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ОглавлениеPRÓLOGO
Carmen Alborch
Después de leer con detenimiento esta monografía sobre María Cambrils, mi primera reacción es de extrañeza por el olvido en torno a esta importante figura del socialismo y el feminismo español. Sensación que se mezcla con la admiración hacia su persona, extensible a algunas mujeres coetáneas suyas, a las que en ocasiones se refiere. Algunas mucho más conocidas, como nuestra querida Clara Campoamor, que escribió el prólogo a su obra principal y única en formato libro: Feminismo Socialista.
Me ha parecido una idea excelente la publicación de este trabajo compuesto por la mayor parte de la obra de María Cambrils, acompañada por los estudios de tres especialistas en ámbitos distintos –la historia, el periodismo, la archivística– que nos aproximan a su vida, su entorno, sus afectos, los valores y principios por los que luchó. El libro incluye el análisis histórico de sus textos y el estudio de sus aportaciones al socialismo y al feminismo en el contexto nacional e internacional en el que se desarrollaron, especialmente durante el primer tercio del siglo XX. No ha resultado una tarea fácil reunir referencias biográficas de María Cambrils dadas las pocas huellas que permanecen, como muy bien ponen de manifiesto Rosa Solbes, Ana Aguado y Joan Miquel Almela, y no deja de resultar curioso que consideren un gran hallazgo descubrir una fotografía suya. Me sorprende también el escaso conocimiento general sobre su vida, y me pregunto cómo puede quedar en el olvido una persona que vertía su opinión constantemente en publicaciones periódicas sobre temas importantes y diversos, firmando con su propio nombre, demostrando capacidad para la polémica, constancia y una preparación poco usual en aquella época, con esa fuerza en el discurso derivada del compromiso con sus principios. Desde luego, en su momento fue conocida, pero también rápidamente olvidada: se borraron sus huellas.
Creo que la primera vez que tuve referencias de María Cambrils fue hace muchos años, cuando se constituyó en Valencia el grupo que llevaba su nombre, formado por personas vinculadas a la Universidad, al socialismo y al nacionalismo. Ha sido recientemente, a raíz de estos textos, cuando he percibido la intensidad y la firmeza de sus convicciones, su tenacidad, perseverancia, claridad, valentía, coherencia. Y obviamente, surge la pregunta: ¿cómo y por qué una mujer (destaco su condición) nacida en el Cabanyal en 1877, con unos orígenes y un entorno poco propicios, alcanza ese grado de formación y esa capacidad de reflexión? María fue autodidacta. Su iniciación en el compromiso político se debió, como ella misma confiesa, a su vecina y amiga Natividad y a su compañero José Alarcón:
primero por curiosidad, por interés después, quise conocer la filosofía socialista, la entraña de aquel ideal del que me hablabas. Tú me iniciaste y los libros me convencieron.
Leyó entre otros a Marx, Pablo Iglesias y a Bebel, que fue quien más la iluminó. José Alarcón fue un hombre apasionado por la política que, procedente del anarquismo, se comprometió posteriormente con el socialismo y el sindicalismo. Tuvo varios oficios y fue repartidor de periódicos y periodista. Entre otras responsabilidades ejerció de secretario general de la Casa del Pueblo de Pego. Encarcelado 21 veces (leía a los presos textos de Concepción Arenal), y fusilado en 1940. Este hombre de fuerte carácter y apasionado por la política se convirtió en su gran amor. «El amor libre –escribiría María– es lo más honrado y dignificante». Por coherencia nunca se casaron, porque como explicaba, «nosotras hemos procurado vivir de acuerdo con nuestro criterio acerca de todas las cuestiones de la vida». Ella, como hemos dicho, fue autodidacta, y parte de sus conocimientos los adquirió a través de la lectura en el convento en el que ingresó tras enviudar siendo muy joven. Sus lecturas de entonces y las posteriores están constantemente referenciadas en sus escritos: desde La Biblia, Santa Teresa, Sor Juana Inés, hasta Marx, Fourier, Kant, Mary Wollstonecraft, Alejandra Kollontai o Madame de Staël y muchos más. Como defensora de la ciudadanía de las mujeres también tuvo presente a Olympe de Gouges.
