Читать книгу Tres cruces - Alejandro Paniagua Anguiano - Страница 6
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Al hombre le taladraron los ojos con una broca de tres picos. Convirtieron su mirada en giros, sangre, negrura.
Tú observas el cadáver del hombre torturado. Algo en aquel muerto te enternece, te llena de compasión. Lloras por él, aunque sea la primera vez que lo miras.
Tu nombre es Lúa, eres una niña de once años.
Coges un puñado de tierra y dejas caer, tan sólo un poco, en cada uno de los agujeros del rostro deforme. Con afecto emparejas la tierra hasta dejarla plana. Luego arrancas dos flores que crecieron, intrusas, en una de las paredes de concreto. Plantas las petunias dentro de las grotescas macetas.
Determinas que tener dos flores en vez de ojos, en realidad ofrecería diversas ventajas. Por ejemplo, cada vez que observáramos algo que nos hiciera estremecer –como un niño que se convulsiona, un perro con tres patas o la tumba de un ser querido que amaneció cuarteada– la naturaleza tendría piedad, y enseguida dos abejas se pararían en nuestra mirada para extraer el polen de las pupilas y así impedir que sigamos mirando aquellos infortunios.
Piensas que si tuviéramos flores en vez de ojos podríamos arrancar nuestra mirada, pétalo por pétalo, para saber si nos quieren o no nos quieren. Y sí, al final quedaríamos ciegos, pero tendríamos una certeza absoluta sobre la correspondencia de nuestros amores.
Además, cuando despertáramos con la faz cubierta de rocío, luego de llorar toda la noche, nuestra tristeza embellecería la habitación, en vez de afearla como generalmente sucede con la pesadumbre.
Un último beneficio, concluyes, es que luego de morir, podrían enterrarnos con los ojos de fuera; y así, mientras alguien llorara por nosotros, nuestra tumba siempre tendría un par de flores para adornarla.
Miras, sonriente, las petunias que acabas de colocar en los boquetes del cadáver, luego soplas sobre los pétalos para quitarles algunas partículas de tierra.
Sales de la fosa clandestina, Lúa, a través del agujero en el muro.
Hace unas semanas, no sabías nada sobre muertos y carroña; hoy los cadáveres son los protagonistas de tus juegos, de tus imaginerías.
Como muchos de los eventos determinantes de la existencia, tu relación cercana con la muerte comenzó con una pregunta.