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Оглавление2. MARÍA CAMBRILS: SOCIALISMO ES IGUALDAD. CONTEXTOS, POLÍTICA Y ESCRITURA
Ana Aguado Universitat de València
CULTURA POLÍTICA E IDEOLOGÍA. LAS CULTURAS OBRERAS DEL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX: DEL SOCIALISMO AL FEMINISMO
En España, las movilizaciones de las mujeres en su despertar colectivo a la vida pública y a la acción política, así como las respuestas dadas desde la izquierda a esta cuestión, se empezaron a desarrollar de forma especialmente intensa a partir de la década de los años veinte, como resultado de las transformaciones generadas por la Gran Guerra. En este desarrollo tuvieron un papel fundamental conocidas intelectuales –muchas de las primeras universitarias españolas– que se acercaban al republicanismo y al socialismo buscando posibles espacios de actuación política. Pero junto a ellas, tuvieron una importancia decisiva otras mujeres menos conocidas, de procedencia obrera y de clases populares, que elaboraron propuestas y prácticas socialistas e igualitarias, desde sus diversas experiencias identitarias.
Este es el caso de María Cambrils, una mujer de clases populares, hecha a sí misma, prácticamente autodidacta, vinculada ideológicamente al socialismo, y que desarrollaría múltiples propuestas feministas desde sus referentes ideológicos y desde su aprendizaje vital. Su actividad política y sus escritos se localizan fundamentalmente en los años veinte y treinta, durante la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República. Sus propuestas discursivas, sus artículos y sus publicaciones se explican insertadas en la interrelación entre la cultura socialista, la identidad de género y los feminismos; y en este sentido, su biografía debe contextualizarse, política e ideológicamente, situándola en un punto de inflexión especialmente interesante del desarrollo del pensamiento igualitario y feminista dentro de la cultura socialista.
El análisis de su pensamiento recogido en sus artículos en la prensa obrera y en su libro Feminismo Socialista, de las propuestas y de los referentes ideológicos presentes en ellos, permite plantear una novedosa reflexión sobre las relaciones entre conciencia de clase y de género, entre cultura política socialista y pensamiento feminista, tanto por el contenido de sus propuestas como por sus actuaciones y su compromiso político.1
En las sociedades contemporáneas, las mujeres trabajadoras han vivido y aprehendido a un tiempo experiencias de clase y de género, en su vida privada y en su vida pública. Como ha señalado J. Scott, la vinculación entre género y clase ha condicionado la experiencia, las formas de resistencia y las reivindicaciones de las mujeres trabajadoras.2 En ellas han actuado diferentes identidades –mujeres, madres, trabajadoras, sindicalistas, etc.–; y estas experiencias les han llevado a desarrollar planteamientos vinculados a distintas culturas políticas, y a la vez, vinculados a los presupuestos feministas. Estas experiencias, prácticas de vida y significados conceptuales fueron los que en última instancia permitieron a estas mujeres articular progresivamente nuevas demandas y formas organizativas autónomas. En este sentido, las cuestiones a analizar se refieren no sólo a la historia del activismo feminista, sino a cómo se fueron construyendo demandas igualitarias, democráticas y ciudadanas en las culturas políticas del primer tercio del siglo XX, y cómo éstas contribuyeron a la construcción de identidades de género. Atendiendo, en este sentido, a los cambiantes y diferentes contextos históricos en los que las mujeres cobraron existencia como sujetos, cobraron identidad. Género y clase han actuado conjuntamente en las prácticas obreras, de una forma particularmente intensa en el siglo XX, dando lugar a propuestas igualitaristas, feministas a partir de la presencia femenina en las culturas obreras.
Ha sido un lugar común en la historiografía afirmar que la problemática femenina no generó un interés específico en los medios socialistas. Afirmación derivada del hecho de que la cultura socialista participaba –al igual que las restantes culturas políticas de la época– de muchos de los prejuicios derivados del sistema de género hegemónico, prejuicios a los que culturalmente resultaba difícil sustraerse. Estos prejuicios y discursos antifeministas, de acuerdo con los modelos de feminidad dominantes, representaban a las mujeres como seres dependientes, en su condición de madres o esposas, y por tanto, con escasa actividad o compromiso político.
Efectivamente, en la cultura obrera, los planteamientos igualitarios tampoco han sido mayoritarios históricamente, pues las clases trabajadoras interiorizaron a su vez la ideología de la domesticidad y los modelos ideales de feminidad doméstica. La presión ideológica del discurso hegemónico burgués contraria al trabajo extradoméstico femenino, tuvo un fuerte arraigo en las pautas culturales de las clases trabajadoras, dificultando la valoración del trabajo femenino en sus modelos identitarios de género. También en ellos, la masculinidad se vincularía mayoritariamente a las nociones de respetabilidad del varón como cabeza de familia, responsable y guardián de las mujeres de su familia, en tanto que la feminidad se vincularía a la domesticidad y el trabajo extradoméstico se vería a menudo como un mal necesario para satisfacer las necesidades económicas familiares cuando el salario era insuficiente. Y por ello, las críticas y alternativas a los modelos de género hegemónicos presentes en las culturas socialistas fueron puntuales y minoritarias a comienzos del siglo XX.
Sin embargo, dicho esto, de forma paralela a estas prácticas y discursos de género mayoritarios, también las propuestas de igualdad entre mujeres y hombres han estado presentes, en mayor o menor medida, en las culturas obreras, y han tenido una enorme importancia cualitativa como referentes de otros posibles modelos identitarios. Desde las tradiciones culturales obreras se han generado también valores, formas de vida, actitudes y prácticas derivadas de planteamientos intelectuales y morales alternativos, a menudo ignorados o deslegitimados desde la ideología hegemónica. Una ideología que asociaba socialismo y anarquismo con inmoralidad y a las mujeres socialistas con escasa feminidad.
Más concretamente, en los socialismos la reflexión sobre la cuestión femenina representó un salto cualitativo respecto a los planteamientos de raíz ilustrada, por ejemplo, en cuestiones teóricas como el origen de la subordinación o las estrategias para conseguir la emancipación femenina. Se puede hablar en este sentido, de un feminismo obrero que reivindicó, desde las organizaciones de clase, mejoras para la vida de las mujeres trabajadoras.3 El desarrollo del pensamiento feminista en la ideología socialista y en las clases trabajadoras –por tanto, no vinculado tan sólo a las mujeres de clases medias, como a menudo se ha considerado, ni reducido exclusiva y tópicamente a demandas sufragistas– contaba ya en el siglo XIX con una importante tradición en los primeros socialismos –fourierismo, owenismo, saintsimonismo, Flora Tristán–. En los socialismos vinculados al pensamiento marxista, este feminismo socialista se desarrollaría a finales del siglo XIX y comienzos del XX en propuestas específicas, que comenzaron a estar presentes en la Internacional Socialista desde su segundo congreso celebrado en Bruselas en 1891, pero que serían empujadas particularmente desde 1907 por la creación en su seno de la Internacional Socialista de Mujeres, liderada por Clara Zetkin, en el Congreso de Stuttgart, y posteriormente por la declaración del 8 de marzo como Día de la Mujer Trabajadora en el Segundo Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, celebrado en 1910 en Copenhague,4 y por las alternativas planteadas por Alejandra Kollontai en los primeros momentos de la revolución soviética, cuando todavía parecían abiertas muchas posibilidades.
Pero fue particularmente tras la Primera Guerra Mundial, en los años veinte, y concretamente a partir del Congreso de la Internacional Socialista de Mujeres, paralelo al Congreso de la Internacional Socialista celebrado en Marsella precisamente en 1925 –año de la publicación de Feminismo socialista– cuando se recogerían distintas reivindicaciones feministas, con resoluciones como la siguiente:
Es de una significación fundamental que los Partidos Socialistas de todos los países hagan lo posible para apoyar la organización de las mujeres en el movimiento obrero (…) Cada partido socialista deberá considerar la emancipación de la mujer como una de las tareas más importantes de su política. La emancipación de las mujeres exige el otorgamiento a las mujeres y a los hombres de los mismos derechos políticos, en particular el mismo derecho al sufragio, activo y pasivo. El movimiento socialista debe, en consecuencia, tener en consideración en su política las necesidades de las mujeres, tanto como las de los hombres. 5
En el caso de España, a comienzos del siglo XX, los modelos de género hegemónicos continuaban imposibilitando una presencia significativa de las mujeres en los espacios públicos y en las organizaciones políticas, incluidas las de carácter obrero, y en las instituciones públicas locales y generales.6 Esta realidad comportaba un tratamiento heterogéneo y contradictorio de la «cuestión femenina» en la cultura obrera. Unos planteamientos que fueron evolucionando con el tiempo, pero que en términos generales, se referían a las mujeres en su condición de madres y esposas para que se identificasen con la causa obrera, partiendo de la consideración de que las mujeres debían compartir los principios políticos de sus maridos –fuesen éstos republicanos o socialistas– y debían educar en ellos a sus hijos.7 Igualmente, en estos años eran pocas las mujeres presentes en las organizaciones políticas, de tal manera que en el caso de la militancia socialista, la escasa presencia femenina –en 1914 sólo un centenar de mujeres entre los 37.000 afiliados a la Casa del Pueblo de Madrid–,8 se acentuaba en congresos y puestos de responsabilidad política: por ejemplo, sólo doce mujeres fueron delegadas en los congresos del PSOE entre 1912 y 1932.9
Con todo, aunque las clases trabajadoras y las culturas políticas de izquierda habían interiorizado en gran parte los modelos de género hegemónicos, la lenta pero progresiva presencia de mujeres en ellas permitió que fueran resignificando sus referentes ideológicos –libertad, igualdad, ciudadanía– en clave igualitaria. Así, a partir de las experiencias y de los referentes discursivos de las mujeres vinculadas a la cultura socialista española de comienzos del siglo XX, se desarrollarían propuestas igualitarias –ciertamente, minoritarias– de carácter político, educativo y laboral contra la explotación de clase y la subordinación de género. Un pensamiento feminista que contemplaba la doble esclavitud sufrida por las mujeres como «proletarias de los proletarios» –como ya dijeron los socialistas fourieristas–. Y esto, a pesar de que entre muchos militantes y dirigentes socialistas, el reconocimiento de la especificidad de la subordinación femenina –y de la necesidad de autonomía organizativa de las militantes, apodadas como «calceteras»– no encontraba todavía excesiva acogida y entendimiento, salvo excepciones significativas. Entre ellas, la del mismo Pablo Iglesias, que fue de los primeros varones en escribir en la prensa contra el maltrato a las mujeres, y en reconocer la mayor necesidad de emancipación que tenían las mujeres.
Y es precisamente en este escenario histórico en el que hay que situar el enorme potencial movilizador del socialismo en la España del primer tercio del siglo XX, que comportaba una compleja y a menudo contradictoria cosmovisión del mundo, un particular universo simbólico conformado desde distintos referentes ideológicos y culturales: lecturas, espacios de sociabilidad, tradiciones familiares, prácticas sociales, que actuaban como elementos cohesionadores de la conciencia de las clases trabajadoras. Y dentro de este universo cultural, numerosas propuestas igualitarias habían ido gestándose en estos años a través de una «genealogía feminista», vinculadas particularmente a los ambientes de izquierda: librepensamiento, laicismo y socialismo.10 Este primer feminismo laico reivindicaría la igualdad social, legal, educativa y cultural entre hombres y mujeres, para acabar con la subordinación femenina.11
El socialismo español en tanto que ideología igualitarista no fue ajeno a este proceso ni a estos planteamientos, a pesar de las contradicciones anteriormente comentadas, a pesar de que sus progresos en este sentido fuesen lentos y limitados. En conjunto, la cuestión de la igualdad entre mujeres y hombres pasó a tener cierta presencia en el seno del socialismo español en torno a 1910, pues a partir de esta fecha comenzarían a crearse las Agrupaciones Femeninas Socialista –con el precedente del Grupo Femenino Socialista de Bilbao creado en 1904 y el de Madrid creado en 1906–.12 Su aparición marcó un hito significativo en la evolución de la acción colectiva femenina en España, similar a otros procesos que ya se habían producido en muchos países europeos –Alemania, Francia, países nórdicos, creación de la Internacional Socialista de Mujeres–.
También, en la afiliación a UGT de trabajadoras de sindicatos de oficios y sociedades femeninas de socorros mutuos, creadas a inicios de siglo. Así por ejemplo, planteamientos igualitarios se encuentran ya a comienzos del XX en el sindicalismo femenino socialista de en Elche, donde las alpargateras crearon en 1900 la sociedad femenina La Unión. Sociedad Feminista de Resistencia y Socorros Mutuos, con reivindicaciones y demandas sociales y laborales como mujeres y madres trabajadoras. Y en 1903 en otro sindicato socialista autónomo, El Despertar Femenino, que en 1920 pasaría a integrarse en la UGT. Estas dos sociedades obreras protagonizaron en estos años importantes movilizaciones femeninas para mejorar las condiciones laborales, y en sus reivindicaciones la cuestión social aparece estrechamente vinculada a la cuestión de género, con planteamientos tanto de clase como feministas.13
Puede afirmarse que los planteamientos igualitarios, así como el debate feminista y las organizaciones de mujeres, fueron desarrollándose especialmente a partir del punto de inflexión de la Primera Guerra Mundial, y en esto, España no fue tan distinta a otros países europeos, a pesar del carácter minoritario de estos planteamientos. A partir de estas fechas, la presencia y propuestas de las escasas pero cualitativamente importantes mujeres socialistas actuarían como referente en los programas políticos y congresos del PSOE y de las Juventudes Socialistas. Por ejemplo, en 1918 el XI Congreso Nacional del PSOE recogía ya la reivindicación de sufragio universal masculino y femenino, igualdad civil, la abolición del trabajo a domicilio o la creación de Casas de Maternidad municipales para los hijos de las obreras.
