libros para los agasajados congresistas de julio, la Crónica general de la Guerra Civil (1937), textos recopilados por María Teresa León con la ayuda de José Miñana, publicada por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que cierra el emocionado «Homenaje» de Luis Cernuda aparecido en El Mono Azul en febrero de ese año.

A fines de 1937 la biblioteca continuó su obligada errancia acompañando el repliegue republicano, ahora hacia Barcelona. Quedó instalada en la que fue residencia oficial de Negrín, una magnífica torre en Pedralbes que pertenecía a la familia Roviralta, donde el primero de mayo de 1938 se presentó el programa de gobierno, los conocidos 13 puntos. Por aquella Barcelona andaba Eduardo Zamacois quien relató en sus memorias, Un hombre que se va…, la peculiar protección que le ofreció Negrín cuando la novela El asedio de Madrid fue denunciada por derrotista. También en Barcelona estaba Luis Araquistáin, enfrentado a Negrín desde la caída de Francisco Largo Caballero en abril de 1937. Había logrado sacar su biblioteca de Madrid –le llegó por vía marítima desde Valencia–, y entretenía sus ocios con frecuentes compras en la librería de Antonio Palau Dulcet que fue –al decir del periodista y escritor– «origen de mi bibliofilia». Negrín no debió comprar tantos libros, pero alguno adquirió, a través de su hijo Juan, en subastas de bibliotecas clausuradas. Es el caso de Typografie als Kunst, de Paul Renner, y Duinesen Elegien, de Rilke, que procedían de la Biblioteca del grupo DAS (Deutsche Anarchosyndikalisten), que tanto había colaborado en la denuncia de las redes nazis en Barcelona y sería víctima del acoso comunista contra el POUM y los libertarios. En otro título, Der Arbeiter. Herrschatf und Gestalt (Hamburgo, 1932), de Ernst Jünger, aparece el sello del Centro de Estudios Alemanes y de Intercambio de Barcelona, fechado en 1938.23

La biblioteca de Negrín reúne una selecta muestra de la edición republicana, en particular de la propaganda en el exterior. Arthur Koestler figura en ella con Spanish Testament (Londres, Victor Gollancz, 1937) y con Menschenopfer Unerhört. Ein Schwarzbuch über Spanien, publicado en las parisinas Éditions du Carrefour, un sello que Pierre G. Levy, el editor de Bifour, había creado en 1928. A comienzos de los años treinta lo había cedido a Willi Münzerberger, quien con la ayuda financiera de la Komintern, para quien trabajaba, saneó sus decaídas cuentas.24 París fue un centro editorial muy relevante de la agitprop comunista. Allí se imprimió en 1938 Espionnage en Espagne (Dënoel, 1938), libelo contra el POUM que contó con un prólogo de José Bergamín y firmó un inexistente Max Rieger. Rieger, supuesto integrante de las Brigadas Internacionales, enmascaraba a un colectivo aunque la autoría determinante fue la de Wenceslao Roces –entonces subsecretario del ministerio de Instrucción Pública–, o bien, lo han apuntado Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, la de Georges Soria, periodista y militante del partido comunista francés. Panfleto bien fabricado por la inteligencia estalinista, plagado de equívocos, que pretendía justificar la represión contra los troskistas y la atrocidad cometida por los comunistas con Andreu Nin en junio de 1937. La edición francesa aparecía traducida –de una supuesta edición española– por Jean Cassou, en tanto la edición española, publicada ese mismo año en Ediciones Unidad, sello del partido comunista de España, acreditaba la traducción de Lucienne y Arturo Perucho, ambos de obediencia comunista, de un texto francés previo. También ha suscitado alguna controversia la colaboración de Bergamín, por entonces presidente de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, cuya firma avalaba la represión del POUM, calificada de caballo de Troya y de eficaz instrumento fascista en el territorio republicano. A juicio de Gonzalo Penalva, Bergamín aceptó escribir el prólogo –del que nunca abjuró– porque se lo había pedido Negrín y porque estaba convencido de la verdad de las acusaciones.25 Otros libros, también parisinos: La République espagnole lutte pour la défense de la démocratie (Imprimerie Coopérative Étoile, 1937), de Jean Cassou; La Guerre en Espagne (Imprimerie Coopérative Étoile, 1937), de Louis Fischer, periodista cercano a Negrín hacia el final de la guerra, muy involucrado en la difusión de propaganda republicana.26 La persécution religieuse en Espagne (Librairie Plon, 1937), con el poema de Paul Claudel y los textos reunidos por Joan Estelrich, traducidos por Francis de Miomandre; y Une jeune mère dans les prisons de Franco, de Pilar Fidalgo (1939), estremecedor relato de los días en la cárcel de Zamora al inicio de la guerra y del asesinato de Amparo Barayón, la esposa de Ramón J. Sender.27

La activa Embajada de Londres, a cuyo frente estaba Pablo de Azcárate, publicó dos importantes fotolibros de cuya edición se ocupó Antonio Ramos Oliveira, responsable de prensa: La lucha del pueblo español por su libertad (1937) y Work and War in Spain (1938). También en Londres, con Charles Duff como editor literario, se publicó Spain at War, revista mensual cuyo primer número apareció en abril de 1938. En la biblioteca de Negrín menudean folletos y discursos, entre ellos los referidos a los 13 puntos: aparecen en un folleto traducido al francés por André Malraux –Les 13 points pour lesquels combat l’Espagne– y en la carpeta Declaración de Principios del Gobierno de la República Española, impresa en Barcelona y editada por el Comisariado del Cuerpo de Ejércitos de la Región Central, con textos de Bibiano F. Osorio-Tafall y de Jesús Hernández. La atribución del diseño a Josep Renau ha sido discutida recientemente; la autoría artística resulta un tanto esquiva y en la composición de la portada con montaje fotográfico pudo intervenir Antonio Ballester, colaborador gráfico del Comisariado.28

