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Capítulo tres
ОглавлениеPor supuesto, la palabra «hogar» no incluía a la mujer despedazada por un monstruo legendario.
—Por Dios —dijo Kett agachándose para cruzar la entrada. Se puso una mano en la boca y se tapó los agujeros de la nariz. La tienda de los forenses estaba diseñada para mantener los contaminantes exteriores y a los viandantes lejos de los restos, pero, en lugar de eso, conservaba el hedor en el interior. En parte, apestaba a muerte, sí, pero había algo más, algo peor.
—Sí, es malo —comentó Cruel cuando entró detrás de él.
—La hemos dejado aquí por ti —dijo Porter, rondando en el exterior.
—Gracias —murmuró Kett—. ¿Qué han dicho los forenses?
—¿Qué crees? —contestó Porter.
Kett centró la atención en la mujer muerta, aunque era difícil determinar que había sido una persona. Algo había arremetido contra ella con una fuerza salvaje. Tenía varios cortes profundos en el cuero cabelludo que se extendían hasta los ojos y la boca, y terminaban en la mejilla derecha. La habían pintado de rojo, el ataque la había deformado hasta convertirla en una especie de Picasso horrible. No había garganta alguna de la que hablar, solo un charco poco profundo de sangre que parecía demasiado luminoso bajo la luz artificial. Tenía el abrigo cerrado sobre el pecho y las huellas que presentaba (una mezcla de sangre y barro) parecían más animales que humanas. Se asemejaban a huellas de patas. Bajo la tela, vio más lesiones.
Kett se agachó junto a ella y se quitó la mano de la boca para hablar.
—¿La han encontrado unos paseadores de perros?
—Sí —respondió Cruel, acuclillándose junto a él. Tomaba pequeñas y premeditadas bocanadas de aire por el olor y, si no tenía cuidado, iba a hiperventilar—. Dos hombres del pueblo que paseaban a su golden retriever. El perro la encontró primero.
—¿Sabes si la ha tocado? —preguntó Kett mientras señalaba las huellas. Cruel negó con la cabeza.
—Se han llevado al perro a la comisaría. Compararemos las huellas, pero no tenemos ni idea de cuántos perros habrán pasado por aquí.
—¿Dijeron si la habían tocado? —Sacó un bolígrafo del bolsillo y trató de levantar una parte del abrigo, pero estaba pegado por la sangre casi seca—. Los forenses han estado aquí y se han marchado, ¿verdad?
—Sí —dijo Cruel—.Me refiero a los forenses. No a lo de si la habían tocado.
Lo intentó con un poco más de fuerza y consiguió despegar el abrigo. No tuvo que observar con demasiado detenimiento para ver las enormes heridas del pecho de la mujer. Dejó caer el abrigo y se puso en pie. Al instante, se arrepintió. La tienda dio vueltas a su alrededor como si se hubiera posado sobre el lomo de una bestia del bosque enorme y torpe que se acabara de levantar. Tomó varias bocanadas profundas mientras se rascaba su propia herida del pecho.
—Dicen que no se acercaron —comentó Cruel—, excepto para apartar a su perro.
—Es extraño —dijo Kett—. Si la ha atacado un animal, ¿por qué le cerraría la chaqueta después de hacerla trizas a mordiscos?
—Lo sabremos cuando se la lleven —anunció Porter desde el exterior—. Los forenses estaban esperándote para moverla. Sin embargo, dicen que las lesiones coinciden con un ataque de perro. Fue la herida de la garganta la que la mató, se la arrancó de cuajo.
—¿Y la cara? —preguntó Kett—. No son mordiscos.
—Garras —contestó Porter.
—Los perros no atacan con las patas —dijo Kett—. Al menos, yo nunca he visto que lo hicieran. ¿El animal…? Ya sabéis, ¿consumió alguna parte?
—¿Si se la comió? —preguntó Cruel—. Ah, sí, creemos que sí. Parte de… —Hizo una pausa en la que le tembló la respiración antes de recomponerse—. Le falta parte de la garganta y el pecho.
—Y hemos encontrado esto —anunció Porter.
Kett se giró hacia él. El enorme inspector llevaba en la mano una bolsa de pruebas con algo pequeño y amarillo en el interior. Kett la tomó y entrecerró los ojos para observar el diente sangriento. Curvo y puntiagudo, era muy probable que perteneciera a un perro.
A un perro enorme.
—Mierda —dijo.
—Sí —respondió Porter mientras volvía a hacerse con la bolsa—. Eso mismo dije yo. Debió de atacarla con tanta fuerza que se le saltó un diente de la encía.
—Hemos tomado fotografías de las áreas colindantes —añadió Cruel antes de encogerse de hombros—. Hay un equipo de búsqueda peinando los caminos, pero es un terreno difícil.
—¿A qué distancia estamos del pueblo más cercano? —preguntó Kett, desesperado por tomar algo de aire.
—A cuatro kilómetros —respondió Cruel—. Aldeby. Beccles está a ocho. Hay algunas granjas y lonjas de pescado esparcidas, unas cuantas casas aisladas y poco más, aparte de bosques y campos.
—Sí —dijo Kett—, y un puto perro demoníaco.
* * *
—Odio este sitio.
Porter se encontraba a un lado de la escena del crimen, en uno de los pocos claros de luz solar que penetraba el denso toldo sobre sus cabezas. Se estremeció, aunque no hacía demasiado frío, y se cubrió el pecho con los brazos.
—Ya —dijo Kett dirigiéndose hacia él—. Recuerdo que me contaste que no eras un gran fan de la naturaleza.
—Es tan grande —dijo Porter—. Y amplia. Y vieja. Me hace sentir pequeño, ¿sabes?
