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Capítulo 5

Los Arroyo

La puerta del garaje de la casa de los Arroyo estaba abierta y revelaba estantes de herramientas y partes de autos. Había dos vehículos en el garaje. Uno le pertenecía a Jordan, un viejo sedán con un capó oxidado que encajaba bien con los repuestos grasosos que lo rodeaban. Y luego estaba el impecable auto de carreras silver crown del señor Arroyo. Siempre que Wendy tenía problemas con su camioneta, Jordan y su papá eran quienes la ayudaban. Necesitaría de sus servicios para arreglar su capó abollado y el parabrisas rayado, pero, en este momento, tenía que lidiar con asuntos más trascendentales.

Wendy subió el porche casi corriendo y tocó el timbre con un gran nudo alojado en su garganta.

Jordan abrió la puerta. Estaba descalza y vestía un pantalón deportivo gris. Rascaba su espalda con un brazo estirado sobre su cabeza, lo que alzaba el dobladillo de su vieja camiseta de la Cruz Roja. Mientras Wendy siempre se levantaba temprano –incluso en verano y los fines de semana durante el año escolar–, Jordan tenía la rutina de sueño de un gato hogareño muy perezoso. Un trozo de pan tostado sobresalía de la boca de su amiga y una sonrisa somnolienta jugaba en sus labios. Su cabello castaño era una pila de rizos mullidos que enmarcaba su rostro con forma de corazón.

–Hola… –Jordan no terminó la oración, frunció el ceño tras echarle un vistazo mejor a su amiga.

Wendy se inclinó hacia delante en puntillas mientras retorcía sus manos.

–¿Qué sucede? –preguntó Jordan con la boca llena de pan tostado y dejó caer su brazo.

Wendy abrió la boca, pero no salió ningún sonido. Su labio inferior temblaba.

Con un movimiento fluido, su amiga la hizo entrar. Caminaron rápidamente por el corredor, pasaron por la cocina en el trayecto, donde Jordan dejó el resto de su pan tostado.

–¡Ey, lo siento! –Jordan se arqueó para bloquear a su amiga de la vista de su padre y agregó, despreocupada–: Wendy acaba de llegar. Estaremos en mi habitación.

–Ah, okey, está bien… Hola, Wendy –saludó el señor Arroyo distraído, mientras limpiaba la manteca derretida con una servilleta.

Jordan guio a Wendy por el corredor antes de que pudiera intentar responder. El pasillo tenía fotografías de Jordan y su papá en distintas edades, en todas estaban sonriendo y haciendo cosas como pescar, acampar o ir a partidos de fútbol. Hasta había algunas imágenes que incluían a la señora Arroyo de cuando Jordan era un bebé, antes de que falleciera.

La casa de Wendy no tenía fotografías familiares como esas. Las paredes estaban mayormente vacías, salvo por algunas láminas de Monet que su madre había comprado muchos años atrás. El tiempo había desteñido los colores vibrantes y ahora solo quedaban distintos tonos pálidos de azul.

Wendy entró en la habitación de Jordan y su amiga cerró la puerta detrás de ellas. Las cuatro paredes estaban cubiertas en negro, rojo y púrpura; no era placentero a la vista. Banderines y láminas de lasPortland Thornes –el amado equipo de fútbol de Jordan– cubrían las paredes, las deportistas vestían rojo y negro. Las medallas de Jordan colgaban de la pared con listones púrpuras. El resto de su habitación era un completo desorden, como siempre. Había una pila de ropa en una esquina y cada superficie estaba cubierta de una combinación de revistas, trofeos y basura.

Pero la habitación de Jordan también tenía una ventana que dejaba entrar buena luz y un edredón celeste acuoso. Tenía fotografías de ella y de sus amigos pegadas en la cabecera de la cama. Varias incluían a Wendy. En la mayoría, estaba haciendo una mueca mientras Jordan la envolvía con un brazo y le sonría ampliamente a la cámara.

Wendy se sentó en el borde de la cama. Jordan tiró de la silla de su escritorio, barrió la pila de zapatos y se sentó frente a ella.

–¿Qué sucedió? –preguntó inclinándose hacia adelante y apoyando una mano en su brazo. Wendy podía sentir el pánico abriéndose lugar en su garganta otra vez. Lamió sus labios e inhaló profundamente antes de contarle todo lo que había sucedido la noche anterior.

Jordan se quedó sentada y escuchó atentamente, las comisuras de su boca se fruncieron. Sus cejas salían disparadas cada tanto, pero nunca interrumpió a Wendy con preguntas.

Cuando comenzó a contarle sobre esa mañana, las palabras le fallaron.

–Y los detectives dijeron… dijeron que tal vez había estado con nosotros, en donde sea que estuvimos, así que ¿tal vez sepa algo? –Wendy frotó sus brazos intentando luchar con los escalofríos–. ¿Tal vez sepa en dónde están mis hermanos?

Hubo un silencio. Jordan se recostó contra su silla y dejó salir una bocanada de aire. Wendy intentó estabilizar su respiración, pero eso lo hacía todavía más difícil.

–¿Cuántos años tiene? –preguntó Jordan.

–No lo sé. Parecía tener mi estatura, pero es más joven que nosotras… ¿Tal vez de primer año de secundaria? –Wendy clavó una uña en su palma mientras observaba a Jordan asentir. Se le ocurrió que, si ese chico al desaparecer tenía más o menos la edad de ella y sus hermanos, tal vez podría implicar algún tipo de conexión.

–¿Y no lo reconociste?

