Читать книгу La última vez que fue ayer - Agustín Márquez - Страница 12

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Atravesado en medio de la carretera está tendido boca abajo Chico B. Su cuerpo inmóvil comete una infracción al interrumpir una línea continua. El coche que lo ha arrollado era de color rojo metalizado, tenía las ruedas con los tapacubos blancos, una antena doblada con una cola de zorro en el extremo y un golpe en la puerta del conductor. Tras unos segundos después de haber parado, el conductor ha arrancado y ha dicho adiós con la mano. El acompañante del asiento de atrás ha sacado por la ventanilla la mano y ha estirado su dedo corazón mientras dejaban tras de sí olor a caucho quemado. Un bulldog de goma sobre la bandeja trasera iba diciendo sí. La matrícula era M-1285-GH. O tal vez M-1265-GH. O M-1265-GN. En la carretera han quedado restos de plástico rojo y cristales.

Chico B se ha colado debajo del coche y este lo ha arrastrado varios metros. Chico B tiene el pantalón por los tobillos y la camiseta casi le ha desaparecido.

Junto al paso de cebra está el preservativo que hace un rato le había dado, todavía lo llevaba en la mano. Ayer Chico B me pidió un preservativo, me dijo que andaba sin pasta y que hoy se iba a liar, que no podía decirme con quién. Sabía que mentía, pero yo también miento. Yo compro una caja, me guardo uno en la cartera, y los demás los voy gastando porque a veces me masturbo con un preservativo, pajas de lujo, las llamo. Cuando se me acaban le pido a alguien del barrio que me acompañe a la farmacia, así me sirve de testigo, y compro una caja nueva.

Sobre la calzada se ven restos de la piel de Chico B. Y de su vida. La parte derecha de su cara está cubierta de sangre. Tiene el ojo abierto. De él sale una lágrima que forma un surco sobre su mejilla cubierta de polvo negro, hasta la boca. La mueca es de terror. O de sorpresa. Le faltan dientes. ¡Sonríe, Chico B! ¡Sonríe! ¡No te avergüences! Tiene abierto el cráneo. Se le ve el cerebro, pero no las ideas. Pensaba que la universidad era una pérdida de tiempo, como la mili y la objeción de conciencia, «Yo voy a ser un desertor», decía orgulloso. Pensaba ser alto y fuerte. Dentro de poco iba a comenzar a trabajar, quería unos zapatos de claqué.

–¿Para qué quieres unos zapatos de claqué?

–Quiero ser famoso.

–Entonces hazte futbolista.

–Los futbolistas son unos maricas, se miran los unos a los otros en los vestuarios.

Decía que yo era su camarada.

Su brazo izquierdo forma un ángulo recto, la palma de la mano mira hacia arriba y el dedo índice está estirado. ¿Querrá preguntar algo? Su mano derecha no se ve, está bajo su cintura. Las piernas están juntas y estiradas, parecen las de un muñeco de futbolín. Tiene los pies desnudos. Una de sus cangrejeras flota en la cuneta inundada.

La última vez que fue ayer

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