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Comienza una vida diferente. La carrera de inclusión preescolar

Responsabilidades. Primera alarma

Mi madre Rosa, fiel compañera y amiga, una mujer fuerte y siempre positiva para tomar riendas en donde se debe priorizar con temas de salud. Ella ya había pasado pocos años atrás en tener a mi padre Martín con hidrocefalia, perdiendo movilidad, y lograr en dos o tres años de tratamiento su normalización, de silla de ruedas a volver a caminar y hasta el punto de revivir y transcurrir por una segunda vida entera, y en muy buen estado físico. En los primeros pasos, me acompañó incondicional con este diagnóstico a encontrar esta clínica privada de autismo, y me acompañaba a buscarlo y coordinábamos otras consultas médicas, estudios y demás, siempre juntas, mientras Pablo, mi esposo, trabajaba todo el día en el comercio familiar, a unos 40 minutos de nuestro domicilio, y nos veíamos a la tardecita.

Ahora que con Pablo, vivimos las 24 horas juntos, recordamos cómo pasábamos la mayor parte del día sin vernos en esa etapa, y cómo la vida cambia, después de tomar iniciativas que conducen a “salir del lugar de confort”. Sin embargo, la convivencia nos unió aún más, él siempre me recuerda que quizás las discusiones eran más cuando no nos veíamos, y corríamos de estar todo el día trabajando, a diferencia de ahora, cuando vivimos una etapa juntos, en permanente contacto, conociendo lo que cada uno hace durante el día entero.

Mi esposo se nutría de todo lo acontecido, al regreso del trabajo, después de la tardecita y me apoyaba en todo lo que yo emprendiera, por Luciano, al igual y junto a sus padres, mis suegros, quienes también sorprendidos por el diagnóstico y situación, sabían que una madre profesional en mi caso, eso me facilitaba para la investigación, trámites, burocracia e iba a dedicarme y realizar todo a mi alcance, con su apoyo.

Toda la familia vivía con la ilusión de que ya se iba a largar a hablar... que era un tema de tiempo, que la falta del habla y su hiperactividad eran tan solo algo transitorio, y ese era el reporte médico de ese entonces. Pasaban los años, y de los 2 a los 5 años si bien fue tratado por grupos multidisciplinarios, el habla no surgía, ni había marcados avances.

Algunos días puntuales, al llegar mi esposo del trabajo, le pedía que se quedara con Luciano, y nos turnábamos, así trabajaba en una asesoría cercana de casa, un proyecto comercial al cual había sido invitada a participar por la familia Alarcón.

Mientras pude, mantenía mis asesorías en marketing que atender en la zona, online y presencial. Lo hacía en forma semanal y me suplían mi madre y mi esposo, sin desatender los cuidados de Luciano.

Pasaban los años, si bien nos sentíamos unidos y felices de ser una familia, no estábamos completos, ya que era un trastorno desconocido, y los avances eran minúsculos.


La historia de Luciano

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