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La revolución del Horno de Barro

Una mujer es más fuerte de lo que se cree, agarrar una pala para hacer la mezcla no es más pesado que cargar un bebé.


Dos mujeres de la Tupac Amaru a las que se les enseñó a construir sus propias casas, en el barrio de Monterrico.

Durante nuestra charla de saltimbanquis, Milagro mencionó otro punto que verificaré al día siguiente, cuando me encuentre con mi primera tupaquera. A saber, que durante su entrevista con Néstor Kirchner, en aquel día histórico, ella le había dicho: “El arma revolucionaria con la que nosotros contamos es el Horno de Barro”.

Por su tono he comprendido que esas palabras van con mayúscula. Los tupaqueros escriben Copa de Leche, con una gran Ce y una gran Ele, este Horno me suena todavía más importante.

María Molina viene al hotel, un hotelito lleno de pibes mochileros donde mi propia mochilita no asombra a nadie (mis años, probablemente, sí). Es una hermosa criolla, alta, grandota. La invito a comer locro y a tomar vino al restorán de al lado.

–Yo tenía dieciocho años cuando empecé a trabajar con ella, en el ATE (Asociación de Trabajadores del Estado) –cuenta María pescando los trocitos de carne sumergidos en ese caldo espeso, picante, entre zapallo y maíz–. Estaba en una escuela, pero de contratada, no en planta permanente, entonces lo voy a ver a Nando Acosta, que es un sindicalista importante que me presenta a Milagro. Yo ya la había visto en marchas y conversamos, “hay que salir a la calle –me decía–, hacerse escuchar”. Ella después viajó a Cuba y volvió con el proyecto de los merenderos, las Copas de Leche. Milagro siempre pensaba cómo ver por los demás, los que trabajan en negro. “Pero además de pelear por los puestos de trabajo hay que sacar a los muchachos del alcohol, de la droga”, me decía. La idea se le ocurrió al entrar al rancho de mis padres en Villa Belgrano. Ahí se le hizo la luz. Éramos diez hermanos, papá no trabajaba, mamá iba a lavar y planchar en casas, nosotros desde chicos íbamos al monte a juntar leña con un carrito para hacernos el pan. Yo, como hermana mayor, estaba al frente de la familia. Terminé el secundario, artes manuales, por eso me aceptaron en el jardín de infantes, pero tercerizada, esos trabajitos que un poco estás con los chicos y otro poco limpiás el baño. En ese tiempo, Belgrano era una villa marginada, mejoró un poco, pero siempre está esa escalera que nos separa de la ciudad. Como una frontera. Había jóvenes perseguidos por morochos, por mal vestidos, te ven así y ya se creen que sos ladrón. Milagro vino y les propuso hacer la Copa de Leche, y ellos “pero cómo, con qué, si no tenemos ni un peso”. Y ella de repente ve mi casa, dos piecitas, la cocinita, pero un patio inmenso con el fueguero de leña y el horno de barro.

–¡Ah, el Horno! –pronuncio con respeto.

–“Eso es lo que hay que hacer –nos dice–, ¿ustedes saben amasar bollos, empanadas?, entonces empecemos”. Traíamos la harina, cada uno un poquito, faltaba, siempre faltaba, necesitábamos más, hacíamos rifas, lotería, y salíamos a vender para la Copa de Leche. El día de la primera Copa yo era la única mujer, los otros todos muchachos con antecedentes malos, discriminados. ¿Y ahora cómo llamamos a los chicos del barrio para que tomen la merienda? Pusimos el tacho afuera lleno de arroz con leche, los padres desconfiaban, ¿esos nos van a dar a nosotros, con lo atorrantes que son? Después se dieron cuenta de que era para ayudar. Y, además, ahora los chicos querían la Copa todos los días, chocolate, mate con bollos, lo más accesible, lo que se podía, cualquier cosita venía bien. Nosotros teníamos al frente del rancho un espacio verde, abandonado, con yuyos, lleno de basura. El río Grande pasa justo detrás. Con los muchachos nos pusimos a limpiar todo, quedó hermoso y mi mamá contenta, nos apoyaba, yo siempre fui la rebelde, pero ahora veía que lo nuestro era bueno. Hubo una asamblea en el ATE, allí dijimos que nosotros prestábamos el espacio para que se reunieran.

–¿Quiénes?

