Читать книгу Temblor - Allie Reynolds - Страница 18
11 En la actualidad
Оглавление—¿Sabes qué? —suelta Dale—. Me alegro de que tu hermana esté muerta.
Los puños de Curtis salen disparados e impactan contra la mandíbula de Dale, que se cae hacia atrás y se lleva las manos a la cara.
No es un puñetazo demasiado fuerte, porque estoy segura de que podría haber sido peor si Curtis hubiera querido, pero, aun así, me quedo boquiabierta. Por lo general, Curtis es el señor Control, aunque hubo ocasiones en aquel invierno cuando lo vi perder los estribos, y siempre era por su hermana. El Superman del snowboarding británico y su kriptonita.
Dale se recompone, se abalanza sobre Curtis y lo golpea contra una mesa.
Las cosas se pusieron feas entre Dale y Curtis la noche antes de que Saskia desapareciera, pero, hasta donde yo sé, Heather y Saskia fueron quienes lo empezaron todo. Curtis y Dale se vieron arrastrados, nada más. Imagino que después de eso, no volvieron a verse, como yo, y su amistad jamás lo superó.
Brent y yo intervenimos. Los puños vuelan y el pobre Brent recibe un golpe que lo deja sin aliento. Intento detener a Curtis y lo atenazo por el cuello de nuevo, pero ya ha aprendido el truco. Heather permanece en un rincón, con las manos sobre la cara.
—¿Cómo sabes que está muerta? —cuestiona Curtis—. ¿La mataste tú?
Por cómo mira a Dale, parece que lo considera una posibilidad.
Una carga familiar se apodera de mí.
«No fue Dale. Fui yo. Yo la maté».
Quería ganar a toda costa y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Durante estos últimos diez años, he repetido en mi cabeza una y otra vez lo que sucedió y siempre llego a la misma conclusión: murió por mi culpa.
Y lo que me provoca náuseas es que si volviera a pasar por la misma situación, no sé si actuaría de forma distinta.
Dale choca conmigo y me devuelve al presente. Me tambaleo hacia un lado, caigo encima de una mesa y él sobre mí. Estoy mareada a causa del whisky y tardo en reaccionar. Brent agarra a Dale de la capucha de la chaqueta y se oye un desgarrón.
Dale maldice y empuja a Brent contra la chimenea.
—Vale, te lo voy a preguntar: ¿te acostaste con mi mujer?
Es posible que Dale haya perdido su aspecto de vikingo, pero sigue actuando como si lo fuera. Contengo la respiración. «Di que no, Brent, aunque lo hicieras, o te aplastará».
—No —contesta Brent.
Dale lo mira fijamente y se gira hacia Curtis.
—En cuanto a ti, tu hermana estaba fuera de control. ¿Sabes qué pienso? Que tú la mataste. Admítelo. Estabas hasta las narices de ella, igual que todos nosotros.
Curtis lanza otro puñetazo. Dale lo esquiva y la mano de Curtis le roza el hombro. Tiene dos pequeños círculos rojos en las mejillas. Jamás lo he visto tan alterado como ahora.
Su furia me hace pensar. Tal vez la muerte de Saskia no fue culpa mía, después de todo. ¿La golpeó él? ¿Fue así como murió? Es difícil de imaginar, porque era muy protector con ella, pero, quizá, perdió el control. Todo el mundo tiene un límite. Incluso Curtis.
Curtis y Dale siguen esquivándose y peleando. Las sillas y los vasos se estrellan contra el suelo.
Heather se sujeta la cabeza con las manos.
—¡Basta!
Brent pone la mano en el hombro de Dale.
—Tranquilízate.
Y Dale le da un puñetazo en el estómago. Esto está degenerando en una pelea de bar, y recuerdo a la perfección lo que pasó la última vez que estos tipos se pelearon.
Tengo que detenerlos antes de que vaya a más, pero ¿qué hago? Tampoco es que podamos llamar a la policía.
Curtis se acerca a Dale. Espero que no me ataque y me interpongo.
—Basta.
El cuerpo de Curtis se balancea contra el mío.
—Ese jueguecito para romper el hielo —aventuro—. Parece que alguien intente que nos peleemos. No le demos esa satisfacción.
Curtis aprieta la mandíbula. Sus ojos destellan con furia. El duelo dura unos breves y tensos segundos hasta que asiente, con reticencia. Se deja caer en una silla sin desviar la mirada de Dale. Entre murmullos, Dale hace lo mismo. Brent y yo también nos sentamos. Nos arreglamos la ropa y recuperamos el aliento.
—Tenemos que averiguar quién ha escrito todo eso en las tarjetas —afirmo—. Porque quienquiera que fuera nos conoce a todos. De verdad.
