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§ 12. La tricotomía materia-forma-contenido

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Una filosofía de la imagen necesita tomar en cuenta las maneras en que el pensamiento ha sido pensado, y cómo han sido entendidas sus relaciones con la palabra (escrita, hablada o pensada). En su momento,[61] habrá que estudiar también las relaciones entre pensamiento, conocimiento e imagen. Por ahora, además de la relevancia epistemológica de esta temática, tenemos ya su relevancia ontológica. Pues en las reflexiones filosóficas sobre la imagen hay que abordar preguntas como: ¿Qué es “ser una imagen de...”? ¿“Ser una imagen de…” es presentar una forma que represente un contenido? ¿Puede haber formas sin contenido? ¿Puede haber imágenes que no sean formas, que sean informes? ¿Las Formas platónicas son imágenes? ¿Si lo son, tienen un carácter visual o no?

El problema de los nexos entre lenguaje y pensamiento hace aflorar una cuestión crucial: la dicotomía entre materia y forma, por un lado, y contenido, por otro. O tal vez sea mejor hablar de una tricotomía, que se presta muy bien para ser representada por un triángulo:


Cuando se dice que el lenguaje (verbal, visual, gestual, etc.) es un medio para comunicar, representar y organizar el pensamiento, se está planteando una separación dicotómica entre lo primero y lo segundo. Es decir, las palabras, las imágenes o los gestos son entendidos como una materia organizada de cierta forma, que sirve para transmitir determinados contenidos independientes de ella. Esa “materia” es en principio sonora, pero puede adquirir otras modalidades: visual (en la escritura, en el alfabeto manual de los mudos, en las señales con banderas) o táctil (en el caso de la escritura Braille). En cuanto al “contenido”, consiste en los pensamientos, las ideas, las intenciones o las emociones (por mencionar las nociones más comunes) que requieren un vehículo físico para ser emitidos y recibidos. De no existir estos medios, no habría comunicación o información. Así, se supone que, por un lado, está disponible una materia/forma y, por otro, un contenido, como realidades separadas que existen independientemente entre sí. Realidades que en el acto de la comunicación se relacionan, pero que podrían permanecer ajenas, pues preexisten a esa relación.

Me propongo demostrar que dicha separación en dos o en tres realidades ajenas es más bien una distinción intelectual, útil para fines analíticos o teóricos, pero que en realidad es más fácil o más “natural” concebir una especie de continuidad entre materia, forma y contenido. En otros términos, busco contribuir a que no se vea este triángulo como una tricotomía, sino como un todo orgánico, en donde cada vértice es necesario para la existencia de los otros dos.

En la historia del pensamiento occidental, quizá los dos más grandes momentos en que se estableció la separación entre la materia y las ideas fueron la filosofía platónica y la filosofía cartesiana. Con Platón se formuló la concepción del cuerpo como mera materia sujeta al devenir, en cuyo “interior” yace el alma. Ésta, a su vez, no está sujeta al devenir, aunque su “encierro” en el cuerpo le impide encontrarse (o reencontrarse) con las Ideas eternas. Para que el alma recupere su verdadero estatus, deberá desprenderse del cuerpo (de las necesidades materiales y de las formas físicas) para acceder a las Ideas o Formas eternas. Este camino es en realidad una ascesis, que implica renunciar a lo sensible y a las apariencias para acceder a las esencias. Se trata de una ruptura radical con la materia y la forma a fin de liberar al alma de éstas y habilitarla para su elevación.

Cuando el pensamiento de Platón fue asimilado dentro del mundo cristiano se planteó una problemática muy compleja: ¿había que renunciar por completo a la vertiente física para llegar a Dios? En el terreno de las imágenes se separaron con nitidez dos posturas: a favor de la representación visual de contenidos teológicos (iconofilia, iconodulia) o abiertamente en contra (iconoclastia).[62]

René Descartes postuló la misma separación entre lo material y lo espiritual, pero ahora formulada en términos ya no idealistas, sino racionalistas. Cuando este filósofo afirmó de manera contundente en la Sexta de sus Meditaciones metafísicas: «soy una cosa que piensa» y «estoy compuesto de cuerpo y alma», abrió un ancho camino al dualismo, no sólo en la explicación de la naturaleza humana, sino de la naturaleza de las cosas y de los signos. Si cada uno de nosotros es cuerpo y alma, eso implica que cuerpo y alma son dos realidades diferentes, aunque relacionadas. La razón humana es para Descartes la parte espiritual e intelectual, capaz de llegar a certezas absolutas, siempre y cuando sepa liberarse de los «engaños» del cuerpo. Así, el cogito ergo sum es un conocimiento cierto que se logra mediante una especie de ascesis, esta vez no religiosa sino intelectual, pero con los mismos resultados que en Platón: el desligamiento del alma con respecto a la materia y la forma física.

Todo esto es de gran importancia para el estudio de las relaciones entre pensamiento y lenguaje, o entre pensamiento e imagen, en la medida en que al superar las explicaciones dicotómicas o tricotómicas no tomamos ni a palabras ni a imágenes como meros “vehículos”, “instrumentos” o “soportes sensibles” de los pensamientos. Por tanto, para que en vez de separar integremos palabras, imágenes y pensamientos. Entre otros autores, Heidegger me enseñó a cuestionar esa concepción dualista o dicotómica, según la cual las cosas constan de la «unión» de una materia (hilé, υλη) y una forma (morphé, µορϕη). Para esta concepción (hilemorfismo), cada cosa es «una materia formada»: su núcleo permanente es su materialidad, y su forma es lo que se modifica.[63] Sin embargo, a Heidegger le parece ina-ceptable esta distinción entre materia y forma, que además es «irresistible» por acoplarse muy bien a la distinción entre sujeto y predicado. Al inicio del Capítulo 4 trataré sobre la superación de dicha tricotomía. Ahora hay que seguir con la cuestión de los nexos entre pensamiento y lenguaje.

Detección migratoria prácticas de humillación, asco y desprecio

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