La espléndida nómina de artistas gráficos republicanos la recuerdan la carpeta de litografías Madrid. Álbum de Homenaje a la gloriosa capital de España, con texto de Antonio Machado y portada de Enrique Climent, y varios libros y folletos. Entre otros, 7 de octubre. Una nueva era en el campo (1936), colaboración de José Renau y Mauricio Amster, con dibujo de Renau en la cubierta; el fotomontaje de Renau para El fruto del trabajo del labrador es tan sagrado para todos como el salario que recibe el obrero (1937), también editado por el Ministerio de Agricultura; Los caricaturistas y la guerra española (1937), repertorio de viñetas antifascistas reunidas por Gabriel García Maroto, responsable del Servicio de Propaganda del Ministerio de Instrucción Pública; y –también en Ediciones Españolas– los Dibujos de Guerra de Arturo Souto (1937). Merecen crédito dos folletos poco conocidos: Le Palais National (Madrid), con letras dibujadas de Ramón Gaya, cuaderno nº 6 de la Oficina Nacional de Turismo (1938); y L’affiche de guerre (1938), impreso en Barcelona en los talleres Llauger, con unas cubiertas que podrían haber salido del Estudi Fototècnic Publicitari de Pere Català Pic o de quienes colaboraban con el departamento fotográfico del Comissariat de Propaganda, como –valgan solo unos nombres– Agustí Centelles, Miquel Agulló, Gabriel Casas o Josep Sala.29 A modo de prólogo, un texto anónimo de título idéntico recuerda la exposición de carteles de la Gran Guerra –«leçon que la guerre européenne avait donné a la propagande publicitaire, leçon renouvelée par la révolution russe»–, presentada en Barcelona en 1929 y el ciclo de conferencias que la acompañó, abierto por el presidente del Publi-Club de Barcelona, Rafael Bori Llobet, que justamente habló de «El cartel de guerra».

En el apartado literario menudean títulos que merecen mención. Entre otros, la rara partitura Ay, ay ¡hui! Coplas del Fuerte de San Cristóbal, con texto de Emilio Prados y música de Rodolfo Halffter (1938). Y también con el sello Ediciones Españolas, Guerra Viva, poemario de José Herrera Petere, con litografías coloreadas de Manuel Ángeles Ortiz (1938). Ese mismo año, Hora de España –que, a juicio de Mainer, clausuraba, inadvertidamente y con brillantez la Edad de Plata, publicó Entre dos fuegos, narraciones de Antonio Sánchez Barbudo, y El hombre y el trabajo, de Arturo Serrano Plaja, con dibujos de Gaya, que Trapiello destaca como un primer intento de poesía social. También clausuraba la edición republicana ese prodigio de la imprenta errante que es España en el corazón, de Pablo Neruda. Al cuidado de Manuel Altolaguirre, se acabaron de imprimir los quinientos ejemplares –el de Negrín es el número 9– en el Monasterio de Montserrat el 7 de noviembre de 1938, conmemorando el segundo aniversario de la defensa de Madrid. Primera edición española del libro de Neruda que está documentada en muy escasas bibliotecas.30

TOULOUSE, MARSELLA, PARÍS, ANDRÉSY, BOVINGDON, CHIDDINGFOLD Y DE NUEVO PARÍS (1939-1956)

El 22 de enero de 1939, Negrín ordenó la evacuación de Barcelona. Ese día abandonaba la ciudad Luis Araquistáin con sus libros y objetos de arte gracias a las ambulancias que le facilitó el doctor Eduardo Arín, Jefe de Sanidad Militar. Un recurso que escandalizó a Constancia de la Mora cuando días después vio las bien equipadas ambulancias estacionadas ante el ayuntamiento de Cerbère. Negrín debió apurar la salida y los servicios del Jefe de Gobierno retiraron libros muy recientes dejados en su residencia por Fernando Vázquez Ocaña, socialista y director de La Vanguardia entre octubre de 1937 y enero de 1939 y jefe de prensa del presidente del gobierno desde mayo de 1937 hasta abril de 1939. En alguno de esos libros –las Nuevas Crónicas de Gerardo Rivera, de Juan José Domenchina, publicadas en Barcelona a fines de 1938– puede leerse esta dedicatoria: «A Fernando Vázquez Ocaña este libro de crónicas absolutamente inactuales. J. José Domenchina. Ba enero 1939». Contenida muestra de estoicismo en una ciudad enmudecida por la derrota.31

«Un silencio completo y enormes remolinos de papeles rotos y quemados, empujados por el viento que entraba por las esquinas y bocacalles acogió a los “vencedores”». Así evocó Constancia de la Mora en Doble esplendor –unas memorias acabadas de escribir en Nueva York en el verano de 1939–, la llegada de las tropas de Yagüe a Barcelona el 26 de enero. Esas hogueras, que hacían desaparecer documentos comprometedores y también sirvieron para combatir el frío, tardaron en apagarse. En la retirada hacia la frontera, ya cerca de Figueras, Ehrenburg encontró a Sávich y a Kótov quemando la biblioteca de la embajada soviética en una masía. «No iban a dejar libros rusos a los fascistas», le dijeron. Kótov, que según observó Eherenburg, quemaba los libros con delectación, no era otro que Leonid Eitingon, agente de la NKVD que no tardaría en aparecer por México para acabar con Trotski. Ovadi Sávich, corresponsal de la agencia Tass, hispanista y asistente al Congreso de Escritores de Valencia, había preparado en colaboración con Manuel Altolaguirre la edición de dos dramas de Alejandro Pushkin, publicados en Barcelona en 1938. También los encontramos entre los libros de Negrín.32

