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El cuarteto sino-japonés, recientemente constituido, no tenía nombre. Se había fundado bajo el único principio del placer musical compartido, más allá de cualquier otra consideración, olvidándose de todo lo que estaba por fuera de la música schubertiana, aislado del resto del mundo, atento a sí mismo y a los demás. A partir de entonces, cada uno de sus miembros avanzaba, paso a paso, en la exploración del primer movimiento de Rosamunde. La ejecución de ese inmenso movimiento requería de alrededor de un cuarto de hora. Hacía casi media hora que trabajan arduamente, pero todavía no habían agotado todos sus esfuerzos, lejos de ello. Habían terminado de tocar la repetición. Sin embargo, no se sentían preparados para tocar la seconda volta y seguir avanzando. Yanfen propuso retomar desde el comienzo y detenerse cada vez que tuvieran la sensación de que algo no andaba bien.

—¿Qué les parece?

Con el sonido de la voz femenina, Rei, siempre sumergido en su libro, levantó la cabeza para mirar a la joven. Se preguntaba cómo y por qué ella podía expresarse con tanta fluidez, sin el menor acento, como una verdadera japonesa. Hablaba con tanta naturalidad, con tanta gracia, que le hizo sentir algo de sorpresa mezclada con admiración.

—A mí también me gustaría retomar desde el comienzo —dijo Kang con timidez—. No estoy del todo satisfecho con la exposición que estoy haciendo…

—La viola y el violonchelo proporcionan la base de la construcción con ese ritmo particular —intervino Cheng—: “tá… takatakata……, tá… takatakata……, tá… takatakata……”. Tengo la impresión de que no estamos del todo unidos y ensamblados con Kang-san…

Cuando Cheng se encontraba con Kang y Yanfen en situación de diálogo en japonés, solía agregar el sufijo san a sus nombres. Apreciaba la civilidad y el sentimiento de igualdad amistosa que le parecía traducir ese sufijo.

—Sí, es eso —respondió Yanfen—. Me parece que tenemos que lograr crear cierta redondez en el volumen sonoro… Si las bases que plantamos no son sólidas, el primer violín no podrá asentar el tema principal que es absolutamente magnífico…

—Tiene razón, Yanfen-san —dijo Yu a su vez.

Prosiguió lentamente como si reflexionara mientras hablaba, mientras hacía que a sus labios llegaran las palabras que seleccionaba con cuidado.

—Creo que es necesario ponernos de acuerdo en el tempo a adoptar. Schubert anotó: “Allegro ma non troppo”. Para mí, debe ser lo suficientemente lento para marcar cierta gravedad, una gravedad inherente a la obra, pero no demasiado, justamente para no caer en un exceso de sentimentalismo.

—Hemos tocado demasiado rápido… —murmuró Cheng mirando a Yanfen.

—Sí, me parece que sí —respondió Yu.

Luego continuó:

—El tema que voy a tocar es para mí la expresión de la nostalgia por el mundo de antaño que se confunde con la infancia tal vez, un mundo en todo caso apacible y sereno, más armónico que el de hoy en su fealdad y su violencia. En cambio, escucho el motivo que presentan la viola y el violonchelo “tá… takatakata……, tá… takatakata……” como la presencia obstinada de la amenaza preparada para invadir la vida aparentemente sin problemas. La melodía que introduce Kang-san traduce la angustiante tristeza que habita en el fondo de nuestro corazón…

—¡Ah, muy bien dicho, Mizusawa-san! —exclamó Kang.

El joven chino consideraba que la expresión empleada por Yu traducía a la perfección el sentimiento que lo habitaba con respecto al motivo inicial que debía bosquejar. “Angustiante tristeza” no dejaba tampoco a Yanfen indiferente: había recordado una melodía, obsesiva, la del extraordinario acompañamiento del piano en El rey de los elfos. Pero se abstuvo de decirlo.

—¿Empezamos de nuevo? —propuso Cheng.