María Cambrils, activa militante, socialista integral, escribió más de cien artículos, aunque en su testamento se declararía viuda y sin profesión especial. En muchas ocasiones emociona y asombra por la firmeza de su discurso, y porque no elude la confrontación dialéctica, especialmente frente a los adversarios de la equidad. Clara Campoamor la define muy bien en el prólogo del libro Feminismo Socialista como una mujer singular, «que cree en la mujer porque cree en sí misma», y le atribuye en su reivindicación serenidad, y sencillez y sobriedad en la exposición. Es el libro, en su opinión, «fruto de un ardiente, sincero y vívido entusiasmo pleno de esperanzas en la colaboración social de la mujer». Reclama
aquiescencia y aplauso para su bien templado ánimo y su constante labor de línea recta, armónica, que, firme en la posesión de la verdad, no sufre un momento de flaqueza. Es la voz de una mujer que lucha, sufre y cree, que ejerce el buen periodismo con una cultura depurada sobre el tema, curiosidad infinita, voluntad templada.
María dedica el libro a Pablo Iglesias, manifestándole su gran admiración. En muchos textos se refiere a él como el «venerable maestro», «venerable abuelo», «incansable adalid del socialismo, integérrimo, que despierta admiración de amigos y adversarios por su constancia y austeridad». Y en su introducción, que titula «Cuatro palabras» resume el propósito del libro, y asume la aspiración de llegar lo más pronto posible a la igualdad de derechos para ambos sexos, reivindicación principalísima del feminismo socialista:
Nuestro libro –escribe– no es un pasatiempo, es un alegato contra la injusticia, la opresión, el matrimonio indisoluble y las violencias con las afecciones del corazón. En estas páginas solo se podrá apreciar la sinceridad de un espíritu ansioso de libertad, que habla cual su mejor amigo a las mujeres y a los hombres.
Busca la complicidad masculina y especialmente de sus compañeros socialistas en distintas ocasiones, y por ejemplo, en las páginas introductorias de Feminismo Socialista solicita:
Todo hombre que adquiera y lea este libro debe facilitar su lectura a las mujeres de su familia y de sus amistades, pues con ello contribuirá a la difusión de los principios que conviene conozca la mujer en bien de las libertades ciudadanas.
María Cambrils considera que el feminismo es una manifestación colectiva de disconformidad que aspira a que la sociedad humana se rija por normas de equidad, y confía en que la mujer española sea también socialista: «No puede ser otra cosa ni pensar de otro modo si de verdad se pretende su liberación». En su artículo «Remachando el clavo» se expresaba así: «las mujeres obreras españolas no podemos olvidar que la única fuerza política de solvencia moral francamente defensora del feminismo es el socialismo». También denuncia a los enemigos del feminismo y los adversarios de la equidad, afirmando que «la mujer moderna aspira a coparticipar del derecho y no a imponerse, como sostienen caprichosamente los enemigos del feminismo. No queremos piedad sino justicia».
Como se puede comprobar, no me he resistido a entresacar algunas de sus frases. Entre las ideas centrales de su discurso destacaría: la necesaria vinculación del feminismo y el socialismo, la definición de ambos conceptos y sus aportaciones en torno a los mismos, sus argumentos contra los adversarios de la igualdad, que intentan convencer con análisis pseudo-científicos la «natural inferioridad de la mujer», y perpetuar la sumisión y la subordinación. Sostiene con razón que si las mujeres recibiéramos la educación adecuada demostraríamos nuestra capacidad, como hemos hecho cuando hemos tenido la oportunidad. Como defensora del sufragio universal y de la ciudadanía plena de las mujeres considera necesaria su participación y su organización. Manifiesta su vocación internacional inspirándose en otros países y las organizaciones y movimientos internacionales. Y dice así:
Nosotras, partidarias de un feminismo razonable defensoras de nuestras libertades políticas y civiles detentadas contra toda justicia y todo derecho natural, creemos que una regular instrucción podría bastar para poner a la mujer en condiciones de intervenir, como el hombre, en todos los asuntos que afectan al interés general y a la vida social del conjunto.
Como vemos, insiste en la idea de que la educación es fundamental. Afirma que la diferencia de cultura y de mentalidad no se da en función del sexo, sino de la enseñanza recibida:
La historia de la humanidad no se podrá escribir en tanto la educación cultural de la mujer esté sujeta a restricciones, mientras no se le concedan, legal y humanamente, los mismos derechos que se reconocen para el hombre.
También ataca a Moebius y todos aquellos que propagan la «natural inferioridad» de la mujer. Y denuncia el antifeminismo disfrazado: «la exclusión de las mujeres de los trabajos intelectuales y profesiones liberales se debe al monopolio y egoísmo masculino». Sabido es que en esta cuestión, como en otras, avanzamos en la Segunda República y retrocedimos enormemente durante la dictadura.
