Читать книгу Perdidos en Nunca Jamás - Aiden Thomas - Страница 17

Sueños

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Pasaron la mayor parte del día en la casa de Jordan. Su amiga era buena llenando espacios vacíos y ofreciendo distracciones. Hablaron de la universidad y de sus planes para el verano. Cuando Wendy se quedaba callada y atascada en su propia cabeza, Jordan la obligaba a regresar. Hasta hornearon muffins con moras frescas del jardín de los Arroyo. Más tarde, su amiga llevó a Wendy al hospital, después de pedirle permiso a su padre, ya que Wendy necesitaba recuperar su camioneta. Ya en casa, Wendy dejó sus sandalias en la puerta. La alfombra café deshilachada era decepcionante en comparación con la alfombra beige mullida de la casa de Jordan.

Su padre estaba sentado en la mesa del comedor, de espaldas a ella. En la televisión de la sala de estar estaba el noticiero. Un periodista hablaba en un costado, pero el volumen era demasiado bajo como para que Wendy pudiera distinguir qué decía.

Los rostros de Ashley Ford y Benjamin Lane estaban en el centro. Wendy sintió nauseas al ver sus imágenes sonrientes. Recordaba vívidamente las fotos escolares que habían usado para sus hermanos y ella cuando desaparecieron. Wendy tenía una blusa blanca con flores azules. John tenía una camisa blanca y su cabello estaba perfectamente peinado hacia un costado, sus gafas hacían que sus ojos lucieran enormes. Michael, al contrario, era un desastre. Su camisa no estaba metida dentro del pantalón y le faltaba un botón.

Incluso después de que la encontraran, seguían publicando su foto junto a las de John y Michael cuando explicaban los detalles del caso y lo que sabían y desconocían. A los trece años, no había podido lidiar con ver a sus hermanos de esa manera. Después de las primeras veces en las que se desarmó en lágrimas incontrolables, sus padres prohibieron las noticias. Pero, a veces, su madre no escuchaba que Wendy había bajado las escaleras y llegaba a ver un relámpago antes de que cambiara de canal rápidamente.

Wendy arrancó los ojos de la pantalla.

Giró hacia su padre y suspiró por dentro. De verdad no quería que le gritaran o la regañaran o lo que fuera que anticipara la rigidez en los hombros de su padre. Bueno, cuánto antes terminara con esto, más rápido podría ir a su habitación. Se preparó y camino hacia él.

El señor Darling estaba sosteniendo una taza. Tenía un logo azul descolorido de su banco y estaba a medio llenar con café negro.

–¿En dónde está mamá? –se aventuró Wendy.

–Se fue a dormir. –No levantó la mirada, pero Wendy asintió de todos modos. Su madre necesitaba dormir, especialmente después de anoche y de esta mañana. A ella misma le vendría bien el equivalente a unos cinco años de buenas noches de descanso.

–¿Conoces a ese chico? –Los ojos filosos de su padre se posaron en ella. La pregunta sobresaltó a Wendy, pero, por supuesto, la había previsto.

–No.

–¿Solo lo encontraste en la carretera? –Alzó una de sus gruesas cejas.

–Solo lo encontré en la carretera –repitió con un suspiro.

–Mmm… –Su padre emitió un sonido ronco y bebió un sorbo de su taza. Cuando Wendy era más joven, su padre preparaba su café con crema de avellanas tan dulce que ella y sus hermanos se peleaban por lograr beber un sorbo.

Wendy balanceó su peso entre sus pies.

–Si vuelves a verlo… –alzó su mano y la apuntó con un dedo. Era muy bueno en hacerla sentir pequeña, incluso cuando estaba sentado–. Llama a la policía y cuéntame inmediatamente, ¿comprendes? –su voz resonó en las paredes.

–Por supuesto –Wendy asintió.

–Pasado mañana –dejó caer su mano–, iré más tarde al trabajo para poder llevarte a hablar con esos detectives.

Wendy sabía que no era sabio discutir y que, de todos modos, no tenía otra opción, así que volvió a asentir. El señor Darling se puso de pie y entró a su estudio. Un momento después, tras la puerta cerrada, Wendy oyó el sonido sutil de vidrio.

Se arrastró por las escaleras, aterrada por lo que sucedería al día siguiente.

Cuando llegó al primer piso, terminó en frente de su vieja habitación.

No había nada nuevo en ella. Pasaba por allí todos los días, pero en ese momento algo la hizo detenerse. No sabía qué estaba esperando, pero sus ojos se fijaron en el picaporte. Extendió una mano y reposó sus dedos suavemente sobre el latón frío y envejecido.

Se preguntó si la cama marinera de sus hermanos seguiría acomodada contra la pared derecha. John dormía abajo y su cama siempre estaba hecha; era lo segundo que hacía todas las mañanas después de ponerse las gafas. Wendy recordaba cómo se le paraba el cabello en la parte de atrás y cómo, con los ojos apenas abiertos, gateaba alrededor de su cama y acomodaba las esquinas.

