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EL RACISMO COMO CATEGORÍA NECESARIA PARA EL ANÁLISIS Y EL CAMBIO HISTÓRICO
ОглавлениеExtendiendo el planteamiento de Joan Scott (1996) sobre el género169, argumentamos que el racismo es un categoría histórica fundamental para analizar y combatir la opresión y las desigualdades, especialmente las formas de dominación que se configuran y ejecutan por mediación de la racialización de sujetos, espacios, e instituciones. Entendemos el racismo como una formación global de poder, un “sistema mundial racial” que reproduce dominación racial de corte cultural, político, económico, epistémico y psicológico, como un componente clave del sistema-mundo moderno/colonial capitalista170.
La estratificación racial global y las constelaciones de racismo en el mundo son diversas y complejas, variando desde el antisemitismo, la islamofobia, el orientalismo y los racismos contra los indígenas y antinegros, cada uno con sus tiempos y espacios propios, a la vez que en relación entre ellos. En este libro enfocaremos en el racismo antinegro, en sus múltiples expresiones, combinaciones y permutaciones.
El golpe de gracia originario, la herida histórica más profunda que constituyó la marca mayor de la centralidad del racismo antinegro en la Modernidad, fue la institución de la esclavitud capitalista con la trata negrera desde el largo siglo XVI hasta el XIX. La forma de esclavitud que desde el largo siglo XVI hasta el XIX se hizo pilar en el eje Atlántico del sistema-mundo moderno/colonial, conjugó cosificación, deshumanización y racialización con explotación capitalista de esclavizados/as plenamente asumidos como mercancía171. La racialización de los cuerpos, culturas y territorios, ennegrecidos en las ideologías y prácticas racistas consustanciales a la institución de la esclavitud, representa una de las dimensiones mayores del racismo como fenómeno central de la Modernidad capitalista. La profundidad de la deshumanización y violencia de la esclavitud moderna llevó al sociólogo Orlando Patterson a caracterizarla como una “muerte social” que, como tal, negó condiciones mínimas de pertenencia social y ciudadanía a los sujetos esclavizados.
El racismo antinegro, establecido en este contexto de esclavitud y colonización capitalista, consiste en cuatro elementos principales: 1) la caracterización de África como el continente negro, corazón de las tinieblas, de pueblos sin historia, que constituye el universo de la barbarie, el extremo opuesto de la civilización occidental; 2) la invención del negro como salvaje y primitivo, como entidad no-humana o menos que humana, que representa el polo contrario, situada en las antípodas del reino de la blanquitud; 3) la pigmentocracia como práctica de clasificación y estratificación de cuerpos y culturas, a partir del color de la piel y de evaluaciones fenotípicas (cabellos, labios, narices, etcétera): aquí ubicamos la denominada “gramática del color”; 4) la negrofobia como forma particular del racismo, que conforma un inconsciente racial de representaciones y asociaciones de los cuerpos, comportamientos y culturas calificadas como negras, que articula un complejo contradictorio de miedos y deseos que conjuga erotización con repulsión y envidia con desprecio. El racismo antinegro, componente clave en el racismo como régimen central de poder y saber en el sistema-mundo moderno/colonial capitalista, combina el fenómeno que José Jorge Carvalho llama “racismo epidérmico”, la pigmentocracia de cuerpos y culturas, con discursos desvalorizantes y deshumanizantes de África y la africanía.
El filósofo africano Achille Mbembe denomina Crítica de la razón negra a su discurso crítico del racismo antinegro como hito de la Modernidad misma172. En esta clave analítica Mbembe (2016) escribe:
La razón negra designa un conjunto de discursos y de prácticas […] el trabajo cotidiano que consistió en inventar, contar y hacer circular fórmulas, textos y rituales para lograr el advenimiento del negro como sujeto de raza y exterioridad salvaje; trabajo cotidiano cuyo fin es hacer del negro un sujeto susceptible de descalificación moral y de instrumentalización práctica.
Mbembe (2016) acuña el concepto “devenir negro del mundo” para analizar continuidades en la dominación desde la esclavitud hasta el neoliberalismo. Entonando ese son arguye que dicho devenir negro del mundo es referente “tanto de las lógicas esclavistas de captura y depredación como de las lógicas coloniales de ocupación y extracción”. En ese pentagrama de opresión, “el proceso de transformación de la gente de origen africano en negros, es decir, en cuerpos de extracción y sujetos de raza, obedece en muchos sentidos a una triple lógica de osificación, envenenamiento y calcificación”. En esta analítica de raciología, racialización y racismo antinegro, Mbembe (2016) resalta el rol de la violencia, de las lógicas de muerte y prácticas de terror, de la forma biopolítica que llama “necropolítica” para significar un régimen en el que “el capitalismo racial es el equivalente de una vasta necrópolis que descansa en el tráfico de muertos y de osamentas humanas”173.
