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Introducción

Ser hija

Y sin embargo, aunque parezca extraño, se podría decir,

sin faltar a la verdad, que Eva es, a su manera, feliz.

Todo lo feliz que puede serlo una mujer de su edad

y con una historia como la suya.

María Teresa Andruetto,

La mujer en cuestión, 2017

31 de octubre de 2019, cumplo 40 años

Tal vez es la fecha. Tal vez es la idea de que otros escriban esta historia, que es la mía, lo que me da resquemor y me motiva a escribir. No creo que esta memoria pueda ser escrita, narrada o interpretada por otros, tampoco creo que pueda ser entendida. Me basta con contarla, pero prefiero contarla yo. En el desgarro. En la contradicción. En la angustia. En este intento por entender lo inentendible. En esta idea que me viene de purgar la tristeza a través de la palabra… y que no se purga.

31 de octubre de 1979, nací. Era miércoles. En Córdoba, nací en Córdoba. Mi mamá tenía 22 años, mi papá tenía 27. Mi hermana Claudia ya tenía 2 años. Nací en dictadura, pero ni sabía, apenas que estaba naciendo. Nació Titi un año después, el día de la Virgen María –Virgen con mayúscula y con g, me enseñó mi mamá–, y después nació Ale, también en dictadura, en el 82. Las cuatro en dictadura, pero ni sabíamos, apenas que estábamos naciendo. Las cuatro mujeres. Lástima que no fuimos varones. Mi papá quería un varón. Se iba a llamar Martín, como San Martín. ¿Qué va a pasar con el apellido? Tendríamos que haber sido varones. Cuatro mujeres, las cuatro en dictadura, y un papá policía.

Me hace cosquillas mi papá. Me cuenta el cuento de Colita de Algodón, el conejo que no hace caso y se lastima. Hay que hacer caso, hay que obedecer. Soy su vizcachita, cuando llega voy gateando a colgarme de su pantalón, me levanta en brazos, me abraza, me da besos y se ríe de mis dientitos. Es bueno mi papá. No quiero que se enoje, hago caso.

En la escuela me enseñan a rezar. Creo en Dios padre todopoderoso creador del Cielo y de la Tierra.

Vamos a pescar, y juntamos almejas en la playa. Mi papá me da la mano y vamos a saltar las olas. Me dan miedo las olas, son grandes y me arrastran. Pero estoy con mi papá, él me da la mano y me cuida. Me hace cosquillas.

Nos mudamos, no quiero cambiarme de escuela. A la escuela “Sagrada Familia” tengo que ir. ¿Sagrada Familia? No quiero. Quiero quedarme en San Ramón Nonato, me gusta la historia de San Ramón que pudo nacer igual, cuando su mamá ya se había muerto y entonces la Virgen María fue su mamá… y que después fue santo, es el patrono de niños y embarazadas. Pero no, a Sagrada Familia, hay que obedecer. Lo dice papá, lo dice mamá. Yo no digo nada. Sagrada Familia. Un papá policía, años de impunidad. Creo en el Espíritu Santo y en la Santa Iglesia Católica.

No hay que tener faltas de ortografía, mi mamá me reta porque escribo mal las palabras, escribí “virjen” con minúscula y con j. Hay que escribir bien, dentro de las normas convencionales. No puedo escribir como quiero o como me sale. Mejor hacer caso, las palabras son como son, no se pueden cambiar. Tampoco hay que meterse, por algo será. No quiero que se enoje mi papá, él me dice que me quiere. Yo nací en dictadura, pero ni sabía. Me enseñan los mandamientos. Tengo que amar a Dios sobre todas las cosas. Honrarás a tu padre y a tu madre. No matarás.

Me voy a casar y voy a tener hijos, igual que mi mamá, igual que la nona. Voy a ser maestra también. Y psicóloga, pero todavía ni lo pienso. Pasan los años, son años de impunidad, mi papá me dice que me quiere.

Soy maestra, soy mamá. Estudio Psicología. ¿Cómo que hay gente que no cree en Dios?... pobres, nadie les contó. Me gusta Freud, me encanta. Freud es subversivo, pero no sabía. No sabía que pensar distinto podía ser algo malo, que querer cambiar las cosas es peligroso. Por eso no tengo que tener faltas de ortografía. Me casé y tuve un hijo: lo que había que hacer. Un hijo varón, Gino. Lindo Gino. No tiene mi apellido. Se acaba la impunidad, corre el año 2004.

Papá está preso, no te asustes. Es 31 de agosto de 2005, el día de San Ramón Nonato, patrono de niños y embarazadas. Y papá está preso. No entiendo, lloro.

