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Puertas cerradas

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En el camino de vuelta a casa, Wendy se sentó detrás de su madre. Se acurrucó contra la puerta y presionó su frente contra el vidrio frío, de espaldas al bosque. En un intento de evitar que su mente divagara, cerró los ojos y repitió la letra de su canción preferida una y otra vez en su cabeza. El sonido de gravilla debajo de las ruedas anunció que habían llegado a casa. Wendy se irguió y abrió la puerta con cuidado para no golpear el coche de su padre.

–Tengo que regresar para terminar mi turno –dijo su madre.

–Okey.

–Hablaremos por la mañana.

–Está bien –Wendy vaciló. Algo como curiosidad, o tal vez solo culpa, la mantuvo en el auto–. Mamá, ¿estás bien?

La señora Darling suspiró, Wendy intentó ver sus ojos por el espejo retrovisor, pero la mujer tenía la vista clavada en el volante.

–Estoy bien. Todo está bien.

Wendy no pudo distinguir a quién intentaba convencer.

Su madre se marchó antes de que Wendy pudiera encontrar sus llaves. Su padre había olvidado encender la luz del porche otra vez. Luchó por un momento hasta que pudo destrabar la puerta principal.

La sala de estar estaba oscura salvo por la línea de luz que se asomaba por debajo de la puerta del estudio de su padre. Se acercó y presionó la oreja contra la puerta. Todo estaba en silencio salvo por el sonido del sueño profundo de su padre; largos ronquidos.

Bien. Por lo menos no tendría que lidiar con ser interrogada por él. Por ahora.

La mente y el cuerpo de Wendy vibraban con energía ansiosa. Necesitaba distraerse con algo y poner sus manos inquietas a trabajar así que ordenó la cocina. Vació el lavavajillas, que había cargado la noche anterior. Aplastó una pequeña pila de latas de cerveza y las apiló con el resto de los reciclables. En el fregadero, volvió a limpiar sus manos; tenía la piel roja y quebrada por el hábito compulsivo.

El trabajo la mantuvo mayormente distraída, hasta que se sentó para hacer la lista de las compras. Clavó la mirada en el pequeño anotador con la punta de la pluma azul en alto, pero no podía concentrarse en qué necesitaban comprar esa semana, una de las tantas tareas que había asumido en la casa. Ahora que estaba quieta, su mente recobraba velocidad. Contempló encender la televisión para ahogar sus pensamientos, pero no quería ver los rostros de Benjamin Lane y Ashley Ford devolviéndole la mirada.

Y no quería despertar a su padre.

Wendy cerró los ojos y se obligó a respirar profundo. Le palpitaba la cabeza. No esperaba con ansias descubrir qué había sucedido esa noche. Diablos, ni siquiera ella estaba segura de qué había sucedido, así que, ¿cómo se suponía que se lo explicaría a otra persona? Lo único que sabía con seguridad era que algo había aterrizado en el capó de su auto y que encontró a un chico acostado en el medio de la carretera. Y que su nombre era Peter.

Pero eso no significaba que fuera su Peter. Wendy sacudió su cabeza levemente.

Necesitaba concentrarse.

Las compras. Podía preparar ziti. Era rápido y fácil de transportar para su mamá y su papá. Wendy bajó la mirada al anotador, lista para escribir “salsa marinera”, pero se detuvo en seco. Se quedó sin aire. Escalofríos recorrieron sus brazos.

Lo había hecho otra vez.

El anotador estaba cubierto de tinta azul. Líneas rasposas formaban el árbol deforme. El tronco era grueso y con picos. Las raíces se retorcían y formaban bucles en la base. El dibujo se había expandido por fuera del papel y ramas con ángulos pronunciados se desparramaban sobre la mesa de madera.

Mierda –Wendy tomó el limpiador guardado debajo del fregadero y un puñado de servilletas de papel. Frotó la mesa vigorosamente, pero a pesar de que la tinta azul se había desvanecido, había presionado la pluma con tanta fuerza que dejó surcos en la madera suave. Volvió a maldecir y frotó con más fuerza.

