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El lugar del acto en la clínica actual

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La clínica contemporánea nos interpela cotidianamente desde la contundencia del acto. El acto tiene algo del orden de lo inasible y tiende a reiterarse de forma idéntica, en cadenas repetitivas. El acto es la vía regia para la evacuación inmediata del sufrimiento psíquico, buscando alivio frente a la emergencia del dolor. Cuando existen carencias en la posibilidad de representar, el riesgo de la emergencia del acto es una constante.

En nuestro trabajo clínico observamos la reiteración de situaciones que nos dejan perplejos. En estas, los procesos elaborativos estarían ausentes como también la capacidad para modular y diferir la descarga de los impulsos. Vemos escasa capacidad anticipatoria y comprometida la representación empática de las resonancias en el semejante.

Algunas características de la ética contemporánea se vuelven visibles en estos escenarios clínicos: lo vertiginoso, lo evanescente, la descartabilidad y el imperativo a minimizar habitan los vínculos, incidiendo en la construcción subjetiva y en las modalidades vinculares observadas.

Podría pensarse entonces que el déficit en la capacidad elaborativa y en la disponibilidad simbólica de los sujetos sería un común denominador en los psicodinamismos que subyacen a estas presentaciones clínicas.

El acto surge entonces como una escenificación descarnada que nos conmueve y que tiene el riesgo de convocar al acto como respuesta.

Es entonces una responsabilidad para todos los que trabajamos en ciencias humanas el proponer estrategias de intervención que amparen y potencien los procesos de humanización.

Compartimos con Bleichmar (2002) que, sumidos en la actual inmediatez autoconservativa, se vuelve imprescindible sostener la condición de humanidad en riesgo. Nos dice:

Porque lo brutal de los procesos salvajes de deshumanización consiste, precisamente, en el intento de hacer que quienes los padezcan no solo pierdan las condiciones presentes de existencia […] sino también toda referencia mutua, toda sensación de pertenencia a un grupo de pares que le garantice no sucumbir a la soledad y la indefensión. (p. 43)

La experiencia de acostumbramiento al horror, o cierta fatiga de la capacidad de ser compasivo, surgen como detonantes cotidianos de la violencia social y producen efectos devastadores sobre la subjetividad.

Cuando las noticias de la realidad son tan contundentes en lo cualitativo y en lo cuantitativo, existe el riesgo de que se produzca una experiencia de desubjetivación, con cierto efecto de dejarnos sumidos en la desesperanza.

Frente a estos desafíos, las reflexiones psicoanalíticas actuales procuran hallar los psicodinamismos subyacentes a estos fenómenos y ofrecer propuestas de intervención.

Mediaciones y mediadores terapéuticos para una clínica de fronteras

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