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PRÓLOGO1

MARC BALDÓ LACOMBA

Universitat de València

La historia de las universidades ha cambiado profundamente desde que en los años setenta del siglo XX la historiografía social y luego la cultural sustituyó el paradigma anterior. Hasta mediados del XX la historia de las universidades era de carácter institucional, estaba muy vinculada a la historia eclesiástica y se hacía de una manera formalista, sin observar lo que sucedía en la experiencia de las universidades más allá de lo que dictaban sus normas; tenía además una tendencia marcada a la hagiografía y desde el punto de vista social era casi terra incognita. Los cambios de enfoque de la disciplina histórica se abrieron a nuevas preguntas y ello afectó, como no podía ser de otro modo, a la historiografía sobre la universidad. Pero seguramente también influyó el impulso de la propia transformación de estas instituciones y el papel que desde finales del siglo XX empezaron a desempeñar en nuestras sociedades del saber estos centros de estudio.

Nos interesa atender los cambios que propició la historiografía, porque bastantes de ellos se recogen en las colaboraciones de este libro. Los objetivos de estudio se hicieron mucho más amplios, se cuestionaron las tradicionales interpretaciones recargadas de exageraciones endogámicas y mitos particulares, se desarrolló una gran diversificación de temas y preguntas; se buscó fundamentar la exploración mediante nuevas preguntas, nuevas estrategias metodológicas, acceso a fuentes primarias o documentales (usualmente poco exploradas hasta los años setenta u ochenta), edición de fuentes. La nueva historiografía universitaria, como corresponde con la nueva historia, usa fuentes documentales (no sólo internas) como nunca habían sido exploradas y desarrolla la crítica de fuentes, es decir, pondera y valora sus alcances y límites. La historiografía universitaria, como la historia social, se abrió a nuevas disciplinas como la sociología, la estadística social, la prosopografía (como estudios biográficos colectivos de profesores o graduados), el derecho y la historia de derecho y las instituciones, la historia de la ciencia y del pensamiento, la historia de la educación, la del arte y una nueva historia institucional que supera el carácter descriptivo y conecta la institución universitaria con la sociedad y las maneras de actuar, pensar y sentir de las personas de las que se nutren, rigen y conforman estas escuelas.

El estudio de las universidades ha ampliado sus campos de trabajo y se ha abierto a nuevas dimensiones y a no pocos temas colaterales que enriquecen la estricta historia universitaria, como puede verse en muchos trabajos de este libro. Entre esos temas colaterales debe mencionarse –algunos en las páginas que siguen y otro no– los siguientes: rentas eclesiásticas, evangelización de indios, inquisición, contrarreforma, jesuitas, nobleza, historia eclesiástica, burocratización de los estados, centralización, nacionalización de clases medias, segunda enseñanza, colegios profesionales, liberalismo, fascismos, exilios políticos, la universidad como espacio social, relaciones entre universidades e historia urbana (tanto en el Antiguo Régimen como en los siglos contemporáneos), historia comparada, miradas a la universidad desde fuera (desde otra universidad, desde el exilio, desde los ojos del viajero…), simbología de estas instituciones (sus efemérides, sus ritos, sus lenguajes, el acto mismo de graduar…), biografías integradas en el contexto social que muestran, también en este campo, el retorno al sujeto (y si puede, según las fuentes, se aproximan a los aspectos privados y a la individualidad o singularidad de la vida de los personajes).