—Un momento… —Brent se pone a la defensiva.
—No digo que todo sea cierto —aclaro—. Quería decir…
Curtis interviene.
—Tiene razón. Creo que solo hay siete personas que podrían haberlo hecho. Una ha perdido el uso de sus piernas y brazos; otra lleva diez años desaparecida y acaban de declararla legalmente muerta. Eso nos deja con cinco.
Sus palabras flotan en el aire. Hay miradas llenas de nerviosismo.
—¿Se sabe algo de Odette? —pregunta Dale.
Bajo la mesa, me clavo las uñas en los muslos tan profundamente como puedo. Dale me mira, así que sacudo la cabeza. Nunca la he buscado por internet; así puedo decirme a mí misma que es posible que, por un milagro, se recuperara. O que, al menos, sintiera sus miembros de nuevo. Porque si no…
—Yo hablé con ella la semana pasada, por FaceTime —comenta Curtis.
Levanto la cabeza con brusquedad.
—¿Sigues en contacto con ella?
—Apenas. Desde que nos fuimos de aquí, solo he hablado con ella una o dos veces.
—Me dijo que la dejara en paz —confieso—. No quería verme nunca más.
—No es personal —explica Curtis—. A mí también me lo dijo. Dejé pasar un tiempo antes de llamarla.
Me preparo.
—¿Cómo está?
La tristeza en su mirada me dice todo lo que necesito saber.
—Sigue postrada. Puede mover los brazos, aunque no mucho. Pensé en ir a verla antes o después de la reunión, en función de donde estuviera, pero dijo que no tenía ganas.
Heather se pone en pie.
—¿Por qué nos quedamos aquí sentados? Quiero salir.
Mira a Dale como si este pudiera transportarla por arte de magia más allá de los quince kilómetros de hielo y roca que nos separan del pie de la montaña, en plena oscuridad.
—Esta noche no vamos a ninguna parte —replica él—. Tenemos que esperar a que se haga de día.
Heather nos mira para que lo confirmemos.
—Créeme —asegura Curtis—. Si hubiera alguna manera de marcharse, yo ya no estaría aquí.
Intervengo:
—Es demasiado peligroso salir mientras esté oscuro. La montaña está llena de grietas.
Muy a su pesar, Heather toma asiento de nuevo. Se hace el silencio. Brent se termina el whisky que tenía en el vaso. Recojo una botella de cerveza que ha caído al suelo. También se ha derramado sobre la mesa, pero ya me preocuparé de eso más tarde.
Heather toma la mano de Dale con tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos.
—¿Por qué haría alguien algo así?
Nadie parece dispuesto a responder lo obvio.
—Tiene que ver con Saskia, ¿verdad? —digo, luchando por mantener la voz tranquila—. Alguien piensa que uno de nosotros la mató. Quizá no lo sabe a ciencia cierta, porque, de lo contrario, iría a la policía, pero sospecha y, por eso, nos ha traído hasta aquí. Para descubrir al asesino.
Espero que la culpa no esté pintada en mi rostro.
«No pasa nada. Nadie sabe lo que hiciste».
No sé qué me da más miedo: la perspectiva de que me descubran o la posibilidad de que Saskia no muriera como yo imaginaba, sino a manos de una de las cuatro personas que están aquí conmigo.
Por cómo nos miramos los unos a los otros, parece que todos los demás se preguntan lo mismo:
«¿Mataste a Saskia?».
Excepto, por supuesto, si uno de ellos es la persona que la asesinó.
Curtis carraspea:
—Mirad, ni siquiera sabemos si mi hermana está muerta o no.
Dale masculla algo.
Curtis salta:
—¿Qué has dicho?
Mierda, otra vez no.
—Dejémoslo aquí —propongo, mientras Curtis da la vuelta a la mesa en dirección a Dale—. Es tarde y todos estamos nerviosos. Hablaremos largo y tendido mañana por la mañana.
Brent se interpone entre Curtis y Dale.
—Vamos a dormir, amigo.
Curtis mira a Dale. Luego, gira sobre sus talones, agarra las bolsas y sale en tromba del restaurante. Algo acerca de la caída de sus hombros me hiere. Parece como si, de nuevo, estuviera roto. Miro a Brent, nerviosa por dejarlo a solas con Dale, cojo mi bolsa y sigo a Curtis.
—¿Cuántos dormitorios hay abiertos? —pregunto. Curtis empuja una doble puerta.
—No me acuerdo.
Quiero que se apague la luz, pero Curtis presiona todos los interruptores y permanece encendida.
—No me apetece compartir habitación con Heather —reconozco.
Cuento los dormitorios mientras Curtis sigue abriendo puertas.