Las mujeres socialistas españolas habían comenzado a entrar en contacto con sus compañeras europeas antes de la Gran Guerra, y en mayo de 1914 fueron invitadas por Clara Zetkin a la III Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas que debía celebrarse en Viena en agosto de ese año, y que no pudo llegar a realizarse por el comienzo de la guerra. Estos contactos internacionales favorecieron una creciente visibilidad femenina en el seno del socialismo español, potenciada por su activismo antibelicista y por su creciente defensa del sufragio. Así, en 1915 se convocó un congreso nacional de Grupos Femeninos Socialistas, que no llegó a celebrarse. También en 1916 en el IV Congreso de las Juventudes Socialistas se adoptaron resoluciones específicas sobre «Feminismo» –término utilizado en las propias resoluciones– con el objetivo de potenciar la militancia femenina en el socialismo. Resoluciones en las que se aludía de forma explícita al sufragio femenino como elemento fundamental de los principios socialistas, a pesar de que su defensa no contaba todavía con un apoyo unánime: «Que se registre entre nuestras aspiraciones la de que se promulgue una ley otorgando el derecho al sufragio y la elección a la mujer».14
La demanda política del sufragio, la reivindicación del voto y de la participación política, se fue explicitando así, progresivamente, en la cultura socialista en el primer tercio del siglo XX, como reivindicación democrática y feminista. También, como vía estratégica de utilización de los mecanismos y los cauces establecidos –partidos, elecciones, representación política–, como una de las posibles formas de acción colectiva femenina. Unas estrategias que implicaban la valoración de la participación electoral y de la presencia de la ciudadanía política femenina activa, lo que representaba en esos momentos un salto cualitativo en la articulación de las demandas ciudadanas de las mujeres, que se sustanciaría en la Segunda República.15
En sintonía con este ambiente internacional, en España el tercer Congreso Nacional de las Juventudes Socialistas celebrado en 1929 planteaba cuestiones relativas a los derechos de las mujeres tales como la necesidad de una ley de divorcio, la igualdad entre hijos «legítimos» y «naturales», la igualdad de salarios entre los sexos e incluso «castigo legal al delito de seducción seguido de abandono».16
En definitiva, en los años veinte y treinta las diversas y heterogéneas relaciones entre pensamiento socialista y feminismo experimentaron un significativo desarrollo, que fue posible en función de las reformulaciones en clave feminista de muchos de los conceptos presentes históricamente en esta cultura política. En este desarrollo tuvieron un papel fundamental no sólo conocidas intelectuales sino también mujeres de clases populares y de procedencia obrera como María Cambrils. Cambrils es uno de los principales referentes de esta síntesis entre planteamientos de clase y una defensa radical del feminismo «obrero», de un feminismo bebeliano desde el cual se entiende el socialismo como ideal de redención femenina. Pero también este «mesianismo socialista» en clave femenina puede encontrarse igualmente en las publicaciones de otras destacadas socialistas de estos años que «despertaban» al feminismo, entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda República. Entre ellas, las de Margarita Nelken y las de María Lejárraga.17
LOS CONTEXTOS POLÍTICOS: DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA Y SEGUNDA REPÚBLICA
Los años veinte y en mucha menor medida los primeros años treinta, es decir, los años correspondientes a la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y al bienio republicano-socialista de la Segunda República (1931-1933), son los años en los que María Cambrils publicó la mayor parte de sus escritos. Fue precisamente a partir de 1923 cuando tras el desarrollo del asociacionismo femenino en España tras la Primera Guerra Mundial, y en medio del debate internacional sobre el sufragio, la dictadura de Primo de Rivera necesitaría dar algunas respuestas ante el avance de «la cuestión femenina» y tomar algunas medidas controladas desde el conservadurismo católico, ampliando así su base social, y miró hacia las mujeres presuponiendo el apoyo femenino. El régimen primorriverista quería dar una imagen internacional de modernidad, partiendo del ejemplo de otros países de Europa que comenzaban a reconocer el sufragio femenino.
Fue en este contexto en el que el régimen de Primo de Rivera aprobaría una normativa enormemente limitada, pero que por primera vez reconocía alguna capacidad electoral a una minoría femenina: el Estatuto Municipal, aprobado precisamente el ocho de marzo de 1924, establecía que podrían votar en las elecciones municipales las mujeres mayores de veintitrés años no sujetas a patria potestad, autoridad marital ni tutela, y que podrían ser elegibles como concejalas las mujeres mayores de 25 años que supiesen leer y escribir y fuesen cabezas de familia, con excepto en los municipios inferiores a mil habitantes. Las primeras alcaldesas –siete en pequeños municipios– y concejalas –sesenta y cuatro– de este período fueron mujeres afectas al régimen, conservadoras y vinculadas a posiciones católicas –Acción Católica de la Mujer, sindicatos católicos de obreras, etc–.18 Poco después, el doce de abril de 1924 un Real Decreto reconocía el derecho de voto a las mujeres solteras y viudas, excluyendo a las casadas para que no votasen en contra de la opinión de sus maridos. Se partía así del «voto familiar», unido a la condición de «cabeza de familia», que excluía a la mayoría de las mujeres adultas. Cuando en 1927 Primo de Rivera creó la Asamblea Nacional Consultiva por designación –no por elección– y sin capacidad legislativa, designó también por primera vez a trece mujeres para que formaran parte de ella (Clara Campoamor rechazaría la propuesta). Estos cambios fueron ya analizados por la propia María Cambrils en estos años, afirmando que: «Ya se va reconociendo en nuestro país que la mujer puede intervenir, aunque de manera muy limitada».19
Pero fue sólo con la Segunda República, a partir de partir de 1931, cuando las mujeres pudieron ejercer de forma universal el sufragio en elecciones legislativas y municipales: la República iba a ser, efectivbamente, entre otras cosas, la República de las ciudadanas, a pesar de que en 1931 todavía la sociedad española estaba inmersa en un sistema de género profundamente tradicional. La aprobación del artículo 36 de la Constitución republicana, que reconocía la ciudadanía política femenina, no fue fácil. Todos los partidos coincidían en la necesidad de otorgar el voto a las mujeres, en sintonía con los artículos 2 y 25 de la Constitución, pero discrepaban sobre la oportunidad de su reconocimiento constitucional en esos momentos. A favor del sufragio femenino estaban el Partido Socialista y los partidos de derecha –pensando estratégicamente que el conservadurismo clerical femenino les beneficiaría–; en contra estaban los partidos republicanos. El debate finalizó el uno de octubre con la aprobación del artículo 36 por 161 votos a favor, 121 en contra y 188 abstenciones. Y ya definitivamente, el uno de diciembre el artículo 36 se ratificó de nuevo al rechazarse las propuestas relativas a su limitación por un escaso margen: 127 votos a favor de la limitación y 131 en contra. Sólo a partir de estos momentos puede hablarse de la existencia de sufragio universal en España. A pesar de todo, las direcciones masculinas de los partidos políticos republicanos continuaron considerando secundarias las reivindicaciones femeninas, y Clara Campoamor acabaría marginada por su propio Partido Radical tras su defensa del sufragio. La consecución del sufragio femenino no fue sinónimo de incorporación de las mujeres a la vida política, pero fue la condición necesaria.20
Sin embargo, proclamada la Segunda República, el desarrollo de propuestas discursivas igualitarias y feministas, existentes desde los años veinte y desde la Primera Guerra Mundial, se plasmaría en un amplio programa político a llevar a cabo. Un programa que había ido elaborándose de forma intermitente a lo largo de momentos anteriores, y que contemplaba múltiples objetivos. Entre ellos, conseguir para las mujeres la plena condición de ciudadanas, así como su emancipación de la tutela de la Iglesia, y para las socialistas, como María Cambrils, lograr aumentar la vinculación femenina a la causa socialista y los principios igualitarios. Así, a partir de 1931 y en el contexto de la Segunda República, la cultura socialista existente en España experimentaría un complejo proceso de desarrollo de propuestas igualitarias, acciones colectivas y estrategias de movilización política femenina. Un proceso insuficientemente analizado tanto en sus especificidades como en su importancia, y que fue posible en función de las redefiniciones y reformulaciones en clave femenina –precisamente en este período – de muchos de los conceptos presentes históricamente en esta cultura política: igualdad, libertad, solidaridad, laicidad, ciudadanía, progreso. La contribución de María Cambrils a estas redefiniciones fue fundamental en los años veinte, como se nuestra en el presente estudio.
SOCIALISMO ES IGUALDAD. IDEOLOGÍA, PROPUESTAS DISCURSIVAS Y ESCRITURA DE MARÍA CAMBRILS
El análisis del pensamiento y de las propuestas discursivas de María Cambrils, recogidas en una amplia producción de escritos y artículos publicados en la prensa obrera, fundamentalmente en los años veinte y durante la Segunda República, permite realizar una relectura de las relaciones entre cultura política socialista y feminismos. Una relectura que muestra estas relaciones como un elemento clave en el desarrollo del pensamiento igualitario y los discursos democratizadores en el seno de la cultura socialista.21
En el conjunto de los discursos y prácticas de vida que conformaron la biografía de María Cambrils, fue la escritura el ámbito en el que se manifestó de forma más explícita su compromiso socialista y feminista. A pesar de su formación autodidacta, fue una de las escasas mujeres que escribieron artículos de opinión política en la prensa española en el primer tercio del siglo XX. Una práctica discursiva que transgredía tanto por la forma –escribir con firma propia– como por el contenido –planteamientos y propuestas feministas– el modelo hegemónico de feminidad.
Sus escritos muestran una sólida formación intelectual, consolidada de forma autodidacta, así como una gran erudición, con abundantes lecturas de numerosos autores socialistas, libertarios, feministas, etc.; de Marx a Anselmo Lorenzo, de Bebel a Alejandra Kollontai. Igualmente, revela un amplio y directo conocimiento del universo cultural e ideológico del catolicismo, de sus autores y de sus propuestas respecto a las mujeres, con los que polemizaría en sus escritos con un elaborado argumentario y a partir de su conocimiento directo previo. Un conocimiento forjado en los espacios y referentes de las mujeres católicas del que María participó durante unos años, en los que estuvo en un convento: «con alguna autoridad para discutir acerca de los valores intelectuales entre las mujeres del conglomerado catequizante, por haber vivido nuestros mejores años dentro del ambiente de la catequesis, a la que debemos toda suerte de sinsabores y desengaños en los órdenes material y espiritual».22 Una etapa que abandonaría para siempre, tanto geográfica como ideológicamente, para iniciarse progresivamente en las lecturas y en la ideología socialista, gracias inicialmente a las conversaciones y a la amistad de otra mujer socialista, su vecina Natividad, y posteriormente por la convivencia con su compañero socialista José Alarcón:
Primero, por curiosidad, por interés; después, quise conocer la filosofía socialista, la entraña de aquel Ideal de que me hablabas, y, entre otros muchos, leí a Marx, a Ruskin, a Jaurès, a Pablo Iglesias, cuyos opúsculos de propaganda inteligible abriéronme el camino para el convencimiento; pero el autor que más me iluminó, que me convenció completamente, fue Augusto Bebel, que me habló al corazón y al cerebro, en «La Mujer», del pasado, en el presente y para el porvenir. Tú me iniciaste y los libros me convencieron.23
El desarrollo del pensamiento y de la ideología de María Cambrils, y sus estrategias discursivas, se reflejan y se manifiestan a lo largo de los muchos artículos –más de cien– publicados en la prensa obrera, particularmente en el periódico El Socialista, pero también en otros como El Popular, El Obrero Balear, y también en El Pueblo, periódico de Salamanca. Igualmente, en el conjunto de textos que conforman su libro Feminismo Socialista (1925), en el que reunió distintos artículos ya publicados anteriormente en El Socialista sobre la problemática femenina, con el objetivo declarado de demostrar «todas las injusticias que encierra el régimen social presente con relación a la mujer en los órdenes religioso, civil, moral, político, económico, de familia y matrimonial».24 El libro fue publicitado en El Socialista como un libro original y único en su género: «Feminismo Socialista puede ser muy bien, y deberá serlo, el Evangelio de las mujeres. Es un libro que conviene que conozcan las mujeres y los hombres en bien de las libertades ciudadanas».25 Y que, significativamente, prologó Clara Campoamor –como feminista– y se dedicó a Pablo Iglesias –como socialista– con estas palabras:
A Pablo Iglesias, honorable adalid del Socialismo y consecuente defensor de los trabajadores de ambos sexos, dedicamos las páginas de este pequeño libro como una ofrenda merecida a quien siempre estuvo dispuesto al sacrificio por el Ideal. Recíbala, venerable maestro, cual sincera prueba de afecto y testimonio de admiración de su fraternal correligionaria, afectísima. María Cambrils.26
El conjunto de sus textos –como puede comprobarse en la presente edición–, son un relevante y magnífico ejemplo de la presencia y la articulación del pensamiento feminista en la cultura socialista. La constatación del desarrollo de un discurso igualitario en esta cultura política desde los años veinte, con demandas explícitas de derechos para las mujeres elaboradas a partir de un nítido pensamiento feminista, un «nosotras» plural, y de un lenguaje que le permitió desarrollar propuestas específicas para las mujeres, en lo público y en lo privado, y dotarlas de un significado político transformador.27
El análisis detallado de sus propuestas discursivas y de su ideología permite detallar, como desarrolla a continuación, las temáticas claves que caracterizan los distintos aspectos de sus planteamientos a lo largo de sus escritos, así como su relación con los contextos históricos, políticos y culturales, en los que se produjeron.
