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Girasoles

Hay dos tipos de personas: las que al mirar al cielo ven el sol, reluciente cual amarillo cristal; y otras que, al alzar la vista, solo ven una mancha rocosa en forma de media sonrisa lunar. Que esté en el segundo grupo, que ame la luna, no significa que odie el sol.

El sol es naturaleza viva, despertar de conciencia, energía que te hace brotar, pecas que forman constelaciones de color, luz que pone en pie tus sentidos, que se cuela por la ventana de los huesos dando fuerza, fe y esplendor. Pero a la hora de acurrucarme, imaginar y soñar, llorar, pedir y suplicar, el sol nunca me podría dar tanto calor como la gran esfera lunar.

Un día me surgió una idea. Yo, que amaba la luna, pensé: «Igual que hay flores que giran en torno al sol, que buscan su energía y seguridad entre los rayos que hace brotar, también debe de haber especies que giren en torno a la noche, a la luna, a su luz, a su magia al brillar. Que se sienten en casa al verse rodeadas de estrellas y piensen: “¡Ese planeta es mi hogar!”».

Yo era una de esas especies. Nos denominé «giralunas».

La botánica del alma

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