Читать книгу Matar un reino - Alexandra Christo - Страница 15
DOCE
ОглавлениеEl Ganso Dorado es lo único constante en Midas. Cada centímetro de tierra parece crecer y cambiar cuando me voy, con pequeñas transformaciones que nunca son graduales para mí, pero el Ganso Dorado es como ha sido siempre. No hay flores doradas plantadas frente a sus puertas como alguna vez hicieron en el resto de las casas, siguiendo la moda, y cuyos restos todavía se pueden ver por debajo de las flores silvestres que ahora las ocultan. Tampoco hay pilares de arena o campanas de viento, ni un techo remodelado en punta, a imagen de las pirámides. Está en la intemporalidad intacta, así que cada vez que regreso y encuentro diferente algo en mi hogar, puedo estar seguro de que nunca es el Ganso Dorado. Nunca es Sakura.
Es temprano y el sol todavía es de color naranja lechoso. Pensé que lo mejor sería visitar el infame Ganso Dorado cuando el resto de Midas todavía seguía durmiendo. No me pareció prudente pedirle un favor a su propietaria nacida del hielo entre oleadas de clientes ebrios y listos para escuchar. Llamo a la puerta de madera de secuoya y una astilla se desliza en mi nudillo. La retiro justo cuando la puerta se abre. Sakura parece sorprendida.
—Sabía que era usted —busca detrás de mí—. ¿No lo acompaña la tatuada?
—Madrid está preparando el barco —digo—. Zarpamos hoy.
—Qué lástima —Sakura coloca un paño sobre su hombro—. Usted no es para nada tan guapo como ella.
No discuto.
—¿Puedo entrar?
—Un príncipe puede pedir favores en el umbral de la puerta, como cualquier otro.
—Tu puerta no tiene whisky.
Sakura sonríe, sus labios rojos oscuros se curvan hacia un lado. Extiende sus brazos y hace un gesto para que entre.
—Espero que tenga los bolsillos llenos.
Entro, manteniendo mis ojos fijos en ella. No es que crea que intente hacer algo inadecuado —matarme, quizá, justo aquí, en el Ganso Dorado—, no mientras nuestra relación sea tan provechosa para ella. Pero hay algo en Sakura que siempre me ha irritado, y no soy al único que le sucede. No hay muchos que puedan manejar un bar como el Ganso Dorado, con clientes que coleccionan pecados como joyas preciosas. Las riñas y las peleas son constantes, y la mayoría de las noches se derrama más sangre que whisky. Sin embargo, cuando Sakura les dice que ha sido suficiente, hombres y mujeres se detienen. Se ajustan sus respectivos cuellos, escupen sobre el suelo mugriento y continúan con sus bebidas como si nada hubiera sucedido. Podría decirse que ella es la mujer más temible de Midas, y no tengo por costumbre dar la espalda a una mujer temible.
Sakura se coloca detrás de la barra y vierte un chorro de líquido ámbar en un vaso. Mientras me siento en el lado opuesto, ella se lleva el vaso a los labios y bebe un rápido sorbo. Una huella de pintalabios rojo oscuro mancha el borde, y me doy cuenta de la fortuita oportunidad.
Sakura desliza el vaso hacia mí.
—¿Satisfecho? —pregunta.
Se refiere a que no está envenenado. Puedo explorar los mares en busca de monstruos que literalmente podrían arrancarme el corazón, pero eso no significa que sea descuidado. No hay una sola cosa que coma o beba cuando estamos atracados que no haya probado antes alguien más. Por lo general, este deber recae en Torik, quien se ofreció como voluntario desde el momento en que lo subí a bordo e insiste en que no está arriesgando su vida porque ni siquiera el más poderoso de los venenos podría matarlo. Teniendo en cuenta su gran tamaño, me inclino a estar de acuerdo.
Kye, por supuesto, rechazó la responsabilidad. Si muero salvando tu vida, dijo, ¿quién te protegería?
Observo la mancha del pintalabios de Sakura y sonrío, mientras doy la vuelta al vaso para evitar la marca antes de beber un sorbo de whisky.
—No hay necesidad de fingir —dice Sakura—. Simplemente debería preguntar.
—Entonces ya sabes por qué estoy aquí.