Negrín salió de España el 6 de marzo de 1939. Un avión pilotado por Diego Hidalgo de Cisneros le llevó del aeródromo de Monóvar a Toulouse. Allí estaban ya su biblioteca y su archivo de cuyo traslado desde Barcelona se ocupó José de Arizmendi, un oficial del Cuerpo de Carabineros, quien, algo después, ante el avance alemán y siguiendo instrucciones de Francisco Méndez Aspe, se trasladó a Marsella, y solicitó la ayuda de Gilberto Bosques, cónsul de México. Las cajas contenían una parte de la biblioteca y los documentos relativos a su gestión como ministro y jefe de Gobierno. Todo quedó bajo custodia de las autoridades diplomáticas mexicanas. Una parte de los libros y documentos –los de carácter más privado, quizá– pronto viajó de Toulouse a París; la otra –de índole más oficial y asociada a la guerra– lo hizo a Marsella en 1941.33 Tardarían en reunirse.

La biblioteca personal quedó acomodada en un apartamento de la Avenida Charles Floquet en el que residió Negrín hasta mediados de 1940. En mayo de 1939 de camino a México –donde participó en la recepción de los pasajeros republicanos del Sinaia en el puerto de Veracruz– se detuvo en Nueva York para ver a sus hijos y mantener algunas entrevistas políticas. Fue entonces cuando Luis Quintanilla, llegado en enero para ocuparse del Pabellón Español de la Feria Internacional de Nueva York que canceló el final de la guerra, debió dedicarle su recién aparecido All the Brave, título tomado –recuerda el pintor– de una poesía que celebraba el heroísmo español en la época napoleónica, un símil recurrente en la España republicana. Con dibujos de guerra y textos de Elliot Paul, Jay Allen y Ernest Hemingway, el libro lo había editado el sello neoyorquino Modern Age Books. «A Juan Negrín –leemos al pie de un poema de Wordsworth– con un fuerte abrazo de nuestra vieja amistad. Luis Quintanilla. New York. Mayo 1939». La dedicatoria la acompaña el dibujo de una botella de sifón, un guiño privado, una burlona alusión al laboratorio de Negrín, un motivo que Quintanilla ya había utilizado en los frescos pintados en la Ciudad Universitaria. Este ejemplar de All the Brave está en una biblioteca particular francesa y quizás llegó a ella con la dispersión de los libros que durante unos años, ya muerto Negrín, estuvieron en la residencia veraniega que su hijo Juan tenía en Niza.34 Es otro de sus libros olvidados. De vuelta en París, en julio de 1939, Negrín se tropezó en más de una ocasión con la periodista Josefina Carabias que le recordó vigoroso y atento a la Oficina de Ayuda a los Refugiados Españoles, en el Boulevard Hausmann. También se encontró con Max Aub, que pronto sería detenido, con quien había comentado el proyecto de crear una colección de clásicos españoles en Gallimard y de otra serie de libros sobre la guerra con el editor Léon Pierre-Quint, director de Saggittaire. Algo después –ya desde Londres– Negrín apoyaría a José Bergamín –a través de su hombre de confianza, el doctor José Puche– en la recién creada Editorial Séneca.35

El avance alemán obligó a Negrín a abandonar París el once de junio de 1940. Antes de hacerlo, quizá ayudado por sus amigos Germaine y Jules Moch, debió depositar su biblioteca en Andrésy, una pequeña localidad cercana a París, al amparo de Maître Coquelin, un notario de simpatías republicanas.36 El 21 de junio, provisto de un pasaporte mexicano, Negrín embarcó en Burdeos con destino a Inglaterra. Lo hizo «en un barco carbonero desmantelado», se lee en el Informe de Luis Ignacio Rodríguez Taboada, Ministro de México en Francia, a quien Negrín entregó «para su custodia, restos del archivo republicano, que dejaba en los “trailers”, así como prendas y objetos de su uso personal». Esos documentos viajaron a Marsella y allí se reunieron con los procedentes de Toulouse.37

La presencia de Negrín en Inglaterra resultó incomoda para el gobierno de Winston Churchill que pronto le informó de que debía abstenerse de participar en actividades políticas, invitándole a abandonar el país. No fue así. Negrín, que contó con el apoyo de los laboristas, mantuvo una vida política discreta y promovió empeños culturales como The Juan Luis Vives Scholarship Trust, creado en mayo de 1942, o el Instituto Español de Londres, proyecto de Pablo de Azcárate, abierto a comienzos de 1944. Colaboró en algún experimento científico con la Royal Navy y con J. B. S. Haldane, catedrático de biometría de la Universidad de Londres, y en 1941 fue invitado en dos ocasiones por la Sociedad Fabiana, núcleo intelectual del laborismo. Mantuvo un trato muy cercano con Azcárate y con Antonio Ramos Oliveira, colaborador de The Left Book, quien hizo una elogiosa consideración de Negrín en su Politics, economics and men of modern Spain, 1808-1946, que Victor Gollanz publicó en 1946: hombre de ciencia que las circunstancias –no su deseo, precisó Ramos Oliveira– convirtieron en líder indispensable de la guerra y de la República. Negrín se incorporó a la escena del exilio republicano londinense y el periodista y escritor Esteban Salazar Chapela, que dirigió el Instituto Español hasta su clausura en 1950, le mencionó en alguna ocasión –sin ocultarlo bajo seudónimo, como sucede con otros protagonistas– en Perico en Londres, autobiografía y novela memorialística, como la caracteriza Francisca Montiel Rayo, aparecida en Buenos Aires, en 1947.38

