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Despertar a los gigantes dormidos
ОглавлениеEn 1993, el estudiante universitario Graham Spencer se asoció con cinco amigos suyos para poner una empresa en internet. Spencer era un ingeniero en computación tímido e introvertido, con entradas en la frente, anteojos enormes y una obsesión por los cómics. Según dice él mismo, ahora comprende que Superman le enseñó a ser recto y justo, los X-Men encendieron su interés por los oprimidos y Spider-Man le dio esperanzas: “Aun a los superhéroes les podía ir mal en la escuela”.
Spencer y sus amigos fundaron Excite, uno de los primeros portales y buscadores de internet, y muy pronto uno de los sitios más populares del ciberespacio. Adquirido en seis mil setecientos millones de dólares en 1998, Spencer comenzó a volar alto, como principal accionista y director de tecnología de la compañía. En 1999, recibió un inesperado correo electrónico de Adam Rifkin, quien le pidió asesoría para montar una empresa. Aunque no se conocían, Spencer aceptó reunirse con él, tras de lo cual lo puso en contacto con un capitalista de riesgo que terminó financiando su nueva empresa. ¿Qué hizo Rifkin para poder tener acceso a Spencer? ¿Y por qué éste hizo un esfuerzo por ayudarlo?
En 1994, cinco años antes de que buscara la ayuda de Spencer, Rifkin se había prendado de una banda en ascenso. Ansioso de darla a conocer entre un público amplio, creó una página de fans en internet, hospedada en el servidor Caltech. “Ésta fue una auténtica expresión de pasión musical. Me encantaba la música.” La página despegó: frecuentada por cientos de miles de personas, lanzó al estrellato a aquella agrupación.
La banda se llamaba Green Day.
La página de Rifkin se volvió tan popular en aquellos pujantes días de la internet comercial que, en 1995, los gerentes de Green Day le pidieron convertirla en la página oficial de la banda. “Yo les dije: 'Claro, es toda suya'”, recuerda Rifkin. “Se la regalé.” El verano anterior, en 1994, millones de individuos habían visitado ese sitio. Uno de ellos, fan del punk, convencido de que Green Day era en realidad música pop, mandó un correo a Rifkin para instruirlo sobre el “verdadero” punk.
Ese fan era nada menos que Graham Spencer, quien sugirió que, al buscar punk en internet, la gente debía poder encontrar algo más que a Green Day. Cuando Rifkin leyó su correo, imaginó a Spencer como un estereotipado fan del punk, con un corte de cabello mohawk color verde. Jamás pensó que Spencer podría ayudarlo algún día; esto no sucedería hasta mucho tiempo después de que Spencer puso en marcha Excite. Una persona interesada o equitativa habría ignorado ese correo. Pero como era generoso, la inclinación natural de Rifkin fue ayudar a Spencer a correr la voz acerca del punk, y a que bandas empeñosas crearan una base de fans. Así pues, incluyó en la página de fans de Green Day ligas con las bandas de punk sugeridas por Spencer.
La experiencia de Rifkin con Spencer posee cierto toque de exquisitez, de recompensa merecida por las buenas obras. Pero si se le analiza más de cerca, se percibirá ahí un ejemplo de aquello que vuelve tan eficaces a las redes de los generosos, lo cual tiene mucho que ver con los cinco años que transcurrieron desde el acto de generosidad de Rifkin tanto como con la generosidad misma. Las experiencias de Rifkin indican que los generosos llevan la ventaja en el máximo aprovechamiento de sus redes.
Una de las máximas de Rifkin es “Creo en la fuerza de los lazos débiles”, en alusión a un estudio clásico del sociólogo de Stanford Mark Granovetter.19 Los lazos fuertes son nuestros amigos y colegas, las personas en las que confiamos. Los débiles son nuestros conocidos, las personas a las que tratamos casualmente. Para poner a prueba el extendido supuesto de que nuestros lazos fuertes son los que más nos ayudan, Granovetter estudió apersonas de ocupaciones profesionales, técnicas y administrativas que acababan de cambiar de empleo. Cerca de diecisiete por ciento de ellas se enteró de su nuevo trabajo gracias a un lazo fuerte. Sus amigos y colegas les dieron muchas pistas.
Pero, por increíble que parezca, la gente tuvo más probabilidades de beneficiarse de sus lazos débiles. Casi veintiocho por ciento se enteró de su nuevo empleo gracias a uno de ellos. Los lazos fuertes brindan relaciones, pero los débiles sirven como puentes: ofrecen mejor acceso a información nueva. Nuestros lazos fuertes tienden a moverse en los mismos círculos sociales que nosotros, y a conocer las mismas oportunidades que llegan a nuestros oídos. Los débiles son más proclives a brindar acceso a redes distintas, lo que permite descubrir pistas originales.
He aquí el meollo del asunto: no es fácil pedir ayuda a los lazos débiles. Aunque son la ruta más directa a pistas nuevas, no siempre nos resulta agradable recurrir a ellos. La falta de confianza entre meros conocidos levanta una barrera psicológica. Pero generosos como Adam Rifkin han encontrado un resquicio. Es posible obtener lo mejor de ambos mundos: la confianza de los lazos fuertes y la información novedosa de los débiles.
La clave es reconectar, una de las principales razones de que los generosos tengan éxito a largo plazo.