–Los jóvenes perseguidos, esos con delito de portación de rostro, los que siempre caían por averiguación de antecedentes. Pibes de la calle, con padres cartoneros, metidos con el alcohol y la droga para escapar de la realidad. Pero Milagro sabía cómo tratarlos, de igual a igual, comía guiso con nosotros, lo que fuera, sentados en el piso, no había silla ni platos ni cucharas, la alegría era conseguir los bolsones del Ministerio de Desarrollo Social, con el azúcar, el aceite, los fideos... A ella la cabeza le trabajaba con proyectos nuevos, quería mantenerlos ocupados a los muchachos, recuperarlos con el trabajo. Nunca nos imaginamos que iba a construir un comedor, un polideportivo, casas, no, una pileta para nosotros era algo lejano, eso sí que nunca lo pensamos. El único paseo de los niños era ir a bañarse al río contaminado, a Milagro la invitaban y ella iba, se bañaba con ellos y después decía “¿cómo puede ser que los changuitos se bañen aquí?”. Después vino Néstor, creamos la Tupac, que el nombre fue una idea de Nando Acosta, ese sindicalista que te dije, y por los barrios se fue corriendo la voz. Nos sumamos, cuando llegaban los bolsones ya no alcanzaba, pero nos repartíamos, Milagro decía “vos tenés un bebé, llevate azúcar”, “vos estás enferma, llevate harina”. Lo que siempre repetía era “no nos tenemos que conformar, algo más va a pasar”. Ahora ya nos seguían familias enteras, nos tenían confianza porque se hacían cosas, familias desintegradas que los padres echaban a los jóvenes porque tomaban droga y ahí se reunían. Milagro decía “se tienen que preparar, estudiar”, y los muchachos “no, yo al colegio no vuelvo, si no sé ni leer”. Pero igual soñábamos, ella nos decía “mirá, salió un proyecto de emergencia habitacional”, “¡si no estamos preparados!”, y ella “no importa, lo aprendemos en el camino, quién no quiere tener su casa, su familia y por qué no un autito en la puerta”.

Pienso que, para la organización, el nombre Tupac Amaru fue un hallazgo, pero que el pensamiento de Milagro podría resumirse en las palabras “¿por qué no?”.

–Cuando empezamos con las cooperativas necesitábamos albañiles que nos enseñaran. Milagro decía “en un grupo siempre hay alguien que sabe”. Y así fue, los ingenieros cobraban caro, pero apareció un maestro mayor de obras, y después otro, y otro, ahí a ella se le prendió la lamparita que íbamos a poder, porque teníamos profesionales desocupados, maestros, doctores. Los oficiales albañiles se reunían con nosotros y nos mostraban las cosas del oficio, aparte hablábamos de cooperativismo, se nos abría la cabeza. ¿Y las mujeres?, decíamos. ¿No podemos ser albañiles las mujeres? Una mujer es más fuerte de lo que se cree, agarrar una pala para hacer la mezcla no es más pesado que cargar un bebé. Adentro del programa de Néstor venía un sueldito, pero era para la construcción, para la ropa de obra, para los materiales, para las herramientas. La plata la mandaban por etapas, primero para el suelo, después para las paredes, el techo, pero Milagro nos pagó sueldo mes por mes, plata en mano. Yo era la encargada de comprar materiales. Buscaba precios, compraba al por mayor, todo de hierro porque son tierras sísmicas y hay que hacer la platea con cemento y malla de acero.

–¿La qué? –pregunto.

–Los cimientos. Acá la tierra se mueve. Hay rajaduras que aparecen, pero si la base es buena no importa. La idea de Milagro era que con los vueltos que le quedaban hacía más y más, entregaba el doble de las viviendas porque todos ayudaban a terminar la etapa, esto era construir para todos y si ayudaban iban a tener doble etapa, doble de plata para hacerse la casa. Ayudaban para que fuera más rápido, que hubiera más compañeros trabajando, más casas, “no solo para uno –decía Milagro–, no hay que ser egoístas”, y ya no paró más. Miles de viviendas. En capital, en La Quiaca, en Parapetí, en San Pedro, en todos lados. “Esto va a ser una locura”, decía Milagro, no solo casas, centros de salud, plazas, parques, canchas, piletas. Nada de piletitas, se mandó lo más grande. “Ahora sí que esto es un barrio –decía–, con todo cerca, la escuela, el hospital”, porque antes vos te morías en la ruta yendo a hacerte atender, y ahí ingresaron los maestros, los doctores, que de trabajar en las cooperativas pasaron a enseñar, a operar, a poner las dentaduras, las prótesis. Yo recién ahora me doy cuenta de todo lo que hicimos. Ese fue nuestro error, el perfil bajo, no hacerlo ver, no explicar que si esto se hizo fue con lo que sobró de lo anterior. Abocados al trabajo, no mostrábamos nada de lo que hacíamos, no nos quedaba tiempo. ¿Por qué nos juzgaron mal? Porque no dependíamos del gobierno.

–¿Cómo que no?

–Néstor daba la plata, pero nosotros trabajábamos más rápido de lo que decía el papel y el remanente lo invertíamos. Morales dice “¿por qué construyeron cosas que no estaban planeadas?”. Es cierto, el dinero lo mandaban para viviendas, pero si te queda de sobra lo ponés en otra cosa que también sirve, ¿dónde está lo malo? Era para la familia, para la gente, si sobró y me lo quedo, estoy robando, pero si es para los otros, no. Juzgaron mal hasta los festivales para el Día del Niño, para Reyes, era algo grande, crecieron, la cantidad de gente, los juguetes, todos enormes, Milagro nunca quiso regalar juguetes chiquitos.

