Читать книгу La bruja - Alfredo Tomás Ortega Ojeda - Страница 10

III

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Cuando iniciamos el regreso, fui el último en abordar el camión, y el único lugar vacío estaba adelante, junto a la Madre Conchita, lugar que a propósito me habían dejado aquellos maloras, para que se me quitara lo sangrón, o lo turulato, porque no acababan de entender lo que me había sucedido cuando regresamos de Los Chorros. Primero se cansaron de burlarse de mí, de engañarme diciendo que la madre nos había descubierto y que me acusaría con mi mamá, y les parecía raro que yo no les hiciera aprecio. Después se preocuparon pensando que algún bicho me había picado, y terminaron enojados porque yo ni los oía ni les contestaba nada, nomás permanecía en silencio, con la mirada perdida, como si hubiese tomado de la bulinguita del chofer.

Porque desde la mañana, cuando íbamos en camino, el maloso de Tomás se dio cuenta de que el compadre del chofer, que lo acompañaba en el viaje, traía una bulinguita de plástico, de la cual de rato en rato tomaban ambos, cuando las madres no los veían, y luego bromeaban entre sí. Las madres ni se las olían, pero nosotros sí porque Tomás nos lo dijo, como su papá tomaba todos los fines de semana, su olfato estaba bien entrenado. Ellos siguieron recurriendo a la bulinguita durante todo el paseo, especialmente mientras nosotros nos bañábamos, y la risa les duró hasta la hora de la comida, cuando pidieron agua para beber. Ya en el regreso se les fue acabando la alegría, y cuando comenzamos subir La Cumbre, el chofer y su compadre permanecían largos ratos silenciosos y a veces daban cabeceadas. Como yo iba adelante podía verlos y quizá debí advertírselo a la Madre, pero yo no estaba dentro de mí, sino que flotaba en un sitio lejano, junto a una ceiba enorme, y además, la Madre a mi lado roncaba a placer, mientras su cabeza giraba a un lado y al otro con las curvas del camino. De vez en cuando el chofer bostezaba y se frotaba los ojos, y entonces su compadre le hacía algún comentario, que él respondía con un gruñido. El camión continuamente invadía la raya blanca del centro del camino, y tardaba en enderezar el rumbo, hasta que en la recta larga antes de El Tigre, de plano invadió el carril contrario. Como si fuera un video, yo vi aparecer en el otro extremo del camino una camioneta de redilas, y el chofer tardó bastante más que yo en descubrirla, pero al verla, pisó el freno bruscamente y giró el volante para recuperar su carril.

A partir de allí fue como si la película la hubiesen puesto en cámara lenta. El camión iba de un lado al otro de la carretera como los juegos de la feria. La camioneta tardaba una eternidad en acercarse a nosotros, y yo volteé a ver a mis compañeros, vi como se iban despertando con las sacudidas, ponían cara de susto y comenzaban a gritar como poseídos. Tengo la impresión de haberlos mirado, a cada uno, y aún oigo los gritos de la Madre cerca de mi oído. No estoy seguro, pero tengo idea de haber visto la camioneta pasar en sentido contrario por nuestro costado, y hasta recuerdo la cara asustada del chofer. El camión comenzó a chicotear con más fuerza, hasta que en una de esas alcanzó la orilla de la carretera, se detuvo allí por una milésima de segundo y luego comenzó a rodar de costado sobre la vegetación que cubría la pendiente. Fue como si nos hubiesen metido en una licuadora; yo veía, o soñaba que veía girar a mi alrededor mochilas, huaraches, gorras y rostros de mis compañeros. Y hasta me pareció que me salía por una de las ventanas.

La bruja

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