De todos modos, las leves marcas de las ramas permanecieron en la mesa. Wendy abrió con fuerza la gaveta en dónde guardaban la mantelería elegante para las fiestas y tomó un juego verde de individuales. Los acomodó en la mesa para cubrir las líneas.

Hundió las palmas de sus manos en sus ojos. ¿Qué le estaba sucediendo? ¿Se estaba volviendo completamente loca? Necesitaba entender la realidad. El chico que había encontrado no era Peter Pan. Los niños perdidos no tenían nada que ver con sus hermanos. Estaba exhausta y solo necesitaba una buena noche de descanso.

Wendy subió por las escaleras y se detuvo un momento.

A la derecha había una puerta que llevaba a la habitación que solía compartir con sus dos hermanos, John y Michael. Ahora solo era una puerta que había permanecido cerrada por los últimos cinco años. Después de lo ocurrido, Wendy se había negado a entrar, así que sus padres la mudaron inmediatamente a la sala de juegos.

Le habían comprado prendas y muebles nuevos. Una tarde de compras como esa debería haber sido una aventura divertida de madre e hija, pero Wendy pasó la mayor parte de las primeras semanas en el hospital siendo evaluada por varios doctores y sin hablar mucho. Así que su madre había realizado la mayoría de las compras sin ella; y por la mezcla de estilos y colores de madera, Wendy asumió que compró lo primero que vio e hizo que lo llevaran a su casa.

Wendy le dio la espalda a la puerta, pasó sus dedos por su cabello corto y caminó hacia la habitación a la izquierda. Solo de ver su cama decorada con almohadas y con una manta azul pálido se sintió exhausta.

La cama estaba centrada con la ventana en la pared opuesta a la puerta. Había un pequeño cesto de basura debajo de la mesita de noche rebosante de más dibujos arrugados de Peter y del árbol deforme.

En su pequeño baño, Wendy salpicó su rostro y nuca con agua. Se aferró al borde del lavabo y miró fijamente a su reflejo en el espejo. Lucía como siempre, solo estaba un poco más pálida. Sus ojos eran demasiado grandes, su cabello estaba cubierto con tantas cenizas que no podía lucir brilloso, y sus hombros eran demasiado anchos gracias a la natación. Sencilla y aburrida, lo que le parecía bien.

Se puso una camiseta blanca para dormir. El aire golpeaba su piel húmeda y le daba un alivio del calor. La parte superior de su cómoda era la única parte de su habitación que podría decirse que estaba desordenada. Estaba repleta de pequeños tesoros que había coleccionado durante años. Estaban sus libros preferidos, una foca de felpa que su abuela le había comprado en San Francisco, una gorra para nadar púrpura con la mascota de su equipo, el Pescador Guerrero. Al costado, sus medallas de natación plateadas y de bronce descansaban en la esquina.

Wendy tomó la gorra de natación, la lanzó en su bolsa y reveló un pequeño joyero escondido debajo de ella. Se detuvo.

Era una caja sencilla hecha de madera vieja. La había encontrado en una pequeña tienda costera varios veranos antes de que sus hermanos desaparecieran. Más que nada, la usaba para mantener los libros erguidos, pero allí guardaba algunas chucherías.

Se estiró y abrió la tapa con cuidado. Había un viejo collar hecho de metal barato que se había deslustrado y olía a cobre. Tenía un par de monedas, un pequeño fragmento de cuarzo violeta y, acomodada en una esquina, una bellota.

Wendy la tomó y dejó que la tapa se cerrara con un ruido seco. Sostuvo la bellota con cuidado y la giró con las puntas de sus dedos; estaba oscura por el paso del tiempo y tenía una capa pulida por todas las veces que Wendy había pasado sus dedos por la superficie. La tapa de la bellota –o su pequeño sombrero, como Wendy solía llamarlo– estaba seca y le faltaban partes.