Lamenta María Cambrils que el feminismo no haya progresado en España, y responsabiliza de ello y de la subordinación de las mujeres a la cantidad de hombres que se oponen, incluidos algunos «sabios», y a los prejuicios religiosos:
Veinte siglos de dominio románico sobre las conciencias, son tiempo más que suficiente para evidenciar el criterio cerrado que siempre tuvo la iglesia romana contra la libertad de las mujeres.
Invita a vencer los prejuicios porque
relegar a las mujeres a los simples menesteres de la aguja y a las funciones naturales de la maternidad, nos parece, no ya solo el colmo del egoísmo masculino, sí que también solemne estupidez, que merece toda la acritud de nuestro reproche.
Estima que los compañeros socialistas defienden las justas reivindicaciones femeninas, aunque hombres que se denominan socialistas se comportan con indiferencia e incluso hostilidad.
Repetidamente pone de manifiesto la necesidad de que las mujeres nos organicemos. En su artículo «Manos a la obra» y en otros textos considera que «para lograr la justicia social las mujeres debemos cooperar reforzando las Agrupaciones femeninas socialistas existentes y organizarlas donde no existan». En este y en otros textos trasmite una experiencia interesante de organización al referirse a las agrupaciones creadas en la primera década del siglo pasado, dentro de las cuales, dice, «caben todas las mujeres anhelosas de la reivindicación de sus derechos». Se refiere al apoyo mutuo, aunque se manifiesta en contra del feminismo catequista y de las propuestas católicas y neutras. En numerosas ocasiones plantea controversia con mujeres significativas o que considera representativas de un feminismo «amorfo» porque entiende que no defienden realmente los derechos de las mujeres. Denuncia la doble moral sexual, los matrimonios de conveniencia, causa de la discriminación, subordinación insoportable, y se refiere a todo lo que la mujer pierde con el matrimonio indisoluble, la manifestación más dramática de la desigualdad que denominamos violencia de género. Exige la investigación de la paternidad, y defiende una ley de divorcio que no se aprobó, como es sabido, hasta la Segunda República. Fue también defensora del sindicalismo de clase.
Cambrils nos invita a aproximarnos a otras mujeres dignas de consideración, refiriéndose a sus obras y a sus hechos. Algunas de ellas son bien conocidas y otras no tanto: María Carbonell, Ellen Kay, Ángela Santiago, María de Maeztu, Margarita Nelken, María Guerrero, Victoria Kent, Concepción Arenal, Federica Montseny, Emilia Pardo Bazán, Rosario de Acuña, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Ángela Grassi, entre otras muchas. Del archivo de su memoria extrae los nombres de algunas de las muchas mujeres ilustres que demostraron
en todos los ramos del saber humano poseer mentalidades superiores a los sabios de oropel que sostienen la inferioridad mental de la mujer, aduciendo solo razones científicas de la craneología comparada.
Junto a los valores positivos femeninos incluye un listado francamente interesante en el epígrafe «Mujeres de los tiempos heroicos extranjeras y española». Porque, como ella afirma, «una mujer bien instruida, culturalmente cultivada puede llegar a las cimas del saber humano con la misma facilidad y medios que llega el hombre que pasa por las aulas universitarias». Con entusiasmo y siempre construyendo dice que «el feminismo ha tenido en todas las épocas de la historia sus manifestaciones de vitalidad colectiva».
Llama a las mujeres a la participación en política: «Aspiramos a intervenir en todo cuanto se relacione con los intereses del país que son también los nuestros». Invita a las españolas a imitar a millones de mujeres que por la
virtualidad de las doctrinas socialistas se han agrupado en países como Alemania, Austria, Suecia, Dinamarca, Francia, Estados Unidos y que intervienen activamente en la vida administrativa de las ciudades y en los debates parlamentarios.
Y apela a las conclusiones del Congreso socialista de Marsella de 1925, entre las que se incluye la idea de que cada partido socialista deberá considerar la emancipación de la mujer como una de las tareas más importantes de su política.
Una época interesante y compleja en la que confluyen, especialmente a partir de la primera guerra mundial, las primeras y poquísimas mujeres universitarias (conviene recordar que en el año 2010 hemos celebrado el centenario del acceso de las mujeres a la Universidad española). Una presencia escasa pero cualitativamente importante, según señalan especialistas como Ana Aguado. María Cambrils se convierte en un verdadero referente porque analizó la realidad, denunció las injusticias y propuso alternativas políticas para el cambio. Muchas de sus reflexiones continúan teniendo vigencia, y de ellas podemos extraer experiencias y enseñanzas, aunque el tiempo no ha transcurrido en balde.
