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Un cambio de perspectiva en el principio

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Desde la década del 50 se puede rastrear información concerniente al uso de herramientas propias de disciplinas artísticas en algunas prácticas llevadas a cabo por psicólogos en Uruguay y la región. Tal información surge del estudio documental disponible y de narrativas testimoniales realizadas por colegas pertenecientes a las primeras generaciones de psicólogos universitarios (Miraballes Guerrero, 2009; Casas Damasco, 2011). Tales prácticas psicológicas tuvieron su época de gestación en tiempos de influencia predominantemente surgida de la obra de Melanie Klein, dejando una impronta teórica y técnica sostenida desde nociones propias de la metapsicología kleiniana.

Conjuntamente han convivido posturas teóricas de psicólogos que pudieron dar sustrato teórico a sus prácticas con objetos culturales, desde conceptualizaciones propias de la psicología de la expresión.

Es de destacar especialmente la producción realizada desde fines de la década del 50 por parte del grupo de psicólogos reunidos en la Asociación Uruguaya de Psicología y Psicopatología de la Expresión, AUPPE (1971), quienes desarrollaron el método de psicoterapia dinámico-expresiva, difundido en congresos y jornadas (Martínez, 1966), presentando importantes esfuerzos de conceptualización.

En la actualidad, la perspectiva clínica de mediación es un abordaje que considera la materialidad de ciertos objetos culturales que, oficiando de vehículos, colaborarían con los procesos de simbolización, funcionando como puentes de acceso a aspectos que estarían desligados y por tanto no disponibles para ser pensados por los sujetos intervinientes.

Desde un posicionamiento de vocación psicoanalítica, compartimos con Roussillon (2011) la necesidad de consistencia entre una teoría del sufrimiento psíquico y una teoría del cuidado psíquico que pueda darle sentido. El autor ofrece reflexiones sobre la función terapéutica que pueden cumplir algunos de los llamados dispositivos de cuidado, siendo condiciones preliminares para ubicar una “teoría del lugar de la mediación, en el seno de una teoría del cuidado y la simbolización”. El autor remarca que tales dispositivos de cuidado son “derivados sofisticados de dispositivos sociales espontáneos propios del campo cultural, artístico o artesanal que apoyan la actividad de simbolización” (p. 24) y distingue tres tipos de dispositivos “simbolizantes”, capaces de sostener tal proceso: los dispositivos sociales o institucionales; los dispositivos artísticos o artesanales (música, pintura, dibujo, fotografías, barro, máscaras); los dispositivos analizantes, que usan el análisis de la transferencia como vector principal de la simbolización, actividad que los objetos culturales propuestos para el trabajo tienen el objetivo de materializar, al ser invitada a fluir en el espacio intermediario configurado por y en la grupalidad.

Winnicott (1971) considera la “experiencia cultural como una ampliación de la idea de los fenómenos transicionales y del juego” (p. 133). A su vez, para Brun (2009) “el médium maleable designa, por tanto, la existencia de objetos materiales, que tienen propiedades perceptivo-motrices susceptibles de hacer perceptible y manipulable la actividad representativa, que consiste en representar en una cosa el propio proceso de simbolización” (p. 55).

Entendemos que las prácticas psicológicas que consideran la perspectiva de mediación con objetos, estarían dando cuenta de un momento paradigmático en el que pareciera perder protagonismo el modelo del psicoanálisis aplicado y la consideración de la sublimación como la explicación última de los procesos de creación.

Al propiciar la consideración de los procesos asociativos y potenciarlos, se ubica a los objetos culturales invitados a ser usados en estas prácticas, ya sean fotos, cuentos, juguetes, imágenes o materiales propios de la plástica, en el lugar de desencadenantes de los procesos imaginativos, facilitando el acceso a zonas intermediarias y transicionales del psiquismo propicias para los intercambios psíquicos.

Al referirnos al efecto de mediación suponemos al menos dos aspectos que estarían desligados, desunidos. Se entiende que podría tener lugar un tercer término que colaboraría con la articulación entre ambos. El objeto mediador tiene carácter de médium maleable (Milner, 1946, citado en Roussillon, 1995) y cumpliría con la función mediadora, colocado en un espacio relacional, en un cuidadoso marco de trabajo con la intersubjetividad, donde la transferencia se hace presente en un estado de difracción (Kaës, 1996) y oficia de andarivel privilegiado direccionando los procesos de desplazamiento, condensación y figurabilidad psíquica (Botella, 2003) observables en encuadres de trabajo grupal.

Al referir específicamente a las mediaciones terapéuticas en la clínica tradicional, Anne Brun (2009) plantea que “es como que la obra creara al creador. Del mismo modo, las psicoterapias con mediaciones artísticas activan los procesos de creación en el paciente que, al crear un objeto se crea a sí mismo como sujeto” (p. 47).

