Читать книгу Mar de voces - Ana Gabriela González Martínez - Страница 12
ОглавлениеBerónica Palacios Rojas
Preparatoria Regional de Chapala
No permitiré…
Al Cholo Voltios
i
No permitiré que tu recuerdo se apague
en la hoguera de esa casa, en mi vida
y en la memoria de los tuyos.
Buscaré el adiós silenciosamente blanco
para la reunión final.
Hermano, Tijuana arropó tu corazón y alma.
Allí estacionaste tu vida y echaste raíces.
Mi madre idealizó
las calles polvorientas donde barrería dólares,
y amores que la protegerían,
pero encontró una ciudad cruel,
que le arrancó doblemente el corazón de un zarpazo.
ii
Tijuana, coladero del mundo,
ciudad de suburbios y de tianguis,
lugar donde los niños aspiran a ser cholos,
a tener poder y ser intocables.
¿Cuál era tu sueño, hermano?
En Tijuana, la muerte deja una huella en cada persona
que pisa el Ministerio Público.
Ahí, todos guardan una historia en el pañuelo
para compartir en la sala de espera.
Tijuana, donde todos compran, almacenan y tiran,
tiran los sueños al barranco, a la fosa séptica
o al primer acantilado de su colonia.
iii
Hermano verdadero,
naciste y moriste en la frontera.
Rechazaste el apellido y adquiriste uno común,
ese que portarán tus hijos y los nietos que no conocerás.
Perdóname, por darte este poema a destiempo
barnizado de silencio.
No permitiré que tu recuerdo se opaque,
que te olviden los caminos que corriste
huyendo de la muerte.
Esos senderos, fieles a tus batallas y conquistas.
v
Tu último recorrido fue en carroza
custodiado por motociclistas.
Fue un largo paseo en el que lloramos tu ausencia.
Hoy, mi poema te hará homenaje, Cholo Voltios
porque fuiste el inventor de la familia, el arreglatodo,
el ocurrente que se colgaba de los cables de luz.
No sabías que “eso” te daría resistencia
para defender tu último aliento.
No querías que ella sufriera doblemente
la pérdida de otro hijo.
Tijuana dejó dos profundas fisuras en su corazón de madre
por eso, hoy cuida dos tumbas en la frontera.
vi
Cómo duele, hermano, que te hayas ido sin despedida,
que de pronto huyeras de las redes.
¿Cómo fue que te convertiste en flor silvestre de un cañón cualquiera?
cobijado, sin rostro y con tu estrella en la sien.
Cómo duele velarte en una capilla solitaria y gélida,
de rezos distantes, sin amigos.
Me resisto a verte destrozado, a olerte,
a creer que es real y no un mal sueño.
Murmuro una plegaria.
cómo duele que ya no estés
que te hayas ido sin despedida.
Duele dejarte solo en medio de tormentas de arena
y aves de rapiña
pero, ahora nadie te hará más daño.
Te dejamos solito y nos llevamos
el peso de lo que no pudimos decirte.
Perdóname por no haber sido la hermana mayor que todos quieren.
Ahora, el hubiera se desvanece.
vii
Volviste sin miedo al campo de batalla,
con la Santa Muerte al pecho y la rabia en los puños.
Luis: tu nombre permanecerá en mi memoria,
en mis dolorosos versos y en el viento verde
que arrebata las almas sin compasión.
Vivo con los ojos llenos de ceniza
y con el corazón incendiado, buscándote en mis recuerdos.
Por eso, te digo, hermano, que México es una vibración tupida de lágrimas
donde todos lloramos una desgracia que se hereda como maldición.
Bitácora de un suspiro
i
El golpeteo del minutero se hace eterno.
El corazón de vinagre bombea al amor filial. Clarea.
Sentir que todos los ecos se romperán en el quebranto de una afirmación.
Por el Ministerio desfilaban los pasos cansados de mujeres,
atormentadas por las desdichas, envejecidas de preguntas
por sus hijos no deseados, torturados, devueltos en pedazos.
Tijuana, frontera de sangre y acertijos
mosaico de suburbios que se levantan en un santiamén.
Judiciales regordetes entran y salen sin preámbulos,
se quitan la coraza para ser verdugos del dolor.
Las pláticas de las mujeres, los perfumes finos, las charlas en inglés.
La dolorosa mirada de una madre
y las palabras silenciosas de los presentes,
hombres o mujeres, niños que arrastran a jaloneos a esos lugares
marcados por el destino.
Y aparecieron los desaparecidos en sueños,
incompletos, aullando de justicia por los barrancos.
Ellos con voces caducas,
pasándose en tráileres por la ciudad
sin esperanza del Santo Reposo.
sentenciados al olvido,
ii
Muerte, viajera incansable
tocaste nuestros corazones con vibración de llanto.
Bultos humanos obstruyeron su hallazgo, haciendo eterna la espera.
Entonces, el llanto de una madre se desbordó al identificarlo.
Hermano, te fuiste sin encontrar un sitio donde recostar tu voz
reconocer la carne que se encorva en el palpar de un abismo,
reconocer lo irreconocible para vivir sin recuerdos
y no escuchar el llamado de la sangre porque dejó de fluir.
Mientras, los fantasmas merodean el mp,
que la carne vuelva al polvo y la sangre pida justicia.
¿Hasta cuándo podremos vivir sin suspiros desahuciados,
sin sobresaltos de muertes,
sin falsas promesas, por rincones de efímera paz?
¿Hasta cuándo viviremos tranquilos, sin palabras a tientas?
Hermano, te adelantaste. No era tu tiempo.
iii
Traigo la boca seca y el corazón oprimido,
el duelo me sigue como un flash de luz.
Te quedaste solito, te despidió la tormenta de Santa Ana,
con nuestro llanto aplacamos un poco la enfurecida arena —aún traigo en la mirada— que brotó de las profundidades.
Hermano: te fuiste jugueteando con los vientos de Santa Ana,
tan crueles con nuestro dolor.
Fuiste un hombre con suerte,
desde el día de tu nacimiento nuestro padre se alegró
por tener un hijo varón.
Celebró,
cada día de su vida fue de celebraciones.
No recuerdo y (tú menos) su cara, su mirada, su voz.
Celebró hasta el final de sus días.
La suerte te despidió hasta la tumba, la música, el servicio cristiano
el cortejo fúnebre
y el ventarrón que arropó nuestro dolor.
Pareciera que te dejamos en el desierto,
solo, como un migrante caído
como un condenado a nacer y morir en la frontera.