Una vez más comprobamos el esfuerzo que supone cada avance, y que sin el compromiso continuo de tantas mujeres no se hubieran conquistado muchos derechos y libertades. Urge afianzarlos, y para ello también es imprescindible que no haya lagunas tan enormes en el pasado, que se difunda una historia que visibilice las aportaciones de las mujeres, sus talentos, sus fortalezas, los logros. Por ello insistimos en que es preciso conocerlas, investigarlas desde el más alto nivel –la Universidad, centros de investigación–, y hacer pedagogía en todos los ámbitos. Incluir sus historias en los libros de texto implicaría en buena medida incorporar la historia de la igualdad. Cuanto más sabemos, más nos indignan estas ausencias, los silencios. Y más nos afianzamos en la idea de que es necesario hacer historia, memoria, tener memoria política. Incluir a las mujeres como sujetos de la historia, desvelar y publicitar en los espacios educativos y de divulgación, utilizando las redes y las nuevas tecnologías, también el patrimonio en femenino. Porque es patrimonio de la humanidad y como tal hay que conocerlo, reconocerlo, y conservarlo.
María Cambrils fue una referente feminista para las mujeres en su época, no una desconocida. Una mujer comprometida que escribía periódicamente sobre temas de actualidad en diferentes publicaciones, entre ellas El Socialista. Y como podemos comprobar, sus aportaciones contribuyeron a enriquecer al pensamiento socialista y feminista. Sin embargo, ni una calle lleva su nombre. Como hemos mantenido en otras ocasiones, las calles de las ciudades deberían hablarnos también de todas esas mujeres que son la mitad de su historia, su fuerza y su talento. Las calles de las ciudades deberían recordarnos que han existido mujeres que nos han aportado su pensamiento, su arte, su trabajo, mujeres que lucharon por la igualdad, la libertad y la justicia social, por unos ideales. Insisto: hay que hacer genealogía, nombrando y conociendo a las mujeres ilustres y ejemplares, protagonistas sujetos de la historia, recuperando a quienes con sus esfuerzos han contribuido al avance de la sociedad y reconocer el protagonismo de esa mitad de la humanidad tan injustamente silenciada. Lo dicen las especialistas, lo repetimos constantemente, lo reivindicamos porque somos conscientes de que solo así se dejará de considerarnos unas recién llegadas en los espacios públicos. Y porque queremos que se haga lo justo debemos situar a nuestras antepasadas en los libros y dando nombre a nuestros espacios públicos, para que sean conocidas las mujeres ilustres y las mujeres todavía anónimas que participaron en luchas y protagonizaron acontecimientos. Porque nombrar, dar a conocer, implica o es un paso importante para destruir o combatir la invisibilidad femenina y contribuir al avance social.
Conviene recordar que el feminismo sigue siendo imprescindible. La desigualdad (y la invisibilidad es una manifestación de ella) es un grave déficit democrático. El feminismo, las mujeres feministas, han contribuido notablemente a mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Por eso hay que conocer sus contenidos y reivindicar a quienes han contribuido a ese pensamiento, compromiso, filosofía, cultura, movimiento, que nos da claves para interpretar el mundo.
Afortunadamente vamos avanzando en el conocimiento de mujeres como María Cambrils y sus escritos, aunque con más lentitud de la deseada. Por fin sabremos más de su vida y obra como socialista feminista, defensora ferviente de la ciudadanía plena de las mujeres, gracias al compromiso, el saber y el esfuerzo de Rosa Solbes, Ana Aguado, Joan Miquel Almela, y la presente publicación de la Universitat de València. Con su empeño han conseguido dar un paso decisivo para dar a conocer y difundir ampliamente la figura de María Cambrils e incorporarla a nuestra historia.
En la conmemoración del centenario de la Internacional Socialista de Mujeres en 2007 se concluía:
Hace 100 años un grupo de cincuenta y ocho delegadas tuvo una visión de un mundo en el que la mujer y el hombre pueden ser iguales. Eran mujeres valientes, con unas convicciones que sostenían con pasión; son para nosotras una inspiración (…) Es nuestro deber hacia ellas terminar la labor que empezaron y hacer frente a los nuevos retos que nos esperan.
Ahora que las mujeres somos más protagonistas y anhelamos más y mejor democracia, ahora que se está debatiendo en nuestro país la reforma de la Constitución, queremos tener protagonismo en ella para garantizar a primer nivel los derechos y libertades por lo que hemos venido luchando.
Admiro el entusiasmo de María Cambrils, y quisiera que hiciéramos nuestra una frase suya escrita en su artículo «Fe en el porvenir»: «Ante las adversidades, que constriñen nuestra acción serena, razonable y legitima, no debemos desmayar jamás».