La problemática de lo no-representado, lo irrepresentable, la puesta en figurabilidad y el trabajo con lo negativo forman parte del cúmulo de rutas conceptuales por las que hemos transitado, revisitando textos fundacionales del psicoanálisis y considerando aportes de autores que han respondido de manera rigurosa a los requerimientos de su tiempo. Autores que han ofrecido abstracciones conceptuales a partir de prácticas encarnadas en variados ámbitos y desbordando los presupuestos metodológicos originales de la cura tipo y fuera de los consultorios.

Se destacan a continuación algunas maneras de hacer referencia a tales desarrollos: psicoanálisis transgresivo (Rosolato, 1981); psicoanálisis exportado o extramuros (Laplanche, 1989; Bleichmar, 2010); extensión del psicoanálisis (Merea, 1994); La invención psicoanalítica del grupo (Kaës, 1994); más allá de la palabra (AAPPG, 2000); psicoanálisis sin diván (Caparrós, 2000); Organizaciones fronterizas. Fronteras del psicoanálisis (Lerner, 2007); territorios sin diván (Kachinovsky, 2003); más allá del consultorio (AUDEPP, 2006 y 2008); clínicas más allá de las palabras (APA, 2015); clínica del desborde (APA, 2016); entre otros aportes.

Las condiciones de emergencia de estas líneas de pensamiento –todas ellas con incuestionable rigurosidad– muestran interrogantes acerca de las metodologías aptas para optimizar la escucha clínica de sujetos e instituciones que sufren condiciones vitales no propiciatorias de adecuados procesos de subjetivación y, entre otras, dificultades de acceso a la palabra.

Con el uso de objetos mediadores en las clínicas de frontera, se busca favorecer el trabajo de representación que colabora con el espesamiento del preconsciente como espacio transicional, sede del desarrollo de la creatividad y puesta en escena de lo genuino.

Se apuesta a la facilitación de ligaduras novedosas que a su vez habiliten la construcción de lo polisémico/paradojal, producto de un tránsito por caminos asociativos inéditos.

En tal sentido se comparte con Vacheret (2014) que los grupos son “lugares privilegiados de la experiencia de creación de sentido a partir de objetos culturales comunes. Movilizando el imaginario del sujeto y del grupo, los objetos culturales que son encontrados-creados en el grupo y por él, acceden a la función de transicionalidad” (p. 53).

El uso de títeres, dibujos, modelado, collage, cuentos o fotografías colabora con un movimiento de inducción de procesos asociativos, no solo la proyección o la búsqueda de productos artísticos. Se pone a trabajar el modelo clásico freudiano de asociación libre y atención flotante, pudiendo observarse la superposición de las zonas de juego de los integrantes de la grupalidad: se potencia la creación de un espacio transicional como topos en el cual puede instalarse la paradoja de lo creado de nuevo. El juego asociativo producido daría cuenta del encuentro con un objeto el cual es encontrado y creado a la vez por los participantes. Es una creación colectiva.

En nuestro país se pueden observar prácticas psicológicas en las que conviven propuestas convencionales –centradas en el lenguaje verbal– con propuestas de intervención que buscan poner en escena discursos y narrativas no verbales, incluyendo actividades que utilizan y producen objetos matéricos como la pintura, los títeres, el modelado, las fotografías y viñetas cinematográficas, además de objetos del universo escénico y sonoro. Tales prácticas de intervención son llevadas a cabo por psicólogos, en ámbitos educativos, terapéuticos, diagnósticos y de rehabilitación, en sistemas tanto públicos como privados (Miraballes Guerrero, 2019).

Tizón, prologando el texto de Anne Brun (2009), alimenta la preocupación ante la pobre sistematización y formación programática para el ejercicio de tales prácticas, elemento que a su entender sería responsable de que las mismas sean despreciadas con frecuencia y entendidas como intervenciones de segunda división (p. 22). Se comparte su propuesta de “disminuir el riesgo de la doble marginación en la que seguirían quedando este tipo de metodologías que ofrecen beneficios constatables pero, que muchas veces, carecen de trabajos de investigación y estatutos disciplinares suficientes para ser atendidas”.

Yolanda Fazakas, uruguaya contemporánea de Juan Carlos Carrasco y también precursora en el uso de la plástica en las prácticas psicológicas con grupos de niños en Uruguay, advertía en 1994:

Hace más de tres décadas atrás, en el Río de la Plata las posibilidades terapéuticas de un paciente oscilaban entre la psiquiatría medicamentosa y en lo que se llamaba el psicoanálisis clásico, basado en la teoría freudiana y fundamentalmente en la kleiniana. Todas las demás modalidades terapéuticas eran consideradas “de segunda”, “no profundas”, “no modificadoras de la estructura”, no bien conceptuadas debido a que su marco teórico no estaba desarrollado. (p 59)

Estas consideraciones dan cuenta de la misma preocupación de Tizón (2009) quien plantea que sería necesario esbozar una teoría o metapsicología que pueda “disminuir el pragmatismo utilitarista y lograr una conceptualización de los mediadores terapéuticos y su utilización en las modernas terapias integradas” (p. 22).