«LA CAPACIDAD FEMENINA». RELACIONES DE GÉNERO Y SUBORDINACIÓN FEMENINA
Con estas palabras, «La capacidad femenina» titulaba María Cambrils su artículo en El Socialista en mayo de 1925 en el que, partiendo de la noticia del brillante y pionero ejercicio de la abogacía por Victoria Kent, y del reconocimiento en la prensa de «sus dotes extraordinarias», explicaba cómo la tradicional exclusión de las mujeres de los trabajos intelectuales y profesiones liberales no tenía otra causa que la continúa misoginia y sexismo de los hombres, en sus palabras, el «monopolio y egoísmo masculino». Dicho de otra manera, la subordinación femenina es explicada por ella como resultado de las relaciones y de los discursos patriarcales. Las mujeres no habrían compartido con los hombres las funciones jurídicas, administrativas, académicas y científicas, porque se les habían cerrado las puertas de los centros universitarios, por «una prevención generalizada de los hombres» para con el sexo femenino, respecto al ejercicio de funciones monopolizadas por ellos, como «demuestran los hechos y también sus palabras».28 Así, en sus análisis señalaría el papel del patriarcado –de «la autoridad abusiva del hombre» según sus palabras– como responsable de la subordinación de las mujeres, mostrando cómo tanto los hombres conservadores como los de «tendencia radical» no tenían «ningún interés en que las mujeres salgan del estado de inferioridad y de esclavitud en que las tiene arrojadas la prepotencia masculina».29
La socialista valenciana analizó y cuestionó en sus artículos la subordinación política, social y familiar de las mujeres, y los discursos y modelos de género –de feminidad doméstica y de masculinidad pública– como un elemento más entre las desigualdades sociales. Sus reflexiones son una continua crítica a la desigualdad e inferioridad legal y social de las mujeres, explicada como resultado cultural e histórico de la organización patriarcal de la sociedad. Entre sus múltiples reflexiones sobre esta cuestión, pueden destacarse las siguientes palabras como síntesis de su pensamiento:
Desde niña no se cesa en decirle que debe someterse a la autoridad del hombre, su superior, porque así lo ordena la ley dictada por los sabios legisladores, que tuvieron en cuenta, al redactar sus preceptos, la «inferioridad mental del sexo femenino» y su falta total de condiciones para intervenir en las cuestiones del derecho público, de la enseñanza, de la administración, de las ciencias y de las artes, solo asequibles a la mentalidad privilegiada de los hombres, para los que creó Dios a las mujeres, según San Pablo y no pocos apóstoles antiguos y modernos de la iglesia romana y de otras iglesias. Y ante tal sistema educativo, ¿puede extrañar a nadie que la mujer llegue a creer en esa su inferioridad, sostenida por todos los medios en aquellos sitios donde moldean el sentimiento y la mentalidad?30
La subordinación social y laboral femenina la analiza como una vertiente más de las diferentes desigualdades sociales, presentes en el contexto económico y social de la España del primer tercio del siglo XX, y la relaciona con las condiciones específicas en las que se desarrollaba el trabajo doméstico y extradoméstico de las mujeres. Cabe señalar la claridad en la denuncia de la desigualdad entre mujeres y hombres establecida en las leyes y en los textos jurídicos, tanto en el código civil como en el código penal con relación particularmente al delito de «adulterio».
El hombre no quiso ser en los tiempos pretéritos, como tampoco quiere serlo en los presentes, el compañero de la mujer, su igual, su complemento fisiológico. La postergó siempre, y sigue postergándola, dentro del ejercicio de las leyes reguladoras del derecho consuetudinario. En la mayor parte de los códigos antiguos que se conocen, base de los modernos, vemos consignada y sostenida en la letra la inferioridad de la mujer, es decir, el rebajamiento injusto de su personalidad humana.31
María analizó por tanto las causas históricas, sociales y culturales de la subordinación de las mujeres de forma muy profunda y extensa, enmarcándola perfectamente en los modelos de género hegemónicos –en terminología actual– en el sistema patriarcal, y planteó la necesidad de que las mujeres adquiriesen conciencia de esta situación y reaccionasen frente a ella. La necesidad de la conciencia, y la necesidad de la acción:
La mujer debe sacudir ese estado de catalepsia espiritual en que la sumieron los prejuicios masculinos y su incomprensible resignación; debe tener presente que su misión en la vida no es sólo la de ataviarse llamativamente para agradar al hombre; debe darse cuenta de que es un ser humano con derechos indiscutibles para intervenir en todas las cuestiones que afectan a la vida ciudadana; debe, en fin, considerar que se la retiene sistemáticamente en una situación de inferioridad que no corresponde a su categoría racional (…). La mujer no es ni debe ser la esclava del hombre, sino su igual en el disfrute de todos los derechos que se reconocen. (…) Limitarnos al papel de guardianes del hogar y a las naturales funciones fisiológicas de la maternidad es tanto como aceptar voluntariamente la esclavitud a que se nos condena en la sociedad, por culpa de nuestro indiferentismo y dejación suicida con respecto a nuestras libertades, detentadas injustamente por la autoridad abusiva de los hombres.32
En el mismo sentido, y explicándolo con su particular lenguaje, detallaría las múltiples consecuencias derivadas para las mujeres de los discursos misóginos y de las relaciones patriarcales. Entre ellas, la relegación de la mujer al papel de cosa, y su condena a distintas formas de esclavitud, porque:
Nuestros «señores y amos» piensan con la mentalidad angosta de San Agustín, diciendo con este canonizado teologista, que es más difícil encontrar una mujer buena que un cuervo blanco.33
En nuestro actual sistema de educación y de vida social es muy difícil se formen mujeres de vocación directa hacia los estudios serios; pero si algunas se forman, por excepción, y se dan a conocer, se manifiestan algunos sabios demasiado egoístas contra ellas, llegando a veces hasta el menosprecio de positivos valores femeninos, afirmando «doctoralmente» su inferioridad mental con respecto al hombre. 34
En síntesis, en sus escritos se cuestiona abiertamente el modelo hegemónico de feminidad doméstica, la subordinación femenina dentro del espacio doméstico, y se muestra el carácter ficticio de la supuesta separación entre hogar y trabajo para la mayoría de las mujeres, que eran las mujeres pertenecientes a las clases trabajadoras:
Son muchos los señores de cátedra y título universitario que argumentan acerca de los derechos femeninos, demostrándose partidarios de que sea colocada la mujer en un trono, pero al mismo tiempo de que se la relegue a los quehaceres domésticos y a las funciones de la maternidad. Quienes más se distinguen en esta labor de impugnación suelen ser los hombres destacados en el dominio de las ciencias, que se permiten terciar en la contienda feminista, siquiera lo hagan no más que para ofrecernos alguna sabia tontería, producto de su enemiga encubierta contra la independencia civil de quien ello llaman el bello sexo.
Relegar a la mujer a los simples menesteres de la aguja y a las funciones naturales de la maternidad, nos parece, no ya sólo el colmo del egoísmo masculino, si que también solemne estupidez, que merece toda la acritud de nuestro reproche.35
«EL FEMINISMO ANTE UN NUEVO DERECHO MATRIMONIAL». MODELOS NORMATIVOS DE FAMILIA, MATRIMONIO Y FEMINIDAD DOMÉSTICA
En distintos artículos, y entre ellos el que lleva este título,36 María Cambrils analiza las formas y modelos existentes de matrimonio, la indisolubilidad existente en el modelo español, y las relaciones patriarcales imperantes en la familia. De estos modelos y sus consecuencias realizó una lúcida y moderna crítica: de la doble moral sexual, de la subordinación jurídica y económica de las mujeres casadas, y del trato vejatorio que experimentan las mujeres con el casamiento. Así, en varios de sus artículos tratará ampliamente esta cuestión, hablando de la indefensión de las mujeres sujetas a matrimonios de conveniencia en la mayoría de los casos, y que llevan una vida de «violencias materiales y de tormentos espirituales»:
La monogamia sólo se ha aplicado con relación a la mujer, a la que se exige fidelidad de esclava, de la que está dispensado el hombre que puede practicar la poligamia sin temor a esa estúpida sanción del descrédito reservada sólo para las mujeres (…) Desde que se inició la monogamia la mujer no dejado de ser la esclava del hombre. La familia individual moderna está basada en la esclavitud doméstica, más o menos disfrazada, de la mujer.37
También denunciaría ya en los años veinte la violencia de género y familiar derivada del modelo hegemónico de matrimonio monogámico y familia, afirmando que a partir de ellos:
La mujer no ha dejado de ser víctima de toda mala suerte de tiranías y violencias, objeto de innumerables vejaciones (…) ¿Y por qué esto? La contestación nos la dan formulada nuestras vigentes leyes civiles, que reconocen privilegios para los hombres, sus promulgadores.38
En este sentido, complementariamente, destacan sus críticas a la ideología de la domesticidad y al modelo ideal de mujer doméstica del ideario burgués, relacionando explotación económica y subordinación femenina dentro del matrimonio. Un matrimonio en el que tanto por la legislación vigente como por la hegemonía de la religión católica, las mujeres españolas perdían su condición de ciudadanas y su libertad: «la mujer española pierde en el matrimonio no sólo su condición de ciudadana, sino también su derecho personal a todo lo que se relacionase con su libre albedrío».39 Así, aunque reconocía la importancia de la maternidad, advertía también que limitar a las mujeres a las funciones familiares sería aceptar voluntariamente «la esclavitud a que nos condena la sociedad».40 La denuncia de esta subordinación femenina es todavía más concreta e incisiva al referirse al tratamiento que se daba a las mujeres en el Código Civil español, como menores de edad carentes de derechos, y dependientes de los hombres:
En la legislación de España –ha dicho Cristóbal de Castro– no hay más que escarnio para la mujer. Lo criminal, como lo civil, la diputó siempre «alienis juris», adscripta servilmente al derecho ajeno, aún más que sierva o «cosa» del hombre. Soltera, la patria potestad, la aherroja en una larga lista de deberes, sin ningún derecho. No puede trabajar, ni viajar, ni salir siquiera a la calle sin el consentimiento paterno. En el hogar, la sumisión. En el amor, la esclavitud. A espaldas de los padres, todo noviazgo es un delito. Hasta que la mayor edad la emancipa, pertenece durante veintitantos años en férrea potestad romana.41
Frente a la indisolubilidad del matrimonio y la familia patriarcal institucionalizada, plantearía ya en los años veinte la absoluta necesidad y la justicia del divorcio, y la urgencia de la aprobación de la ley sobre el mismo en España. Para ello, citaría a modo de ejemplo el código civil de la Unión Soviética y su consideración del matrimonio como contrato disoluble– en el caso de la Unión Soviética. María ironizaría sobre las reacciones católicas y conservadoras que éste había producido en España, exigiendo libertades civiles e igualdad:
Se han conmovido las esferas de todo el Olimpo moralista, promoviéndose una discusión de principios de la que no salen ventajosos los defensores de la androcracia, o séase del dominio masculino sobre la mujer. Sostienen los adversarios de la equidad en el disfrute de los derechos civiles, que con tal reforma se va derechamente a una ginecocracia matrimonial que concede a la mujer supremacías sobre el hombre, ya que ésta podrá elegir y repudiar a su compañero cuando le convenga, «cosa de todo punto contraria a la moral». ¡Si serán casuísticos!¿Acaso el hombre no ha venido hasta aquí eligiendo a su sabor y repudiando a su capricho a la mujer, como si ésta fuera un juguete de feria? Los tiempos, señores del moderno «gineceo», son de reforma, y hay que dejar por fuerza paso franco a la mujer moderna, que reclama su derecho indiscutible a la libertad civil y el respeto debido a su persona. 42
Su defensa de la necesidad de una ley de divorcio será continua en los años veinte, pero la ley sólo se lograría, como es conocido, durante la Segunda República, tanto como derecho recogido en la Constitución de 1931 como con una ley específica aprobada en 1932. Así, en sus escritos sobre el divorcio puede leerse:
El casamiento es atentatorio contra la libertad. Ante la persistencia religiosa de no ceder en su obstinación acerca de la indisolubilidad del matrimonio, que en la mayor parte de los casos, es causa de la inmoralidad. Consecuencias que podrían ser evitadas con el reconocimiento del divorcio para todos aquellos matrimonios equivocados que confeccionó el egoísmo, el comadreo, la falta de reflexión o el simple deseo de casarse para dejar la férula paterna.43
Con relación a las consecuencias derivadas de estos modelos de familia, entre las peticiones más demandadas insistentemente en estos años se encontraba la investigación de la paternidad y la eliminación de las diferencias entre hijos legítimos e «ilegítimos». Esta reivindicación, presente históricamente en las demandas de las mujeres desde la Revolución Francesa, es planteada también por María Cambrils, sumándose a las peticiones hechas por las Juventudes Socialistas y por la Agrupación Femenina Socialista de Madrid. Así, María Cambrils participaría a petición de Julia Vega –militante de dicha Agrupación– en un mitin a favor de la investigación de la paternidad. Un mitin que se realizó en la Casa del Pueblo de Madrid el treinta de abril de 1926, y en el que diría:
Me han sido pedidas unas cuartillas, tratando del tema de la investigación de la paternidad, para este acto organizado por la Agrupación Feminista Socialista, del que han de ser nota saliente del humanismo de las mujeres españolas, elementos femeninos de tanto prestigio y talento como la ilustre jurista y notable escritora Clara Campoamor, la publicista de renombre Isabel S. De Palencia (Beatriz Galindo), la doctora en Medicina, Aleixandre, y nuestra culta correligionaria, Claudia García. (…)La investigación de la paternidad no es solamente una defensa que se impone por la justicia en favor de los hijos abandonados por padres sin sentimientos humanos, sino también un principio de alta moral (…) Es necesario, humano y moral, obligar al padre biológico a que de su nombre y preste su apoyo al ser inocente que viene al mundo, cuya vida debe ser respetada y atendida como la de todos cuantos nacen del tálamo nupcial bendecido y legalizado. No debe haber, en buena moral humana, hijos ilegítimos, hijos del arroyo, hijos de nadie.44
También sobre esta cuestión propondría, como socialista y como feminista, alternativas distintas a los modelos tradicionales de matrimonio, no sólo teóricamente sino también llevándolas a la práctica en su vida privada. Así, frente al carácter patriarcal e indisoluble del matrimonio, defendería el «amor libre» entendido no como «libertad sexual» sino como «matrimonio libre», libre de presiones o de cualquier sanción religiosa o jurídica. Una decisión enormemente difícil y valiente en la España de los años veinte, por evidentes razones sociales y jurídicas, y por las normas religiosas y morales hegemónicas vigentes:
Partiendo del amor libre, la familia que se admite por lo tanto, disoluble en cualquier momento; la sociedad es un conjunto de individuos cuyas relaciones sexuales no deben caer bajo la acción legal.45
Los socialistas aspiramos a la reforma no sólo de nuestras malas costumbres y prácticas absurdas, si que también de todos los fundamentos políticos, sociales y religiosos que son normas de una convivencia colectiva basada en la división de clases.46
El matrimonio libre que se concierta por el amor recíprocamente sentido, tiene mayor probabilidad de arraigo, porque no se produce por móviles egoístas. Somos partidarias del amor libre y no de la libertad sensual, porque entendemos que ésta, practicada corrientemente al calor del matrimonio sancionado, es la negación de aquél, que se basa en los principios de la verdadera moral.47
En este sentido, su forma de entender y de vivir el socialismo incluía también valores, principios morales, prácticas y forma de vida. Por ello, en sus textos no tuvo inconveniente en hacer referencia en numerosas ocasiones a su propio compromiso y situación personal, a la forma con la que intentaba llevar a la práctica sus ideas, aplicándolas a su vida en pareja con José Alarcón Herrero desde 1915, definiéndola como un «matrimonio libre»:
Nosotras, que hemos procurado vivir de acuerdo con nuestro criterio acerca de todas las cuestiones de la vida, hemos optado por el matrimonio libre, y con él vivimos, si no felices porque no se puede ser feliz en un medio social de miserias como el presente, satisfechas con el compañero que hemos aceptado libremente sin atenernos a las preocupaciones de la generalidad, a los consejos torcedores de la familia, ni a los dictados canónicos ni civiles, ni a la mayor o menor altura del salario, que son tenidos en cuenta por la casi totalidad de los contribuyentes.48
«¡DESPIERTA, MUJER, DESPIERTA!». EL CONCEPTO DE FEMINISMO
Con estas palabras titulaba María Cambrils uno de sus artículos publicados en 1926 en el periódico El Obrero de Elche, para apelar a la necesidad de que las mujeres españolas tomasen conciencia de la situación social en la que se encontraban, y actuasen contra ella.49 El instrumento para lograrlo no era otro que el feminismo. Así, el feminismo es entendido por María Cambrils como la lucha por la consecución de derechos y libertades para las mujeres como ciudadanas iguales al hombre. Como la lucha por la profundización y la extensión de la igualdad –y por tanto, de la democracia–, tal como expresa repetidamente en sus artículos y en su libro Feminismo Socialista, en el que se planteaba claramente como objetivo demostrar «todas las injusticias que encierra el régimen social presente con relación a la mujer en los órdenes religioso, civil, moral, político, económico, de familia y matrimonial.50 A lo largo de sus páginas explica y concreta en múltiples cuestiones sus propuestas y su discurso radicalmente feminista, y su exigencia de igualdad de derechos entre mujeres y hombres tanto en lo público como en lo privado:
El movimiento feminista no fue en sus comienzos una cruzada contra el hombre, como algunos suponen, iniciada por determinadas mujeres, ávidas de singularizarse. Fue, sí, al igual que ahora, una demostración colectiva de disconformidad con su rebajamiento personal ante el Código civil de todos los Estados políticos del mundo. No fue, ciertamente, un movimiento económico ni tampoco político, sino simplemente una muy lógica explosión de rebeldía contra el estado de dependencia civil en que se encontraba y se encuentra la mujer con relación a las libertades ciudadanas. En los albores de la lucha que con toda propiedad podemos llamar de los sexos, las mujeres no sólo se rebelaron contra el monopolio universitario de los hombres, sí que también reclamaron su derecho al voto y el de intervenir, por consecuencia, en la acción política y administrativa, reservada exclusivamente para el elemento masculino. Tales demandas del ejercicio de derechos incuestionables eran y son actualmente recibidas por la generalidad de los hombres con burlas y sarcásticas exclamaciones del peor género.51
Pero al mismo tiempo, su concepción del feminismo aparece siempre y en todos los casos indisolublemente vinculada al socialismo. Y por ello, lo definirá como «feminismo de clase», y como una alternativa verdaderamente radical frente a lo que ella denomina «feminismo catequista». Así lo explicitaría al comienzo de su libro Feminismo Socialista, en el que puntualizaría en su introducción:
Queremos patentizar también nuestra discrepancia con el feminismo catequista, que se inspira en un sectarismo fóbico declaradamente enemigo de las libertades ciudadanas, del derecho individual y de la manumisión civil de la mujer; que nuestra aspiración es llegar lo más pronto posible a la igualdad de derechos para ambos sexos, reivindicación principalísima del feminismo socialista, abrazado por nosotras por haberlo reconocido como el único liberador que se nos ofrece a las mujeres.52
Clara Campoamor, enormemente admirada por María Cambrils tanto por su personalidad como por su feminismo, en el prólogo que escribió para su libro afirmaría en el mismo sentido, que «el feminismo no ha nacido ni se ha cultivado jamás en los campos de golf, en los halls de los grandes hoteles o en las fiestas aristocráticas».53 Aunque no se conocían personalmente, María admiraba profundamente a Clara Campoamor, y por ello le pidió, a través de la Agrupación Femenina Socialista de Madrid, que escribiese el prólogo de su libro. Sobre ella diría un año después, en 1926:
Mujer singular que ha sabido elevarse desde el modesto obrador de la trabajadora manual hasta las más altas cimas del profesorado, del periodismo y de la abogacía. Creemos interpretar el general sentir de admiración hacia ella de las mujeres socialistas españolas, de todas las feministas y aún el de muchas que no lo son, incomprensiblemente. No conocemos personalmente a Clarita, como familiarmente la llaman cuantos se honran con su amistad y trato. De esta singular mujer solo tenemos una prueba de su deferencia exquisita, que nos la dio al acceder sin conocernos, a prologar nuestro libro «Feminismo Socialista», avalorado con sus apreciaciones, y tres cartas a nosotras dirigidas conteniendo esbozos de proyectos, dignos de realización, rebosantes del humanismo que se desprende de su labor constante en favor de la paz y por la infancia desvalida, de la que es un paladín incansable.54
Pero el feminismo no era para María Cambrils una cuestión sólo de mujeres. Para poder avanzar en los objetivos y demandas feministas, María Cambrils señalaría la importancia y la necesidad de incorporar a los hombres a las mismas, de la colaboración masculina. Por ello se dirigía en sus artículos tanto a las mujeres como a los hombres socialistas, a quienes solicitaba su complicidad en la lucha por los derechos de las mujeres. Así lo explicitaba en 1925 en la nota introductoria a la edición original de Valencia:
Todo hombre que adquiera y lea este libro deberá facilitar su lectura a las mujeres de su familia y de sus amistades, pues con ello contribuirá a la difusión de principios que conviene conozca la mujer en bien de las libertades ciudadanas. Los productos que se obtengan con la venta de este libro se destinan, íntegros, al fondo colectivo creado para dotar de imprenta propia al periódico diario El Socialista, defensor de los trabajadores y del feminismo.55
Así, era consciente de las resistencias masculinas y de la misoginia de muchos hombres cultos, partícipes de la ideología patriarcal, frente a la igualdad entre mujeres y hombres. Entre sus textos sobre esta cuestión se encuentran varios publicados en el periódico El Pueblo, en los que criticaría esta actitud tan extendida entre los intelectuales de la época:
De lamentar es que sean escritores de mérito, y periodistas de renombre, los que injustificadamente, por la ofuscación de prejuicios endémicos, se pongan frente a todo razonable alegato del feminismo. Tal conducta no puede resignarnos a la conformación, ni menos obligarnos a enmudecer ante actitudes que estimamos injustas.
