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ОглавлениеPRÓLOGO A LA EDICIÓN ARGENTINA
El viaje no fue una aventura
Desde que yo tenía por lo menos catorce años, mucho antes de conocer al Che, al futuro Che, comencé a planificar el viaje como una forma ideal de mi vida. Si no hubiera hecho el viaje, aunque fuera presidente de la república, aunque fuera premio Nobel de bioquímica, no me hubiera sentido feliz. A tal punto lo tenía decidido que ya tenía una estrategia que era: si a mí una cosa me interesaba, era entonces antes del viaje y, si no me interesaba, era después de que volviera del viaje. Siempre tenía una respuesta. La idea del viaje la adornaba. Si yo me encontraba con un tipo al que le gustaba la cacería, empezaba a hablar del viaje, y le decía “¿sabes lo que es ir a Uganda y ver catorce tipos de cocodrilos, ir a África?”, y me decían “qué bueno, yo voy contigo”. Si era una muchacha, tocaba la guitarra, cantaba tango y pasaba la gorra, “ah, cómo no, yo voy contigo”, todo el mundo iba conmigo.
Y Ernesto por su lado, también a él le gustaba mucho viajar, era más movido que yo, hizo un viaje en bicicleta, así que tenía su experiencia, pero yo tenía mi propia experiencia: el viaje había que hacerlo acompañado, no se podía hacer solo. Lo curioso es que el Che en el año 1949 hizo un viaje como enfermero en la marina mercante argentina desde el Sur hasta el Norte, más allá de Belén, y de ahí hasta la Patagonia. Luego, estando yo en Buenos Aires, en mis labores de estudio de la lepra y en busca de una vacuna contra esa enfermedad, era mi idea entonces… , me encuentro con Fúser y me dice “¡ah! petiso, qué razón tenías, no encontré a nadie que me acompañara en el viaje, nada más que las tortugas. Tenías razón; un compañero siempre hace falta”.
Estuve muchos años preparando el viaje. La teoría hizo que la moto estuviera tan recargada de cosas: desde un frac para dar una conferencia hasta una pelota de fútbol para hacer un partido. En la salida estuvimos a punto de chocar contra un tranvía, por el exceso de peso la moto se levantaba de adelante y no tenía dirección. Nosotros aspirábamos a llevar más que una moto, un trailer, una casa rodante. Pero después la vida nos demostró que había tantas cosas que no eran necesarias. Llevábamos tienda de campaña, unos catres, las mantas, los libros, cuadernos, el repuesto, medicamentos, una pequeña parrilla para hacer asado en el camino. Todo lo que se nos iba ocurriendo lo poníamos. Pensábamos que íbamos a comer en las carreteras, y al final fueron los vecinos quienes nos ayudaron.
Todo empezó como una aventura. Queríamos conocer el mundo, pero nos impactó la miseria, cómo la gente pobre, la gente humilde, se relacionaba con nosotros, nos atendía, eso nos impresionaba. Por ejemplo, nos encontrábamos en algún lugar con unos médicos, hablábamos de medicina, de lepra, sabíamos del tema, pero por el aspecto que teníamos, cuando salíamos de ese lugar ya no nos volvían a recibir.
Con el Che por Sudamérica
En realidad “El Diario” no tenía nombre. La Agencia Literaria, la gente que trabajó conmigo en Letras Cubanas le puso ese nombre un poquito en contra de mi voluntad. Por la palabra Che, porque el viaje no fue con el Che Guevara, fue con Ernesto, pero yo estaba muy interesado en que se publicara y aspiraba a que no siguieran apareciendo “amigos” del Che que nunca habían sido verdaderos amigos. Ni quería que se siguiera hablando del Che como de un hombre lleno nada más que de virtudes, sino como de un muchacho de 24 años, lo que era en realidad. Por eso acepté que tuviera ese título como una forma de que saliera al aire. Pero yo nunca pensé que iba a tener el éxito que ha tenido en todas partes del mundo. Yo solo pensaba en evitar que al Che lo siguieran endiosando, que a mi amigo Ernesto Guevara lo siguieran transformando en un hombre sin ningún defecto.
Fúser se convierte en el Che
Yo tenía seis años más que el Che. Cuando salimos yo tenía 28, el Che tenía 24, lógicamente yo trabajaba, había tenido resultados de investigación, tenía una farmacia, sin embargo el Che era un estudiante de medicina que no había terminado de graduarse, pero desde que lo conocí me había dado cuenta de que era un muchacho inteligente y muy tenaz. Me gustaba mucho todo lo que él había leído, todo lo que a él le gustaba me gustaba a mí. Su personalidad va ir cambiando durante el viaje, desde nuestra salida de Córdoba hasta que se rompe la moto y llegamos a Chile, yo era el líder, pero después ya de aquel encuentro con la “vieja enferma”, el encuentro con los mineros, cuando le tira la piedra al dueño del camión... ya empieza a desaparecer un poco el Fúser para transformarse en el futuro Che.
Cada vez que puedan viajar, viajen
A los jóvenes que sean rebeldes, alegres y profundos, como decía el Che, que recuerden que el futuro es de los jóvenes y que nadie va a hacer el futuro por ellos, además hay una palabra que usa mucho Fidel, y es resistir, hay que resistir todo, no estar nunca conforme.
Alberto Granado Jiménez
La Habana, septiembre de 2007