Los cuatro músicos se prepararon para volver a trabajar en el primer movimiento. Después de un largo silencio de varios segundos, Kang hizo al fin la señal para comenzar con un muy discreto meneo de cabeza. Sostenido por pequeños e inquietantes estremecimientos rítmicos ejecutados con mayor lentitud por la viola y el violonchelo, dibujado por la línea media ágil y fluida del segundo violín, el paisaje sonoro schubertiano aparecía esta vez nítidamente más marcado por una indecible tristeza.

“Do-mi-do-si-do-mi-la-mi, do-mi-do-si-do-mi-la-mi”

Entonces Yu se deslizó muy suavemente en la música y se apoyó sobre el basamento sonoro instalado pianísimo pero con solidez por los tres instrumentos: exponía soberanamente el primer tema con una belleza estremecedora.

“Mi~~~do~la~~, do~si~~~-re-do-si-do-si-la-~do~si~~~sol#

~do~~~la~re~~re#~~mi~~~”

Yu tocaba con los ojos cerrados como si la concentración interior separada de todo el universo circundante lo ayudara a penetrar con la mayor profundidad posible en la materia sonora. Una vez que terminó de exponer el tema, volvió a abrir los ojos y les propuso a sus compañeros de equipo, con aire sonriente, sostener el impulso y proseguir.

Así, el cuarteto interpretó de un tirón todo el comienzo del primer movimiento y en el momento en que encaraba la seconda volta, los cuatro músicos se detuvieron naturalmente como si se hubieran puesto de acuerdo de antemano.

—Me parece que salió mucho mejor… —dijo tímidamente Kang.

—Sí, salió muy bien, creo. ¡Siento un verdadero placer al participar en el trabajo en común! —señaló Yanfen, entusiasta, poniéndose un poco colorada.

—No logré muy bien el tema modulado en mayor —dijo Yu rascándose la cabeza con la mano derecha liberada del arco.

—Pero sí, no estaba mal, Mizusawa-san —se apuró a decir Kang.

—¡Es un momento de bella confusión! Y creo que yo no estaba a la altura…

—¡Es cierto, ese cambio de tonalidad es magnífico! —exclamó Cheng—. Es como si el paisaje súbitamente se iluminara por un momento…

El cuarteto sino-japonés siguió así alrededor de una hora más hasta haber interpretado a toda costa el primer movimiento íntegro. Cuando el primer violín retomó el gran tema melancólico para recorrer los últimos veinte compases, cada uno de los cuatro miembros del cuarteto sentía en su fuero interior que escalaban juntos un camino ascendente hacia una cima vertiginosa. Pasando de fortísimo a pianísimo, y de nuevo a fortísimo, los dos violines ultimaban su cuadro de la soledad melancólica, mientras que la viola y el violonchelo se encargaban en conjunto de una base enérgica, siempre amenazadora y gradualmente ascendente. Finalmente, cuando cayeron sobre los últimos acordes en la menor, hubo un largo momento de silencio seguido de un suspiro de alivio y una sonrisa de satisfacción.

—¡Uf! —exclamó Yu—.Titubeamos un poco en el camino, pero de todos modos pudimos llegar hasta el final.

Una ligera sonrisa se esbozaba en su rostro. En su frente surcada por arrugas horizontales se asomaban algunas gotas de sudor. Sugirió una pausa.

—Sí, por favor —respondieron al mismo tiempo Cheng y Kang.

—¿Hacemos té?... Voy a calentar el agua —anunció Yu.

Fueron al cuarto trastero para dejar sus instrumentos.

—Mizusawa-san, yo lo hago —dijo Yanfen con voz clara y cantante.

Después de haber guardado su instrumento en el estuche, la joven china, llevando en la mano una pequeña caja de té que Yu le había confiado, se dirigió hacia el sector cocina de la sala que se encontraba en el lado opuesto al cuarto trastero.

Alma partida

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