No podemos ni debemos callar ante esta multitud de doctos que sostienen la inferioridad del sexo femenino, cuando dicen que «la mujer no reúne condiciones mentales para acometer problemas trascendentales de la vida», cual no hace mucho tiempo –el 1º de Febrero de 1926– se ha dicho en las columnas de «El Liberal» de Madrid, por pluma tan bien cortada como la de Francisco Vera.56
Frente a estas actitudes sexistas y antifeministas, y específicamente contra las doctrinas misóginas de Moebius y su texto La inferioridad mental de la mujer (1900), contrapondría las críticas hechas por otros hombres a estas teorías. En este sentido, la escritora excluiría a la mayoría de los hombres socialistas –«casi todos los pertenecientes al gran ejército del trabajo»– de las consideraciones generales que hacía sobre la hostilidad de los hombres frente al feminismo:
Los hombres del Socialismo, no sólo admiten como justas las reivindicaciones femeninas, sino que también las defienden en todos cuantos sitios ocupan como representación de su clase y partido. En los Municipios, como en el Parlamento, sostienen íntegramente y con tenacidad teatina los principios de la moral social y de la justicia distributiva, sin distinción de sexo.57
Pero reconocía, al mismo tiempo, que muchos hombres que se denominaban socialistas actuaban a veces con indiferencia o con hostilidad hacia las posturas feministas. Como ejemplo de intelectual favorable a la causa feminista cita en el epílogo de su libro a Antonio Zozaya, ilustre escritor y periodista republicano, fundador de la Biblioteca Económica Filosófica, y «defensor del feminismo» en palabras de María, que ironizaría sobre las teorías de Moebius, diciendo: «Si para ser madre es requisito primordial la imbecilidad y el atraso, no se concibe por qué regla de tres, para ser padre, no es preciso ser el bobo de Coria o el tonto de Pichote…».58
Por otro lado, María Cambrils fue formulando propuestas concretas de desarrollo de su programa feminista a lo largo de muchos artículos, definiendo su feminismo como feminismo razonable. Un programa que no se limitaba a objetivos abstractos y lejanos, sino que planteaba demandas y reivindicaciones a corto plazo: el sufragio, el divorcio, derechos educativos y laborales para las mujeres, reforma de la legislación que hiciera posible la ciudadanía política y civil igualitaria para las mujeres, etc. Es decir, medidas posibles y concretas, con resultados prácticos para las mujeres, que en último término significaban la profundización en el concepto de democracia desde una perspectiva feminista:
Nosotras, partidarias de un feminismo razonable, y más aún, defensoras de nuestras libertades políticas y civiles, detentadas contra toda justicia y todo derecho natural, creemos que una regular instrucción bastaría para ponernos en condiciones de intervenir, como el hombre, en todos los asuntos que afectan al interés general y a la vida social del conjunto.59
Y para ello, defendería la necesidad de organizaciones específicas de las mujeres:
¿Y por qué no hemos de organizarnos las mujeres en colectivos de defensa para recabar, por medio de la acción conjunta, el reconocimiento de todos aquellos derechos que se nos retenían injustamente Esperar confiadas junto al fogón el maná de nuestra manumisión civil es una estupidez o una cobardía censurable. Ni la Iglesia, ni la democracia burguesa, ni ningún Estado constituido a base del predominio capitalista, por libertador que se nos ofrezca, reconocerá al mal llamado sexo débil la identidad de derechos ni la igualdad de condiciones legales, negarán toda libertad de acción femenina, así en el orden político como en el administrativo.60
En el momento de plena efervescencia de organizaciones femeninas y feministas que se estaba produciendo en la España de los años veinte, para María Cambrils el feminismo y su organización sólo tenía sentido y efectividad era político –lo que debía explicitarse y no ocultarse–, y en este sentido, sólo si estaba vinculado ideológicamente a la izquierda. Por ello, criticaría el falso neutralismo con el que se definía el denominado «feminismo apolítico» en los años veinte. Concretamente, a organizaciones como la Asociación Nacional de Mujeres Española (ANME), impulsada entre 1918 y 1931 por María Espinosa de los Monteros y Consuelo González Ramos, Celsia Regis. Igualmente, cuestionaría la posterior creación por la misma Celsia Regis de la Unión del Feminismo Español (UFE) entre los años 1924 a 1926 –los primeros años de la Dictadura de Primo de Rivera–. Una organización que Regis quería presentar como feminista, unitaria y aconfesional, distanciada de las organizaciones católicas o en pugna interna con ellas.61 Todas estas organizaciones tenían para María Cambrils, como feminista socialista, un evidente «aconfesionalismo en política y en religión desmentido en la práctica», pues muchas de ellas estaban en la práctica vinculadas a la Acción Católica y a los sindicatos católicos de mujeres, potenciados por la Iglesia desde la Primera Guerra Mundial, como respuesta al desarrollo del movimiento feminista:
Podrá decírsenos que en ellas no se hace política de clase ni de partido, ni se realiza propaganda de religión determinada; pero no se nos convencerá de ello en tanto no las veamos despojadas completamente de esos visos de sectarismo que observamos en sus elementos dirigentes, que si bien no quitan ni ponen rey, como dice el adagio, ayudan, no obstante, a los señores confesionalistas del romanismo en su obra de sometimiento femenil. En tanto no veamos a los organismos en cuestión libres de soporíferos asesores del confesionalismo religioso, y a sus líderes desligadas de toda tendencia al proteccionismo de los señores, los consideraremos políticos y confesionales con inclinaciones hacia la derecha clerical y conservadora del presente orden de cosas, descaradamente enemiga de las libertades civiles y de la equidad económica, por ser éstas principios básicos del feminismo socialista.62
Así, en estos años de intensa actividad organizativa de grupos de mujeres, denunciaría el carácter confesional de propuestas organizativas femeninas como las de María de Echarri, regidora en el Ayuntamiento de Madrid y dirigente junto con Carmen Cuesta de la Acción Católica de la Mujer. Así, calificaría a María de Echarri de «señorita concejala «per accidens», que no pasa de ser una desconocida en todos los órdenes del saber. Ni pudo ni puede ni podrá sostener jamás una seria polémica de principios; carece de todas aquellas condiciones, que se adquieren con el estudio, precisas para discutir en el terreno filosófico de las ideologías (…) en el terreno de la discusión, cuando en éste no es otra cosa que la «urraca muda» de la soporífera catequesis madrileña».63
En el marco del creciente debate feminista desarrollado en estos años, distintos sectores católicos habían ido planteando propuestas en torno a la problemática femenina, que en ocasiones podían diferenciarse de la jerarquía católica, de Pío XI y del cardenal Segura como Primado de Toledo desde 1927. Así, la publicación en 1921 de El libro de la mujer. Hacia un feminismo cuasidogmático del fraile agustino Graciano Martínez, pretendía definir la postura católica social en torno al «verdadero feminismo».64 El mismo padre Graciano le envió un ejemplar de dicho libro a María Cambrils, dedicándole elogios como «escritora correctísima y argumento viviente de la mentalidad femenina»65 El tratamiento respetuoso que da el citado agustino a María Cambrils distaba mucho de las actitudes del catolicismo tradicional, bien conocido por María por su etapa conventual de «dolorosos recuerdos juveniles». Sin embargo, se daría cuenta inmediatamente de que el objetivo que se proponía el libro del agustino era descalificar al socialismo y combatir la alianza entre feminismo y socialismo, intentando atraer a las mujeres a los postulados católicos, y conseguir un feminismo obediente y dependiente la Iglesia:
No podemos admitir como buen razonamiento se diga, con cierto asomo de insidia, que «el feminismo se ha aliado con el Socialismo radical casi por desesperación, por ignorancia», y que «los socialistas, radicales e impíos, calculando lo mucho que al triunfo de sus disolventes ideas podría contribuir la mujer, ha puesto a bordo de su nave pirata y contrabandista al feminismo, queriendo persuadir de que es tan solo un capítulo de la cuestión social.66
Este intento de construcción de una respuesta católica al feminismo se plantearía en estos mismos años por María de Echarri y Carmen Cuesta. Contra ellas también polemizaría dialécticamente María Cambrils. Echarri y Cuesta fueron representantes de lo que calificaban como «feminismo católico», y rechazarían cualquier entendimiento con las organizaciones aconfesionales, laicas o izquierdistas; y también con el eclecticismo de la Unión del Feminismo Español de Celsia Regis:
Toda su obra, quiéralo o no, ha de ser, sino sectaria, cual resulta la de la señorita Echarri, marcadamente confesionalista. Sus conferencias, dadas en locales de marcada significación sectaria, nos demuestran, con plena claridad, su tendencia ideológica antagónica por demás a la nuestra, que no puede encuadrarse en la «Unión del feminismo español» por motivo de los derroteros amorfos por que se le conduce.67
Pero María Cambrils polemizaría igualmente con Celsia Regis y su propuesta de organización de un «feminismo neutro» o «feminismo blanco». Celsia Regis, protegida por la condesa de S. Rafal y fundadora del periódico La Voz de la Mujer en 1917 –y también del periódico Las Subsistencias»–, fue desde 1925 concejala suplente del Ayuntamiento de Madrid, impulsora de los sindicatos agrícolas femeninos. En la lucha por hegemonizar un movimiento feminista unificado en España, plantearía la Unión del Feminismo Español como un «organismo que envolviera a todos, para que en él se fusionasen de todas las aspiraciones de mujeres sin distinciones de clases (…) en la cual debemos congregarnos católicas, indiferentes y socialistas…».68 Intentaba en este sentido llegar más allá de las limitaciones de la ANME y de la Acción Católica de la Mujer para aunar en torno a un programa común –reforma código civil, igualdad jurídica de las mujeres, etc.– a los distintos grupos femeninos de diferentes procedencias ideológicas. En pleno debate ideológico y político en torno al desarrollo organizativo del feminismo español en los años veinte, las feministas socialistas como María Cambrils consideraban inviable unir corrientes ideológicas antagónicas, e imposible prescindir del socialismo como instrumento y objetivo emancipador:
Podemos decir, por muchísimas razones, que tales periódicos tienen de feministas lo que nosotras tenemos de noble en la más exacta acepción de la palabra aristocracia (…) ¡Feminismo práctico! ¿Pero es que se puede calificar así a toda una serie de adulaciones, a un ciempiés feminista o femenino sin enjundia ideológica, sin nada, en fin, que acuse una plena convicción? Si por el fruto se conoce el árbol, como reza la locución evangélica, podemos decir nosotras que hemos conocido el «arribismo», encubierto tras de la opacidad del confusionismo, que nos ofrece en todo lo que escribe doña Celsia Regis (.…) Nosotras, que miramos el feminismo por el lado del desinterés, del sacrificio personal y del de la seriedad, encontramos censurable, muy censurable, la falta de modestia de la presidenta de la Unión del Feminismo Español, entidad de la que no forma parte ninguna de las Agrupaciones españolas del feminismo racional, dicho sea de paso y en honor de las mismas (…) A nosotras no nos dice nada ese feminismo de «nueva modalidad» que tanto entusiasma a la señora concejala suplente. El feminismo de los «hombres nuevos» lo queremos ver de otro modo: en la ecuanimidad, defendiendo en toda ocasión y circunstancias el derecho indiscutible que tiene la mujer a desempeñar todos los cargos oficiales de la Provincia, del Municipio y del Estado, siempre que acuda a solicitarlos demostrando la requerida suficiencia.69
Así, entre las distintas formas de entender el feminismo, en las diversas organizaciones de mujeres y propuestas desarrolladas –muy intensamente tras la Primera Guerra Mundial–, el concepto de feminismo de María Cambrils estaba directamente asociado a su forma de entender el socialismo. Para ella, el feminismo sólo podría triunfar si se vinculaba al socialismo, siguiendo los planteamientos de Bebel, cuya obra La mujer y el socialismo –traducida del alemán por Emilia Pardo Bazán–, había leído y conocía. El feminismo socialista era un «feminismo constructor» frente al «feminismo denominado federativo, que abomina de las ideologías», en referencia al asociacionismo de Celsia Regis.70 En consecuencia, junto a otras mujeres socialistas como Virginia González, Margarita Nelken, María Lejárraga, Julia Vega, etc; construiría un discurso feminista propiamente socialista, polemizando y cuestionando ideológicamente los planteamientos de las propuestas católicas y los de las «neutras», como se autocalificaba Celsia Regis. Un discurso que intentó vincular y relacionar con las acciones de las Agrupaciones Femeninas Socialistas, a las que consideraba como instrumento fundamental de acción colectiva feminista.