Michael, por otro lado, siempre dejaba su cama sin hacer, lo que irritaba a John de sobremanera. Siempre dormía con calcetines puestos, solo en caso de que alguno de sus pies se asomara por debajo de la manta mientras dormía. Todos sabían que una extremidad descubierta estaba pidiendo ser despedazada por un monstruo.

Ese miedo había sido culpa de Wendy; de una historia que les había contado una noche antes de dormir. Que Michael siempre se despertara sin un calcetín solo parecía perpetuar el mito. Y se lo tomaba tan en serio que incluso en verano, cuando el calor era pesado en la habitación y Wendy y John dormían sobre sus sábanas casi en ropa interior, Michael seguía acurrucado debajo de su manta con los calcetines asegurados en su lugar.

Wendy no sabía cuánto tiempo llevaba allí parada cuando oyó un pequeño ruido que rompió su trance. Retiró la mano y dio un paso hacia atrás. No había notado que se había puesto de puntillas como un ave lista para despegar. Presionó su pecho con las dos manos, lo sintió subir y bajar mientras respiraba profundamente para estabilizarse.

Escuchó el sonido otra vez, pero no provenía de la puerta en frente de ella.

Esta vez notó que era el suave susurro de una voz.

Su corazón se retorció dolorosamente. Se inclinó hacia adelante para echar un vistazo por la esquina, hacia el pasillo que llevaba a la habitación de sus padres. Todas las luces estaban apagadas y la pequeña ranura debajo de la puerta de sus padres era negra.

La mano de Wendy acariciaba la pared mientras avanzaba lentamente por el pasillo, por los sitios donde era menos probable que chirriaran las tablas del suelo. Había hecho eso las veces suficientes como para saber cómo merodear cerca de la habitación de sus padres sin ser vista.

Se aferró al marco de la puerta, se acurrucó contra la pared y presionó su oreja contra la puerta. Cerró los ojos e intentó desacelerar su respiración, sus oídos luchaban por captar algún sonido proveniente de la habitación.

Se apretó aún más contra la puerta, esperaba con cada fibra de su ser que solo hubiera sido el viento, aunque era un día de verano húmedo y sin brisas.

–Mis dulces niños…

Wendy cerró los ojos con fuerza.

La voz de su madre tenía una nota ligera. Una melodía que Wendy nunca escuchaba esos días. Una que se perdió en el bosque, junto a sus hermanos, y que ahora solo pasaba por los labios de su madre cuando estaba dormida.

–Los extraño tanto…


Una noche, no más de una semana después de que la hubieran mudado a su nueva habitación, Wendy fue a la cocina a buscar un vaso de leche. Cuando volvió a subir las escaleras, le pareció escuchar la voz de Michael en el dormitorio de sus padres. Al oírlo, Wendy dejó caer el vaso de leche en la alfombra y corrió de puntillas hacia la puerta de sus padres. Presionó su oreja contra ella y escuchó a su madre decir “mis dulces niños”.

Y luego oyó la voz de John. No podía distinguir qué estaba diciendo, pero era él. Eran John y Michael del otro lado de la puerta. Wendy la había abierto de par en par solo para encontrar la habitación oscura. La luz de la luna que entraba por la ventana abierta iluminaba la figura de su madre durmiendo. Estaba de costado, su cabello castaño claro formaba bucles sobre su almohada, una mano descansaba sobre su cabeza. Sus dedos delicados parecían estirarse tratando de alcanzar algo.

Confundida, Wendy miró a su alrededor. Había escuchado a sus hermanos, pero no estaban allí. Revisó detrás de la puerta, pero no había nadie. Wendy caminó con cuidado hacia su madre.

Tenía los ojos cerrados, sus pestañas se extendían sobre sus ojeras. Sus labios se separaron y su voz ya comenzaba a decaer.

–Regresen por favor.

En ese momento Wendy descubrió que su mamá hablaba con sus hermanos desaparecidos mientras dormía. Debía haber imaginado las voces de sus hermanos. Solo oyó los murmullos de su madre en un estado intermedio entre dormida y despierta mientras hablaba con personas que no estaban allí y que tal vez nunca regresarían.

Cuando el señor Darling regresó a casa, encontró a Wendy al lado de las escaleras. Estaba llorando, el cuello de su camiseta para dormir estaba oscuro y empapado de lágrimas mientras intentaba limpiar la leche derramada con un trapo.

Sin decir una palabra, su padre tomó el trapo de su mano con gentileza, la alzó y la llevó a su nueva cama. Encendió la guirnalda de luces y frotó su espalda hasta que el hipo cedió y se quedó dormida por puro agotamiento.