Wendy tenía esa bellota en la mano cuando el guardabosques la había encontrado en el bosque hacía cinco años. Según el informe policial, se aferraba a ella con tanta fuerza que la pequeña punta había dejado un moretón en su palma.

Hacía mucho tiempo que no la sacaba de su escondite. Wendy solía hacerla girar en su mano todas las noches antes de irse a dormir, buscaba un mensaje secreto o tal vez un compartimiento invisible que se abriría y revelaría algún secreto y le diría algo sobre esos seis meses. Era lo único que había conservado. Todo lo demás –su largo cabello rubio, sus prendas– había sido descartado para siempre, pero conservó la bellota.

Sosteniéndola con cuidado entre sus manos, Wendy caminó hasta su cama y colapsó de espaldas. Se hundió en la manta que la envolvió con gentileza como si fuera una nube. Wendy se estiró y encendió la guirlanda de luces que enmarcaba la ventana sobre su cama y emitía un cálido brillo sobre ella y su bellota resplandeciente.

Qué desastre había sido el día de hoy.

A nadie le gustaba el cumpleaños de Wendy. A sus padres no le gustaba porque les recordaba que dos de sus hijos estaban desaparecidos. A Wendy no le gustaba por el mismo motivo. Lo único bueno de este cumpleaños es que ahora tenía dieciocho años, era verano y dentro de unos pocos meses se marcharía a la universidad. Lejos de los fantasmas que la seguían.

No podía parar de pensar en Benjamin Lane y Ashley Ford. Wendy se preguntó si la policía comenzaría a enviar equipos de búsqueda al bosque como cuando sus hermanos y ella desaparecieron… ¿Las desapariciones que estaban sucediendo ahora podrían estar relacionadas con ella y sus hermanos?

Esperaba que no. De hecho, le aterrorizaba. Wendy había pasado los últimos cinco años intentando escapar esa sombra amenazante solo para volver a ser atrapada por ella.

Y luego estaba Peter.

¿Fue solo una coincidencia que ese chico apareciera al lado del bosque, inconsciente en el medio de la carretera? ¿Estaba relacionado de alguna manera? ¿Había sido secuestrado? ¿Se acababa de escapar de alguien justo antes de que lo encontrara?

Inclinó su cabeza hacia atrás y observó las pequeñas luces. Cuando era pequeña, su madre siempre le decía que las guirnaldas de luces cuidaban de los niños mientras dormían y los mantenían a salvo. Ahora parecía una idea ridícula, mientras giraba sobre un costado todavía jugaba con la bellota.

Sin embargo, todavía dormía con la guirlanda de luces todas las noches. No se dormía con las luces apagadas; en realidad, no podía. Jordan había intentado invitarla a una pijamada algunos meses después de que le dieron el alta en el hospital, pero cuando llegó el momento de apagar las luces, Wendy tuvo un ataque de pánico tan intenso que las dos se asustaron lo suficiente como para no volver a intentarlo.

Acarició las almohadas con su mejilla y acurrucó sus piernas debajo de su camiseta para dormir. Tal vez regresaría al hospital e intentaría hablar con Peter otra vez. Tal vez, después de una buena noche de descanso, su cabeza estaría más despejada y sería capaz de ver que solo era un chico común. Sostuvo la bellota entre su pulgar y su dedo índice.

¿De dónde vienes?, se preguntó. Wendy colocó la bellota en su mesita de noche y la miró fijo por un momento más antes de quedarse dormida.


A la mañana siguiente, Wendy puso la bellota de vuelta en su escondite, se lavó las manos, cepilló su cabello y bajó las escaleras. Su madre estaba en la cocina, sentada en la pequeña mesa. Sus manos rodeaban una taza con agua caliente, limón y miel; estaba apoyada sobre el individual verde que escondía las marcas en la mesa. Su cabeza estaba decaída y tenía los ojos cerrados. Le recordó a Wendy a los cuerpos apiñados en silencio en las salas de espera.

–Buen día –dijo Wendy, las baldosas de la cocina estaban frías contra sus pies descalzos.