En esta misma línea de difusión del feminismo, y después de publicar sus primeros artículos en El Socialista, María Cambrils se planteó promover un semanario socialista feminista en 1925 con el nombre de La Voz femenina. Un semanario que no llegó a publicarse «por virtud de circunstancias no adecuadas para exponer, con nuestra entera libertad, nuestros pensamientos, que también los tenemos, acerca de muchas de las cuestiones de la vida pública».71 Así, aunque este proyecto no llegó a realizarse, a cambio pediría la publicación de una página mensual feminista en El Socialista, para tratar en ella «del feminismo internacional y de temas que no abordamos en la amplitud requerida por no parecernos bien restar espacio a los múltiples asuntos de lucha política y sindical a que tiene que atender nuestro diario obrero».72 Para ello buscó el apoyo de las mujeres de las Agrupaciones Femeninas Socialistas –particularmente la de Madrid–, y lo encontraría en distintas compañeras, entre ellas Julia Vega, que argumentaría su necesidad para que las mujeres se acercasen al socialismo.73 Pero desde la redacción le respondieron que se estaba a la espera de que se produjese este apoyo. Paradoja y significativamente, María había propuesto que los fondos conseguidos con la publicación de su libro Feminismo Socialista se destinasen a comprar la imprenta donde se editaba El Socialista, al que consideraba defensor del feminismo, tal como indicó en las notas introductorias a la edición original del libro: «Los productos que se obtengan con la venta de este libro se destinan, íntegros, al fondo colectivo creado para dotar de imprenta propia al periódico diario El Socialista, defensor de los trabajadores y del feminismo».74
Es evidente su vinculación y contactos con la Agrupación Femenina Socialista de Madrid, a través de la cual le pidió a Clara Campoamor que realizase el prólogo de su libro. María defendería en sus artículos la acción de la AFS de Madrid, y de sus militantes –algunos de sus nombres se recogen en la siguiente cita–. Por ejemplo, su defensa de las escuelas laicas frente a la Iglesia y los «elementos clericales» que controlaban los recursos educativos desde los poderes públicos, en concreto, desde el Ayuntamiento de Madrid. Un Ayuntamiento en el que en estos años de la Dictadura de Primo de Rivera eran concejalas María de Echarri y Celsia Regis como suplente, tras la aprobación del Estatuto Municipal en 1924, por el que por primera vez accedieron al consistorio mujeres vinculadas al conservadurismo católico. La actuación de María de Echarri en el ayuntamiento, proponiendo retirar las subvenciones a las escuelas obreras laicas, fue denunciada repetidamente por María Cambrils en El Socialista:
¡Vano empeño el de la catequesis madrileña! Mientras en el feminismo socialista haya mujeres de cuerpo entero y de espíritu recto y liberal, como Concha Fernández, María Hernández, Julia Vega, Lorenza Hita, Ester Azcárate, Primitiva Gutiérrez, Casilda López, Benita Salazar, Ramona Roncal, Carlota Matienzo, Carmen Fernández y otras muchísimas cuyos nombres no tenemos presente, no morirán las escuelas laicas, donde reciben sana y moral instrucción los hijos de los trabajadores que no se dejan supeditar por los herederos de las damas enriquecidas (…) Nuestra felicitación para todas las feministas madrileñas que acuden en auxilio de las escuelas laicas frente a la labor parcialísima de las muñecas sin alma ni sentimientos de justicia de la catequesis perturbadora.75
En el mismo sentido, como defensora del sindicalismo de clase, se opondría y cuestionaría repetidamente a los sindicatos católicos, tanto de hombres como de mujeres –el sindicato La Aguja, entre ellos–, pues éstos estaban organizados por la Iglesia y por las clases propietarias, y falsificaban el número de sus afiliadas:
El líder del neocarlismo, don Manuel Simó, abogado asesor de los «amarillos» en esta tierra de chufas y de «desinteresados redentores», se presentó días pasados, con motivo de una recepción oficial, «en nombre de la cincuenta mil trabajadores», ni uno más, ni uno menos, asociados, según él, a la «Casa de los obreros católicos». Sabemos existen en Valencia gran número de Asociaciones católicas bajo la advocación de tal o cual santo, y la célebre Federación femenina de «La aguja», patronada por aristócratas y curas, cuyo censo de inscriptos e inscriptas en ellas, de hacerse por verdaderos trabajadores, se podría cifrar con los dedos de una sola mano sin rebasar sus signos algebraicos de simples decenas.76
Por otra lado, su influencia como feminista sobre otras mujeres socialistas fue muy notable. María Cambrils mantuvo una intensa actividad como articulista en la prensa obrera con decenas de artículos publicados, pero también como participante en mítines, conferencias, reuniones, actos conmemorativos, y finalmente, contactos y relaciones con otras mujeres socialistas y sindicalistas. Así por ejemplo, resulta significativo señalar sus contactos con las obreras socialistas de Elche que habían creado a comienzos de siglo XX las primeras sociedades de socorros mutuos El despertar femenino y La Unión con demandas laborales y feministas –comentadas anteriormente–.77 Entre ellos, el artículo que les dedicó en el periódico socialista de Elche El Obrero, para conmemorar el veintisiete aniversario de la creación de La Unión –que a partir de 1920 pasó integrarse en la UGT–, diciendo:
Estimadas compañeras y correligionarias: Salud, perseverancia y decisión. Nada más eficaz que la constancia. Cuando se persiste sin desmayos ni vacilaciones, se llega al fin de los anhelos noblemente sentidos. La mujer ilicitana fue una de las primeras en enarbolar la bandera de las reivindicaciones femeninas; lo dicen, no ya nuestras palabras que la malicia pudiera interpretar como producto de la parcialidad ideológica, sino sus antiguas organizaciones «El Progreso» y «El Despertar Femenino». ¿Cómo, pues, no sentirnos solidarizada con ese núcleo de mujeres ilicitanas que hoy conmemoran el XXVII aniversario de su organización de resistencia al Capital y de auxilio recíproco en los trances de apuro?78
Igualmente, el pensamiento y la escritura de María Cambrils fue un referente feminista fundamental para otras mujeres socialistas de su época. Entre ellas, María Domínguez, primera alcaldesa de la Segunda República, de Gallur (Zaragoza), y también escritora y articulista. En sus escritos, entre ellos el texto titulado «Feminismo» y el titulado «La mujer y el socialismo», Domínguez hablaría también del significado del feminismo para una mujer socialista:
Somos nosotras, las hijas del pueblo, las únicas que tenemos derecho a levantar la voz, porque somos las más perjudicadas en estos atentados a las libertades femeninas. Las grandes damas aristócratas no pueden sentir estos mismos anhelos, porque ellas disfrutan de todos los privilegios que su rango les brinda. ¿Qué saben ellas de privaciones y amarguras? Ser socialista es un deber de toda mujer que siente anhelos de redención, porque el socialismo ha de transformar la sociedad en otra más humana, más justa y más equitativa. 79
También apelaría María Domínguez a la importancia de la agencia, la militancia y la acción colectiva de las mujeres como instrumento para conseguir su liberación. Pero una militancia que debía sustanciarse en la participación en las organizaciones socialistas. Y citaba como referente de estos planteamientos y propuestas a la valenciana María Cambrils:
Es una necesidad romper las cadenas que nos cercan y avanzar hacia las filas socialistas, sumando nuestros esfuerzos a los de los hombres que en ellas militan y que quieren nuestra redención. Compañeras: Debemos afiliarnos, para así recabar nuestros derechos y conquistar nuestras libertades.80
María Cambrils ha dicho:»La historia de una humanidad libre no se podrá escribir en tanto sea la mujer esclava». A esta afirmación hemos de añadir otra nuestra: La mujer ha de escribir en la historia de la humanidad libre la página de su liberación.81
En definitiva, María Cambrils no fue una desconocida ni para sus compañeras y compañeros socialistas, ni tampoco lo fue para otras mujeres que desde posicionamientos ideológicos distintos estaban realizando propuestas organizativas para las mujeres en este período. Escribió regularmente en El Socialista y en otros periódicos obreros, participó en actos y homenajes, polemizó con las mujeres católicas y las autodenominadas «neutras» ideológicamente. Publicó en 1925 el libro de Feminismo Socialista y se propuso la publicación de un segundo libro en 1927, Socialismo, Cristianismo y Catolicismo, que no llegó a hacerse realidad. Su pensamiento, sus planeamientos y sus propuestas tuvieron, a pesar de encontrarse «en los márgenes», y desde Valencia, una importante presencia en la cultura socialista y en la actividad intelectual y política de la sociedad española de los años veinte.
«TODO POR EL SOCIALISMO». EL CONCEPTO DE SOCIALISMO
María Cambrils fue una socialista integral, comprometida con la idea y el proyecto socialista, al que se dedicaría totalmente –«todo por el socialismo» afirmaría titulando así uno de sus artículos–82 las últimas décadas de su vida. El socialismo es entendido por ella como la alternativa verdaderamente radical, como la más depurada expresión de la lucha por la igualdad pero también por la libertad, y como resultado del desarrollo intelectual de la ilustración, que culminaría en la «democracia socialista». Un concepto que equipara al de «colectivismo socialista» entendido como la expresión de la voluntad de la clase obrera. Para María Cambrils, el socialismo es el único porvenir posible y deseado –«Fe en el porvenir que alienta a los convencidos en las doctrinas de Carlos Marx y de otros preconizadores del Socialismo»,83 por el que hay que luchar y trabajar incansablemente, a imitación de Pablo Iglesias, para forjar ciudadanos, hacer obreros conscientes, y dar convicciones socialistas a los asalariados.84
En sus artículos utilizó un vocabulario caracterizado en ocasiones por el mesianismo de la época, al referirse a la esperanza y la necesidad del socialismo para conseguir mejorar la vida de las clases trabajadoras, sus derechos ciudadanos y libertades:
El Socialismo, y no otro procedimiento político, será el que nos conduzca al estado de derecho que reclaman las privaciones impuestas y la justicia. Potente y triunfante en muchos pueblos, por su virtualidad transmitirá a los restantes, a manera de ondas hertzianas, sus corrientes de libertad, haciendo posible, contra toda oposición sistemática del tradicionalismo de castas, la confraternidad universal, tan ansiosamente deseada por la clase trabajadora. Luchemos sin vacilaciones ni desmayos ante los obstáculos, y tengamos fe, como la tiene nuestro viejo orientador, Iglesias, que el porvenir es nuestro, de los que luchan sin acobardarse por el Socialismo.85
Por otro lado, resulta significativo situar el pensamiento de María Cambrils y sus planteamientos socialistas, obreristas y democráticos –en un sentido radical del término– en el seno de los debates, alternativas y corrientes obreristas de los años veinte, en plena polémica ideológica entre los partidos socialistas europeos y las escisiones comunistas a partir de 1921, tras la creación de la Tercera Internacional y la influencia soviética. María fue entusiasta defensora del socialismo marxista a la vez que una crítica incisiva del comunismo leninista. Así, se consideraba «propagandista de las doctrinas de Carlos Marx, auxiliares valiosísimos del venerable abuelo, de nuestro integérrimo Pablo Iglesias, a quien se hace justicia, desde los campos enemigos, al proclamar su hombría de bien».86 Así, es radical su defensa del socialismo pablista, de clara influencia guesdiana, vinculando socialismo con democracia, libertad y colectivismo, sumando igualdad y libertad. Por ello, fue muy nítida su oposición al comunismo leninista, ya caracterizado en esos años por su autoritarismo.
Son de gran interés en este sentido la serie de artículos que con el título «Acerca del Frente Único. Derivaciones de una réplica» escribió en 1925 en el periódico El Obrero Balear. En fechas tan tempranas para el conocimiento y el análisis de la evolución del modelo comunista, tendría muy clara la diferenciación entre el socialismo y el comunismo leninista bolchevique, tanto de táctica como de estrategia y de proyecto político, vinculados en el socialismo a la libertad y a la defensa de los derechos individuales:
Como apoyo valioso de nuestra tesis no vacilamos en reproducir aquí, lo que, con respecto a la cuestión que debatimos dice el economista Alfredo Fouillée: «Toda verdadera reforma social debe tener por objeto, no solamente más riqueza o más bienestar material para una clase, y lo mismo para todas, sino un desarrollo superior de la vida humana en calidad en todos los miembros de todos los grupos sociales»87
En estos artículos son muy precisas, profundas y consistentes sus críticas como socialista y marxista al estalinismo, al autoritarismo comunista, y a la falta de democracia y de libertades que se estaba consolidando en la Unión Soviética:
Los comunistas, elementos del todo discordes de nuestra táctica y doctrinas, cuya conducta ideológica y política no nos puede satisfacer, porque se aparta completamente de los principios confraternales en que se inspira el Socialismo. Insistir acerca de una fusión de los socialistas con el comunismo, «dejando a un lado las diferencias de procedimiento», nos parece un vano empeño y también un lamentable olvido del proceder de los comunistas, como si se hubiera borrado el reciente pasado de la memoria de algunos camaradas y no tuviesen, tampoco, en cuenta lo actual, con sus realidades crueles de Rusia.
Es del todo inconveniente un pacto de unión con los comunistas, no ya sólo por discrepancia de su táctica con la nuestra, si que también por los procedimientos inhumanos de su política imperialista, con la que no estamos conformes, ni lo estaremos jamás, así en el terreno individual como en el colectivo. Somos socialistas por intenso respeto a la vida humana; no lo seríamos si no abrigásemos el convencimiento profundo de que el Socialismo abarca los principios humanistas de confraternidad y de amor al prójimo.88
Entre estas críticas, y entre otros referentes, resulta sumamente interesante su conocimiento de las críticas al sistema soviético realizadas por Alejandra Kollontai en La Oposición Obrera (1921). Un texto que se tradujo al castellano en los años veinte por Gaston Leval poco tiempo después de su publicación, en una edición prácticamente desconocida en España editada por la imprenta Insa de Alcoi, vinculada al periódico libertario Redención (1921), antecedente de la revista Generación Consciente, y que participaría en el debate político e ideológico del momento entre partidarios o detractores del bolchevismo.89
Así, María Cambrils como socialista se posicionaría claramente contra el bolchevismo, citando a Alexandra Kollontai para mostrar como «todos, menos los organismos obreros, participan de la dirección y gobierno del Estado como elementos especializados, no obstante su carácter de ex-funcionarios del zarismo o burócratas del antiguo régimen, y que son, precisamente, los que sostienen, cerca de siete años, esa dictadura ignominiosa mal llamada del proletariado».90 En consecuencia, también denunció la rápida marginación política de Kollontai:
La compañera Alejandra Kollontai, exministra de Bienestar Público en la República de los Soviets, nos dirá, con su autoridad militante, si en Rusia se procede o no de acuerdo con las doctrinas marxistas que son la esencia y virtualidad del socialismo colectivista en el mundo todo. La dirección única, es decir, la voluntad de un hombre aislado, libre, desprendido de la colectividad, desde la autocracia del jefe de gobierno hasta la del director de fábrica, es la más perfecta expresión del pensamiento burgués. La burguesía no cree en la fuerza de la colectividad. Lo que desea es amontonar a la masa en un rebaño obediente, para poderlo llevar, según su capricho personal, donde quiera el guía.