—Todo Midas está hablando de tu sirena —Sakura se apoya contra el armario de licores—. No creo que ocurra una sola cosa aquí sin que yo me entere.
Sus ojos son más rasgados que nunca y los entrecierra de una manera que me dice que ella ignora muy pocos de mis secretos. Un príncipe puede darse el lujo de la discreción, pero un pirata, no. Sé que muchas de mis conversaciones han sido robadas por extraños y vendidas a los mejores postores. Sakura ha sido una de esos vendedores durante un tiempo, intercambiando información por oro cada vez que se presenta la oportunidad. Así que, por supuesto, tuvo la precaución de escuchar al hombre que vino a mí en la oscuridad de la noche, contando historias de su hogar, precisamente, y del tesoro que guarda.
—Quiero que vengas conmigo.
Sakura ríe y el sonido no es acorde a la mirada grave en su rostro.
—¿Es una orden del príncipe?
—Es una solicitud.
—Entonces, me niego.
—¿Sabes? —quito la marca de mi vaso—, tu pintalabios mancha.
Sakura ve la huella de rojo oscuro en el borde de mi vaso y se lleva una mano a los labios. Cuando regresa, su mirada se vuelve amenazadora. Puedo verla claramente ahora, como lo que siempre he sabido que es. La mujer de cara de nieve con los labios más azules que cualquier ojo de sirena.
Un azul reservado para la nobleza.
Los nativos de Págos no son como ninguna otra raza en los cien reinos, pero la familia real es una raza en sí misma. Tallados en grandes bloques de hielo, su piel es mucho más pálida, su cabello mucho más blanco y sus labios, del mismo azul que su sello.
—¿Lo sabes desde hace mucho? —pregunta Sakura.
—Es la razón por la que he dejado que te salgas con la tuya tantas veces —digo—. No quería revelar tu secreto hasta que encontrara una manera de darle un buen uso —levanto mi vaso en un brindis—. Larga vida a la princesa Yukiko de Págos.
El rostro de Sakura no cambia ante la mención de su verdadero nombre. En cambio, su mirada es indiferente, como si hubiera pasado tanto tiempo que ni siquiera reconoce su propio nombre.
—¿Quién más lo sabe? —pregunta.
—No se lo he dicho a nadie todavía —pongo énfasis en el todavía con más tosquedad de la necesaria—. Aunque no entiendo por qué te importa siquiera. Tu hermano tomó la corona hace más de diez años. No es que quieras reclamar el trono. Puedes ir adonde desees y hacer lo que quieras. Nadie querría asesinar a un miembro de la realeza que no puede gobernar.
Sakura me mira con franqueza.
—Soy consciente de ello.
—Entonces, ¿por qué el secreto? —pregunto—. No he escuchado nada sobre una princesa desaparecida, así que puedo suponer que tu familia sabe dónde estás.
—No soy una fugitiva —dice Sakura.
—¿Qué eres, entonces?
—Algo que nunca serás tú —se burla—: libre.
Pongo mi vaso en la barra más fuerte de lo que pretendo.
—Qué suerte para ti, entonces.
Es fácil para Sakura ser libre. Tiene cuatro hermanos mayores que reclaman el trono antes que ella, y ninguna de las responsabilidades que a mi padre le gusta recordarme que pesan sobre mis hombros.
—Me fui una vez que Kazue tomó la corona —dice Sakura—. Con tres hermanos para aconsejarlo, yo sabía que no tenía sabiduría para ofrecerles que no tuvieran ya. Tenía veinticinco años y sin gusto por la vida que llevaría un miembro real que nunca gobernaría. Se lo dije a mis hermanos. Les dije que quería ver algo más que nieve y hielo. Quería color —me mira—. Quería ver el dorado.
Resoplo.
—¿Y ahora?
—Ahora odio ese repugnante tono.
Río.
—A veces siento lo mismo. Pero sigue siendo la ciudad más bella de los cien reinos.
—Debes saberlo mejor que yo —dice Sakura.
—Sin embargo, aquí estás.
—Un hogar es difícil de encontrar.
