Читать книгу Matar un reino - Alexandra Christo - Страница 17
CATORCE
ОглавлениеLa pirámide desaparece detrás del horizonte. El sol está subiendo más alto, oro contra oro. Navegamos y dejamos la brillante ciudad atrás, hasta que el océano se vuelve azul de nuevo y mis ojos se adaptan a la vasta extensión de color. Esto siempre lleva un rato. Al principio, los azules son moderados. Los blancos de las nubes, salpicados de bronce como restos de los reflejos de Midas, flotan sobre mis ojos. Pero pronto el mundo vuelve a estallar, vívido e inflexible. El coral de los peces y el cielo azul.
Todo está detrás de mí ahora. La pirámide y mi familia y el trato que hice con Sakura. Y frente a mí: el mundo. Listo para ser tomado.
Sujeto el pergamino en mi mano. El mapa de pasadizos escondidos en la poderosa Montaña de la Nube, mantenida en secreto por la realeza de Págos porque garantiza su seguridad cuando ascienden la montaña y así demuestran su valía a su pueblo. He negociado mi futuro por esto, y todo lo que necesito ahora es el collar de Págos. Menos mal que sé dónde buscar.
No le conté a mi familia lo de mi compromiso. Lo guardaré para después de conseguir que me maten. Decírselo a mi tripulación fue fastidioso, y aunque sus burlas mortificantes no fueron un gran problema, sí lo fue la indignación de Madrid de que yo hubiera podido negociar conmigo mismo. Pasar la mitad de su vida siendo vendida de barco en barco dejó en ella una conciencia inflexible sobre la libertad en todos los aspectos.
El único consuelo que pude ofrecer, y parecía extraño ser el que ofreciera alivio en este tipo de situaciones, es que no tengo intención de seguir adelante con la propuesta. No es que esté pensando en retirar mi palabra. No soy ese tipo de hombre, y Sakura no es el tipo de mujer que se tomaría la traición a la ligera. Pero se puede hacer algo. Otro acuerdo que nos dé a ambos lo que queremos. Sólo necesito introducir a otro jugador en el juego.
Me paro en el puesto de mando y evalúo al Saad. El sol ha desaparecido, y la única luz proviene de la luna y de las parpadeantes linternas a bordo del barco. Debajo de la cubierta, la mayoría de mi esquelética tripulación —un nombre apropiado para mis voluntarios— está dormida. O intercambiando chistes e historias lascivas en lugar de canciones de cuna. Los pocos que permanecen en cubierta están quietos y apagados como casi nunca lo han estado.
Navegamos hacia Eidýllio, una de las pocas paradas que tenemos que hacer antes de llegar a Págos, y la verdadera clave de mi plan. Eidýllio tiene el único sustituto para mi propuesta matrimonial que Sakura considerará aceptar.
En la cubierta, Torik juega a las cartas con Madrid, quien clama ser la mejor en cualquier juego que se le ocurra a mi primer oficial. El partido es silencioso y está marcado sólo por sonoras inhalaciones cada vez que Torik le da una calada a su puro. A sus pies está mi ingeniero asistente, que desaparece bajo cubierta de vez en cuando sólo para reaparecer, sentarse en el suelo y continuar cosiendo los agujeros de sus calcetines.
La noche revela algo diferente en todos ellos. El Saad es nuestro hogar y están a salvo aquí: por fin, pueden bajar la guardia durante un rato. Para ellos, el mar nunca representa el verdadero peligro. Incluso infestado de sirenas y tiburones y bestias que pueden devorarlos en cuestión de segundos. El verdadero peligro son las personas. Ellas son las impredecibles. Las traidoras y mentirosas. Y en el Saad, están a un mundo de distancia.
—¿Entonces este mapa nos llevará al cristal? —pregunta Kye.
Me encojo de hombros.
—Tal vez sólo a nuestras muertes.
Pone una mano en mi hombro.
—Ten algo de confianza —dice—. No nos has dirigido de manera equivocada todavía.
—Eso sólo significa que nadie estará preparado cuando lo haga.
Kye me da una mirada desdeñosa. Tenemos la misma edad, pero él tiene una forma divertida de hacerme sentir más joven. Más como el chico que soy que como el capitán que intento ser.
—Eso es lo que pasa con los riesgos —dice—. Es imposible saber cuáles valen la pena hasta que es demasiado tarde.
—Te estás volviendo muy poético en tu vejez —digo—. Sólo esperemos que tengas razón y el mapa sea realmente útil para ayudarnos a no congelarnos hasta morir. Estoy muy apegado a todos mis dedos, de manos y pies.
—Todavía no puedo creer que hayas negociado tu futuro por un pergamino —dice Kye. Su mano está sobre su cuchillo, como si sólo hablar de Sakura le hiciera pensar en batallas.