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Coníferas sin piñas

Relaciono la infancia con los sueños y la posibilidad de alcanzarlos. Nacemos con determinados dones que, si conseguimos no abandonarlos, entenderemos que por ellos hemos venido a este mundo, a cultivarlos.

A aquel que se pasa todo el día cantando, lo callan.

A aquel cuya única distracción es subirse a los árboles a investigar, lo bajan.

El que encuentra su fascinación en las estrellas, al suelo debe mirar.

A aquel que por mejores amigos tiene a los libros le dicen: «Qué solo estás».

A los que en clase y de tarde solo nos refugiaba pintar o escribir, nos hacían coger los libros de texto para al cerebro confundir.

Sin eso nos sentimos abandonados, vacíos, secos, como un gran bosque de coníferas sin piñas.

Pero hay esperanza. Si eres capaz de encontrar en tu interior aquello que nos quitaron de niños, aquello que nos hacía inmensamente felices y especiales, encontrarás un motivo para levantarte. No importa qué sea, si dará dinero o no, si será útil o un pasatiempo; si lo encuentras de nuevo no lo dejes ir, ya que si realmente sale del alma no hay nada que te pueda hacer más rico y feliz.

En este mundo lleno de gente y posibilidades habrá un hueco para tus piñas, siempre.

Te lo prometo. No las dejes ir.

La botánica del alma

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