Читать книгу Tres cruces - Alejandro Paniagua Anguiano - Страница 12
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Lúa, abres la alacena. Te sientes cansada, no dormiste bien pensando en qué deberías ofrendarle a tu madre para que no sufra en el más allá.
Nada de lo que ves en la alacena se te antoja demasiado. Sin embargo, como todos los días, lames decenas de veces la enorme barra de piloncillo que tu abuela guarda en una bolsa de plástico. La bolsa se halla junto a una botella de Ron Bacardí Añejo, que lleva ahí al menos cinco años.
Sales de la casa y caminas a la carretera.
Te picas la nariz con avidez para sacar los mocos resecos al fondo de una de las cavidades nasales. Te causa desesperación no alcanzarlos y te aventuras a hundir el dedo lo más que puedes. Entonces sientes el dedo envuelto por la espesura y el calor de la sangre. Sacas el índice de la nariz y lo limpias con tu vestido. Haces la cabeza hacia atrás para detener el flujo, pero es tarde, varias gotas han caído en tus zapatos, en la tierra. Tomas de tu bolsa un pañuelo de papel, formas una tira con los dedos y te la insertas para detener la hemorragia.
Miras las gotas de sangre incrustadas en la arena, acercas tu cara para observarlas mejor. Algunos restos del líquido se esparcieron hasta aplanarse, otras gotas aún permanecen orondas. Diminutas partículas de polvo forman una costra alrededor de las gotas. Te parece que esa combinación de sangre y tierra seca la has visto muchas veces antes, demasiadas incluso: cuando te sangraron las rodillas, cuando balearon a un hombre afuera de la escuela, cuando alguna de las chivas del vecino está en celo.
Te preguntas por qué tu sendero de pronto se ve invadido por unas gotas de tu propia sangre. En unos días averiguarás la razón.
La combinación de sangre y tierra te resulta hermosa.
Determinas que aquel conjunto de elementos debería tener un nombre.
Te emocionas al pensar que tal vez te corresponde el privilegio de nombrar la combinación de materiales.
Sólo reflexionas un segundo, antes de pronunciar en voz alta la palabra que te parece perfecta para denominar a la fusión de tierra y sangre:
—Naxtarfí.
Y no te equivocas, es el término justo.