Читать книгу Rebeldes - Amy Tintera - Страница 4
CAPÍTULO UNO
CALLUM
ОглавлениеWren estaba callada.
Estaba completamente quieta junto a mí, con la mirada fija con esa expresión que a veces tenía, como si estuviera contenta o como si planeara matar a alguien. En todo caso, me encantaba esa mirada.
Los Reiniciados que nos rodeaban comenzaron a dar brincos y celebrarlo a gritos, pero Wren sólo se quedó mirando. Seguí su mirada.
El letrero de madera debía haber sido clavado profundamente en la tierra anaranjada, pues no se movía pese a que había un viento brutal. Llevaba por lo menos unos cuantos años ahí y si bien las palabras estaban ligeramente desdibujadas, podía discernir cada una de ellas:
TERRITORIO DE REINICIADOS
HUMANOS, RETROCEDED
Pero el Territorio de Reiniciados no parecía más que un terreno llano y seco, con un viento que soplaba en potentes ráfagas. Francamente, me sentí decepcionado. La Texas que conocía era exuberante, verde y llena de colinas. Esta Texas era plana y anaranjada ¿Quién había oído hablar jamás de una tierra anaranjada?
—Debe estar unos tres kilómetros hacia allí.
Me giré al escuchar la voz de Addie. Se había quitado el pelo largo y negro del rostro mientras estudiaba el mapa que nos habían dado los rebeldes para llegar a la reserva. Volvió a echar un vistazo a los dos transbordadores chocados que estaban detrás de ella y luego se dio la vuelta y apuntó directamente hacia delante, hacia el espacio vacío. A lo lejos, el terreno plano se abría hacia una pequeña colina, donde quizás había algo que todavía no podíamos ver. Sin duda, eso era lo que esperábamos; si no, el territorio de Reiniciados comenzaba a parecer muy patético.
Wren extendió la mano y entrelacé mis dedos con los suyos. Se cruzaron nuestras miradas y le sonreí; ella intentó devolverme la sonrisa, como hacía cuando estaba pensando en otra cosa. Un mechón de pelo rubio se le escapó de la cola de caballo y lo empujó para atrás, sin que pareciera importarle dónde había caído o cuán desaliñado lo tenía, como siempre.
Comenzamos a caminar, y cada tanto los Reiniciados que nos rodeaban miraban a Wren con disimulo. Todos redujeron el paso hasta quedar ligeramente detrás de nosotros y dejaron que ella los dirigiera, aunque creo que ella no se dio cuenta. Yo estaba seguro de que Wren se sentía orgullosa de su Uno-Siete-Ocho —la impresionante cantidad de minutos que estuvo muerta antes de que el virus KDH la obligara a Reiniciar—, pero a menudo parecía que no tenía la más remota idea de cómo la trataba la gente a causa de ello. O quizá sólo estaba tan acostumbrada que ya no le molestaba.
Personalmente, me habría sacado de quicio que todos se me quedaran mirando así.
Caminamos en silencio durante casi media hora. Los Reiniciados que nos seguían iban charlando, pero ahora no parecía momento para conversar. Tenía el estómago hecho un nudo y la mente me zumbaba con sólo pensar qué podríamos hacer si la reserva no estaba ahí. ¿Cuánto combustible quedaba en los transbordadores que acabábamos de abandonar? ¿El de Wren funcionaría después de su aterrizaje de emergencia? Apenas habían pasado horas desde que habíamos escapado de la CAHR. ¿Y si nos estaban buscando justo ahora?
Apreté más la mano de Wren mientras nos acercábamos a la colina. No estaba tan empinada, así que escalamos hasta la cima rápidamente.
Me detuve y el aire se me paralizó en la garganta.
Si ésa era la reserva, entonces no nos lo habían explicado bien. Alguien tendría que haber abierto la boca para decir: Ah, en realidad no es una reserva, más bien parece un enorme complejo en medio de mucha tierra anaranjada y fea.