Negrín llegó a Londres sin libros, pero se apresuró a comenzar una nueva biblioteca, ahora orientada hacia la bibliofilia, una decisión que no descuidaba el valor de mercado que pudiera lograr con el tiempo. Algunas pistas ofrecen las memorias de Pablo de Azcárate y los partes de los agentes de la embajada española. Un informe para el duque de Alba de 27 de julio de 1940 precisaba que días atrás Negrín y Feli López habían visitado librerías en Bedford Street y en Charing Cross, así como establecimientos de venta de microscopios y material químico. «Ha comprado una verdadera biblioteca» –anotó el antiguo embajador republicano y cercano amigo de Negrín, en diciembre de 1940. Para entonces había alquilado Dormers, una bella casa de campo en la localidad de Bovingdon, que distaba 38 millas de Londres. Allí fue acomodando un laboratorio químico-fisiológico y sus recientes adquisiciones. Negrín –se lamentó Azcárate en febrero de 1941–, se ha encerrado «con la biblioteca que se ha comprado y unos cuantos “pasatiempos”». «Todo el espacio disponible en la casa en que vive en Bovingdon –precisó el espía del duque de Alba en octubre de 1942– está llenó ahora de libros caros».39

Negrín fue reuniendo una valiosa librería en la que había repertorios de bibliógrafo, literatura científica contemporánea, algunos incunables españoles y numerosas ediciones de los siglos XVI a XVIII. Justamente, una obra médica del Renacimiento –Novae veraeque Medicinae (Medina del Campo 1558), de Gómez Pereira–, que había adquirido en la librería de Albrecht Rosenthal, en Oxford, fue la ocasión para un cruce de cartas con Araquistáin en 1944, un irónico ejercicio de esgrima epistolar. Araquistáin, recién nombrado representante en Londres de la Junta de Liberación Española –lo que mereció algún sarcasmo de su corresponsal–, le ofrecía intercambiar el libro de Gómez Pereira por cualquier otro de un valor análogo. Negrín no atendió la sugerencia –«no quisiera desprenderme de él»– y en su respuesta demostró un solvente conocimiento de la literatura histórico-médica española. El anhelo del regreso a España –el avance de la guerra apuntaba el éxito aliado– es manifiesto y compartido por ambos. Araquistáin se mostraba interesado en coordinar una Historia de la Ciencia Española –un estudio que rehabilitara, escribe, la difamada cultura hispánica– y animaba a Negrín a volver al antiguo oficio de editores y «resucitar nuestra vieja Editorial España, pero en grande y ahora con mejor conocimiento de causa».40

En 1945 vencía el contrato de arrendamiento de Dormers y Negrín decidió adquirir Combe Court, una hermosa propiedad de estilo isabelino situada en la localidad de Chiddingfold, 42 millas al sur de Londres. Un nuevo traslado de la biblioteca. La mudanza no concluyó hasta octubre de 1946 y para entonces, circunstancias políticas y también de índole familiar aconsejaban fijar la residencia en París lo que sucedió de manera definitiva a fines de 1947. Los libros comprados en Inglaterra entre 1940 y 1947 se debieron quedar en Combe Court, aunque en los viajes entre París y Chiddingfold, regulares hasta mediados de los años cincuenta, también iban y venían libros y revistas.

La mayoría de la biblioteca inglesa quedó en Inglaterra hasta que fue subastada entre 1957 y 1958, tras la muerte de Negrín. En septiembre de 1957 la firma John D. Wood & Co gestionó la venta de Combe Court, junto con el mobiliario, colecciones de discos y algunos libros. El catálogo no los describe, pero menciona lotes de novelas, obras de jardinería, fauna, o fotografía, y en una de las entradas se precisa: «The War on Spain, 4; other Works on Spain, 10». Estos primeros debieron ser, quizá, libros que quedaron aislados en alguna dependencia y de menor valor económico. Los valiosos salieron al mercado meses después. «En Sotheby –escribió Rómulo Negrín a su hermano Juan en noviembre de 1957– me dijeron que estaban haciendo la agrupación de los libros para preparar el catálogo y que la venta no la podrían hacer antes de fines de enero. Ninguna fecha concreta, pues no querían comprometerse, dada la gran cantidad de libros que tienen que cataloga». El catálogo de Sotheby, publicado en 1958, ofrecía 544 lotes que se subastaron en dos sesiones celebradas a comienzos de febrero. Por esos días, Rómulo informó a sus hermanos Juan y Miguel del resultado de la primera subasta: «En el caso de los libros, las ediciones de libros franceses, aún las buenas, han sido las que se han vendido mal, luego vienen las ediciones inglesas, y las que mejor se han vendido han sido los libros españoles y los alemanes».41