Averiguar la función social de las universidades en cada tiempo ha sido la cuestión central del nuevo estudio de la historia universitaria, que se ha articulado en cuatro grandes ejes. En primer lugar se intenta saber quiénes son sus estudiantes y su procedencia o extracción social, a quién o se admite y a quién se excluye el acceso y por qué motivos (pureza de sangre, recursos económicos familiares y coste de los estudios, profesión familiar). A estas cuestiones se añade el estudio de la sociabilidad y socialización de los estudiantes en colegios universitarios y facultades, los vínculos colegiales, tan importantes en la Edad Moderna, y no faltan estudios sobre las cuestiones cotidianas, el régimen académico, la disciplina, las revueltas, las identidades políticas de los escolares o los movimientos estudiantiles. También es importante –y se ha cultivado mucho en los siglos de la Edad Moderna– lo que desempeñan estos estudiantes después de graduarse, su profesión y qué han aportado con su trabajo a la sociedad, los procesos de profesionalización, la burocratización de la administración de la Monarquía y de la Iglesia, de los Estados-nación, así como la movilidad social y sus límites (criollos) y sus exclusiones (indios y castas) o inclusiones. También se estudia en esta nueva historiografía el acceso a las universidades, que hasta los años setenta del siglo XX era un privilegio y desde entonces pasó a ser –y cada vez más, incluso pese a la crisis actual– un derecho, una etapa formativa que alcanza a más jóvenes y, más tarde, se abre a personas de más edad que acuden a completar y mejorar su formación o aprender. Con la masificación del final del siglo XX, gracias al crecimiento de los estudiantes, las universidades dejaron de ser la torre de marfil que hasta entonces habían sido. La incorporación de mujeres, aspecto clave en la demografía y la democratización universitaria, es una de las más importantes novedades de los últimos cincuenta años y expresa lo que, seguramente, es la principal transformación histórica del siglo XX y principios del XXI.

Un segundo eje, que metodológicamente mira a la historia de la ciencia y las disciplinas, es conocer qué saberes se administran en sus aulas, por qué esos y no otros, cómo se dispensan y cómo y porqué cambian. Ámbito favorito de estas aportaciones es analizar las relaciones entre las universidades y el pensamiento teológico, filosófico y científico.

Averiguar las tensiones entre innovación y tradición o las que existen entre la autoridad de las «escuelas» y la libertad de filosofar son cuestiones muy tratadas por los estudiosos de historia de la ciencia y de las universidades de la Edad Moderna, como puede verse en algunos trabajos de este libro. Se trata de una valiosa aportación, a mi modo de ver, porque muestra que las ciencias no se cultivan aisladamente y sin marco institucional. Para los siglos XIX y XX la fusión entre la historia de las universidades y de la ciencia es más compleja, porque requiere una especialización que los historiadores generales sólo tienen en su ámbito: el jurista accede bien a los saberes jurídicos, el historiador al mundo de las letras; pero medicina, física, química matemáticas, economía… requieren de una formación de la que se resiente el tipo de investigador que se especializa en historia de las universidades. Sin embargo hay cambios en los siglos XIX y XX que sí que pueden ser cubiertos (y crecientemente lo son) por los que se dedican a la historia universitaria por ser más sociológicos,como,porejemplo,laincorporaciónde las mujeres a la enseñanza superior (tema que tiene equipos de investigación), o por qué y cómo las universidades y otras instituciones de educación superior se han orientado hacia conocimientos prácticos y profesionales, o cuándo y porqué la educación técnica se convierte en pieza clave del sistema o, en fin, analizar los factores que explican por qué las universidades ya no se dedican sólo a formar la élite intelectual, político-administrativa o espiritual, sino que aportan una formación del capital humano que requieren las sociedades capitalistas avanzadas.

Un tercer aspecto es estudiar quienes son sus docentes: su origen, procedimientos de nombramiento y control sobre su trabajo, estilo de vida (aspecto reforzado por la historia cultural), legado intelectual y hasta testamentario, papel político y compromisos, posición social e imagen. La importancia que ha tenido la secularización, la burocratización, la especialización, la aparición de nuevas cátedras son aspectos que también analiza esta nueva historiografía. Por supuesto las coyunturas: guerras y depuraciones, exilios… Y también se ha desarrollado un notable crecimiento de biografías, como este libro muestra y el ejercicio profesional de graduados y profesores fuera de los claustros, como puede ser el caso de médicos, canónigos o juristas.