No saber. Otra vez no entender. No poder. No querer. Me quiero quedar en Sagrada Familia. Una pregunta, miedo a formularla. Miedo a la respuesta. Creo en Dios padre todopoderoso, creador del Cielo y de la Tierra.

Un papá preso acusado por crímenes de lesa humanidad. La verdad latente, potente, en pugna. Los ojos cerrados, apretados. No poder. No querer poder.

¿Qué tienen que ver la tortura, los secuestros, los desaparecidos con mi papá? Nada. ¿Quiénes son estas personas? ¿Qué dicen? No entiendo. Mi papá es bueno, es mi papá. La verdad insiste. Duele saber. Es mi papá, yo lo quiero a mi papá. Él no. Hay un error, se equivocan, es mi papá. No entienden. Yo entiendo, mi papá me explica. Yo creo, y me enseñaron a rezar. Y me enseñaron los mandamientos. Honrarás a tu padre…

La verdad se impone. Duele, mucho, fuerte… para siempre.

Y nace Bruno. Casarme y tener hijos. Dos hijos, los dos varones. No llevan mi apellido. ¿Qué va a pasar con el apellido? Ya me di cuenta de que nací en dictadura, y que hubo una dictadura en Argentina. Tengo 28 años. Y nació Bruno. Y Gino tiene 4 años. Soy mamá, soy maestra y estudio psicología. Y mi papá está preso, y estoy empezando a entender. No sé si quiero entender. Se eleva la causa a juicio oral, junio de 2008.

Centros clandestinos, tortura, muerte, vejaciones, robos, secuestros, tabicamientos, violaciones, tubos, violencia, amenazas, tormentos, vuelos de la muerte, desaparecidos. Un alias, un Dr. K. Un torturador con la cara de papá. No puedo más. Nadie me abraza, hay silencio y hace frío. Y duele.

Duele la verdad, más duele la injusticia. Y mucho más la impunidad. Y es mi papá. ¿Qué le voy a decir a mis hijos? Me dice Gino que lo extraña… yo también lo extraño. Ya no me hace cosquillas ni me dice que me quiere.

¿Dónde está mi papá?... El que era bueno, el que me hacía cosquillas… el que me cantaba canciones y me contaba cuentos. El que me llevaba a pescar y me decía que yo era su novia. ¿Dónde está?

¿Dónde están?

Me dice que fue una guerra, que no son treinta mil. Me habla de subversivos, de montoneros y de guerra sucia. Habla de defender a la patria. No es mi papá. No entiendo. Pregunto. No tenía que preguntar. Ya no creo. Lloro. No quiero rezar.

¿Qué hiciste, pa? ¿Cómo pudiste? ¿Por qué?

¿Dónde están?

No hay respuesta, solo pregunta. Silencio atroz y testimonio desgarrador. Un juicio.

Un papá condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad. Año 2010. Justicia.

Soy mamá, soy maestra, soy psicóloga, soy su hija, es mi papá. No me habló más. No tenía que preguntar. Tenía que quedarme callada, no pensar, no sentir, no saber. Obedecer. No pude. No me sale. No soy una digna hija suya parece. No soy una digna hija de un padre genocida. No.

He pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa… no rezo más, se va a la mierda Dios. Y todo. Tendría que honrar a mi papá, y él no tendría que haber matado. Y voy a tener faltas de ortografía, y voy a escribir como quiero.

¿Dónde está mi papá? El que tenía aroma a perfume importado los días de semana y olía a asado y vino tinto los domingos… ¿Dónde está?... ¿Por qué piensa que fui detectada por grupos activistas en la Facultad de Psicología? ¿Por qué no me mira a los ojos y me cuenta lo que hizo? ¿Por qué no dice dónde están? ¿Dónde está mi papá? ¿Existe? El que era bueno, el que me decía que me quería.

¿Por qué no pude quedarme callada? ¿Por qué insistí en preguntar, en saber? ¿Por qué no pude cerrar los ojos, cerrar la boca, cerrar el alma? ¿Por qué me duele tanto? ¿Por qué mi papá se hizo policía? ¿Cómo pudo?

Duele, duele fuerte. No quiero que me duela. No quiero quererlo, hace mal. Duele.

¿Qué le pasa que se enoja? No entiende de desobediencia.

¿No le explicaron que hay que ser desobediente frente a lo que lastima y hace mal? No entendió.

Desobedecer ordenes criminales.

¿No supo?

¿No quiso?

