Читать книгу Detección migratoria prácticas de humillación, asco y desprecio - Alethia Fernández de la Reguera Ahedo - Страница 21

1.4 Idealismo lingüístico (lenguaje verbal y ontología hermenéutica) § 9. La ontologización de la palabra en Heidegger

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El recorrido hecho hasta el momento permite extraer ya una conclusión: dentro de las concepciones logocéntricas, la palabra no es un simple instrumento, medio o vehículo del pensamiento, de la comunicación o del conocimiento, sino que, más bien, establece lo que es pensable, comunicable o cognoscible. El racionalismo lingüístico parte de un postulado absolutizante y excluyente: la humanidad que hay en cada uno de nosotros está configurada lingüísticamente; estamos hechos de lenguaje articulado. Por ello nuestro mundo no puede ser ni pre ni post-lingüístico. En el caso del relativismo lingüístico (sobre todo el radical-solipsista, pero también el moderado-antropologista), pensamos, comunicamos y conocemos dentro de una lengua determinada, por lo cual trasladar los resultados de estas actividades a otras lenguas implica traducirlos o interpretarlos, con los peligros y limitaciones consiguientes a tal extrapolación. Para el trascendentalismo lingüístico, por último, el discurso es la condición de posibilidad del conocimiento (por tanto, del pensamiento y de la comunicación): se puede conocer sólo aquello que se puede pensar, se puede pensar sólo aquello que se puede enunciar discursivamente. Común a los tres enfoques es esa idea de que la palabra nos antecede, de que ella habla por nuestra boca y nosotros no la utilizamos a ella, sino que ella nos utiliza: el lenguaje discursivo no es un vehículo, sino que nosotros somos el vehículo de éste.

Pues bien, hay un modo en que el pensamiento de Heidegger reúne estas vertientes humanista, antropológica y trascendental del logocentrismo.[38] Aquí me refiero al llamado Heidegger II, que como el llamado Wittgenstein I incurrió en el logocentrismo.[39] En El origen de la obra de arte, luego de una exposición sobre la esencia del arte y la apertura o develamiento del ente (alétheia o «verdad»), Heidegger concluye que la obra de arte establece (Aufstellt) un mundo. El arte no se limita a recrear o copiar el mundo, sino que lo hace: «La obra como obra es esencialmente algo que hace».[40] Lo relevante de todo esto es cómo la verdad se realiza en la obra de arte gracias a la presencia de la poesía en ella. Sí, de la poesía como «arte verbal», que «tiene un puesto extraordinario en la totalidad de las artes». Por ello, «si cada arte es en esencia poesía, entonces la arquitectura, la pintura y la música se remiten a la poesía», es decir, que estas artes poetizan dentro de la apertura del ente que ya efectuó el arte verbal. Pero no es la poesía en sí, sino el lenguaje verbal lo que actúa como fundamento del arte y de la apertura del mundo: «En donde no hay lenguaje [...] no hay apertura del ente. [...] En tanto el lenguaje nombra al ente por vez primera, lleva a ese ente a la palabra y a su manifestación». Así, el lenguaje es un decir proyectante (en el sentido de configurante o conformante) no sólo porque da nacimiento al mundo de un pueblo y por ende a «la pertenencia de un pueblo a la historia universal», sino sobre todo porque delimita lo decible y lo indecible: «El decir proyectante es aquel que en la delimitación de lo decible determina al mismo tiempo lo indecible». [Ibíd., pp. 59-62] ¿Cómo no remitirnos con esto último al Wittgenstein solipsista del Tractatus?

La esencia de las artes es, pues, la poesía, y la esencia de ésta es el lenguaje articulado que, a su vez, con su poder de nombrar y de delimitar, establece lo pensable y lo cognoscible. He aquí en germen la faceta del pensamiento heideggeriano que puede ser caracterizada como “idealismo lingüístico”, y que tanto peso tendrá en Gadamer y, de modo atenuado, en Ricoeur. A continuación examinaré la formulación de estas mismas ideas en otros dos momentos de Heidegger.