Ahora, Wendy se dejó caer contra la puerta. Sus mejillas estaban húmedas y su nariz goteaba sobre la mano que había presionado contra su boca.

Con el tiempo, su madre había dejado de hablar mientras dormía. No lo había hecho en años, pero ahora estaba sucediendo otra vez. Wendy se permitió inhalar una bocanada de aire antes de aferrarse a sus rodillas y acomodar su cabeza entre ellas.

–Duerman, mis queridos niños. –Sintió la voz gentil de su madre del otro lado de la puerta. Y luego, solo quedó silencio, salvo por Wendy, que permanecía acurrucada en el suelo intentando tragar a la fuerza el nudo en su garganta.

Sudaba de manera profusa y su cabeza palpitaba. Necesitaba aire fresco. Necesitaba salir de su casa, alejarse de las palabras de su madre y de la sensación desgarradora de estar atrapada.

Se puso de pie, bajó las escaleras y atravesó la cocina. Jaló de la puerta corrediza y salió volando hacia el jardín trasero. La adrenalina corría por sus venas y palpitaba en su pecho. Las cadenas crujieron cuando empujó uno de los columpios y pasó por debajo del juego abandonado. Sentía que estaba atrapada en una pesadilla. Todos los secretos y recuerdos aterradores de los que había intentado huir estaban alcanzándola.

Mientras corría, sus pies estaban listos para alejarla, para llevarla a cualquier lugar, para escapar, pero se guio a sí misma hasta un punto muerto.

Su impulso la llevó una corta distancia hasta que la cerca desteñida y destartalada la acorraló y se encontró frente al bosque. El sol acababa de ponerse y pintaba con un brillo naranja a los árboles verdes.

Si fuera más valiente, saltaría por encima de la pequeña cerca y seguiría corriendo. Pero no podía forzarse a entrar a ese bosque.

Wendy se dobló hacia adelante, apoyó los codos en los muslos mientras miraba sus pies descalzos sucios y respiraba con dificultad. El aroma a pino y a aire pesado de verano llenó sus pulmones. Tal vez solo debería regresar a la casa de Jordan. Dejarles una nota a sus padres y dormir en la casa de su amiga. Tal vez estar cerca de ella calmaría sus nervios y evitaría que sus recuerdos se asomaran por el bosque.

Tal vez, si podía soportarlo y recomponerse, sus pensamientos no se saldrían tanto de control. Podía sentir cómo se deterioraba por la sensación de destrucción inminente, de miedo inescapable, un cansancio que no podía ser reparado sin importar las horas de sueño.

Tal vez…

–¿Wendy?

Su cabeza salió disparada hacia arriba.

Estaba parado allí como si se hubiera materializado de las hojas caídas en la tierra.

Peter.

Era imposible evadir sus ojos y se sintió atrapada inmediatamente. Tenían un tono imposible de azul. Las manchitas cósmicas brillantes no eran un engaño de las luces fluorescentes del hospital. Ahora podía verlas tan claras como el día.

El chico se asomó sobre la cerca, con una pierna extendida. Su pie descalzo revoloteaba sobre el suelo. Era la postura de alguien que intentaba no ahuyentar a un ave.

–Wendy, ¿por qué estás llorando? –preguntó con gentileza. Esa voz era tan familiar como si la hubiera conocido toda su vida.

Quería creer que era él, pero su cuerpo reaccionó como si el chico fuera peligroso. Un animal salvaje, algo que le pertenecía al bosque que tanto temía.

Parpadeó para despejar su visión borrosa. Un grito de socorro se formó en sus pulmones, pero no pudo escapar. Sus brazos caían pesados e indefensos a su costado.

Peter saltó al suelo y aterrizó en la luz con tanta suavidad que ni siquiera lo escuchó, aunque un fuerte rugido se intensificaba en sus oídos. El chico tenía los brazos extendidos a su costado con las palmas hacia arriba rindiéndose.

–No –Wendy retrocedió un paso–. Detente. –Fue lo único que logró decir.

–¿Qué sucede? –le preguntó, sus ojos brillantes estudiaban el rostro de Wendy, el pliegue entre sus cejas había regresado.

Wendy emitió un sonido atragantado, una mezcla de risa y llanto. Esto no estaba sucediendo. Tenía que salir de allí. No podía ser Peter Pan. Era un extraño con demasiadas conexiones con sus pesadillas.

¿Y si los detectives tenían razón? ¿Y si había estado con ella durante esos seis meses perdidos?

El chico se acercó.

–Por favor, no –Wendy sintió a sus pies trastabillar cuando intentó retroceder otro paso. Ahora el chico estaba justo delante de ella. Wendy giró para salir corriendo, pero impactó contra algo duro. Lo último que notó antes de que todo se tornara negro fue el chillido de los columpios y unos brazos que detuvieron su caída.

Perdidos en Nunca Jamás

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