En fin, el cuarto foco, seguramente el que más atención ha atraído por ser básico, es analizar cómo se gobiernan estas escuelas, pero a diferencia de hacerlo como lo hacía la historiografía anterior a la renovación, desde finales del siglo XX se hace con nuevas preguntas: interesa conocer la universidad desde la experiencia de cada día y no la descripción estática del gobierno basado en las normas y las leyes. Las actas de las facultades, la correspondencia de los universitarios o las minutas de las autoridades académicas se convierten en documentos tan valiosos como las bulas y las reales órdenes o leyes; la aplicación del plan de estudios desde la práctica de una cátedra concreta o un compendio, un manual, unos apuntes o desde lo que dicen sus alumnos (en cartas, memorias u otros textos) interesa tanto como lo que dice el propio plan. Es decir, se pasa de atender sólo la norma a dar cuenta de la práctica, la experiencia.

También se estudian los recursos con que cuentan para su funcionamiento, aspecto nuclear de las universidades.

Importante es discernir, en este cuarto vector, los nexos que hay entre las universidades y las estructuras de poder. La idea de reforma –ilustrada, liberal, democrática– o contrarreforma –absolutista, fascista– es un asunto central del estudio de la historia universitaria. Estos análisis amplían lo que desde siempre ha sido un tema clásico en esta historiografía: los modelos universitarios. El estudio de los «modelos universitarios» de la Edad Moderna (universidades reales, municipales, colegiales, conventuales, las especificidades de las coloniales…), así como las características primordiales de la migración de modelos europeos a Ultramar y las características propias de las universidades coloniales (por ejemplo, el peso del poder real en las de la Monarquía española) son un aspecto relevante del análisis, porque dibujan las relaciones universidad-poder, o si se quiere los nexos de las universidades y el medio social y político donde operan e interactúan. Desde las reformas liberales, unidos a las reformas universitarias impulsadas por éstos, surgieron nuevos modelos: principalmente el napoleónico y el humboldltiano (al margen del británico), que se extendieron durante el siglo XIX y primera mitad del XX, y en los que es importante la gestión del poder que desarrolla el Estado-nación de cada país. Recientemente, después de la Segunda Guerra Mundial, se opera un fenómeno diferente. Se reforman otra vez los modelos anteriores: se impone la norteamericanización de las universidades europeas y americanas y la inserción de estas instituciones en un panorama globalizado, donde quien marca la pauta a las universidades del mundo occidental no son ya las universidades europeas, sino las norteamericanas y anglosajonas, aunque el peso de las tradiciones y pervivencias se mantenga. Y en este contexto de conexión entre las universidades y el medio social, la historiografía explora otros modelos, como en este libro puede verse un trabajo sobre caso africano… Debe subrayarse la importancia de estos esfuerzos, porque es importante conocer desde el sur, por cuanto confronta un monocultivo desde los países occidentales y aborda una historia de ausencias que se debe reivindicar y conocer.

En cualquier caso, estudiar modelos universitarios y marcos legales de los Estados- nación o tendencias de amplias regiones del mundo, así como reformas, ha sido cuestión importante en esta historiografía. No se trata de una vuelta a la vieja historia estática institucional sino de mirar el tema con nuevas preguntas, nuevos instrumentos teóricos y usando las fuentes. Es un modo de abordar la política universitaria, la interrelación con el marco legal de cada Estado, las interrelaciones entre universidades…

En resumen, estudiantes, profesores, saberes y gobierno universitario en el espacio social y cultural son el nuevo horizonte de estudio de la historia universitaria.

Esta renovación historiográfica se advierte en todo el mundo occidental. Unos pocos nombres expresan el cambio: Lawrence Stone (The University in Society, 1974), Richard Kagan (Students and Society in Early Modern Spain, 1974, traducida al castellano en 1981), Mariano y José Luis Peset (La universidad española (siglos XVIII y XIX). Despotismo ilustrado y revoluciónliberal,1974), Dominique Julia, Jacques Revely Roger Chartier (Les Universités europeénnes du XVIè au XVIIIè siècle. Histoire social des populations étudiantes, 1986-1989) o Walter Rüegg (que es editor de la monumental Ahistoryofthe University in Europe, 1993-2010).