El uso de tales herramientas ofrece la posibilidad de trabajar con poblaciones extensas, además de atender la consulta individual, haciendo accesibles prestaciones ya sean sanitarias como educativas.

El comienzo de las formaciones profesionales en psicología incluyendo el estudio y profundización de los presupuestos de Donald Winnicott, produce que sean creados abordajes novedosos. El juego aparece como eje de articulación en una clínica donde pasa a construirse y ser considerada la perspectiva del uso del objeto, adquiriendo relevancia en los abordajes posibles, donde –squiggle mediante– juegan en ese escenario presupuestos teóricos construidos desde una visión del encuentro clínico analítico, ya no solamente desde de los a priori de la metapsicología kleiniana.

Surgen entonces procesos de inclusión de categorías de análisis donde la materialidad de los objetos y los vínculos se hacen presentes.

En esta línea argumental, las prácticas psicológicas que consideran la perspectiva de mediación con objetos estarían dando cuenta de un momento paradigmático en el que pareciera perder exclusivo protagonismo el modelo del psicoanálisis aplicado y la consideración de la sublimación y la reparación como la explicación última de los procesos de creación.

Como perspectiva metodológica facilita, según Vacheret (2014), “el pasaje de los fantasmas a las representaciones y a las identificaciones múltiples” (p. 176) ofreciendo la posibilidad de pasaje y reinscripción de huellas inscriptas en un registro mnémico sensorial, a niveles de mayor complejidad.

El avance de tal perspectiva ha permitido poner la investigación del fenómeno de inducción de procesos asociativos en territorios intersubjetivos en el centro de atención, tomando conceptualmente un estatuto propio y distanciándose de los modelos de intervención psicosocial y educativos basados exclusivamente en la psicología de la expresión o en los mecanismos proyectivos.

Los dispositivos usados en las clínicas de frontera apelan a la creación y uso de caminos o vías no exclusivamente verbales para facilitar la captura de lo no representado y su posible ligadura.

Al hacer referencia a fronteras, lo hacemos pensando en las fronteras del método psicoanalítico y en el carácter fronterizo de aparatos psíquicos caracterizados por dificultades en el desarrollo de los procesos de simbolización. Son las fronteras de lo irrepresentable que involucran la interrupción traumática de procesos de constitución psíquica y sus efectos. Las capacidades de mentalización y asociatividad están interrumpidas o no desarrolladas lo suficiente, característica común que sufren poblaciones en situación de no contar con un fluido acceso a la verbalización y la consecuente elaboración psíquica.

Los procesos creadores que pueden sustentarse en clínicas de la creación ocurren en un espacio potencial, en un entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la ilusión y la desilusión, entre lo interno y lo externo, generando condiciones para la simbolización.

La noción de clínicas de la frontera también ha sido andarivel en el cual sostener los aprendizajes realizados en y con colectivos de sujetos en situaciones de alta vulnerabilidad y en contextos inestables.

En estos territorios de frontera, los clínicos hemos de potenciar los propios procesos de figuración ayudados por los objetos mediadores y gracias al involucramiento de la propia interioridad habitada por nuestras propias representaciones, creando-encontrando condiciones para colaborar en la ligazón de nuevas cadenas representacionales, en contextos colectivos.

El caso de la mediación con imágenes fotográficas es un ejemplo claro de optimización de tiempos de encuentro intersubjetivo, donde la fotografía como objeto cultural por excelencia, oficia de mediador privilegiado para enriquecer procesos de simbolización e historización.

Cerramos esta exposición recordando los aportes de André Green (2000) a una teoría general de la representación, tema primordial en estas consideraciones históricas:

Representar es hacer presente, en ausencia de lo que es perceptible y que, por lo tanto, debe volver a ser formado por la psique. Hacer presente debe ser tomado al pie de la letra, con relación al momento en que esto ocurre, en que se evoca algo que fue presente y que ya no lo es, pero que yo hago nuevamente presente de otro modo, re-presentando; en el instante presente: en ausencia de aquello de lo que hablo, yo represento. Representar sería una posibilidad hermanada con el asociar, ligar, enlazar. Toda la dimensión del pasado se agrega a la dimensión del presente, ya que las nuevas asociaciones involucraron también a las ya existentes. La vinculación entre recuerdo, asociación, imaginación, representación se visibiliza. Representar es también proyectar: concebir lo posible en el futuro. (p. 48)

Concebimos un futuro en el que sea fluida la comunicación de las experiencias de trabajo con mediadores y las conceptualizaciones sobre las prácticas que se llevan a cabo. Es nuestro deseo haber podido transmitir de manera entusiasta la experiencia de aprendizaje que ha tenido lugar en este tiempo de investigación y estudio teórico riguroso, a partir de la reflexión sobre las prácticas con mediadores que venimos desarrollando.

Mediaciones y mediadores terapéuticos para una clínica de fronteras

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