Al renunciar al principio, precisamente al principio, de la dirección colectiva de la industria, el partido comunista ha hecho un abandono grave. Un acto de oportunismo, una desviación de la lucha de clases que habíamos afirmado y defendido con tanto calor durante el primer período de la revolución.91
Paralelamente, en el contexto español de la dictadura de Primo de Rivera, y en el marco de las dos tendencias del PSOE, entre contrarios y partidarios de la colaboración con la dictadura,92 María defendió la importancia de la democracia como marco político, frente al denominado «corporativismo» del sindicalismo largocaballerista, que intentaba conseguir mejoras para los trabajadores durante la dictadura, postura muy distinta a su posterior radicalización durante la Segunda República:
Afirmamos nuestra creencia en el triunfo de la democracia socialista y estimamos que siendo cada vez más numerosos los adeptos al Socialismo, la ocasión de su triunfo total en el mundo se hará esperar menos tiempo del que suponen todos los remendones del economismo burgués (…) La socialización de la riqueza detentada y al establecimiento de las repúblicas colectivistas, que formarán, repetimos, los Estados unidos socialistas del mundo en un porvenir que se aproxima aceleradamente a pesar de las cortapisas del tradicionalismo de las castas y de las prédicas religiosas.93
Pero de forma paralela a los análisis y reflexiones sobre los modelos y proyectos del futuro socialismo, María se preocupaba también por el día a día. Entre estas preocupaciones se encontraba la constitución de agrupaciones socialistas, y entre ellas, la del pueblo de sus padres, Pego, donde precisamente en 1925 se estaba organizando la agrupación local del partido socialista, con «sus iniciadores, algunos de los cuales conocemos personalmente, poseídos del mayor entusiasmo, sin tener de nuestras ideas otras nociones que las proporcionadas por nuestro querido diario y por la lectura de folletos sencillos, rebosantes de sana y comprensible doctrina, como lo son «Socialismo dialogado» y «A mi hermano laborador». 94
Igualmente, muchos de sus textos responden a la necesidad de rebatir ideológicamente a la derecha católica y de intentar neutralizar las afirmaciones que se recogían en sus medios de comunicación. Así puede verse en el artículo «La muerte del marxismo» en el que María polemiza irónicamente contra las afirmaciones relativas al supuesto final del marxismo publicadas en El Debate –periódico de la derecha católica, y después vinculado a la CEDA durante la República–, con comentarios críticos sobre los discursos y las instituciones católicas como la «Universidad de paseo Alberto Aguilera», sede del Centro Católico de Artes e Industrias vinculado a la Universidad de Comillas: «El Debate es un periódico al que todos debemos suponer “santa intención” cuando se ocupa del Socialismo “ad majorem Dei gloriam”».95
Con relación al socialismo como alternativa igualitaria cara a la consecución de los derechos de las mujeres, plantearía que «el socialismo para la mujer es ideal de redención» y por tanto, la solución para las demandas feministas, entre ellas, la consecución del sufragio:
El socialismo, lógico siempre, liberal siempre, emancipador de todos los oprimidos, libre de prejuicios religiosos, amante de la verdadera moral que basada en la ciencia debe ser nuestra norma de conducta, concede el voto a todas las mujeres sin distinción y lleva el feminismo a su más alto grado.96
Volvemos a repetir: la Historia de la humanidad libre no se podrá escribir en tanto sea la mujer esclava de los prejuicios religiosos y de la pretendida superioridad masculina, y no se confunda en el ejercicio de todos los derechos con su igual el hombre, como pretende el socialismo.97
Somos socialistas porque hemos comprendido que sólo el socialismo labora por la igualdad en todos los órdenes del humano derecho para los dos sexos. El Socialismo, para la mujer, es ideal de redención. Todavía estamos en minoría en el número de adeptos entre las mujeres; pero ese argumento es muy flojo, porque entre los hombres sucede lo mismo, y a nadie se le puede ocurrir que abandonemos la propaganda por eso.98
Frente a la creciente movilización de las mujeres por las derechas, defendería la necesidad de que las mujeres contasen con una organización específica dentro del movimiento socialista, como eran las Agrupaciones Femeninas Socialistas:
Dentro de las Agrupaciones Femeninas Socialistas caben todas las mujeres anhelosas de la reivindicación de sus derechos. En plena tolerancia y respeto con las individuales creencias religiosas, convivimos las mujeres agrupadas bajo la bandera socialista, sin pugna entre las ateas, materialistas, heterodoxas, teósofas, cristianas, anglicanas y espiritualistas, unidas entre sí por los lazos fraternos de una común aspiración de defensa colectiva de nuestras libertades civiles; ligadas, quiérase o no, al problema económico que ha de resolver el Socialismo, pese a la oposición de los defensores del privilegio de las clases y de las castas de «derecho divino hereditario».99
Complementariamente, para la formación de las mujeres planteó la necesidad de publicar un semanario feminista propio, que recogiese la problemática femenina y las alternativas feministas dadas por las socialistas, y para el que propuso el nombre de La Voz Femenina. Aunque no llegaría a publicarse, María insistiría en enero de 1925 en que al menos El Socialista tuviese una vez al mes un apartado dedicado a cuestiones feministas, una idea que sería apoyada también por otras mujeres socialistas, como Julia Vega Elejalde.100
Finalmente, la presencia de las demandas feministas en el socialismo internacional fue analizada por María Cambrils como una victoria del pensamiento igualitario, potenciado por las conferencias internacionales de mujeres socialistas. Entre ellas, la celebrada en Marsella en agosto de 1925, en la que estuvieron representadas organizaciones de dieciséis países, y donde se acordaría que los partidos socialistas apoyasen la organización de las mujeres en el movimiento obrero:
Cada Partido Socialista deberá considerar la emancipación de la mujer como una de las tareas más importantes de su política. La emancipación de las mujeres exige el otorgamiento a las mujeres y a los hombres de los mismos derechos políticos, en particular el mismo derecho al sufragio, activo y pasivo, en la medida constitucional en que los hombres se beneficien. Los Partidos Socialistas se comprometen a reclamar la igualdad en derechos del hombre y de la mujer en el matrimonio, la colocación en el mismo plano de los hijos naturales que los otros, según los principios de un derecho civil verdaderamente humano; la libertad de la mujer en la vida profesional, comprendido en las funciones del Estado; la igualdad económica en las condiciones de trabajo y de salarios.101
«EL VOTO FEMENINO». REPÚBLICA, SUFRAGIO Y CIUDADANÍA FEMENINA
«El voto femenino» fue uno de los últimos artículos que María Cambrils escribió, ya durante la Segunda República, en 1933, y precisamente lo hizo sobre el derecho de las mujeres al sufragio, como sujetos de ciudadanía política. Sobre el derecho al voto, como un componente fundamental de la democracia republicana. Sus planteamientos claramente sufragistas son, como representante del pensamiento feminista presente en la cultura socialista –y por extensión, en las culturas obreras–, parte integrante de la historia de la ciudadanía femenina en España, y de los procesos de democratización política y social de primer tercio del siglo XX.102 Precisamente, porque la Segunda República fue por primera vez en la historia de España, «La República de las ciudadanas»
En los años anteriores a la proclamación de la República, mujeres socialistas como María Cambrils ya habían apelado a la igualdad y a la ciudadanía femenina que necesitaba la «España nueva» –la República– en clave ciudadana, igualitaria, y en definitiva, democratizadora. Una «España nueva» de la que esperaban, como resultado de de la modernidad republicana, que incorporase la igualdad derivada del significado democrático que tenía el concepto de República en la tradición socialista y feminista. El apoyo mayoritario que prestaron los diputados socialistas al sufragio femenino en las Cortes Constituyentes –y gracias al cual, con sus votos, se consiguió dicho sufragio– fue deudor, en gran parte, de estos planteamientos. Deudor de discursos relativos a las relaciones entre ciudadanía femenina y República, entre demandas feministas e igualitarias y democracia, que ejercieron un importante papel modernizador y democratizador.
Y efectivamente, fue el nuevo contexto democratizador de la Segunda República el que posibilitaría a partir de 1931 la concreción y traducción en ley de estas demandas, desde la definición democrática e igualitaria del nuevo régimen, y desde la necesidad de incorporar a las mujeres a la nueva nación, la República. Proclamada la Segunda República, muchas de las propuestas anteriores se comenzaron a plasmar en un amplio programa político. Un programa que había ido elaborándose de forma intermitente, y que contemplaba múltiples objetivos. Entre ellos, el sufragio, conseguir para las mujeres la plena condición de ciudadanas, y su vinculación política con la causa republicana. Así, en el debate político de estos años en torno a la ciudadanía femenina y al sufragio, la postura oficial del socialismo español –con evidentes excepciones, entre ellas, la de Indalecio Prieto– fue de apoyo al sufragio femenino, tanto por principios igualitarios y democráticos como por razones electorales. Este apoyo, aunque tuviese también un sesgo electoralista, partía de la idea de que el voto femenino de la clase obrera –al igual que el masculino– iría en su dirección.
En este contexto María Cambrils vincularía la consecución del sufragio femenino en España, recogido en la Constitución de 1931, con la política desarrollada por los socialistas en el primer bienio republicano. Con sus actuaciones en este período, los socialistas llevaban el «feminismo a su más alto grado». En definitiva, la reivindicación y la defensa del sufragio como demanda feminista formaba parte del programa socialista:
Los socialistas merecen bien de la mujer española, porque éstos la han elevado al merecido rango de la ciudadanía (…) Por los socialistas ha podido ser una realidad en España la igualdad ciudadana, por la que tanto ha venido batallando el feminismo internacional frente a la oposición brutal de todas las confesiones religiosas, opuestas irreductiblemente a una igualdad de derechos y de deberes sociales para los dos sexos (…) No haya temor de que del hogar de un socialista salga un voto femenino para los reaccionarios.103
Estas palabras de María Cambrils muestran cómo todas sus propuestas en torno a los derechos y libertades de las mujeres, y particularmente en torno al sufragio y la ciudadanía política femenina, sólo comenzaron a encontrar posibilidad de sustanciarse a partir de los cambios legislativos de la Segunda República. En el contexto democratizador republicano, mujeres como ella fueron elaborando propuestas identitarias desde los lenguajes presentes en su cultura política.104 Este proceso, insuficientemente analizado, fue posible desde la reformulación en clave femenina de muchos de los conceptos presentes históricamente en esta cultura política: igualdad, libertad, solidaridad, laicidad, ciudadanía, progreso.
Todo ello se concretó en la lucha por la ciudadanía, por el voto, por los derechos educativos y laborales de las mujeres, y en reformas que hicieran posible la igualdad política para las mujeres. Así, fue desde sus principios democráticos, socialistas y feministas, desde los que, proclamada la Segunda República, María Cambrils fue enérgica defensora del sufragio femenino y del trabajo de las mujeres, calificando de misóginos a los que se oponían a la igualdad de derechos políticos y laborales:
Es ya un tópico manido eso de decir que el Parlamento español ha cometido una solemne torpeza al incorporar a nuestra Constitución el postulado feminista de la igualdad electoral para los dos sexos. Quienes califican de torpe una tan equitativa medida de derecho civil son los misóginos de siempre, aquellos que admiten como muy acertado el viejo dicho: «La mujer en casa con la pierna quebrada.105
Así, en todos sus artículos con relación a la República y al voto, se relaciona la necesidad estratégica de la República y de organizaciones femeninas específicas, con la importancia de la democracia y del socialismo como alternativa para conseguir la igualdad y la liberación femenina. Unos planteamientos que se encontraban también presentes en los mismos años treinta en otras mujeres socialistas como María Lejárraga o María Domínguez.
En síntesis, muchas de las propuestas igualitarias, organizativas y estratégicas de movilización femenina, partieron de mujeres como María Cambrils que protagonizaron una activa militancia en el socialismo español. Sus voces, sus estrategias discursivas y organizativas de movilización femenina, ejercieron en los años de la Segunda República una función enormemente pedagógica, contribuyendo a cohesionar las demandas y reivindicaciones de derechos para las mujeres en los nuevos espacios políticos y en el seno de su propia cultura política.
1Ana Aguado y Teresa María Ortega (eds.): Feminismos y antifeminismos. Culturas políticas e identidades de género en la España del siglo XX, Valencia-Granada, Universitat de València-Universidad de Granada, 2011. Sobre la acción colectiva femenina a comienzos del XX y específicamente, sobre las organizaciones de mujeres en la cultura socialista, véase Marta del Moral: Acción Colectiva Femenina en Madrid (1909-1931), Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de Compostela, 2012.
2Joan Scott: «Sobre el lenguaje, el género y la historia de la clase obrera», Historia Social, 4 (1989), pp. 81-135.
3Rosa Capel: Socialismo e igualdad de género. Un camino común, Madrid, Editorial Pablo Iglesias, 2007, pp. 38-64; Ana Aguado: «República, democracia y pensamiento igualitario en la cultura socialista», en Aurora Bosch, Teresa Carnero y Sergio Valero (eds.): Entre la reforma y la revolución. La construcción de la democracia desde la izquierda, Granada, Comares, 2013.
4Aurelio Martín Nájera: Fuentes para la historia del PSOE y de las Juventudes Socialistas de España 1879-1990, Madrid, Editorial Pablo Iglesias, 1991, 2 vols.; Ana Aguado: «Espurnes de Modernitat. El feminisme entre 1914-1960. Conquestes i regressions», en Dones. Els camins de la llibertat, Barcelona, Generalitat de Catalunya, Museu d’Història de Catalunya, 2008, pp. 130-146.
5«El Congreso de las mujeres socialistas», El Socialista, 5170 (31 de agosto de 1925). Igualmente A. Pels: «El movimiento femenino socialista. Notas internacionales», El Socialista, 5135 (22 de junio de 1925).
6Marta Bizcarrondo: «Los orígenes del feminismo socialista en España», en La mujer en la historia de España (siglos XVI-XX), Madrid, UAM, 1984, pp. 137-158.
7Mary Nash: Las mujeres republicanas en la guerra civil, Madrid, Taurus, 1999; Luz Sanfeliu: Republicanas. Identidades de género en el blasquismo (1895-1910), Valencia, Universitat de València, 2005, pp. 219-264.
8Marta Bizcarrondo: «El feminismo socialista en España», en Manuel Redero (coord.): Sindicalismo y movimientos sociales (siglos XIX y XX), Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1994, pp. 125-146, p.131.