Habían construido una barda alrededor del complejo, no muy distinta de los muros de la CAHR que rodeaban las ciudades de Texas. Sólo que esta barda estaba hecha de madera y tenía una altura de al menos cuatro metros y medio, por lo que ocultaba el interior. En dos de sus extremos había torres aún más altas que la barda, con una persona de pie encima de cada una. Eran simples edificios de madera que parecían funcionar sólo como torres de vigilancia. Había largos bloques de madera que se entrecruzaban entre las cuatro vigas de cada torre, con una escalera que subía por un lado. Hasta arriba había una plataforma de madera sin pintar, con un techo, pero abierta hacia los cuatro lados.
Detrás de la reserva había un lago y grandes manchas de árboles, y después se veía más tierra plana y anaranjada. No podía creer lo grande que era. ¿Eso era una ciudad de Reiniciados? Debía tener casi el tamaño de Rosa.
Wren aspiró sobresaltada y de pronto quitó su mano de la mía.
—Tienen pistolas —dijo, señalando—. Míralos, todos tienen pistolas —echó un vistazo a los demás Reiniciados—. Poneos los cascos si os los habéis quitado. ¡Levantad las manos!
Miré con los ojos entrecerrados a donde señalaba y respiré hondo. Frente al complejo, formados frente a la reja, había un ejército. Eran quizá setenta y cinco o cien personas y, desde esa distancia, era imposible decir si se trataba de Reiniciados o humanos.
Me ajusté la correa del casco y levanté las manos.
—Podrían ser humanos, ¿no crees?
Teníamos a cien Reiniciados casi invencibles pero, si ésos eran humanos armados, podríamos tener muchos problemas. Sólo un disparo en la cabeza podía matar a un Reiniciado, pero algunos no llevábamos casco y casi no teníamos armas. Tragué saliva mientras los volvía a mirar.
—Podrían serlo —entrecerró los ojos, mientras levantaba las manos—. Estamos demasiado lejos para saberlo.
Me iba a enfadar mucho si resultaba que habíamos escapado de la CAHR —la Corporación de Avance Humano y Repoblación que esclavizaba a los Reiniciados y los obligaba a hacer su trabajo sucio— sólo para morir en manos de una caterva de humanos en medio de la nada. Si me mataban, volvería de la muerte (otra vez) para cazar a los rebeldes humanos que nos hablaron de esta reserva.
—Si son humanos, escojamos un estado desde ya —dije en un intento de mantener la calma.
La expresión de Wren se retorció de confusión.
—¿Un estado?
—Sí, ya sabes. Esas cosas que solían tener en el resto del país. Yo votaría por California. Me gustaría ver el océano.
Parpadeó con un pestañeo que significaba: ¿Estás hablando en serio, Callum? Estamos en medio de una situación muy tensa. Pero una de las comisuras de su boca se torció para arriba.
—Yo voto por Carolina del Norte. Podemos ir a las Kill Devil Hills y ver dónde comenzó el virus.
—Estupendo, Wren. Yo elijo el mar y tú escoges el estado mortal.
—¿No tenía playa Carolina del Norte? ¿No estaba junto al agua?
Me reí.
—Perfecto. El estado mortal, entonces.
Esbozó una amplia sonrisa, mientras sus brillantes ojos azules exploraban fugazmente los míos. Yo sabía lo que estaba buscando. Me habían curado de los medicamentos que nos daba la CAHR para convertirnos en Reiniciados mejores y más sumisos, pero que sólo nos transformaban en monstruos desquiciados que ansiaban carne. Apenas habían pasado algunas horas desde que me había dado el antídoto y ahora me observaba para ver si estaba funcionando, si tendría que detenerme para que no matara a alguien para tratar de comérmelo otra vez.
No había sido lo suficientemente veloz en Austin.
Bajé la mirada de inmediato.
Uno de los hombres se alejó del grupo y se acercó dando zancadas sobre la tierra. Su pelo negro brillaba a la luz del sol de la mañana. En una de sus manos columpiaba una pistola y tenía la otra metida en la cintura de los pantalones.
—Reiniciado —dijo Wren en voz baja.
Mi mirada pasó de ella al hombre. ¿Cómo podía saberlo desde esta distancia? Todavía no podía ver sus ojos.