Después de que, en 1994, Rifkin incluyera las ligas punk de Spencer en la página de Green Day, Excite despegó, y Rifkin reanudó sus estudios de posgrado. Rifkin y Spencer perdieron contacto cinco años. Cuando el primero se mudó a Silicon Valley, recuperó aquella vieja cadena de correos y envió un mensaje a Spencer. “Quizá no me recuerdes; soy la persona que, hace cinco años, hizo cambios en la página en internet de Green Day”, escribió. “Ahora estoy echando a andar una empresa, acabo de mudarme a Silicon Valley y no conozco a mucha gente. ¿Estarías dispuesto a concederme una cita para orientarme?”
Rifkin no se comportó como un equitativo. Cuando ayudó a Spencer en un primer momento, lo hizo en forma incondicional, sin intención de pedir un favor a cambio. Pero cinco años después, cuando necesitó ayuda, buscó a Spencer con una solicitud genuina. Éste reaccionó amablemente, y ambos se reunieron a tomar un café. “Yo seguía creyendo que él era un grandote con un corte mohawk”, dice Rifkin. “Cuando lo conocí en persona, apenas si dijo algo. Era más introvertido que yo.” En la segunda reunión, Spencer lo presentó con un capitalista de riesgo. “Una serie fortuita de acontecimientos ocurridos en 1994 me permitió volver a hacer contacto electrónico con él en 1999, y fundar mi empresa en 2000”, recuerda Rifkin. “Los generosos tenemos buena suerte.”
Pero hay razones para creer que parte de lo que Rifkin llama “suerte” es de hecho una reacción predecible y predeterminada de la mayoría de la gente a las personas generosas. Hace treinta años, el sociólogo Fred Goldner escribió acerca de qué significa experimentar lo contrario a la paranoia: la pronoia.20 Según el distinguido psicólogo Brian Little, la pronoia es “la falsa creencia de que otros traman tu bienestar, o hablan bien de ti a tus espaldas”.
Si eres generoso, esta impresión podría ser cierta, no falsa. ¿Y si, en efecto, otros tramaran el éxito de personas generosas como Adam Rifkin?
Cuando, en 2005, Rifkin inició Renkoo, con Joyce Park, instaló su despacho en su cocina. Un colega se tomó la molestia de presentarlo con Reid Hoffman, quien acababa de fundar LinkedIn, con entonces menos de cincuenta empleados. Hoffman se reunió un domingo con Rifkin y Park y les ofreció escritorios gratis en LinkedIn, lo que llevó a Rifkin al corazón mismo de Silicon Valley. “En el verano de 2005, uno de nuestros vecinos era YouTube, al que conocimos en pañales, antes de que despegara de verdad”, relata él mismo.
La experiencia de Rifkin arroja nueva luz sobre el viejo dicho de que no hay favor sin recompensa. Estos momentos kármicos pueden atribuirse a menudo a un propósito explícito de individuos equitativos. Así como éstos sacrifican sus beneficios con tal de castigar a los interesados cuando son egoístas con otros, también hacen un esfuerzo por recompensar a los generosos por ser espléndidos con los demás. Cuando Rifkin ayudaba a miembros de su red, los equitativos creían justo tramar su bienestar como de costumbre, él usó su reciente acceso a LinkedIn para tramar el bienestar de otros en su red, difundiendo entre ingenierios la disponibilidad de empleos en esa empresa.
Un miércoles de mayo por la tarde, me fue permitido ver al panda en su hábitat natural. Rifkin llegó con una sonrisa enorme y un jersey de los Gigantes de San Francisco al bar de Redwood City donde tendría lugar una reunión de 106 Miles. Lo rodeó al instante un grupo de emprendedores tecnológicos, algunos de ellos muy desenvueltos, otros conmovedoramente torpes. En medio de docenas de individuos apiñados en ese bar, Rifkin me contó la historia de cada uno, no una proeza menor para alguien que recibe más de ochocientos correos al día.
Su secreto era engañosamente simple: hacer preguntas meditadas y escuchar con notoria paciencia. A primera hora de la tarde, Rifkin preguntó a un emprendedor en ciernes cómo le iba con su empresa. El sujeto habló catorce minutos sin parar. Aunque este monólogo habría fatigado hasta al más curioso de los obsesos tecnológicos, Rifkin no perdió interés. “¿Qué necesitas?”, preguntó, a lo que el emprendedor contestó que le hacía falta un programador especializado en un lenguaje de computación poco conocido. Rifkin recorrió su Rolodex mental y mencionó algunos candidatos. Uno de ellos llegó horas después, y Rifkin lo presentó con el emprendedor. Aunque el grupo no cesaba de aumentar, Adam siguió dándose tiempo para conversar personalmente con todos los presentes. Cuando se le acercaban personas desconocidas, él dedicaba quince o veinte minutos a enterarse de su situación, preguntando qué perseguían y en qué les podía ayudar. Pese a que muchos de los ahí reunidos eran completos desconocidos, Rifkin se hacía cargo de buscarles trabajo, darles referencias de posibles cofundadores e indicarles cómo resolver problemas de sus empresas, igual que como, sin pensarlo dos veces, dieciocho años antes había ayudado a Graham Spencer. Cada vez que daba, Rifkin creaba una relación nueva. Pero ¿en verdad es posible seguir el paso a todos estos contactos?