Uno de ellos es la famosa Carta sobre el humanismo, en donde afirma que «la palabra —el lenguaje— es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensantes y poetas son los vigilantes de esta morada».[41] Hermosas e intensas afirmaciones sobre nuestra condición humana, y según las cuales vivimos “dentro” de la palabra. Eso implica que el lenguaje verbal no nos pertenece, sino que, como entes lingüísticos, más bien le pertenecemos, en virtud de su honda dimensión ontológica. El ser humano es un ser-ahí (Dasein), pues siempre se encuentra en una situación, y puede estar en situación sólo dentro del territorio demarcado por el lenguaje: es lo que Heidegger llama ek-sistencia, y que para él es nuestra condición ontológica «fundamental». Hay dos entes humanos —el pensador filosófico y el poeta— que tienen como misión cuidar la pertenencia al ser de los demás hablantes, que ostentan ese poder. Dicho poder se basa en que ellos saben trabajar con las palabras, no limitándose a “utilizarlas”, no manejándolas como meros “instrumentos”: ellos hacen el mundo, ellos sí abren al ente.

La «esencia humana» consiste en la lingüisticidad, y ésta a su vez es lo que conecta al ser humano con el ser: la que distingue el «modo de “ser” humano». Estamos, pues, hechos de lenguaje discursivo: por ejemplo, el lenguaje del filósofo. Eso nos distingue. Al mismo tiempo, esta comunicación con el ser convierte al poseedor del lenguaje en un «guardián» o «cuidador» del ser: «A esto apunta Sein und Zeit cuando es experimentada la exis­tencia ec-stática como “cuidado”». [Ibíd., p. 84]

Así define Heidegger su posición con respecto al asunto del “humanismo”: «El hombre no es sólo un “ser con vida” que al lado de otras facultades posee también el lenguaje, sino que el lenguaje es la casa del ser, habitando en la cual el hombre ek-siste, en cuanto, al resguardarla, pertenece a la verdad del ser». [Ibíd., p. 87] Se refiere a la antigua expresión que define al ser humano como zoón lógon éjon (animal o ser vivo dotado de lenguaje), y que pone en un mismo plano la “animalidad” del humano y su capacidad lingüística, de modo que la diferencia entre él y los «demás animales» se reduce a una capacidad específica que éstos no poseen. Para Heidegger, en cambio, la humanidad radica en su conexión con el ser por el lenguaje verbal, el cual es mucho más que un puente hacia el ser: «el lenguaje [es] a la vez la casa del ser y la morada del ser humano». [Ibíd., p. 117] ¿Es esto “humanismo”?, se pregunta Heidegger, y responde: «De seguro que no, en cuanto el humanismo piensa metafísicamen­te» [Ibíd., p. 82] esto es, en tanto desconoce nuestra relación con el ser como seres lingüísticos. Ello significa que Heidegger sí se reconoce como un humanista, y sí reconoce al lenguaje discursivo como la característica específica de lo humano, pero su humanismo va más allá del tradicional debido a que lo radicaliza. Se apoya en uno de los postulados del humanismo clásico y del humanismo clasicista del Renacimiento (así como del racionalismo lingüístico, que es una consecuencia de ambos): somos seres lingüísticos, nuestro mundo está constituido lingüísticamente. Y de ahí parte para avanzar a una posición ontológica extrema: el ser mismo se manifiesta lingüísticamente, el ser mismo no sólo es quien piensa por nuestro conducto, sino que es quien “habla” por nuestra boca:

El pensar es —para hablar sin rodeos— el pensar del ser.

El lenguaje es así el lenguaje del ser, como las nubes son las nubes del cielo. [Ibíd., pp. 67 y 121]

Quien habla no somos nosotros, sino el ser; el lenguaje que hablamos no es el nuestro, sino el suyo. Esta idealización del lenguaje verbal alcanza su máximo en la serie de conferencias publicadas como En camino hacia el lenguaje. En la primera de ellas, Heidegger parece retomar una vieja idea: el humano se distingue de los demás seres vivientes en que posee lenguaje: «El humano habla. Nosotros hablamos despiertos o dormidos. Hablamos incluso cuando no emitimos palabra alguna. [...] El humano se distingue de la plantas y de los animales en que es un ser viviente capacitado para el lenguaje».[42] Pero de inmediato va más allá: esa capacidad distintiva no es para Heidegger una mera facultad diferenciadora entre un ser viviente y los demás.