—Por la manera en que camina —me aclaró, después de ver mi expresión de perplejidad.
Volví a mirar hacia el hombre. Caminaba con rapidez, pero de manera uniforme, como si supiera adónde iba, sin entrar en pánico por ello. No vi por qué algo de eso indicaba Reiniciado, pero yo no era una Reiniciada veterana y dura de cinco años que podía derribar a nueve hombres por ella sola. Así que, ¿yo qué iba a saber?
Los Reiniciados que iban con nosotros bajaron el paso mientras el hombre se acercaba y muchos miraban a Wren. Bajé las manos y le di un codazo en la espalda. Me miró mientras yo inclinaba la cabeza hacia el hombre.
—¿Qué? —dio una mirada veloz a los demás Reiniciados, luego volvió hacia mí con una expresión de ligera exasperación—. ¿Me habéis escogido para hablar con él o algo así?
Traté de no sonreír entre dientes, pero fallé. A veces Wren estaba tan ajena a cómo la veían los demás, cómo interactuaban con ella, cómo la admiraban. La habían elegido kilómetros atrás para hablar, antes de que siquiera viéramos a alguien.
—Ve —dije, y le di otro suave codazo en la espalda.
Suspiró con uno de esos suspiros que dicen: ¿Qué queréis de mí todos vosotros?, y yo me aguanté una carcajada.
Wren dio un paso adelante y el hombre se detuvo, mientras bajaba la pistola ligeramente. Tenía veintitantos años y su mirada era tranquila y estable. No tenía nada de la locura del Reiniciado adulto que había visto en una misión en Rosa, lo que debía significar que había sido Reiniciado de niño o de adolescente.
Los adultos que Reiniciaban no podían sobrellevar el cambio, pero si eras más joven cuando Reiniciabas, podías envejecer de manera normal sin volverte loco. Aunque, a decir verdad, no había confirmado esta teoría hasta ahora, ya que nunca me había encontrado a un Reiniciado que tuviera veinte años. Todos desaparecían misteriosamente de las instalaciones de la CAHR antes de llegar a esa edad. Sospechaba que la CAHR los mataba o experimentaba con ellos. Wren y yo teníamos diecisiete, así que nos habrían quedado menos de tres años, de no haber escapado.
—Hola —dijo el desconocido. Se cruzó de brazos y ladeó la cabeza. Examinó brevemente a la multitud y fijó la mirada en Wren.
—Hola —dijo.
Wren se giró hacia mí un momento y luego miró al hombre de nuevo.
—Mmm… Soy Wren. Uno-Siete-Ocho.
Tuvo la misma reacción que todos los demás. Se le abrieron los ojos más y más. Se puso más derecho. El número de Wren le ganaba respeto, incluso aquí. La reacción siempre me molestaba. Como si ella no importara sin ese número.
Wren levantó la muñeca y el hombre dio un paso para examinar el número y el código de barras que tenía impreso ahí. Cerré los dedos sobre mi propio 22 y deseé poder tallarlo hasta que desapareciera. Un número mayor supuestamente significaba que un Reiniciado era más veloz, más fuerte, menos emocional, pero yo pensaba que eso era sólo un rollo que nos metía la CAHR y que los Reiniciados nos tragábamos. Todos solíamos ser humanos antes de morir y volver a la vida como Reiniciados. No veía por qué el número de minutos que permanecíamos muertos importaba tanto.
—Micah —dijo el hombre—. Uno-Seis-Tres.
Uno-Seis-Tres me pareció un número muy alto. Wren había tenido el más alto de las instalaciones de Rosa y yo no creía que ningún otro Reiniciado estuviera cerca. Un tipo llamado Hugo era el más cercano y era, ¿qué?, ¿Uno-Cincuenta?
Micah levantó el brazo. Su tinta estaba más desvanecida que la de Wren, así que no pude descifrar los números desde esa distancia. Wren echó la cabeza hacia atrás y le clavó una mirada sin expresión. Miraba así a la gente cuando no quería que supieran lo que estaba pensando. Funcionó.