Entre los libros franceses estaban los veintiocho volúmenes de la primera edición de la Encyclopédie (París 1751-1772); también la edición príncipe del Traité élémentaire de chimie (1789), de Lavoisier; repertorios como el de Jacques-Charles Brunet, Manuel du Libraire et de l’amateur de livres (París, 1860-1878, 8 vols.); y las obras completas de Molière y de Balzac, aunque estas no se vendieron y se conservan en París, en el domicilio familiar. En lengua inglesa, Francis Bacon, Charles Darwin, Thomas Carlyle, los Sketches de William Bradford (1810) y el muy raro –«No copy has been offered for sale by auction in this country or America for the past twenty-five years», se lee en la entrada– de Bernaldino Delgadillo de Avellaneda, A Libell of Spanish lies, impreso en Londres en 1596. Entre los libros alemanes, junto a variadas colecciones médicas, como los 36 volúmenes de Ergenbisse der Physiologie (Wiesbaden-Múnich 1902-1932), se ofrecían obras completas de Goethe y Schiller; los Schriften (1925-1928), de Sigmund Freud; Werke, de Rainer Maria Rilke (Leipzig 1927); y la primera edición de Die Bestimmung des Menschen (Berlín 1800), de Johann Gottlieb Fichte. Aunque había ejemplares muy valiosos de la cultura humanista con autores como Tomás Moro o Ptolomeo, el rango y la densidad de la alta bibliofilia se alcanzó con libros españoles como el ya citado de Gómez Pereira. Valgan algunos ejemplos. La Compendiosa Historia Hispanica, de Rodrigo Sánchez de Arévalo, impresa en Roma hacia 1470; las Epistolas de Séneca (Toledo 1502); Crónica abreviada de España, de Diego de Valera, la Valeriana, como la llamó el autor, en las prensas sevillanas de Cromberger, en 1543; Los Seys libros de la Galatea, de Cervantes, por Cormellas (1618); diferentes ediciones de El Quijote; el Discurso Poético, de Juan de Jáuregui (1624); Conquista y Antigüedades de las Islas de la Gran Canaria (1676), de Juan Núñez de la Peña, que hace unos años editó Antonio Bèthencourt; el arbitrismo de la Representación al Rey (1732), de Miguel de Zavala, que se considera «An important work on political economy, of American interest»; los elegantes 18 volúmenes del Viage de España, de Antonio Ponz (1772-1794), o la Bibliotheca Hispana Vetus (Madrid, 1788, 2 vol.), de Nicolás Antonio, ambas en la Imprenta de Joaquín Ibarra. En un conjunto en el que, con la salvedad de la literatura científica y médica, predominan los autores clásicos sorprende encontrarse el Picasso, 1930-1935, de Christian Zervos (París, Cahiers d’Art, 1935), o Poems (Londres, The Dolphin Book, 1939), selección de poemas de García Lorca preparada por Rafael Martínez Nadal, traducidos por Stephen Spender y J. L. Gili, y editados por The Dolphin Book, sello que Gili había creado en 1934.42

A fines de 1947 Negrín se instaló en París en un amplio piso de la avenida Henri Martin, cercano al Trocadero. Fue entonces cuando pudo recuperar aquella parte de su biblioteca depositada en 1940 en Andrésy, al amparo del notario Coquelin. En 1945 con ocasión de un viaje a México, Negrín solicitó al Secretario de Relaciones Exteriores, Francisco Castillo Nájera, que se le permitiera recuperar los libros que en 1941 habían quedado en Marsella bajo la protección de las autoridades mexicanas. La respuesta fue atenta e inmediata y en 1946 esas cajas viajaron de nuevo, en esta ocasión de Marsella a la notaría de Andrésy, ahora atendida por Georges Pelé.43 Allí permanecieron hasta 1954 cuando siguiendo instrucciones de Mariano Ansó, llegaron a París. Después de quince años, se reunían los libros y papeles que habían salido de España en 1939.

Por un tiempo, entre 1947 y 1954, hubo de nuevo dos bibliotecas, una en Chiddingfold y otra en París y aunque entre ellas hubo trato y vaivén de papeles, la biblioteca abierta, viva y renovada fue la francesa. En el que fue despacho de Negrín, al hojear algún libro puede uno encontrar una nota de 1952 del editor de los Keesing’s Contemporary Archives, o un saludo de la librería londinense John & Edward Bumpus, fechado en octubre de 1956, pocas semanas antes de su fallecimiento.

Los libros de estos años mantienen el gusto por lecturas muy variadas, entre el documentado relato biográfico de Robert Capa, Slightly Out of Focus (1947), y algún libro de Albert Camus, a quien debió conocer a través de la actriz María Casares, amiga de Feli López de Dom Pablo, que le dedicó La devotion a la croix, adaptación del auto sacramental de Pedro Calderon de la Barca (París, Gallimard, 1953). Obras de Einstein o de Norbert Wiener recuerdan la atención por la ciencia, interés que le llevó a colaborar con Raymond Moch, investigador del Laboratorio de Física Atómica del Collège de France.44 Atento a la política internacional, en abril de 1948 publicó unos artículos en el New York Herald Tribune en los que defendió que España no debía quedar excluida del Plan Marshall, una opinión muy criticada por el exilio. No obstante, desde México llegaron amistosos envíos como Recordación de Cajal (1952), homenaje editado por la revista Cuadernos Americanos en el que participaban discípulos y amigos como José Puche Álvarez o Arturo Rosenblueth; 50 años de arquitectura española (1900-1950), de Bernardo Giner de los Ríos; y No (1952), de Max Aub, que le dedicó el libro «con la devoción de siempre». Aub, también expulsado del Partido socialista en 1946, escribió la necrológica «Juan Negrín, el guerrillero», que no corrió de molde hasta 1967.45 También de la diáspora proceden dos libros: el Gulliver de Jonathan Swift, ilustrado por Luis Quintanilla (Nueva York, 1947), con una dedicatoria cómplice a quien «también conoce quienes son los pequeños, los grandes, los filósofos, los sabios y los Yahoos»; y Spanien mot Franco (1949), resultado de una estancia en Estocolmo, que incluye una traducción del poema de Machado dedicado a Lorca, preparada por Ernesto Dethorey, periodista y traductor que durante la guerra civil había estado muy vinculado a la embajada de España en Suecia.46 Un folleto de su biblioteca, Beograd 1936-1956, recuerda que en el otoño de 1956 Negrín viajó a Belgrado, donde los voluntarios yugoeslavos celebraban el veinte aniversario de la creación de las Brigadas Internacionales. Alguna fotografía le muestra con un grupo de combatientes. Debió ser la última. Fue también su último viaje. Falleció en París el 12 de noviembre de 1956.