Pienso en la verdad que esas palabras encierran. Lo entiendo mejor que nadie, porque en ninguno de los lugares a donde he viajado me he sentido realmente en casa. Ni siquiera en Midas, que es tan hermosa y llena de tanta gente que amo. Estoy seguro aquí, pero no siento como si perteneciera a este lugar. El único sitio al que podría llamar hogar de verdad es el Saad. Y está en continuo movimiento y transformación. Rara vez en el mismo lugar dos veces. Tal vez me encanta porque no pertenece a ninguna parte, ni siquiera a Midas, donde fue construido. Y aun así, pertenece a todas partes.
Doy vueltas a lo que queda de whisky en mi vaso y miro a Sakura.
—Entonces sería una pena si la gente descubriera quién eres. Ser un inmigrante de Págos es una cosa, pero ser un miembro de la realeza sin país es otra. ¿Cómo te tratarían?
—Pequeño príncipe —Sakura se humedece los labios—, ¿estás tratando de chantajearme?
—Claro que no —digo, aunque mi voz indica algo más—. Sólo estoy diciendo que sería inconveniente si los demás se enteraran. Sobre todo, teniendo en cuenta a tus clientes.
—Para ellos —dice Sakura—: intentarían usarme y yo tendría que matarlos. Probablemente tendría que matar a la mitad de mis clientes.
—Creo que eso sería malo para el negocio.
—Pero ser un asesino ha funcionado muy bien para ti.
No reacciono a sus palabras, pero mi falta de emoción parece ser justo lo que Sakura busca. Ella sonríe, tan hermosa, a pesar de que la burla es obvia. Es una lástima que me doble la edad, pienso, porque es sorprendente cuando es perversa y salvaje bajo lo que aparenta.
—Ven a Págos conmigo —digo.
—No —Sakura se aleja de mí.
—No, ¿no vendrás?
—No, eso no es lo que quieres preguntar.
Me pongo en pie.
—Ayúdame a encontrar el Cristal de Keto.
Sakura se vuelve otra vez hacia mí.
—Ahí está —no hay señales de ninguna sonrisa en su rostro ahora—. Lo que quieres es alguien de Págos que te ayude a escalar la Montaña de la Nube y encontrar tu cuento de hadas.
—Sería imposible pasear por ahí y escalar la montaña más mortífera de tu país sin tener idea de con qué me voy a enfrentar. No sé siquiera si tu hermano me permitirá entrar. Contigo a mi lado, puedes aconsejarme sobre el mejor curso de acción. Decirme la ruta que debo tomar. Ayudarme a convencer al rey para que me dé un pase seguro.
—Soy una experta en escalar montañas —la voz de Sakura es totalmente sarcástica.
—Estuviste obligada a hacerlo en tu decimosexto cumpleaños —intento ocultar mi impaciencia—. Cada miembro de la realeza de Págos lo está. Podrías ayudarme.
—Tengo un corazón muy cálido.
—Estoy pidiendo…
—Estás suplicando —dice ella—. Y por algo imposible. Nadie más que mi familia puede sobrevivir a la escalada. Está en nuestra sangre.
Golpeo mi puño sobre la mesa.
—Los libros de cuentos pueden decir eso, pero yo sé más. Debe haber otra ruta. Un camino oculto. Un secreto guardado en tu familia. Si no vienes conmigo, entonces dime cuál es.
—No serviría de cualquier forma.
—¿Qué significa eso?
Pasa la lengua por sus labios azules.
—Si este cristal existe en la montaña, seguramente está escondido en la cúpula cerrada del palacio de hielo.
—Una cúpula cerrada —digo de manera inexpresiva—. ¿Estás inventándotelo mientras hablamos?
—Conocemos perfectamente las leyendas escritas en todos esos libros para niños —dice—. Durante generaciones, mi familia ha intentado encontrar el camino a esa habitación, pero no hay otra entrada que la que se puede ver claramente y no hay forma de forzarla. Está sellada mágicamente, tal vez por las propias familias originales. Lo que se necesita es una llave. Un collar perdido en nuestra familia. Sin eso, no importa cuántas montañas escales. Nunca podrás encontrar lo que estás buscando.
—Déjame preocuparme por eso —digo—. Encontrar tesoros perdidos es una de mis especialidades.