—Veo que has traído a algunos amigos —dijo Micah con una amplia sonrisa en el rostro.
—Nosotras… —se giró y se encontró a Addie en la multitud y la señaló—. Addie y yo irrumpimos en las instalaciones de Austin y soltamos a todos los Reiniciados.
Addie se desabrochó el casco y su pelo oscuro voló al viento. Agachó la cabeza detrás del Reiniciado frente a ella, como si no quisiera que la reconocieran por esta hazaña. En realidad no la podía culpar. Realmente no había pedido nada de esto. Wren la había ido a rescatar como parte del trato que hicimos con el padre de Addie, Leb —uno de los oficiales de la CAHR en Rosa— a cambio de ayudar a que Wren y yo escapáramos. Addie sólo había quedado atrapada en el torbellino.
La sonrisa de Micah desapareció. Su rostro no tenía expresión, la boca sólo un poco abierta. Sus ojos pasaron rápidamente sobre la muchedumbre.
—¿Eso —señaló— son las instalaciones de Austin?
—Sí.
—¿Los has liberado a todos?
—Sí.
Se quedó mirando un momento más antes de acercarse a Wren. Le puso las manos en el rostro y vi cómo su cuerpo se sacudía. Resistí el impulso de decirle que sólo un imbécil tocaría a Wren sin su permiso. Él lo descubriría por sí solo si ella decidía que no le gustaba.
Sus manos cubrieron las mejillas de Wren, mientras la recorría con la mirada de arriba abajo.
—Tú eres mi nueva persona favorita.
Sí, ponte a la cola, amigo.
Wren se rio y se alejó de sus manos. Me lanzó una mirada como diciendo: ¿De veras me has obligado a lidiar con este tipo?
Sonreí de oreja a oreja, di un paso hacia delante y le ofrecí la mano. Deslizó sus dedos entre los míos.
Micah dio un paso atrás para dirigirse al grupo.
—Pues vamos, entonces. Bienvenidos.
Estallaron unos cuantos gritos de alegría y la gente comenzó a hablar con emoción a nuestro alrededor.
—Ya perdimos a los rastreadores —le dijo Wren a Micah—. Por allí por Austin.
—Ah, eso no importa —dijo él con una risa de satisfacción.
¿No importa? Fruncí el ceño, confundido, y vi una expresión similar en el rostro de Wren, pero Micah ya se había dado la vuelta para hablar con un grupo de Reiniciados jóvenes e impacientes. Comenzó a guiarnos hacia la reserva y empecé a seguirlos, pero sentí un tirón en la mano, mientras Wren se mantenía firme y observaba al río de Reiniciados seguir a Micah.
Estaba nerviosa, aunque me había costado un poco aprender cómo era esa expresión en particular. Tomó aliento brevemente y sus ojos se movieron rápidamente sobre la escena frente a nosotros.
—¿Todo bien? —pregunté.
Cuando Wren estaba nerviosa, yo también lo estaba.
—Sí —dijo con suavidad, como si no lo estuviera. Yo sabía que no le emocionaba ir a la reserva tanto como a mí. Me había dicho que se habría quedado en la CAHR de no haber sido por mí. No podía ni empezar a entender eso y se me ocurrió por primera vez que quizá no sólo se había convencido a sí misma de que era feliz como esclava de la CAHR, quizá de verdad lo era.
Quería pensar que ella se adaptaría y sería feliz aquí también, pero era difícil decirlo. No estaba del todo seguro de qué era lo que hacía feliz a Wren, aparte de propinar palizas a la gente. Claro, si yo fuera tan bueno en eso como ella podría hacerme muy feliz también.
Apenas asintió, como si tratara de convencerse de algo, y comenzó a caminar hacia la reserva. Los Reiniciados que bordeaban la reja permanecieron quietos mientras nos acercábamos. Todos nos apuntaban con las armas.
Micah se alejó del grupo y levantó una mano hacia sus tropas.
—¡Abajo las armas! ¡Mantened vuestras posiciones!