De vuelta la pregunta que hacía que se le acelerara el corazón. No podía contarle a Jordan que pensaba que podía ser Peter Pan. Jordan, la única persona en la escuela que realmente le creyó cuando dijo que no podía recordar lo que le había sucedido a ella y a sus hermanos, que nunca la había presionado o dudado de ella, pero incluso su mejor amiga no podría creer algo así. No, Wendy no podía hacer eso, no cuando era tan completamente imposible.

Sacudió la cabeza.

–¿Y no lo encontraron? –indagó la otra, y pasó una mano por sus rizos.

–No que yo sepa… pero… no…

–¿No quieres que lo encuentren? –adivinó.

–¡No! –Wendy sacudió la cabeza–. No es eso. Si sabe algo, entonces por supuesto que quiero que la policía lo localice para que puedan encontrar a mis hermanos. –Le estaba costando mirar los ojos perspicaces de Jordan–. Esta es la primera vez en cinco años que tenemos algún tipo de información nueva, una esperanza de encontrarlos –siguió–. Pero, es… sigue siendo…

–Aterrador –terminó Jordan en voz baja y Wendy asintió.

Jordan miró detrás de Wendy y le frunció el ceño a la pared. Jordan había estado allí para ella antes, durante y después de las desapariciones. Cuando finalmente le permitieron a Wendy regresar a casa, Jordan fue la única persona de la escuela que fue a visitarla. Actuó como si nada hubiera pasado y, si bien se negaron a pisar el jardín trasero por varios años, jugaban juegos de mesa y hacían rompecabezas juntas en la sala de estar.

A veces, el señor Arroyo hasta las dejaba jugar con un balón adentro de la casa siempre y cuando fuera pequeño y no pudiera causar demasiado daño.

Un par de veces, cuando Wendy estaba en el hospital, el señor Arroyo y Jordan intentaron visitarla, pero los doctores siempre les explicaban el estado “delicado” en el que se encontraba y que no podía ver a nadie que pudiera detonar estrés emocional.

Desde entonces, Wendy sintió una gratitud abrumadora hacia Jordan y su padre. Se sentía muy afortunada de tenerlos y en deuda por su amistad. Pero también significaba que temía perderlos.

–No puedo hacer esto otra vez –soltó y Jordan estrujó su brazo.

–No lo harás.

–¿Y si…?

–No puedes pensar en eso, Wendy.

–Pero…

–No sucederá –su voz era firme. No tenía el tono desestabilizante de su padre, pero sí era sólido como la piedra. Sus manos estabilizaron a Wendy–. Nadie te llevará a ningún sitio. Todo estará bien. Nada…

–¿Cambió? –arriesgó enojada, pero no tenía con qué desquitarse–. ¿Cómo harán las cosas para no cambiar después de todo esto? ¿Cómo se supone que siga adelante? Solo… –Apretó los puños–. Solo quiero huir. ¡Quiero salir de aquí!

–Lo sé –Jordan permaneció tranquila y luego bromeó con gentiliza–. Destino: el país de Nunca Jamás, ¿verdad?

Wendy soltó una risa exasperada. Jordan no tenía idea.

–La buena noticia es que podrás huir. Las dos podremos –siguió Jordan y golpeó sus muslos–. ¡A la universidad! No es una isla mágica entre las estrellas, pero tiene la comida asquerosa de los dormitorios, piscinas olímpicas y muchos chicos universitarios sexis –sonrió, pero Wendy solo logró estirar levemente sus labios–. Podremos decorar nuestras habitaciones, quedarnos despiertas hasta tarde y beber litros de café mientras nos preparamos para estudiar Medicina…

–Enfermería –la corrigió. Jordan había estado intentando convencerla de que estudiara Medicina durante los últimos dos años, pero Wendy quería ser enfermera. Quería ayudar a la gente, pero la idea de ser doctora y salvar vidas era más de lo que podía manejar.

–El punto es que podremos hacer lo que queramos –Jordan ignoró la réplica–. Podemos empezar de nuevo. Solo necesitamos sobrevivir un par de meses –estrujó el brazo de Wendy con fuerza–. ¿Está bien?

La universidad. Wendy se seguía recordando que era el faro, la luz al final del túnel. Solo necesitaba seguir adelante, sobrevivir esto y podría ser libre de todo. Pero ¿y ahora?

–Nada de lo que está sucediendo ahora cambiará eso –le aseguró Jordan como si estuviera leyendo su mente.

–La gente como yo no puede vivir una vida normal, Jordan. –Era un mantra que se repetía en su cabeza todo el tiempo, una y otra vez. Pero era la primera vez que, de hecho, lo decía en voz alta. Sabía que era una generalización y que no estaba siendo justa, pero ese pueblo le hacía sentir que había algo malo en ella. Y, lo que fuera que sea, era contagioso.

Wendy desvió la mirada cuando la lástima amenazó con dominar la expresión de su amiga. Jordan solía esconderla bien.

–Todo estará bien.

Estaba tan segura de lo que decía.

Wendy encogió los hombros. No lo creía, pero se sentía bien por primera vez desde que detuvo su camioneta en la carretera la noche anterior.

–¿Tienes hambre? Hay un pan tostado frío y a medio terminar que estaría dispuesta a compartir contigo –Jordan ofreció con falsa sinceridad.

Wendy puso los ojos en blanco e intentó reírse, aunque sentía un peso sobre ella. Sonreír requería demasiada energía.

–Eres un asco –replicó y empujó el hombro de Jordan.

Su amiga se rio y jaló con cariño de un mechón de pelo de Wendy.

–El cielo es el límite para ti, Wendy, ¿sí?

–Sí.

Perdidos en Nunca Jamás

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