El holocausto de la trata negrera transatlántica, en el que murieron millones de personas africanas, la violencia racial con su suma de linchamientos y violaciones, con su infinidad de insultos y vejaciones, que deshumanizan al colonizador/racista y al colonizado/racializado, es fuente mayor de trauma histórico que ha dejado una marca indeleble en la Modernidad, y una honda fisura en la humanidad. El sacar al relieve la relación entre terror y explotación, revela dos formas articuladas de racismo, por un lado el racismo de aniquilación y por otro, el racismo de explotación174.
El racismo como régimen de dominación está intrínsecamente relacionado con la sobreexplotación del trabajo esclavizado, cuya fuente mayoritaria fue africana durante la trata e institución de la esclavitud moderna durante casi cuatro siglos. Luego de la abolición formal de la esclavitud, las fuerzas de trabajo negras continuaron sufriendo de peores condiciones de trabajo, ingreso y consumo, debido a la estratificación de los mercados laborales y los efectos del racismo en la distribución social de riqueza y poder. Este racismo de explotación continúa teniendo carácter global, si miramos la exacerbación en la era neoliberal de la distribución desigual de riqueza y poder, con base en diferencias étnico-raciales, de clase y género a escala global175. Como bien afirma Mbembe, “el capitalismo siempre tuvo la necesidad de subsidios raciales para explotar los recursos planetarios”176.
A contrapunto, el racismo de aniquilación sigue la racionalidad del odio y el miedo, del rechazo al otro que genera prácticas de exclusión y exterminio, que se articula con la explotación para configurar los regímenes modernos/coloniales de opresión racial. A propósito del tánatos del racismo, de su dimensión eminentemente destructiva, Mbembe habla de “la política mortífera en que la racialización de los sujetos descansa y se reinventa”. En esa clave, Mbembe articula el racismo de explotación con el racismo de aniquilación, resaltando el cruce entre el esclavizado como objeto-mercancía y objeto-erótico, planteando que, “gracias a la trata de esclavos, la relación de los africanos con la mercancía se estructura rápidamente alrededor del tríptico formado por el consumo, la muerte y la genitalidad […] la economía política de la trata de esclavos fue una economía libidinal”.
En vista del alcance global del racismo occidental moderno, que pretende clasificar en esquemas jerárquicos naturalizados los cuerpos, culturas, sujetos y territorios del planeta, se le puede calificar como uno de los principales “universales del Atlántico Norte”177. El racismo moderno tiene pretensiones universales y, en este sentido, como sugiere Balibar, representa una forma de universalismo ambiguo y hasta perverso, fundamentado en la superioridad de una particularidad blanca, euro/descendiente y occidental, que se autorrefiere como universal. El racismo como régimen de poder global es consustancial con el proceso de globalización que arranca en el largo siglo XVI, como logos filosófico y científico es parte de la Ilustración europea y el cienticifismo de los siglos XVIII-XIX, y como concepto explícito surge con procesos de emancipación de la esclavitud y consolidación del homos europeus en la era del imperialismo entre la última mitad del siglo XIX y principios del XX178. Las prácticas de clasificación/estratificación étnico-racial, junto con las ideologías y formas de identificación asociadas, constituyen discursos y diseños globales a la vez que son altamente cambiantes de acuerdo con el lugar y tiempo histórico. Es así que, como demuestran Balibar y Wallerstein (1995), el racismo es un fenómeno paradójicamente universal en la Modernidad capitalista debido a que a la vez que sirve de base a una macro-narrativa transhistórica, sus ideologías y prácticas discursivas son profundamente inestables y contradictorias179.
Con fines heurísticos, distinguimos tres dimensiones del racismo: estructural, institucional y cotidiano180. En el racismo se entremezcla lo cotidiano con lo institucional y lo estructural con lo subjetivo. Como plantea el intelectual afrocubano Esteban Morales Domínguez (2008) a propósito de “los desafíos de la problemática racial en Cuba”, el entre-juego entre lo macro y lo micro consiste en “mecanismos que inoculan el prejuicio y los estereotipos raciales negativos en la dinámica de la relación entre la institucionalidad formal y las redes informales de poder”. En rigor, una analítica del racismo implicaría un esquema teórico más complejo que elabore un marco categorial, método y metodologías para investigar y analizar la madeja de relaciones, discursos y prácticas que constituyen el racismo en su pluralidad de dimensiones, lo que será tarea de un trabajo específicamente dedicado a dicha temática.