9Rosa Capel: «Mujer y socialismo (1848-1939)», Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, 7 (2008), pp. 101-122.
10Concha Fagoaga: «La herencia laicista del movimiento sufragista en España», en Ana Aguado (ed.): Las mujeres entre la historia y la sociedad contemporánea, Valencia, Generalitat Valenciana, 1999, pp. 91-111; M.ª Dolores Ramos: «La república de las librepensadoras (1890-1914): laicismo, emancipismo, clericalismo», Ayer. República y republicanas en España, 60 (2005), pp. 45-74.
11Karen Offen: «Definir el feminismo: un análisis histórico comparativo», Historia Social, 9 (1991), pp. 103-135.
12Marta del Moral: «El Grupo Femenino Socialista de Madrid (1809-1914): pioneras en la acción colectiva femenina», Cuadernos de Historia Contemporánea, 27 (2005), pp. 247-269, p. 150.
13Ana Aguado: «Trabajo, género y clase. Ideología y experiencia femenina en el primer socialismo», en Ana Aguado (coord.): Las mujeres entre la historia y la sociedad contemporánea, Valencia, Generalitat Valenciana, 1999, pp. 65-90.
14«Feminismo», El Socialista (2 de diciembre de 1915). La resolución apoyando el sufragio se aprobó a propuesta del Grupo Femenino Socialista de Valencia, pero muchas afiliadas al Grupo Femenino Socialista de Madrid plantearon que «desgraciadamente, la mujer todavía no está preparada» para el sufragio. Véase Marta del Moral: Acción Colectiva Femenina…, p. 354
15Mercedes Yusta: «La República: significado para las mujeres», en Isabel Morán (dir.): Historia de las mujeres en España y América, Vol. IV: Del siglo XX a los umbrales del XXI, Madrid, Cátedra, 2006, pp. 101-122
16Rosa Capel: Socialismo e igualdad de género…, pp. 60-61. De la misma autora: El debate sobre el voto femenino en la Constitución de 1931. Madrid, Congreso de los Diputados, 2002. E igualmente: «La mujer en España. De la ‘Belle Époque’ a la Guerra Civil», en El voto de las mujeres, 1877-1978, Madrid, Editorial Complutense, 2003.
17Margarita Nelken: La mujer ante las Cortes Constituyentes, Madrid, Castro, 1931; María Lejárraga (María Martínez Sierra): La Mujer española ante la República, Madrid, Ed. de la Esfinge, 1931.
18Gloria Nielfa et alli: «El acceso de las mujeres a los poderes locales en España», en Ángeles Barrio, Jorge de Hoyos y Rebeca Saavedra (eds.): Nuevos horizontes del pasado: culturas políticas, identidades y formas de representación, Santander, Universidad de Cantabria, 2011. CD-Rom, p. 30.
19María Cambrils: «La mujer española en los municipios», El Socialista (1 de noviembre de 1924).
20Rosa Capel: El sufragio femenino en la Segunda República Española, Madrid, Horas y Horas, 1992 (1ª Ed. Granada, Publicaciones de la Universidad de Granada, 1975); Concha Fagoaga: La voz y el voto de las mujeres. El sufragismo en España (1877-1931), Barcelona, Icaria, 1985.
21Ana Aguado y M.ª Dolores Ramos: La modernización de España (1917-1939). Cultura y vida cotidiana, Madrid, Síntesis, 2002; Danièle Bussy: «Historia de una mayoría ciudadana. Ciudadanía femenina y Segunda República», en Ana Aguado (coord.): Las mujeres entre la historia y la sociedad contemporánea, Valencia, Generalitat Valenciana, 1999, pp. 113-134.
22María Cambrils: «Un falso valor femenino», El Socialista, 5093 (3 de junio de 1925).
23María Cambrils: «Carta abierta. Para la compañera del camarada Santiago Borricón», El Socialista, 4886 (4 de octubre de 1924).
24María Cambrils: «Comentarios a un libro», El Socialista, 5097 (8 de junio de 1925).
25«Feminismo Socialista» y «Glosas a un libro, El Socialista (11 de agosto de 1925). También: «Crítica de libros. Feminismo Socialista», El Socialista, 5190 (23 de noviembre de 1925).
26María Cambrils: Feminismo Socialista, Ed. de la Asociación Clara Campoamor, Bilbao, 1992 (Primera Edición: Valencia, 1925).
27Ana Aguado: «República, democracia y pensamiento igualitario en la cultura socialista», en Aurora Bosch, Teresa Carnero y Sergio Valero: Izquierda y democracia en el siglo XX, Granada, Comares. 2013, pp. 143-160, pp. 144-145.
28María Cambrils: «La capacidad femenina», El Socialista, 5073 (11 de mayo de 1925).
29 Ibidem.
30María Cambrils: «Los enemigos de la mujer», El Pueblo (10/04/1926).
31María Cambrils: «La eterna víctima» Revista Popular, 6, (15/01/1926).
32María Cambrils: Feminismo Socialista…, pp. 25-26.
33Ibidem, p. 102.
34Ibidem, p. 38. También en María Cambrils: «Influencia de la mujer en la vida social», Revista Popular, 3 (1 de diciembre de 1925).
35María Cambrils: Feminismo Socialista…, pp. 37-38.
36María Cambrils: «El feminismo ante el nuevo derecho matrimonial», Revista Popular, 7 (31 de enero de 1926).
37María Cambrils: Feminismo Socialista…, p. 85.
38Ibidem, p. 88.
39Ibidem, p. 100.
40 Ibidem.
41María Cambrils: «Los defensores de la mujer», El Pueblo (12 de junio de 1926).
42María Cambrils: «El feminismo ante un nuevo derecho matrimonial», Revista Popular, 7 (31 de enero de 1926).
43María Cambrils: Feminismo Socialista…, p. 93
44María Cambrils: «Por la mujer y por la infancia», El Pueblo (26 de junio de 1926).
45María Cambrils: Feminismo Socialista…, p. 50.
46Ibidem, p. 113.
47Ibidem, p. 118.
48Ibidem, p. 110.
49María Cambrils: «¡Despierta, mujer, Despierta!», El Obrero, 5472 (4 de julio de 1926).
50María Cambrils: «Comentarios a un libro», El Socialista, 5095 (8 de junio de 1925).
51María Cambrils: Feminismo Socialista…, p. 54.
52Ibidem, p. 14
53Clara Campoamor: «Prólogo» a María Cambrils: Feminismo Socialista, Edición de la Asociación Clara Campoamor, Bilbao, 1992 (Primera Edición: Valencia, Las Artes, 1925), p. 15.
54María Cambrils: «Figuras del feminismo. Clara Campoamor», Revista Popular, 17 (1 de julio de 1926).
55María Cambrils: Feminismo Socialista…, Primera Edición, p. 1. Esta nota introductoria no se recoge en la reedición realizada en 1992 por la Asociación Clara Campoamor.
56María Cambrils: «Los enemigos de la mujer», El Pueblo (10 de abril de 1926).
57María Cambrils: Feminismo Socialista, Bilbao, Edición de la Asociación Clara Campoamor, 1992, p. 28.
58Ibidem, p. 122.
59Ibidem, p. 38.
60Ibidem, p. 24.
61Cocha Fagoaga: La voz y el voto…, p. 120.
62María Cambrils: «Feminismo amorfo», El Socialista, 5102 (13 de junio de 1925). Igualmente en María Cambrils: Feminismo Socialista…, p. 59.
63María Cambrils: «Un falso valor femenino», El Socialista, 5093 (3 de junio de 1925).
64Graciano Martínez: El libro de la mujer. Hacia un feminismo cuasidogmático, Madrid, 1921.
65María Cambrils: «Comentarios a un libro», El Socialista, 5097 (8 de junio de 1925).
66 Ibidem.
67María Cambrils: «Frente único feminista», El Socialista, 5100 (11 de junio de 1925).
68Celsia Regis: «Carta abierta. Para la marquesa de Casa Pelayo y para una socialista de la Casa del Pueblo», La Voz de la Mujer. Revista decenal dedicada a la defensa y protección de la mujer, 337 (3 de mayo de 1930). Citado por Rebeca Arce: Dios, patria y hogar. La construcción social de la mujer española por el catolicismo y las derechas en el primer tercio del siglo XX, Santander, Universidad de Cantabria, 2008, pp. 128-129.
69María Cambrils: «Del «feminismo práctico». Comentando actitudes», El Socialista, 5472 (18 de agosto de 1926).
70María Cambrils: «Feminismo constructor», El Socialista, 5065 (1 de mayo de 1925).
71María Cambrils: «Por el feminismo socialista», El Socialista, 4964 (1 de marzo de 1925).
72Ibidem.
73Julia Vega Elejalde: «Por la página femenina de El Socialista», El Socialista, 4970 (10 de enero de 1925).
74María Cambrils: Feminismo Socialista…(primera edición), p. 1.
75María Cambrils: «Mujeres y muñecas. Para una catequista concejala», El Socialista, 5150 (8 de agosto de 1925).
76María Cambrils: «Falacia numérica», El Socialista, 5096 (6 de junio de 1925).
77Ana Aguado: «Trabajo, género y clase. Ideología y experiencia femenina en el primer socialismo»…p. 80.
78María Cambrils: «A manera de adhesión. (A todas las compañeras de la Sociedad femenina «La Unión»)», El Obrero, (02/10/1927).
79María Domínguez: «Feminismo», en María Domínguez: Opiniones de Mujeres (Conferencias), Edición Facsímil, Introducción de Julita Cifuentes y Pilar Maluenda, Zaragoza, Diputación de Zaragoza, 2004 (Primera edición: Madrid, Editorial Castro, 1933, Prólogo de Hildegart Rodríguez), pp. 147-148.
80Ibidem, p. 148.
81María Domínguez: «La mujer y el socialismo», en María Domínguez: Opiniones de Mujeres (Conferencias)…, pp. 160-161.
82María Cambrils: «Todo por el socialismo», El Obrero Balear, 1182 (5 de diciembre de 1924).
83María Cambrils: «Fe en el porvenir», El Socialista, 4962 (1 de enero de 1925).
84Ibidem.
85María Cambrils: «Fe en el porvenir», El Socialista, 4962 (1 de enero de 1925).
86 Ibidem.
87María Cambrils: «Derivaciones de una réplica. Socialismo colectivista», El Obrero Balear, 1189 (23 de enero de 1923).
88María Cambrils: «Acerca del «Frente Único». Concisos razonamientos», El Obrero Balear, 1184 (19 de diciembre de 1924).
89Alejandra Kollontai: La oposición obrera de Rusia, traducido del francés y Prólogo por Gastón Leval, Redención, Alcoi, E. Insa Impresor, 1922 (?), 72 pp.
90María Cambrils: «Derivaciones de una réplica. Colectivismo y comunismo», El Obrero Balear, 1193 (20 de febrero de 1925).
91María Cambrils: «Acerca del «Frente Único». Derivaciones de una réplica», El Obrero Balear, 1188 (16 d enero de 1925).
92Santos Juliá: Los socialistas en la política española, 1879-1982, Madrid, Taurus, 1997, pp. 125-158. Sergio Valero Gómez: «¡Kautsky ha muerto! ¡Viva Bernstein! Democracia y ciudadanías sociales en el PSOE de la Segunda República», en Ana Aguado y Luz Sanfeliu (eds.): Caminos de democracia. Ciudadanías y culturas democráticas en el siglo XX, Valencia, Universitat de València, 2014, pp. 11-25, p. 17.
93María Cambrils: «Derivaciones de un réplica. Socialismo colectivista», El Obrero Balear, 1189 (23 de gener de 1925).
94María Cambrils: «Despertando al socialismo», El Socialista, 504 (2 de abril de 1925).
95María Cambrils: «La muerte del marxismo», El Socialista, 5158 (18 de agosto de 1925).
96María Cambrils: Feminismo Socialista…, p. 50
97Ibidem, p. 51
98Ibidem, p. 27.
99Ibidem, p. 60.
100María Cambrils: «Por el feminismo socialista», El Socialista, 4964 (3 de enero de 1925); Julia Vega Elejalde: «Por la página femenina de El Socialista», 4970 (10 de enero de 1925).
101María Cambrils: Feminismo Socialista…, p. 81.
102Ana Aguado: «Du sens des cultures politiques et des identités de genre dans l’Espagne contemporaine», en Marie Claude Chaput y Christine Lavail (ed.): Sur le chemin de la citoyenneté. Femmes et cultures politiques. Espagne XIX-XXI siècles, París, Université Paris 8. Université Paris Ouest Nanterre La Défense, 2008, pp. 195-214.
103María Cambrils: «El voto femenino», El Popular (Órgano de la Agrupación Socialista Gandiense), Gandia, (26 de marzo de 1933). El Mundo Obrero (Órgano de la Agrupación Socialista de Alicante) (11 de marzo de 1933)
104Gared Stedman Jones: «El proceso de la configuración histórica de la clase obrera y su conciencia histórica», Historia Social, 17, (1993), pp. 115-119.
105María Cambrils: «El voto femenino», El Popular (Órgano de la Agrupación Socialista Gandiense), Gandía (26 de marzo de 1933).