En cuanto gritó la orden cada Reiniciado bajó la pistola. Sus ojos brillantes estaban clavados en nosotros y cogí aire mientras le echaba un vistazo a la fila. Había muchos. La mayoría tenía más o menos mi edad, pero vi algunos que parecían estar más cerca de los treinta o de los cuarenta.
Los Reiniciados de la reserva vestían ropa suelta de algodón, de colores claros, nada parecida a los uniformes negros que la CAHR nos obligaba a usar, con la excepción de los cascos en la cabeza. Estaban fuertes y bien alimentados y, aunque habían tomado sus posiciones para lo que pensaban que era un ataque, ninguno parecía asustado. En todo caso, estaban… ¿emocionados?
Micah levantó hasta su boca una caja negra parecida a los sistemas de comunicación que usaba la CAHR. Habló por ahí, mirando hacia la torre a nuestra derecha. Escuchó un momento, asintió y dijo unas cuantas palabras antes de metérsela dentro del bolsillo.
Dio un paso atrás y nos llamó con dos dedos.
—Wren.
Ella se quedó quieta junto a mí, con los hombros tensos. Micah gesticuló con la cabeza para que se acercara y ella dio un diminuto suspiro mientras soltaba sus dedos de los míos. La gente se apartó mientras ella caminaba hacia él. Me sentí incómodo por ella, pues todos la miraban.
Micah sonrió ampliamente cuando ella se detuvo a su lado. Alcanzó la mano de Wren con la suya y la obligó a dar un pequeño salto. Tenía una expresión de adoración tan pura en el rostro que me habrían dado celos de no ser porque ella lo miraba como si fuera un extraterrestre.
Está bien, quizás estaba un poquito celoso. Ella me había mirado como si fuera un extraterrestre al principio también, pero ahora estaba seguro de que le gustaba.
Bueno, más que seguro, casi seguro. Tan seguro como puedes estarlo sin estar totalmente seguro. Ella había dejado su hogar (la prisión) por mí y luego había arriesgado su vida y derribado las instalaciones de la CAHR para salvarme. Me pareció que ésa era la versión de Wren de Estoy loca por ti. Con eso me conformaba.
Wren arrebató su mano de la de Micah, pero él parecía no darse cuenta de nada y sonreía mientras miraba a los Reiniciados de la reserva.
—Amigos, ésta es Wren Uno-Siete-Ocho.
Algunos soltaron gritos ahogados. Suspiré para mis adentros. Con cada segundo que pasaba me iba desapareciendo cualquier esperanza que hubiera tenido de que nuestros números ya no importaran aquí. Algunos de los Reiniciados la miraban con tanto asombro y emoción que los quería abofetear y decirles que pararan de ser tan extraños.
—Ha traído consigo a todos los de las instalaciones de Austin —continuó Micah.
Más gritos ahogados. Por lo menos les emocionaba vernos.
—No lo he hecho yo sola —Wren examinó a la multitud, pero no pareció lograr encontrar a Addie—. Addie Tres-Nueve y yo lo hemos hecho juntas.
Micah medio asintió, de esa manera en que lo hace la gente cuando en realidad no está prestando atención. Sonreía de oreja a oreja a los Reiniciados de la reserva, quienes se susurraban unos a otros, con rostros un tanto optimistas.
Wren me miró confundida, mientras Micah levantaba la mano. La multitud se calló.
—Está bien —dijo—. Tengo buenas noticias.
Menos mal. Las necesitaba. Esperaba que fuera algo por el estilo de tengo comida y camas para todos vosotros en este mismo momento.
Micah gesticuló hacia la torre.
—Me acaban de avisar que están llegando más transbordadores de la CAHR. Ya están en camino en este momento.
Espera. ¿Qué?
—A unos ciento sesenta kilómetros de distancia —continuó Micah—. Por lo menos siete confirmados.
¿Qué parte eran las buenas noticias?
—Así que —Micah sonrió entre dientes, mientras levantaba un puño al aire—. ¿Listos?
Al unísono, todos los Reiniciados de la reserva contestaron con un solo grito ensordecedor.
—¡AL ATAQUE!