Los procesos de dominación y prácticas de discriminación que denominamos racismo se articulan y expresan de formas diversas y de maneras más o menos visibles a través de varias dimensiones y espacios del tejido social. En vista de la complejidad y diversidad de los discursos, las prácticas, y las formas de dominación que componen los fenómenos que caracterizamos con la categoría racismo (o racismos), proponemos una analítica a partir de tres dimensiones entrelazadas: cotidiana, institucional y estructural. En esta vertiente, nos referimos a la dimensión estructural del racismo cuando planteamos que lo que Du Bois bautizó como “las razas obscuras del mundo” tienden a estar desproporcionalmente representadas entre los que viven en la marginalidad social y pobreza, relativamente fuera de la franquicia ciudadana, en mayor vulnerabilidad a desastres ecológicos y sufriendo de varias formas de violencia (genocidios, guerras, patriarcalismos, destierros). El racismo estructural también refiere la sobre-explotación que caracteriza las configuraciones raciales del trabajo en el capitalismo racial, lo cual también envuelve problemas de sub-consumo persistente, sub-empleo y desempleo crónico.
El concepto mismo de racismo estructural revela la importancia fundamental de la opresión racial en las constelaciones modernas de poder y saber dentro de la matriz histórica denominada colonialidad. Es en este sentido que el sociólogo estadounidense Howard Winant argumenta que una de las ideas-fuerza de la sociología histórica deber ser que la categoría raza es formativa de los procesos principales del mundo moderno, siendo componente constitutivo de la economía mundial, el Estado, los espacios culturales y los discursos de identidad.
El racismo es estructural porque la opresión y la desigualdad racial es componente clave promovido por las instituciones principales del sistema-mundo moderno/colonial y por las formas y prácticas hegemónicas de conocimiento, cultura, religión y lenguaje en la llamada civilización occidental. En este registro, las instituciones occidentales de conocimiento como las universidades y los sistemas escolares, producen y promueven versiones eurocéntricas de la historia, la cultura, la espiritualidad y el lenguaje, que sirven de vías ideológicas a favor de la supremacía blanca que desvalorizan, marginalizan e incluso pueden borrar de la representación los conocimientos, historias, prácticas culturales, expresiones estéticas, religiosidades y formas semióticas de los sujetos y territorios subalternizados; y es a la luz de estos procesos que postulamos el concepto de racismo epistémico como una dimensión del racismo estructural181.
El racismo estructural es un concepto que hila las estructuras económicas y políticas de larga duración, como la división étnico-racial del trabajo a escala mundial y los Estados raciales, con la persistencia de las culturas racistas de la Modernidad/colonialidad con su inconsciente racial. Estas últimas dos categorías, culturas racistas e inconsciente racial, son herramientas clave para investigar y analizar las lógicas culturales, modos de subjetividad, representaciones, prácticas discursivas, disposiciones conductuales y comunicacionales del racismo moderno. En esta monografía, cuyo objetivo principal es construir cartografías políticas de Nuestra Afroamérica, las lógicas culturales y psicológicas del racismo no han ser objeto de estudio, aunque es imposible investigar lo político sin tenerlas en cuenta.
Lo que llamamos el proceso y la agenda de Durban refiriéndonos a las reuniones preparativas hacia la Tercera Conferencia Mundial contra el Racismo y Formas Conexas de Discriminación, la conferencia misma en Durban, Sudáfrica en el 2001, y los esfuerzos de implementar su Declaración y Plan de Acción, ha sido claves para plantear el racismo como un problema fundamental en América Latina.182 Tres de los logros mayores de la agenda de Durban ha sido el realizar estudios sobre el racismo en países a través de toda la región, impulsar la creación de políticas sociales para combatir el racismo y promover la equidad racial, y cambiar parcialmente la cultura publica hasta el punto que hoy muchas personas hablan de racismo estructural. Hemos de discutir la importancia de Durban para los procesos que conceptualizaremos como campo político Afroamericano en varios capítulos de este volumen.
El racismo puede ser considerado institucional cuando se reproduce y facilita, intencionalmente o no, la opresión, la desigualdad y la discriminación racial en instituciones principales de la sociedad como son el Estado, el sistema educativo, los mercados de trabajo y vivienda y el sistema de salud. Si las/los afrodescendientes permanecen ocupando los lugares más precarios en los mercados laborales, siguen seriamente subrepresentados en las universidades y sobrerepresentados, tanto en las cárceles como en las filas de los desterrados y desempleados: el racismo institucional no se ha abolido183. Este es el cuadro que pintan las estadísticas que han revelado tanto estudios académicos como de instituciones tales como la Comisión contra la Discriminación de la Organización de Naciones Unidas (CERD) y el Banco Mundial184. Aquí un hito que hila rasgos estructurales e institucionales del racismo es la dimensión del Estado moderno denominado como “Estado racial”, tema que discutimos en la sección anterior.