—Uno, dos. —El armario con la ropa de cama—. Tres, cuatro. Genial. Heather y Dale pueden compartir uno.
Curtis empuja la última puerta con el pie.
—¿Quieres este?
—Gracias —digo, y arrastro mi bolsa al interior.
Se queda en el umbral. Tiene una marca roja en la sien.
—Necesitas ponerte hielo —recomiendo.
Curtis chasquea la lengua e inspecciona sus nudillos. Están enrojecidos.
—¿También te has hecho daño en la mano?
—Estoy bien. —Descansa la cabeza contra la puerta.
—¿De verdad?
—Sí.
Lo observo mientras inspira profundamente.
—¿Soy yo o Dale ha cambiado? —pregunta.
—Parece bastante tenso. —«Como tú», podría añadir, pero no lo hago. Cambio de tema—. ¿Por dónde paras estos días?
—Londres, pero viajo mucho. ¿Y tú?
—Sigo en Sheffield.
Se yergue.
—Buenas noches, Milla. Estaré en la habitación de al lado. Como en los viejos tiempos.
Siento una punzada en el pecho. No es exactamente arrepentimiento, sino más bien una especie de nostalgia de lo que pudo ser.
Lo sigo hasta el pasillo. Quizá no sea el mejor momento para preguntárselo, pero necesito saberlo.
—¿Sales con alguien?
Trato de que suene casual, pero no lo parece en absoluto. ¿Se habrá dado cuenta? Se gira despacio y observo su cara, pero sus ojos azules son tan impenetrables como siempre. Creo que es una de las cosas que me atrajo de él, junto con el muro que puso entre los dos cuando Brent y yo estuvimos juntos. Me fascinaba. Todavía lo hace.
—Rompí con alguien hará unos meses. ¿Silvi Asplund? —Lo pronuncia como si tuviera que reconocer el nombre.
—Ya no sigo las clasificaciones.
—Es noruega. Su estilo era big air. —Curtis se apoya en la pared—. Salimos durante unos años, pero no era nada serio. No es fácil convivir con exatletas.
—Qué me vas a contar —concuerdo—. Sobre todo con los que fracasan.
Su expresión se suaviza.
—Tú no fracasaste.
Arqueo las cejas.
—Aquel invierno te esforzaste más que nadie, Milla.
—No es verdad.
—No hablo sobre lo que podías hacer. Me refiero a los riesgos que corriste.
—Todos nos arriesgamos —señalo.
—Sí, pero llevaba años practicando las piruetas que hacía. Y Saskia y Brent, igual. Las habíamos probado en trampolines y, luego, sobre colchonetas de aire en los campamentos de verano. Tú las probabas sobre el hielo.
No me lo había planteado así. Solo veía que era la peor atleta del grupo y siempre trataba de estar a la altura de los demás.
—¿Por qué lo dejaste? —pregunta.
Hay una respuesta sencilla a esa pregunta. Por lo de tu hermana. Y por Odette también, claro. Pero, sobre todo, por su hermana.
—Hice cosas que no debería haber hecho. —Trago saliva—. Y me equivoqué muchas veces.
Muchas.
Curtis me observa con intensidad y, de repente, pienso en un error en concreto, una decisión que tomé en este mismo pasillo hace diez años. La elección entre seguir con mi sueño de convertirme en una deportista profesional del snowboard o rendirme a una atracción que se convertiría en una distracción para mi carrera.
Me pregunto si adivina en qué pienso. Separa los labios, pero las dobles puertas se abren y los demás aparecen, acarreando sus bolsas. Brent nos mira con curiosidad y se mete en uno de los dormitorios. Detrás de Heather y Dale, la puerta se cierra en el dormitorio adyacente.
Estoy a punto de entrar en el mío cuando Curtis murmura:
—¿Sabes que jamás encontraron el cuerpo de mi hermana?
Me giro para mirarlo.
Vacila.
—Quizá esté loco, pero me ha parecido oler el perfume de Saskia cuando he abierto esa taquilla. Y también en el pasillo.
Se me pone la piel de gallina. Recuerdo la intensa fragancia de vainilla.
—Yo también lo he notado —musito con voz débil—. Pensaba que era el perfume de Heather.
Mira hacia el pasillo y baja la voz todavía más.
—Siempre he tenido mis dudas acerca de lo que pasó. En los registros de su tarjeta de crédito aparecieron muchas transacciones después de que desapareciera.
Lo miro fijamente.
—¿Qué dices?
Los ojos azules de Curtis parecen turbados.
—No lo sé.
—¿De verdad crees que…?
Comprueba el pasillo de nuevo, casi como si esperara verla allí.
No parece feliz ante la idea de que su hermana pueda estar viva. En absoluto.
Parece preocupado.