Días después, el 27 de noviembre, un documento notarial ofrecía una sumaria descripción de los muebles y objetos del domicilio de Negrín, entre ellos una cámara Leica. En su despacho «quatre bibliothèques ouvertes entièrement garnies de livres brochés ou reliés français et étrangers»; en el pasillo: «Soixante quatorze rayonnages contenant des livres brochés et reliés soit en Français soit en langue étrangère». Por entonces se decidió la venta de Combe Court, así como de los libros, cuya subasta en Sotheby produjo unos beneficios netos de 9.000 libras.47 La biblioteca de Henri Martin, enriquecida con los libros no vendidos en Londres, se mantuvo al cuidado de Feli López, si bien Juan y Rómulo Negrín quisieron conservar algunos libros y documentos. «Papá –escribió Juan a su hermano el 16 de noviembre de 1956– me habló con mucho más detalle que en otras ocasiones de los libros que preparaba y particularmente de la parte dedicada a la guerra de España. Me pidió comprobara y añadiera ciertos datos, fechas y detalles con ayuda de papeles y documentos que yo guardo».48 Los libros y papeles retirados por Juan –entre ellos una colección completa de la Editorial España– fueron a Nueva York aunque acabaron en una residencia que este tenía en Niza, y no parece que sus heredero hayan mostrado interés por conservar el legado. Algo similar ocurrió con los impresos –entre los que había algún incunable– que Rómulo se llevó a México.

No fueron esos los únicos libros olvidados. A los de Jules-Étienne Marey y Jacques Loeb, a los que ya me he referido, podría añadirse una cuidada edición de El Príncipe, de Maquiavelo que, según comentó Serrano Suñer, le ofreció Negrín en un vuelo entre Madrid y Las Palmas, en la primavera de 1936, cuando ambos eran diputados. Debió haber muchos más. A partir de 1969, Feli López viajó con alguna regularidad a Madrid para visitar a sus familiares y en ocasiones lo hacía con los libros que estaba leyendo. Uno de ellos ya no volvió a París y debemos darlo por desaparecido. Era –debo la noticia a Carmen Negrín–, la Historia de la guerra en España, de Julián Zugazagoitia, publicada en Buenos Aires en 1940, un ejemplar que en los márgenes tenía anotaciones de Negrín relacionadas con el asesinato de Andreu Nin. En los dramáticos días de la retirada republicana, en enero de 1939, recordó Zugazagoitia que todo su consuelo intelectual se lo procuraban dos lecturas, El sermón sobre la muerte y la Meditación sobre la brevedad de la vida, de Bossuet, y las cartas de amor de sor Mariana Alcoforado al caballero de Chamilly: «A Negrín le interesó Bossuet. Se lo negué. El libro me servía para hacer ejercicios de serenidad». Ese sermón barroco que Negrín no consiguió leer en el castillo de Figueras y que con toda probabilidad nunca leyó, es quizá otro de los libros olvidados.49

Al igual que la biblioteca de Alberto Manguel, reunida a lo largo de una vida peregrina, la de Negrín es el resultado de diferentes bibliotecas fragmentarias. Bibliotecas interrumpidas o abandonadas y vueltas a comenzar al albur de una vida nómada y del caleidoscopio de sus cambiantes intereses como lector. Esta nota es apenas un esbozo de las identidades lectoras de Negrín. Un apunte a la espera de una precisa catalogación de los fondos del Archivo de la Fundación Juan Negrín y del inventario completo de los libros, revistas y folletos que se conservan en el domicilio familiar, en París. Algunos no han podido ser desembalados desde aquel último traslado de Andrésy, en 1954, y se conservan con razonable desorden en baldas y rimeros cumpliendo la exigencia que, a juicio de Umberto Eco, debe tener toda biblioteca: participar de la azarosa condición de Rastro. 50

DOCUMENTOS

DOCUMENTO 1

Carta de Luis Araquistáin a Juan Negrín, Londres, 24 de marzo de 1944

Londres, 24 / 3 / 1944

Querido Negrín: Gracias por la invitación. Temo que no pueda asistir. Desde hace seis o siete años, no sé por qué aciaga influencia de algún astro, cuando llega esa festividad abrileña nunca falta un gripazo más o menos ibérico o alguna otra pejiguera por el estilo que hace más imperiosos mis hábitos eremíticos y acentúa mi natural misantropía.

Pero usted, que sabe disimular la suya con delicadas cortesías y goza de una salud a prueba de bombas y galopes del tiempo, véngase por casa cualquier día próximo a comerse un arroz, regado con algún caldillo galo que aún queda, avisando con un par de días de anticipación, de paso que me trae su adhesión a la Junta auténtica y no suprema. Por el artículo adjunto verá que también se lo pide Finki, y a él, como representante de la nueva generación, no puede usted negárselo.