–Buen día –la señora Darling suspiró mientras alzaba la cabeza.

Agitó gentilmente el contenido de su taza con una cucharita de té.

–¿Acabas de llegar a casa? –Wendy se apoyó sobre la mesada de la cocina.

–Sí. –Su madre se presionó con dos dedos el puente de la nariz.

Wendy quería preguntarle por Peter, si se había despertado, si había dicho algo, pero la señora Darling no necesitó la pregunta.

–Perdieron al chico –dijo y el suelo de Wendy se desintegró debajo de sus pies.

–¡¿Está muerto?! –escupió.

–¡No! Desapareció. –Se corrigió rápidamente la señora Darling–. Debe haber huido durante la noche. –Cerró los ojos y frotó su sien–. Nadie sabe cómo lo logró. En un momento estaba allí y al siguiente… –Giró su muñeca y sus dedos se curvaron en el aire.

Huyó. Desapareció. Se perdió.

Esta información la conmocionó, casi estaba en pánico. Pero parte de ella, una parte muy cobarde, estaba aliviada.

–¿Lo habían secuestrado? ¿Por qué estaba en el medio de la carretera? ¿Estamos seguros de que nadie se lo llevó del hospital? –inquirió, las palabras caían de sus labios. Varios escenarios horripilantes se proyectaron en su cabeza.

–No, no, nada de eso –replicó su madre con suavidad–. Lo más extraño es que nadie vio a alguien entrar o salir. Hasta revisaron las grabaciones de seguridad, pero no había nada. Es como si se hubiera desvanecido –le frunció el ceño a su taza.

Eso era extraño. El hospital no tenía el sistema de seguridad más moderno, pero por lo menos una de las cámaras debería haberlo capturado mientras se marchaba.

–¿Dijo…? ¿Dijo algo? –se aventuró Wendy preparándose para la respuesta.

–Despertó un par de horas después de que lo sedaran –explicó su madre mientras estrujaba otra rodaja de limón en su taza–. Nunca lo vi, pero las otras enfermeras dijeron que hablaba sinsentidos, tal vez fuera un efecto secundario del sedante… ¿Repetía algo sobre una sombra? –Frunció el ceño de una manera que la hizo lucir mucho mayor de lo que era–. No lo sé. Tal vez solo se perdió en las carreteras internas del bosque y estaba deshidratado y alucinando… Llevaron a una trabajadora social, pero tampoco logró obtener información clara.

Se quedó callada un momento antes de levantar la mirada y concentrarse en su hija. Esos agudos ojos castaños penetraron a Wendy con una intensidad inquisitiva.

–También siguió preguntando por ti.

–Eso no tiene sentido –dijo y era verdad. Wendy cruzó los brazos, los desenlazó y volvió a cruzarlos otra vez.

La señora Darling se acarició el labio inferior mientras observaba a Wendy en silencio por un momento.

–¿Lo conoces? –preguntó al fin.

–No, ¡por supuesto que no! –respondió un poco demasiado enfática. La frustración comenzó a gatear debajo de su piel. El chico misterioso estaba dando la impresión de que se conocían cuando no era así, pero lo peor era que la estaba haciendo lucir como una mentirosa. Ahora hasta se sentía como una mentirosa, como si estuviera escondiendo algo, pero ¿cómo podría esconder algo si nunca lo había visto?

Y no, ¡cómo podía lucir un chico inventado en su imaginación no contaba!

–Es un joven cualquiera que salió del bosque, ¿cómo podría conocerlo? –insistió Wendy, la desesperación comenzó a rasguñar su garganta. No necesitaba que su madre, de todas las personas, también dudara de ella.

–¿Cómo…?

Toc. Toc.

Wendy se sobresaltó y ambas giraron hacia la puerta principal.

La señora Darling frunció el ceño, pero se puso de pie y abrió la puerta. En el porche había un hombre y una mujer vestidos de traje y con corbata.

