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Alertas, sobresaltos constantes

En la clínica privada a la que iba de mañana, primaban los abrazos, los especialistas lo querían mucho. Siempre fue un niño cariñoso, muy tranquilo, sonriente, que se hacía querer. Se adaptó muy bien a las rutinas diarias.

Quiero narrar una vez que fue mi madre a LA CLÍNICA al horario de salida, a retirarlo, donde permanecía desde la mañana hasta el mediodía, con terapeutas, psicóloga, psicopedagoga y fonoaudióloga. Como rutina solo les entregaban los niños a los familiares, cuando finalizaba cada turno. Esa mañana, mi madre reconoció a Luciano desde el auto, fuera de la clínica y de espaldas caminando por la vereda, lo reconoció por su campera escocesa, pero lo alarmante era que iba alejándose junto a un adulto y otro menor. Desconcertada, bajó rápidamente y los interceptó, pensando que era una terapeuta del Centro, pero el adulto con su hijo le dijo que el niño los siguió de atrás al salir de la Clínica, y pensó que había visto a sus padres fuera, estaba aguardando a ver qué sucedía.

Aparentemente se fue detrás de ese padre, y en la clínica no habían alertado su ausencia. Indignada por su relato, lo comenté y me quejé urgente en la institución.

La segunda en alarmarme días después fui yo, fui a retirarlo luego de varias semanas, otro mediodía, y luego de tocar timbre y esperar en la puerta principal observo, que, en vez de estar integrado al grupo, estaba solo del otro lado, solitario en el jardín, fuera de la clínica, a metros de la avenida principal, cerca de donde transitan buses, vehículos... Actué rápidamente, para poner punto final, peligraba su seguridad por completo.

Si bien la psicóloga del Centro no sabía cómo disculparse conmigo al ser un centro privado, y todo lo que eso conlleva, no quise tener una tercera chance, porque me di cuenta de que no podían sostener la atención de mi hijo, o quizás, su rebeldía o aburrimiento los limitaba, y no se podía confiar más.

Más atormentada de lo normal, noté que solo podía confiar en terapias o tratamientos uno a uno, que Luciano aún no estaba para ir solo a un grupo. Empecé a notar que el tema era más grave de lo que uno imaginaba. Su falta de conocimiento por el peligro podía atraer una tragedia y no podía despegarme de él ni un solo minuto, a no ser que estuviera con un adulto de suma confianza, en mi domicilio.

Qué difícil es optar, elegir, cuando tu hijo no te comenta nada, cómo lo pasó en un lugar, qué le gustó, si aprendió algo nuevo, qué no le agradó, si alguien lo hizo sentirse mal, en fin, al no haber ida y vuelta, una conversación, uno solo se confía de los profesionales a cargo, y de sus devoluciones.

Con el correr de los años, valoré una foto o un video mostrando lo que mi hijo disfruta, ese es el mayor regalo para una madre, comprendí la importancia de tener profesionales comprometidos con la causa, y ya les contaré que agradezco haberme cruzado con gente tan linda también en sus primeros años, como Magela y Oscar, que supieron transmitirme momentos con fotos, valiosos momentos que el niño no lo cuenta y que está feliz. Darme esa seguridad que toda mamá necesita ver cuando el niño está en un jardín o preescolar, o clínica, y eso me ayudó a volver a confiar.

Sobresaltos constantes. Sonidos y ruidos que perturban su día a día

Mientras para otros papás es lo más normal llevar a su hijo a un cumple de un amigo para nosotros era imposible dejar a Luciano “solo” en algún festejo, espacio o lugar fuera de la esfera íntima familiar. El miedo a la falta de comunicación, y de sus intereses, nos agobió, y participábamos de muchos cumples escolares en conjunto, para que pueda asistir. A veces cansados después de trabajar, tener que acompañarlo a un cumpleaños, donde otros niños se manejaban solos, para que él disfrute. Agradezco a todos los padres de compañeritos de Luciano que nos han participado de sus festejos, que, por su condición, si no, no hubiese asistido.

La historia de Luciano

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