Читать книгу Detección migratoria prácticas de humillación, asco y desprecio - Alethia Fernández de la Reguera Ahedo - Страница 15
1.2 Relativismo lingüístico (el lenguaje verbal como nuestro alfa y omega) § 3. La palabra como marco de la realidad
ОглавлениеCuando encontré por vez primera la afirmación de que «los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo» (Wittgenstein)[20] no pude menos que imaginar un universo cerrado, un ambiente enrarecido al que nada podría entrar y del que nada podría salir. ¿De qué otro modo entender este enunciado según el cual para cada quien no hay nada más allá de su propio lenguaje? Así, no me importa gran cosa lo que pase en los otros mundos, es decir, en las otras personas; me entiendo con los demás, pero sólo hasta cierto límite muy estrecho, pues ninguno puede penetrar la burbuja del otro; y la seguridad de que nadie entra a mi mundo me releva del compromiso de entender o intentar entender a cualquier otro individuo. Pero además de estas implicaciones —de tipo ético y hermenéutico— hay otra muy delicada: se grava al lenguaje con una carga ontológica demasiado pesada. Pues se le erige como la medida de lo que es y de lo que no es, de lo que tiene sentido y de lo que no lo tiene. He aquí una forma radical de relativismo lingüístico.
Se ha llamado “solipsismo” a esa especie de encierro que consiste en no querer o no poder ver nada más allá del propio mundo. Y cuando este mundo propio, inaccesible a los demás e independiente de ellos (como una especie de mónada leibniziana o una cárcel), es configurado por el lenguaje del individuo, lo que se da es un solipsismo lingüístico; o, de otro modo, un logocentrismo radical. Así es como lo podemos encontrar formulado por Wittgenstein en el Tractatus logico-philosophicus:
5.6 Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo.
5.62 Lo que el solipsismo quiere decir es totalmente cierto.
El que el mundo es mi mundo, se muestra en que los límites del lenguaje (el lenguaje que sólo yo comprendo) significan los límites de mi mundo.
Después de Wittgenstein, Urban hizo suya esta afirmación sobre los límites del mundo, intentando matizarla para retirarle sus implicaciones solipsistas:
El lenguaje y el conocimiento son inseparables [...] sentido y verdad en última instancia deben coincidir. [...] Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Esto no significa necesariamente la negación dogmática de algo que esté más allá de lo que podemos expresar, pero sí quiere decir —y por cierto debe decirlo— que sólo pueden suscitarse con sentido las cuestiones relativas a la verdad y falsedad acerca de lo que puede expresarse.[21]
Es decir, el lenguaje pone límites solamente a lo que para mí es significativo, no a mi mundo en sí.
Pero no es fácil abandonar la tentación de erigir al lenguaje como criterio único y excluyente de la verdad, del conocimiento cierto, de lo que es y aun de lo que se percibe inmediatamente. Las categorías del conocimiento, con las cuales nos enfrentamos a la realidad,
son en última instancia categorías del lenguaje, tomando lenguaje en sentido filosófico. [...] La única manera de determinar el ser o la realidad es por medio de aquellas formas en que son posibles las afirmaciones acerca de ellos. [...] Éste es el corazón de la doctrina de las categorías tanto de Aristóteles como de Kant. [Ibíd., pp. 291-292. Cursivas de F.Z.]
La palabra articulada es el marco de nuestra realidad, a tal grado que no podemos ni siquiera pensar fuera de ella. Éste es el sentido del llamado «giro lingüístico», uno de cuyos principales artífices es precisamente el Wittgenstein del Tractatus.
En la misma tónica, Ernst Cassirer decía que percibimos sólo aquello que el lenguaje nos permite percibir: «El hombre no sólo piensa y comprende al mundo por medio del lenguaje sino que ya el mero modo de verlo intuitivamente y de vivir en esa intuición está justamente determinado por ese medio».[22] Como confirmación, también señalaba que algunas patologías confirman el papel subordinado de la percepción con respecto al lenguaje.[23]