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Remordimiento

Viernes catorce de agosto a las seis y media de la tarde

Camarógrafos y reporteros se amontonaban para escuchar la declaración oficial de los hechos. Para Daniela y Javi, este tipo de actos siempre resultaban un martirio. No les permitieron pasar hasta que el resto de los medios informativos ya habían entrado y la conferencia comenzado.

Daniela era una mujer bajita, de un metro sesenta y cinco, así que se le dificultaba ver entre la multitud congregada en la pequeña sala de prensa.

—Después de una ardua búsqueda de nuestro gran equipo de la Policía Ministerial —comenzó el fiscal general del Estado—, hemos capturado a los tres asesinos involucrados en los eventos ocurridos entre ayer por la noche y hoy por la madrugada, donde fueron asesinadas trece personas, de las cuales nueve eran menores de edad. Además, cuatro fueron colgados en las inmediaciones de las avenidas Guadalupe y Teófilo Borunda. Hay que resaltar que los asesinos son integrantes del Cártel del Pacífico…

A un costado del fiscal, sobre una mesa, se mostraban varias armas largas, celulares y drogas y, junto a todo aquello, tres sujetos que habían sido detenidos justo unas horas antes. Los tres, menores de treinta años. Mantenían la mirada en el piso y las muñecas fuertemente esposadas. Pero en realidad ninguno había tocado antes un arma de ese calibre. Eran malandros, sí, sí, pero no asesinos. Se dedicaban a robos menores, bolsas, bicicletas, entre otras cosas. Hoy serían juzgados como sicarios pertenecientes a un poderoso cártel.

El fiscal, un hombre maduro con ceño fruncido, espeso bigote y una panza protuberante, cedió la palabra a los medios después de haber revelado la identidad de los tres presuntos asesinos. Tenían claro a quién dársela y a quién no, pero aquello no impedía que todos levantaran la mano al mismo tiempo. Daniela se metió entre la gente para aproximarse.

—Sí. Gracias por cederme la palabra. Manuel Torres, de Televisa Noticias —se presentó el pseudoperiodista comprado—. Entiendo que este es un gran golpe al Cártel del Pacífico. ¿De qué manera afectará esto al cártel en sus operaciones en este Estado?

—Buena pregunta, Torres —contestó el fiscal—. Como dices, este fue un golpe duro que hará retroceder a este cártel de la entidad. Recordemos que son ellos los que tienen desgarrado el bienestar de nuestra ciudadanía…

Daniela había dejado de escuchar aquellas estupideces, no creía ni una palabra. Eran las típicas declaraciones: «Nosotros nos arriesgamos por el pueblo, lo hacemos por su bienestar, gracias al gobernador». Mentiras.

El fiscal volvió a ceder el turno a los medios. Se trataba de la oportunidad de Daniela. Se paró de puntitas y estiró su brazo lo más que pudo, pero nuevamente fue ignorada. No darían tiempo para muchas preguntas.

Después de otro discurso triunfante, resultado de otro interrogante patético de otro periodista comprado, Daniela se adelantó y comenzó a hablar antes de que los medios intervinieran por tercera y última ocasión.

—Hace algunas horas recibí de manera anónima una fotografía del lugar de los hechos. En ella se pueden apreciar los cuatro cuerpos colgados y, a un costado, un narcomensaje. También se ve a un policía intentando quitar la narcomanta, en la cual se pueden leer claramente dos nombres. El primero de ellos es Santiago Mendoza, y el segundo, la firma del autor de los hechos: Jordi.

Después de un silencio absoluto, Daniela se permitió disfrutar del rostro de incredulidad del fiscal. El resto de reporteros y camarógrafos la miraban estupefactos. Daniela continuó:

Asesino de sicarios

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