De paso también me traerá usted un libro de Gómez Pereira que no hace mucho vendió el librero Rosenthal, de Oxford, y como en este país no hay seguramente más que dos personas a quien esa obra interesa, usted y yo, sólo usted debe ser el comprador. A pesar del título, el libro trata de Medicina menos que de otros asuntos que a mí probablemente me interesan más que a usted: el asunto es un poco largo de explicar ahora y ya se lo diré cuando nos veamos. De modo que hará Vd. una obra de justicia cultural y caridad humana canjeándome ese libro que busco desde hace años por algún otro de mi biblioteca que sea también digno de la suya.

Tengo que hablar mucho con usted de libros en relación con una Historia de la Ciencia Española, de tipo colectivo, que quisiera planear y comadrear [¿] cuando, terminada la guerra, me aparte para siempre de nuestra estúpida política y vuelva a nuestro antiguo oficio de editores. Ojalá estuviera usted también animado de análogos propósitos y dispuesto a resucitar nuestra vieja Editorial España, pero en grande y ahora con mejor conocimiento de causa, a ver si rehabilitamos nuestra desconocida y difamada cultura hispánica. El libro de su amigo el judío Braunthal, tan ignorante como audaz, ha removido mis posos patrióticos y quisiera dedicar el resto de mis días a esta obra de redescubrimiento. Un abrazo

Luis Araquistáin

[Fundación Juan Negrín, Archivo, Carpeta 29, número 27. Texto autógrafo escrito en papel timbrado de la Junta Española de Liberación / Spanish Committee of Liberation. Mexico City. United Estates of Mexico. / Delegation in Great Britain: 113 Arthur Court, Queensway, London, W.2].

DOCUMENTO 2

Carta de Juan Negrín a Luis Araquistáin, Bovingdon, 25 de marzo de 1944

Bovingdon, 25 de marzo de 1944

Q. A.: Acabo de echar un vistazo a su carta, con el membrete de su última tienda de juguetes. Me han divertido mucho: carta y letrero.

Por cierto, adviértale al cartelista que ESTATES se letrea STATES desde hace muchos, muchísimos años, salvo en una acepción que no es la que aquí conviene. ESTATES es del siglo XVIII.

Gran pena que su «malaise» periódica coincida con el 14 de abril hasta en los años bisiestos. Si, como yo, estuviera Ud. mitridatizado contra los males «de humano origine» no le aquejarían tales dolencias.

A buen seguro no habrá pasado por sus mientes que voy a leer esas buenas diez onzas de legajo que me envía. Aunque maniático e indiscriminador coleccionista de libros, me horroriza todo lo impreso, restrinjo mis lecturas al Kempis y al Sermón de la Montaña.

Muy recomendable para el hígado y para preservar ilusiones. Seguro remedio de perenne juventud. Más seguro que el caldero de Medea.

Le envío por fin el «Duden» inglés. Ya me dirá, cuando nos veamos, que le parece. De algo así me imagino haberle oído hablar, hace muchos años. Bastante antes de que el primer «Duden» alemán (1935) se publicara; pero creo más bien que U. pensaba en algo más completo, que equivaldría a la combinación de éste y el J. Casares. ¿Me equivoco?

El único libro por Gómez Pereira que tengo es: Novae veraeque Medicinae, experimentis et evidentibus rationibus comprobate. Prima pars (Dícese que la única publicada) Franciscus a Canto, Methymnae Duelli, Anno 1588 [sic, por 1558].

No quisiera desprenderme de él; ni creo que sea esto lo que busca. Es un tratado exclusivamente médico. El primer capítulo se epigrafía: «Calorem febrilem et naturalem ejusdem esse speciei»; el último: «De morbillo et variolis»; los restantes 21 intercalados versan sobre fiebres, infecciones y contagios. Obra de controversia sobre la concepción galénica de fiebre e infecciones, su principal atractivo estriba, para mí, en que sienta como base que la observación y la experiencia personales, ilustradas por la razón, han de prevalecer en Ciencia y Filosofía, como fuente de adquisición del conocimiento, sobre el saber transmitido, la tradición y la autoridad consagrada. Se anticipó así –con otros– a poner en práctica el criterio que más tarde había de aplicar Galileo, y que muchos atribuyen a éste último. Por lo que indirectamente conozco, presumo que G. P. pudiera ser uno de los precursores –con Vives, entre otros–, de Fr. Bacon y R. Descartes. Como el «Novum Organum» y el «Discours de la Méthode» son, con «L’introduction à l’étude de la Medécine expérimentale» de Cl. Bernard, las obras clásicas de la Criteriología y Metodología de la investigación científica moderna, ando hace tiempo tras de la «Antoniana Margarita», para confirmar o desvanecer mis barruntos. Esta es sin duda la obra que U. también persigue. Si cayera en mis manos no la soltara por las razones que van y por las que vienen.

G. P. fue quizá uno de los médicos españoles del XVI que mejor conocían la Escuela Cordobesa, cuna –antes y más que Salerno– del renacimiento médico, escuela revolucionaria, no sólo en Medicina sino en Ciencia y Filosofía.

Porque sospecho que Pereira ha sido el primero, o uno de los primeros, en manejar en bruto, las nociones de «behaviourismo», «reflejo condicional» y «automatismo», tal y como han sido recreadas y estilizadas en la psicofisiología contemporánea.