Kett observó los abultados bíceps que sobresalían del traje de diseño de Porter y negó con la cabeza. No existían muchas cosas que pudieran lograr que Pete Porter pareciera pequeño.
—Aun así, estar aquí fuera tiene algo bueno —comentó Kett—. A kilómetros de la civilización, sin electricidad a la vista.
—¿Sí? ¿Qué?
—No hay forma de que te acerques a una tetera.
Porter le ofreció un ceño fruncido que también servía de media sonrisa. Lo señaló con un dedo.
—Quiero que sepas que he estado practicando —comentó—. Ahora mi té es la envidia de todo el cuerpo.
—Es peor —anunció Cruel mientras emergía de la tienda.
—¿Peor? —preguntó Kett—. ¿Cómo es posible?
—No es peor —vociferó Porter, enfadado de verdad—. ¡Menuda traidora estás hecha, Cruel! Te has tomado una taza esta mañana.
—Lo tiré cuando te fuiste al baño. Sabía como si hubiera salido de allí…, del baño.
—Mentira —dijo Porter—. Ya verás.
—¿Habéis terminado? —preguntó Clare cuando se unió a ellos—. Veo mucha cháchara y poco trabajo.
El jefe seguía teniendo aspecto de director de instituto, como si fuera a sacar la vara en cualquier momento y pegarte en los nudillos hasta hacerte sangrar.
—¿Qué es tan importante? —preguntó.
—El té de Porter —respondió Cruel.
—Oh, por Dios —dijo Clare, negando con la cabeza—. Ha empeorado, ¿te lo puedes creer?
Porter murmuró algo en voz baja, obviamente disgustado.
—¿Qué piensas? —preguntó Clare, mirando a Kett.
—Es extraño —contestó—. He visto algunos ataques de perro, pero ninguno letal. Lo que siempre me sorprende es que en casi todos los casos hay heridas en los brazos, porque la víctima intenta defenderse. Es lo primero que se hace, ¿no? Poner las manos para proteger las partes del cuerpo que no quieres que te muerdan. No veo ninguna herida en las manos ni en las muñecas de la víctima. Es como si no se hubiera defendido.
En algún lugar del bosque, una bandada de pájaros salió volando de los árboles. Porter dejó escapar un chillido e incluso Kett se estremeció. Había algo en ese lugar que le hacía sentirse vulnerable de una manera insoportable.
—Las heridas de la cabeza tampoco me parecen normales —continuó—. Son cortes, como si le hubieran pasado las patas por la cara. Nunca he visto a un perro hacer eso. A los tigres, sí, pero no a los perros. No tienen la fuerza suficiente para dejar tajos así.
—A menos que sea muy grande —comentó Porter. Imitó el movimiento necesario para hacer un corte con la mano—. Un perro enorme sobre las patas traseras podría haberla tirado al suelo al arremeter contra ella así.
—Quizá —dijo Kett.
—Pero… —comentó Clare.
—Pero la chaqueta… —anunció Kett—. Alguien le ha cubierto el pecho después del ataque. O lo hizo el perro o una persona, una persona que estuviera con el perro.
Una brisa recorrió los árboles e hizo que una docena de ramas crujiera como una orquesta infernal. Kett pensó que era como si el bosque le diera la razón.
—Si fuera cierto, sería un caso completamente distinto —dijo Clare al cabo de un momento—. Alguien incitó al perro a atacar a la víctima y colocó el cadáver después. Poco probable, en mi opinión, pero merece la pena considerarlo. Hay bandas por la zona, y sabemos que usan a los perros como arma. Staffies, sobre todo. Es una pena, porque son unos perros geniales, familiares. Yo tuve dos.
—Este perro no es un animal familiar —comentó Kett—. Y tampoco es de esa raza, a menos que mida metro ochenta y tantos de alto apoyado sobre las patas traseras.
—Genial —dijo Clare mientras se giraba para marcharse—. Eso solo nos deja a Black Shuck como única opción. Porter, Kett, os necesito en la comisaría de Beccles. Tenemos un testigo al que tomar declaración.
—Jefe —contestó Porter con un asentimiento.
Kett se detuvo durante un segundo para escuchar el viento entre los árboles. Luego, llamó a Clare.
—Me pregunto por qué me ha metido en este caso. —Clare lo miró. Contra las luces halógenas, su silueta parecía la de una especie de monstruo de cuento, demasiado alto, demasiado delgado—. A ver, es un ataque de perro —continuó cuando el jefe no contestó—. Me parece una opción extraña para mi regreso.
—¿Qué te pasa por la cabeza? —preguntó Clare.
Kett chasqueó la lengua y flexionó el hombro para tratar de aliviar el dolor creciente. Observó la tienda y pensó en la mujer tumbada dentro, violentada hasta volverla irreconocible. No sabían cómo se llamaba. No tenían ni idea de quién era. Sin embargo, hacía solo veinticuatro horas había sido un ser humano que vivía y respiraba, con esperanzas, sueños, miedos y decepciones, como todo el mundo. Y ahora estaba muerta. Algo la había matado. La había arañado, la había mordido. Se la había comido.
—¿Kett?
—¿Mi cabeza? —preguntó—. La cabeza me dice que parece un ataque de perro. —Aun así, fuera lo que fuese el autor del crimen la había tapado con el abrigo y había desaparecido. Kett respiró profundamente mientras su sexto sentido se activaba—. Sin embargo, algo me dice que no ha sido un perro. Siento que esto es cosa de un hombre.
—Y por eso, inspector jefe Kett —dijo Clare con una sonrisa ceñuda—, te he traído de vuelta.