Como se observa, uno de los grandes renovadores de la nueva historia universitaria es Mariano Peset, quien, además de sus trabajos sobre la universidad española desde el siglo XVI al XX desde la perspectiva social, ha estudiado a partir de 1980 el estudio de las universidades del mundo hispánico en diversos trabajos recogidos en Obra dispersa: la Universidad de México, 2012. Pero hay otra cuestión relativa a este profesor que concierne a este libro y a la secuencia de las actas de congresos anteriores que debe señalarse. Desde 1985, Peset aglutinó un grupo de investigadores de diversas universidades españolas y americanas sobre historia universitaria. En conexión con este núcleo se organizaron varios grupos de investigación (universidades de Valencia y Salamanca, esporádicamente profesores de otras, y centros de investigación como el Instituto de investigación sobre la universidad y la educación de México, el Instituto Antonio de Nebrija de la Carlos III de Madrid y el CSIC) que colaboran entre ellos y organizan periódicamente reuniones científicas en diversas ciudades. Esta red desde los ochenta viene trabajando con unidad de método las cuestiones que plantea la nueva historia universitaria. Sus investigaciones se han centrado en los siglos de la Edad Moderna, aunque cada vez gana espacio el estudio de los siglos XIX y XX. Hoy cuenta con treinta y tres años seguidos de trabajo, se ha servido de proyectos subvencionados competitivamente y ha realizado catorce reuniones científicas o congresos con publicación de actas, contando este libro, Universidad y sociedad: historia y pervivencias, que reúne el Symposium correspondiente que se hizo en 2016. En la actualidad este amplio grupo sigue reuniendo periódicamente a investigadores de ambas orillas del Atlántico y a colegas de otras universidades españolas no citadas antes y de otros países europeos.

Este es el contexto de este libro. Da cuenta de los nexos entre la universidad y la sociedad, de las interrelaciones entre una y otra, y de una cuestión que a los historiadores nos parece esencial: la historia de estas instituciones y los anclajes y pervivencias del presente con el pasado y una propuesta de reflexión sobre los retos que nos plantea.

La historiografía universitaria, en fin, deja para otros lo que «deberían ser» estas instituciones, aunque estudiando su experiencia histórica por un lado reflexiona sobre sus desafíos, que son constantes a lo largo de la historia y hoy no son menores a los de otros tiempos y, por otro, observa también su función cambiante, histórica en sentido estricto. Las universidades nacieron en la Edad Media, entre otras funciones, para entender el mundo desde un sistema racional y para actuar sobre él, así como para reformarlo acumulando conocimientos, conscientes de las limitaciones humanas. Y en cierto modo siguen aportando esa función a nuestras sociedades. Además quienes investigamos la historia universitaria suponemos –o deseamos– que esa función, esa tarea, ese empeño sea emancipador: que cree un ámbito de estudio y lucidez crítica para seguir avanzando en la búsqueda del conocimiento. Como decía Mario Bunge «el conocimiento científico, la tecnología de base científica y las humanidades racionalistas no sólo son bienes públicos intrínsecamente valiosos sino también medios de producción y bienestar, así como condiciones para el debate democrático y la resolución racional de conflictos». (M. Bunge, La relación entre sociología y filosofía, 2000, 329).

1. Tanto el Symposium sobre historia de las universidades como la presente publicación se han llevado a cabo en el marco de los proyectos de investigación financiados por el ministerio de economía y competitividad DER2013-45743-R y DER2016-78166-R, titulados ambos ALMA MATER TOTIUS HISPANIAE: PROYECCION SOCIAL, HISTORIA Y PERVIVENCIAS DE LAS UNIVERSIDADES HISPANICAS. (SIGLOS XVI-XX).

Universidad y Sociedad: Historia y pervivencias

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