–¿Por qué cuando desfilaban gritaban a coro “nosotros somos buenos”?

–Porque nos creen malos. Por las distorsiones, porque no entienden. Dicen que somos vagos, vengan a ver si trabajamos o no, ¿son vagos los que construyeron todas las casas? Igual que las denuncias, todo armado, mujeres que las compraron para que lloren por lo que les hizo Milagro, después se desdijeron. A mí me detuvieron por un dicho. Hicieron dos allanamientos en casa de mis hijos, de noche, gracias a Dios no estaban, no hubo testigos. Rompieron todo, se llevaron computadoras, papeles, decían que eran pruebas, mi hija estudia en la universidad y se llevaron los papeles de estudio, ¿prueba de qué? El 28 de abril de 2016 cerraron la cuadra de mi casa, armados, con camionetas. De película. Y con Milagro el doble, una mujer sola y le arman un despliegue como en la guerra. Cuando ella cayó presa, yo le acercaba la comida a la Comisaría de la Mujer, la ropa, con lo puesto la habían sacado, después en el Penal donde la trasladaron no me dejaban entrar, “¿y vos quién sos?, ¿para qué venís?”, “soy la mucama”. Me seguían los pasos. El 28 de abril fui detenida, me sacaron con dos femeninas a los costados…

–¿Las del rodete negro?

–Esas. Mi causa fue por declaraciones de Jesica, la hija de Rafael Páez, que culpa a Milagro por tentativa de homicidio. Por eso fue. Yo ni sabía quién era Jesica. Ella ahora desmiente la acusación. Pensé que iba a estar unos días en la Comisaría de la Mujer, pero pasaron siete meses, dormía en el piso, hacía frío, no había agua caliente, las compañeras me llevaron un colchón para poner en el suelo arriba del otro que estaba mojado, yo tengo hernia de disco de tanto cargar leña cuando era chica, tenía que tomar pastillas por el dolor. Pedí el traslado al Penal porque estaba Milagro y porque lo peor es la comisaría, donde no hay nada. Como no me lo dieron, empecé huelga de hambre, bajé mucho de peso, al fin el médico del hospital me dijo “no te hagas daño que no te van a sacar”. Milagro me mandaba mensajes de aliento, se sentía culpable porque pasábamos todo eso por causa suya, hay varios compañeros con denuncias que nunca se probaron, si a ella la liberan no se va a ir de Jujuy mientras uno solo de nosotros siga preso. ¿Por qué tanto odio? Odio racial, el fin de ellos es hacernos desaparecer a todos.

–Se habló de robos.

–¿Lo del video? Eso se lo podés preguntar al Diablo.

No he visto ese video, pero me lo han contado. La televisión moraliana, única difundida en una provincia donde ciertos diarios tampoco entran, bombardeó durante semanas a los televidentes con la imagen de Iván, mi cariacontecido chofer, cargando bolsas de dinero al salir del banco. Imágenes borrosas, pero impresionantes por el tamaño de las bolsas que el pequeño demonio amontonaba en su autito.

–La gente veía las bolsas y pensaba que era plata para Milagro. No, era para nosotros, porque la Tupac no tenía chequera. Si cada uno iba al banco llevando su cheque, eran filas y filas de tupaqueros que esperaban para cobrar; así, en cambio, nos pagaban en efectivo de una sola vez. Una cooperativa cobraba por todas y al que salía con las bolsas Milagro le ponía custodia.

–¿Esa es la historia?

–Sí.

–¿Y ahora?

–Todo roto. Morales se quiere apoderar de lo que hicimos, inaugura escuelas y hospitales que son de nosotros. Tratamos de seguir con la Copa de Leche, pero es difícil. Hay miedo. La gente dice “si no me alejo me pasa algo”. Aguantaron lo que pudieron, pero se fueron yendo por la necesidad. Algunos traicionaron, no todos. Morales los engañó, sedujo a los encargados con que les iba a pagar más, al final les pagó un tiempito y después los largó como zapatilla vieja. Dicen que los de la Tupac somos esclavos, esclavos son los que se fueron con él. Yo volví a la venta de bollos y empanadas. Trabajo no consigo, me siguen por la calle, hablé de eso con los delegados de la ONU cuando vinieron acá a Jujuy. Me amenazan a mi hijo, le hacen aprietes, tratan de ame… drentarlo, ¿así se dice?

–Tal cual.

–Varias veces le tiraron la camioneta encima. El otro día vinieron ocho, ocho hombres. Era un mensaje para mí. ¿Denunciar?, ¿a quién querés que denuncie si ellos los mandan?

Milagro

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