–¿Mary Darling? –El hombre habló primero mientras buscaba algo en el bolsillo de su chaqueta. Era alto y de espalda ancha.

Los dedos de la señora Darling se flexionaron contra la manija. Wendy se dejó caer en un asiento y se inclinó para ver más allá de su madre.

–Les dije a los oficiales que iríamos a la estación de policía más tarde. Tengo que…

–Soy el detective James y ella es mi compañera, la detective Rowan –dijo el hombre y Wendy se tensó. El desconocido extendió una identificación al igual que la mujer detrás de él; su cabello negro estaba rasurado casi por completo y revelaba cada centímetro de su rostro angular: pómulos marcados, ojos y tez oscura. Miró detrás de la señora Darling hacia Wendy sin modificar su expresión.

–¿Detective? –repitió la señora Darling, sonaba confundida.

–Sí, señora. Trabajamos para la oficina del sheriff del condado de Clatsop. ¿Nos dejaría entrar? –Sus ojos avellana se posaron en Wendy–. Tenemos algunas preguntas para su hija.

Mentalmente Wendy le rogó a su madre que dijera que no y rechazara su pedido. Podía darse cuenta de que la mujer no quería dejarlos pasar, pero ¿qué otra opción tienes cuando se trata de detectives?

Para el horror de Wendy, su madre dio un paso al costado y los dejó entrar. La señora Darling caminó hasta su hija y se detuvo junto a ella con los brazos cruzados sobre el pecho.

–¿Wendy? –preguntó el detective James.

No sabía por qué estaba preguntando cuando obviamente ya lo sabía.

–Sí. –Sentada allí, de repente, Wendy se sintió muy pequeña. La detective Rowan se quedó de pie con las manos entrelazadas por delante mientras que el detective James volvió a meter la mano en su bolsillo y tomó un anotador y una pluma.

–Solo tenemos algunas preguntas y luego nos marcharemos –le sonrió, pero era una sonrisa falsa porque la piel alrededor de sus ojos no se arrugó. Su cabello era oscuro, tenía una barba incipiente y una cicatriz sobre su ceja izquierda. Wendy se preguntó cómo se la había hecho.

–Está bien. –Sabía que nunca era tan sencillo como eso.

–Ya recibimos el informe de los paramédicos y de la policía –dijo mientras pasaba por lo menos cinco páginas de notas–. Así que no hace falta que volvamos sobre eso. Sin embargo, lo que sí necesitamos saber es si conocías al chico, ¿Peter?

Menos mal que no serían preguntas repetitivas.

–No, no lo conozco.

¿O no lo conocía? ¿Debería hablar de él en pasado o presente?

–¿Estás segura? –insistió con pluma en mano, esperando.

–Sí, estoy segura.

–¿Te pareció familiar? –esta vez habló la detective Rowan.

Wendy parpadeó. Nadie se lo había preguntado de esa manera antes.

–No –dijo con un poco de demora. ¿El chico le resultaba familiar? Sí, pero no podía explicarles por qué. Nadie le creería. Sonaba imposible… era imposible.

–¿No tienes ningún recuerdo de él? ¿No se parecía a alguien que hayas conocido antes? –continuó la detective Rowan lentamente y con tono parejo. Wendy se sintió atrapada bajo su mirada.

–No. –Esta vez lo dijo demasiado rápido–. Yo… –Cerró sus ojos con fuerza por un momento–. No, no sé quién es.

El detective James miró a su compañera. Wendy no podía dilucidar qué estaban pensando, pero ese tipo de comunicación no verbal era el resultado de años de cercanía. Wendy lo comprendía porque ella y Jordan podían intercambiar miradas en un salón de clases y ella sabría exactamente qué estaba pensando su mejor amiga.

El detective James volvió a mirar a Wendy y a su madre. Entrelazó sus manos al frente mientras sostenía el pequeño anotador y la pluma. Ahora los dos detectives eran reflejo del otro. Dos centinelas que la miraban desde arriba.

–Hace cinco años tus hermanos y tú desaparecieron. Wendy, ¿eso es correcto? –preguntó el detective James.