El tercer ángulo de mirada es la infinidad de prácticas que caracterizamos como racismo cotidiano para conceptualizar las muchas formas de violencia, tanto física como simbólica, que se ejecutan en insultos, exclusiones, vejaciones, discriminaciones y humillaciones que sufrimos los sujetos por el racismo moderno. Esta dimensión de la dominación racial es la que la mayoría de las personas entiende por racismo. Por esta razón establecemos una diferencia analítica entre racismo como categoría general de dominación y discriminación racial para designar las prácticas cotidianas de violencia contra los sujetos y poblaciones negativamente racializadas185.
Una metodología adecuada para entender a cabalidad esta dimensión de lo que Wieviorka llama “el espacio del racismo” es realizar una fenomenología de los discursos, las ideologías y las prácticas de opresión y discriminación racial186. Desde su analítica estructural y material del racismo, Bonilla Silva conceptualiza estos discursos, representaciones y prácticas como gramática racial. En esta clave, plantea que la gramática racial “es un destilado de la ideología racial y, por lo tanto, de supremacía blanca [que organiza] el campo normativo de las transacciones raciales […] facilita la dominación racial y puede ser más central que la coacción y otras prácticas de control social para la reproducción de la dominación racial”. Muchas de estas prácticas de discriminación como las que ocurren en senos familiares al igual que en muchos otros micro-espacios de lo social son invisibles al registro público. Muchas otras como las representaciones racistas en los medios de comunicación masiva son sumamente visibles, pero tienden a pasar desapercibidas al ser naturalizadas por el inconsciente racial colectivo, a menos que sean politizadas por movimientos antirracistas. En estos escenarios la política antirracista envuelve tanto elaborar críticas de las representaciones racistas como desarrollar estrategias de representación positiva de las historias y formas de vida de las/los afrodescendientes en el caso del racismo antinegro.
El racismo es un fenómeno complejo y cambiante, al igual que “la raza”, que es su categoría correspondiente. Como bien se afirma en la introducción a una colección sobre Las relaciones raciales en Cuba:
Desde el propio surgimiento y definición de la ciencia antropológica hasta hoy día, el racismo y las teorías contrarias han encontrado un álgido campo de batalla en el que por momentos el anti-racismo parece vencer. Pero el racismo se esconde, se agazapa como el personaje del Gatopardo, sabe que “si [quiere] que todo siga como está, es preciso que todo cambie”; se transforma para seguir siendo el mismo, se convierte en una especie de mutante (Núñez González et al., 2011).
Como enuncia con justicia poética el intelectual afrocubano Rogelio Martínez Furé (2008): “Yo creo que el racismo es proteico: se inventa de manera permanente, se reconstituye y adquiere millones de máscaras, millones de rostros de yagruma”. Por ende, es necesario el historizar los racismos, elaborar analíticas para conceptualizar e investigar sus formas, ideologías, discursos, representaciones, estrategias y efectos de poder en tiempo y espacio187. Esto nos lleva Al tema de la política étnico-racial.
Con la cuestión de la política étnico-racial llegamos al meollo del tema central de este libro, que es realizar una cartografía de lo político y la política en Nuestra Afroamérica. Nuestro argumento es que lo racial –es decir, las formaciones étnico-raciales y los regímenes racistas– es una arena quintaesencialmente política, en la medida en que está necesariamente inscrita por las relaciones de poder, a la vez que constituye una dimensión vital de las constelaciones del poder moderno/colonial188. Entendemos como política étnico-racial aquellas formas de lo político –instituciones, discursos, ideologías, acciones colectivas, luchas– que se conciben en relación con lo étnico-racial y/o tienen efectos de poder en ese ámbito de lo social. En un sentido general, lo racial es político por definición, a la vez que la política étnico-racial es una dimensión particular –el Estado racial, los movimientos étnico-raciales, las organizaciones político-culturales afrodescendientes, las reivindicaciones de tipo racial como las acciones afirmativas– de lo político.
En lo que resta de este capítulo intentaremos sentar las bases para una analítica política de la africanía moderna, a partir de un esbozo de genealogía de los movimientos afroamericanos en perspectiva histórico-mundial.