El lenguaje no es esencialmente ni una expresión ni una acción del humano. El lenguaje habla.

El lenguaje habla. ¿El lenguaje, y no el humano? [Ibíd., pp. 19 y 20]

Rechaza no sólo la concepción del lenguaje como manifestación “externa” de una “interioridad”, sino también las concepciones pragmatista (el lenguaje como una actividad humana, como una acción), y cognoscitivista (el lenguaje como una representación tanto de lo real como de lo irreal) del mismo. Un poema de Stefan George que alude a la presencia muda de las cosas le permite responder parcialmente a la pregunta que ha planteado: «El lenguaje habla con el sonido del silencio».[43]

Las conferencias reunidas como «La esencia del lenguaje» se centran en una cuestión: cómo tener una experiencia con el lenguaje. Pese a que vivimos en la casa construida por éste —dice Heidegger—, no es fácil determinar cuál es nuestra experiencia con él, que es más bien oscura y no verbalizable.[44] Pero, ¿qué es tener una experiencia?

Nos falta por conocer los caminos que nos lleven a la posibilidad de tener una experiencia con el lenguaje. Desde hace mucho tiempo hay caminos así. [...] Uno de estos casos es el caso del poeta.

Experimentar algo es: en el caminar, sobre el camino lograr algo. [Ibíd., pp. 161-162 y 178]

La palabra poética, el arte verbal, es una forma privilegiada de acceder a la mo-rada del ser: al lenguaje verbal. Esto nos lo ha dicho Heidegger una y otra vez, y no cesa de repetirlo. Apoyándose de nuevo en Stefan George, quien en su poema La palabra afirma: «No habría cosas donde faltaran palabras», el filósofo se toma la licencia de alterar la frase, para subrayar su intención: «No hay cosas donde faltan palabras, i. e. nombres. La palabra da el ser a la cosa», rematando así: «Aquí vale la afirmación: El lenguaje es la casa del ser». [Ibíd., pp. 164 y 166] Tener una experiencia con el lenguaje, podemos concluir de acuerdo con Heidegger, es, entonces, algo como lo que sucede cuando se emite la palabra poética: dar, por medio del lenguaje discursivo, el ser a las cosas nombradas.

La auténtica experiencia con el lenguaje se da tanto en el pensar como en el poetizar, y éstos nos acercan a la esencia del lenguaje. Pero, ¿hay una esencia del lenguaje (una Wesen der Sprache)? Sí, mientras seamos capaces de experimentarla como un «lenguaje de la esencia» (Sprache des Wesens), un lenguaje del ser. Entonces estaremos en el camino del pensar y del poetizar: experimentaremos el lenguaje al ejercerlo como tal, como apertura. [Ibíd., p. 176]

Y sin embargo... «Sigue siendo oscuro cómo podemos pensar la esencia, sigue siendo completamente oscuro en qué medida la esencia habla, y lo más oscuro de todo es qué significa hablar. [...] Si esclareciéramos esto [...] llegaríamos a lo que nos permite tener una experiencia con el lenguaje...» [Ibíd., pp. 201 y 202] Heidegger atisba territorios en donde la experiencia se vuelve confusa, en donde ni siquiera la palabra poética puede alcanzar para decir lo que se experimenta. De la conferencia «El camino hacia el lenguaje» puedo reseñar ahora muy poco, casi nada. En ella —como también en la anterior— se abre una puerta hacia el abandono del logocentrismo:

Lo esencial del lenguaje es el decir como mostrar.

El decir es un mostrar.

El lenguaje, que cuando habla dice, cuida que nuestro hablar escuche lo no dicho y corresponda a lo dicho. Así es también el guardar silencio.[45]

Palabras que nos remiten, inevitablemente, al Tractatus de Wittgenstein. Al tratar más adelante estas cuestiones[46] veremos cómo el Heidegger II y el Wittgenstein I se encuentran.

Detección migratoria prácticas de humillación, asco y desprecio

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