La señora Darling contuvo la respiración. El vello en los brazos de Wendy se erizó. Lo dijo de manera tan despreocupada, como si Wendy no viviera cada día cargando el peso de lo que había sucedido. Como si no fuera una mancha en su infancia, una maldición familiar de la que nunca dijo una palabra.

Como si fuera nada.

–S… sí –graznó Wendy.

–Según los informes policiales originales, tú y tus hermanos, John y Michael, y tu mascota desaparecieron del jardín trasero la noche del veintitrés de diciembre. –El detective James hablaba lentamente mientras la observaba–. Creo que tenías doce años, John diez y ¿Michael tenía siete? –lo dijo como una pregunta, pero era claro que conocía los detalles de memoria. No miró a sus notas ni una sola vez–. Solo la perra regresó del bosque ese día y encontraron sangre en su pelaje.

Sangre de Michael.

El estómago de Wendy se revolvió mareado.

Su madre estaba inmóvil como una estatua, su rostro estaba casi igual de pálido.

–El oficial Smith nos dijo que equipos de búsqueda inspeccionaron las carreteras internas y el bosque, pero no hallaron nada. Hasta seis meses después, cuando te encontró un guardabosques. Dijo que estabas parada debajo de un árbol mirando hacia arriba y que no te movías –Wendy se congeló debajo de su mirada fija–. Intentó que te movieras, pero no respondiste así que te cargó y llamó a la policía. –El detective James finalmente bajó su mirada hacia su anotador.

Wendy sentía como si estuviera mirando una película. Uno de los dramas policiales británicos que a su madre le gustaba ver. ¿Qué tenía que ver con Peter todo esto?

No era lo suficientemente valiente para simplemente preguntar.

–Tenías algunos cortes menores y moretones, pero no sufriste heridas graves –siguió el detective James, sus pulgares recorrían las hojas de sus notas con pereza, no las estaba leyendo de verdad–. Lo más destacable es que no tenías recuerdos de lo que había sucedido durante esos seis meses, que partes de tus prendas habían sido reparadas con parches de un material natural nativo de climas tropicales, pero no en ningún lugar en Oregón –hizo una pausa– y que había rastros de sangre de tus hermanos debajo de tus uñas.

La visión de Wendy se nubló. Apenas registró las lágrimas calientes que caían por sus mejillas.

–Señorita Darling –dijo el detective James en tono bajo y grave–. Lo lamento, pero tengo que preguntarlo otra vez: ¿recuerdas algo de lo que te sucedió en ese bosque?

El aire se atascó en la garganta de Wendy. No podía recordar, pero lo que fuera que había sucedido, todavía vivía en sus huesos. Se escondía entre sus costillas y anidaba en su columna vertebral, se encendía cada tanto. Su cuerpo recordaba lo que su mente no podía. El mentón de Wendy tembló, una mezcla de vergüenza y miedo se arremolinaba en su boca. Presionó sus labios entre sus dientes y sintió sabor a sal. Quería replicar de manera inteligente, callarlos y hacer que la dejaran en paz, pero no se le ocurría nada.

Su madre dio un paso adelante.

–¿De qué se trata esto exactamente, detectives? –elevó su voz, pero la mano que sostenía contra su pecho estaba temblando. Su rostro estaba contorsionado casi en una mueca, como si estuviera preparándose para el impacto. Como si ya supiera lo que estaban por decirle.

–Después de que los oficiales de policía con los que hablaste presentaron su informe en la sede central, notaron algunas conexiones con el caso de Wendy, la ubicación del incidente y las fechas. Buscaron los archivos de casos muertos y nos llamaron –el detective James habló en un tono ensayado.

Casos muertos. Wendy tuvo un escalofrío. La señora Darling no dijo nada.

–Señora Darling –su tono era más bajo ahora–. El material que vestía el chico coincidía con la evidencia que recolectaron de las prendas de Wendy hace cinco años.

Perdidos en Nunca Jamás

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