—¿Y el ritual necesario para liberar el cristal de su prisión? —pregunta Sakura—. ¿Asumo que también te enteraste de eso?
—No hay detalles.
—Eso es porque nadie los conoce. ¿Cómo planeas llevar a cabo un rito antiguo si ni siquiera sabes de qué se trata?
A decir verdad, pensé que Sakura podría llenar los espacios en blanco en todo esto.
—El secreto probablemente esté en tu collar —digo, esperando que sea verdad—. Podría tratarse de una simple inscripción que necesitamos leer. Y si no es así, entonces se me ocurrirá otra cosa.
Sakura ríe.
—Digamos que tienes razón —dice—. Digamos que las leyendas son fáciles de encontrar. Digamos que incluso los collares perdidos y los rituales antiguos también lo son. Digamos que los mapas y las rutas son lo más esquivo. ¿Quién dice que alguna vez compartiría algo así contigo?
—Podría filtrar tu identidad a todos —las palabras tienen un sabor mezquino e infantil en mis labios.
—Qué bajeza la tuya —dice Sakura—. Inténtalo de nuevo.
Hago una pausa. Sakura no se está negando a ayudar. Simplemente me está dando la oportunidad de hacer que valga la pena. Todos tienen un precio, incluso la olvidada princesa de Págos. Sólo tengo que averiguar cuál es el suyo. El dinero parece irrelevante, y la idea de ofrecerle algo me provoca una mueca. Ella podría tomarlo como un insulto —es parte de la realeza, después de todo— o verme más como un niño que como un capitán, lo cual claramente soy en su presencia. Tengo que darle algo que nadie más pueda. Una oportunidad que nunca volverá a tener y que, por lo tanto, ni siquiera soñará en dejar pasar.
Pienso en lo parecidos que somos Sakura y yo. Dos miembros de la realeza tratando de escapar de sus países. Sólo que Sakura no quiso dejar Págos porque no le gustara ser princesa, sino porque el trabajo se volvió inútil una vez que su hermano tomó la corona.
Sin gusto por la vida de un miembro real que nunca gobernaría.
Siento una sensación de vacío en mi estómago. En el fondo, Sakura es una reina. El único problema es que no tiene un país. Entiendo, entonces, lo que mi búsqueda me va a costar si lo deseo tanto.
—Puedo hacerte una reina.
Sakura arquea una ceja blanca.
—Espero que no estés amenazando con matar a mis hermanos —dice—, porque los miembros de la realeza en Págos no se vuelven uno contra el otro por una corona.
—No, en absoluto —me compongo lo mejor que puedo—. Te estoy ofreciendo otro país entero.
Una mirada lenta de entendimiento se abre camino en el rostro de Sakura.
—¿Y qué país sería ése, Su Alteza? —pregunta tímidamente.
Esto significará el fin de la vida que amo. El fin del Saad y el océano y el mundo que he visto dos veces y volvería a ver miles de veces más. Viviría la vida de un rey, como siempre ha querido mi padre, con una esposa nacida en la nieve para gobernar a mi lado. Una alianza entre hielo y oro. Sería más de lo que mi padre imaginó, ¿y al final no valdría la pena? ¿Por qué tendría que seguir buscando en el mar una vez que todos sus monstruos hayan sido aniquilados? Estaré satisfecho, quizá, gobernando Midas, una vez que sepa que el mundo está fuera de peligro.
Pero incluso cuando hago una lista de las razones por las cuales es un buen plan, sé que todas son mentira. Soy un príncipe de nombre y nada más. Incluso si consigo conquistar a las sirenas y llevar la paz al océano, siempre he planeado permanecer en el Saad con mi tripulación —si es que aún me siguen— sin buscar más, pero eternamente en movimiento. Cualquier otra cosa me hará miserable. Permanecer quieto, en un lugar y un momento, me hará miserable. En mi corazón, soy tan salvaje como el océano que me crio.
Tomo un respiro. Seré miserable, si eso es lo que se necesita.
—Este país. Si hay un mapa que muestre una ruta secreta por la montaña para que mi tripulación y yo podamos evitar morir congelados durante la escalada, entonces será un intercambio justo.
Le tiendo mi mano a Sakura. A la princesa de Págos.
—Si me das ese mapa, te haré mi reina.