Porque sospecho que él, con Vives, los dos Valdés, Servet, Valles, Huarte y algún otro, más o menos contemporáneo, son el exponente de lo que era la verdadera cultura española de la época, de la que –siempre en la cuerda floja de los presentimientos– presumo solo conocemos retazos y quizá los menos significativos e importantes. No creo que fuera estéril el encaminar en ese sentido los escudriños de manuscritos y obras no conocidas, no sólo en España, sino más que nada en las colecciones de Universidades, Sociedades sabias, etc., en los Países Bajos, Italia y el Vaticano. ¡Esencial para adquirir la noción exacta de lo que fue nuestra contribución a la Cultura desde fines del XV a mediados del XVI! ¡No me cabe duda!

También barrunto que G. P. –cronológicamente uno de los primeros alienistas– debió de informar en el caso del Príncipe Carlos, y que su informe, quizá con el de Basil –médico flamenco que hizo trepanar a D. Carlos, cuando este medio se desnucó al caer por las escaleras de Palacio– formaba parte del expediente abierto por Espinoza, siguiendo las órdenes de Felipe II; expediente archivado en Simancas, desaparecido de Simancas, y cuyos rastros mi olfato me llevaría a buscar en los antiguos Archivos Imperiales Privados (Secretos) de Viena. Si yo me dedicara a tales cosas.

Vea U. si hay motivos para que me interese el precitado gallego. Como infiero que a U. también le interesa, he hecho estas consideraciones, algunas de las cuales no creo encuentre en la bibliografía. Otros datos podrá encontrar en las Historias de la Medicina de Chinchilla y Hernández Morejón (que no tengo); en las «Abhand. z. Gesch. d. Med». de Max Neuburger; en los «Beitr». (¿) de Karl Sudhoff. Nada de esto tengo. Otros aspectos, no médicos, es probable los encuentre en el cajón de sastre de Cejador (en la London Library, si no se lo ha tragado el Blitz; un ejemplar, carísimo en Maggs) y en el estudio de Narciso Alonso Cortés. Si no recuerdo mal algo publicó la Junta, el Centro de Estudios Históricos, o alguna de esas Instituciones Norteamericanas de Investigaciones Hispánicas. No recuerdo cual.

¿Quién es ese Braunthal que U. me regala como amigo? y ¿a qué libro alude?

De proyectos para cuando volvamos a España ¿a qué hablar? Yo que sigo siendo un optimista impenitente confío ciegamente en el porvenir de nuestro país y por eso espero que el pueblo nos colgará a todos el día ya próximo que en España volvamos a sentar pie. Caerá algún justo que otro entre muchos contumaces, pero qué se le va a hacer si esa es la noria de la Historia. Yo me resigno a mi suerte, aunque no paso de la categoría de aquellos a quienes se desahucia del limbo para, cuando las cosas van mal, descargar en ellos el mochuelo. Lástima que el empavesado de cabezas en perspectiva no se haya hecho antes de empezar nuestra guerra, limitándola a los profesionales de la política. No la hubiéramos perdido y yo no correría riesgos.

Se me acaba el papel y veo, con espanto, que se me acaba también la cuota de escritura que me había asignado para el decenio en curso.

Un abrazo y el viejo afecto de su amigo

J. Negrín

[Fundación Juan Negrín, Archivo, Carpeta 29, número 26. Texto mecanografiado. En la parte superior izquierda: Copia a archivar. Carta a Araquistáin].

DOCUMENTO 3

Carta de Juan Negrín a Francisco Castillo Nájera, Ciudad de México, 19 de noviembre de 1945.

México, 19 de Noviembre de 1945

Excelentísimo Señor D. Francisco Castillo Nájera

Secretario de Relaciones Exteriores de México

Ciudad.

Mi distinguido amigo: Me permito solicitar su atención porqué en estos días, quienes tuvieron a su cargo cuidar la evacuación a través de la frontera franco-española, infórmanme que una parte de los libros que constituían mi biblioteca personal están depositados en un guardamuebles de Marsella, con el conocimiento y bajo la protección de los representantes diplomáticos de México en Francia.

El señor Arizmendi, oficial de Carabineros destacado en la frontera por aquel entonces, recabó la valiosa intervención de D. Gilberto Bosques, a la sazón Cónsul de México en Marsella, para poner a salvo varias cajas conteniendo lo más importante de la citada biblioteca. Antes de otorgar su conformidad, el señor Bosques hizo saber a nuestro representante, que dichas cajas no habrían de contener documentos ni efectos que pudieran conculcar ninguna de las disposiciones internacionales de las que su Nación era fiel observante.

Una vez que el señor Arizmendi dio al señor Bosques las seguridades exigidas, hízose el depósito en el lugar citado, cubriendo el funcionario español los gastos pertinentes hasta fines del año 1941.

Expuestos estos antecedentes, ruego a Vd., no sin cierta turbación por tratarse de un asunto que me concierne personalmente, se sirva girar las órdenes oportunas para que el actual señor Cónsul de México en París, Sr. González Roa, tenga a bien, a mi próxima llegada a Francia, facilitarme el acceso para recuperar mis libros. Excuso decir, por descontado, que haré efectivo en dicho Consulado el importe de los gastos que haya podido irrogar el depósito aludido.

Muy agradecido por la atención, reitérole el testimonio de mi consideración y afecto personal.

J. Negrín

[Fundación Juan Negrín, Archivo, Carpeta 101, número 72. Copia].

Universidad y Sociedad: Historia y pervivencias

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