¿No pudo?

¿No pensaba en sus hijas cuando secuestraba, cuando torturaba? ¿No pensó en sus nietos? En la vergüenza, en el estigma. ¿En qué pensaba? ¿Cómo pudo permanecer inconmovible frente al dolor humano? ¿Cómo puede un torturador tener la cara de mi papá? ¿Por qué? ¿Qué le digo a mis hijos? ¿Qué va a pasar con el apellido?

¿Dónde están?

¿Y mamá? ¿Dónde estaba? Silencio sepulcral ahora que está muerta, y antes también. Silencio que envenenó su sangre. Nunca habló, no preguntó, no lloró. Solo se enfermó y se murió. Se murió en vida mi mamá. Y ahora se murió también en muerte, pobre. Nunca habló.

¿Y ahora?… Más de cuarenta años pasaron. Más que toda mi vida. Más de veinticinco años impune. Casi quince años preso. ¿Por qué no habla? ¿Dónde están? Que cuente lo que sabe, yo sé que sabe. Él sabe que yo sé que sabe. Se esconde en su enojo, en su odio. No me dice más que soy su novia, ni me hace cosquillas. Me dice que soy indigna, una subversiva. Él sabe que sé, que no me engaña, que no pudo engañar a la justicia, ni a la sociedad que lo condenó. Por represor, por genocida. Es mi papá, soy su hija.

Me engañó un tiempo, creí en él, en su cariño, en su ternura. Me dijo que era su novia. Nos íbamos a pescar y me contaba cuentos, y me cantaba canciones. Yo le creía, es mi papá. ¿Cómo voy a dudar de mi papá? ¿Cómo pudo mentirme tanto? ¿Por qué no cuenta lo que sabe? ¿Por qué no dice lo que siente? ¿Siente? ¿Por qué se calla? Me lastima. ¿No se da cuenta que me lastima? ¿No le importa? No soy más su novia, parece, no soy más la vizcachita, no me da la mano ni me dice que me quiere.

¿Dónde está mi papá, el abuelo de mis hijos? El que me abrazaba y me hacía cosquillas.

Lo busco.

Lo extraño.

Lo espero.

Lo sueño.

Lo abrazo en mis sueños y él me habla. Y cuenta lo que sabe. Él sabe y calla. ¿Por qué se calla? Todos sabemos que sabe. En mis sueños habla, y también me abraza. Y llora. Y lloramos juntos.

¿Dónde está mi papá? El que me compró “zapatillitas rosas”, el que me decía que era su “vizcachita” rememorando con ternura mis primeros dientitos. ¿Dónde lo busco? No está mi papá.

Se esconde.

Se enoja.

Odia.

Reprime. Se reprime.

¿Dónde está mi papá? En la cárcel, por torturar, por secuestrar, por desaparecer. Por represor. Sus crímenes lesionan a toda la humanidad. ¿No piensa en la humanidad, en el ser humano? ¿En las madres que buscan sus hijos, en las Abuelas que buscan nietos? ¿No piensa en sus hijas, en sus nietos? ¿En qué pensaba mi papá cuando torturaba? ¿Pensaba en serio que la patria se defendía en centros clandestinos? ¿Piensa que la patria se defiende secuestrando y torturando? ¿Ocultando la verdad se defiende la patria?

Sigue pensando que hay que eliminar al que piensa distinto. Sí, por eso me quiere eliminar de la familia. Declararme indigna… desheredarme. ¿Puede mi papá desheredarme de los recuerdos? ¿Me puede desheredar de esta historia, de la vergüenza, de la tristeza?

¡Qué infeliz! No entendió nada, no entiende nada de la vida. Entiende de la muerte. Para él todo es odio, maldad, enojo.

Tonta de mí por pensar, por haber sentido alguna vez un cariño sincero de parte suya.

Tonta de mí por seguir pensando que puede arrepentirse, contar lo que sabe (él sabe que sé que sabe).

Tonta de mí que sigo soñando con su abrazo y su mirada sincera.

Tonto él que no me encuentra, no me ve que lo estoy buscando ¿Dónde está mi papá? ¿No ve que soy su hija? ¿No se da cuenta de que lo busco?

Tonta de mí que lo espero, que lo extraño. Que lo quiero abrazar y quiero que me abrace.

Tonto él que se encierra en su silencio cobarde y criminal y que no se arrepiente de lo que hizo.

Cuánto odio.

Cuánta maldad.

Cuánta crueldad.

Duele. Duele fuerte.

Y es mi papá, y soy su hija.

Llevaré su nombre

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